Capítulo 57:
El amor egoísta no me resulta suficiente, he desgastado mis ansias durante largo tiempo, y termine odiando aquel vacío que queda después del auge de la pasión, la lujuria nunca es suficiente, así como hay partes del cuerpo que no puede rascar uno mismo, hay partes del alma que solo puede acariciar el amor. Y es que han pasado años desde que me sumergí en el vicio de la carne... Tanto clímax en solitario, tantos juegos pervertidos, tanta transpiración ardiente, tanto de mí... Tanto silencio e incertidumbre de ella. Hasta que un día me atreví a confiar sin importar que yo quiera marcharme en busca de lo acostumbrado, confío en que el amor me pedirá que me quede. Cierro los ojos esperando una reacción poco agradable de su parte, por el contrario recibo un beso en los labios que me deja más confundido de lo que ya estoy.
—Es de vital importancia adquirir una trampa para zorras pelirrojas en la tienda de artículos para cacería que frecuenta mi padre, señor Darcy —Lizzy sujeta mi corbata y acerca mi rostro al suyo, parece misteriosa y me transmite temor su actitud—. ¿Usted está consciente de lo que está haciendo con mis pobres nervios?
El diablo vuelto a nacer acaba de visitar a este noble caballero...
—¡Ay no! ¡No! ¡¿He muerto y estoy en el averno!? —Me alejo dando un paso atrás y mi mujer se ríe—. Usted habla como su impertinente madre, por favor líbrame de este cruel tormento.
—Señor Darcy, usted es muy tierno... —Lizzy suelta una risa traviesa, y se abraza a mi pecho frotando su rostro en mi camisa—. Adoro su ternura.
—¿Usted me adjudica ternura...? Mi amor, yo soy todo lo contrario a la ternura. ¿Usted se encuentra bien de salud? ¿Está enferma? —Toco su frente para revisar su calentura, y para mi fortuna está en perfecto estado, sujeto sus mejillas y besos sus labios—. Le juro que no hice nada malo con la señorita Bingley.
—Cierto es, le creo. Juno me avisó de la visita indeseada... Le cuento un secreto —mi mujer me invita a acercarme más, y cedo curioso pegando mi oreja a sus labios—. Tirar de unos cabellos pelirrojos a mi placer mejoran mi humor en las mañanas, es un milagro de los dioses.
—Oh... Lo tomaré en cuenta para futuras discusiones maritales... —hechizado por sus ojos hermosos lo vuelvo a hacer, sin importar las consecuencias, sin importar los futuros llantos, sin importar que al final ella quiera abandonarme pronto, vuelvo a besarla entregando todo lo que anhelo en una esposa real—. Gracias por creerme, Elizabeth.
—Señor Darcy... ¿Usted durmió vestido? —Observo mi traje arrugado ante la incertidumbre de mi mujer, esto es un caso perdido.
—Si al infierno se le puede adjudicar el título de dormir, creo que es correcto —ingreso al cuarto de aseo y sostengo la campanilla para llamar al servicio, sin embargo mi mujer me quita el dorado utensilio—. ¿Qué sucede, vida mía? Hoy es la fiesta, debemos darnos prisa con los preparativos de vestuario.
—Es correcto. ¿Por dónde empiezo, mi amor? —Mi dama agita la campanilla regalándome una sonrisa encantadora.
—¿Qué cosa, encanto?
—Mis labores de esposa... Aquellas atenciones que usted necesita con tanto ahínco, y está acostumbrado a recibir de la dama incorrecta. No tiene que cambiar su estilo de vida por mí, señor Darcy. Yo puedo asear a mi esposo y vestirlo con mejor dedicación porque lo amo... ¿Lo cree así?
—Oh Lizzy...—mi corazón desbocado me dificulta el habla, sostengo sus finos hombros y beso su frente con suavidad—. Te adoro, vida mía. Y te lo agradezco, pero justo ahora no es apropiado... —observo el enorme bulto que me aprieta la tela del pantalón, mi mujer sigue la dirección de mis ojos y sus labios se abren cuando descubre mi erección—. Yo puedo solito. Lo haré bien, lo prometo. Es tiempo de crecer, y aprender. ¿Lo cree así?
—Perdón... Yo no... No era mi pretensión ocasionarle una severa dolencia.
—No se aflija, cariño. Usted vale la pena cada segundo de espera, por favor no perturbe su buen humor por mi causa —beso sus labios rosados sin profundizar nuestro lazo, y acaricio sus brazos muy apartado de su anatomía para no incomodarla—. Gracias por salvarme de la serpiente cascabel, eres mi heroína.
—Es un placer... Con su permiso, esposo mío —mi mujer camina a paso lento en dirección a la puerta y se detiene antes de cerrarla—. Te amo, William.
La puerta se cierra, y yo me quedo solo dentro de la alcoba.
—Yo también, Lizzy...
Ha llegado el momento de demostrar que soy totalmente capaz de entregar mi vida a alguien más, soy tan humano como cualquier otro, y desde luego que cometeré faltas garrafales, y confío en enmendar todas con las mieles del amor verdadero. Mi libertad jamás ha dependido de quien con tanta fuerza amo.... Después de una larga temporada de engreimiento excesivo me permito el mérito de asearme, vestirme y perfumarme en solitario, pierdo la paciencia cuando me toca colocarme la maldita corbata. No le hallo sentido a ese retazo de tela anudada a mi cuello, me asfixia y sofoca, maldiciendo entre dientes desciendo a la planta principal de la morada en busca del amparo de Juno.
—¡William, mi hermano! —Charles me sorprende vestido como todo un caballero de la realeza, está cubierto con un traje blanco hecho a la medida que resalta su cabellera rojiza, me sonríe ampliamente y yo le devuelvo el gesto, estoy feliz por él y no me apena demostrar mi aprecio, nos fundimos en un gran abrazo fraterno—. ¿Qué tal luzco? ¿Parezco un brillante semental a punto de estrenar su primera montura?
—¡Mi niño valiente! Me cuesta creer lo mucho que ha crecido... —volvemos a abrazarnos y beso sus ásperas mejillas—. Usted es tan brillante como un pavorreal, mi hermano. ¡Que su dicha marital sea tan larga como su vida! Por favor, dirija sus pasos con cuidado... Charles...
Le advierto recordando la terrible odisea de desavenencias que nos ha costado llegar a este glorioso día. Amenazas de muerte, persecuciones, viajes a lugares lejanos, intentos de suicidio.
—Nunca más, lo prometo... —me asegura el caballero, de pronto acerca su rostro a mi pecho riendo de manera descarada—. Señor Darcy, ¿usted se atrevió a vestirse en solitario?
—¿Cómo lo sabe? ¿Acaso mi hermano se volvió hechicero?
—Los botones de su camisa, zopenco... ¡Son un desastre! Venga aquí, yo me encargo de corregir su camisa —el pelirrojo se ayuda de un pequeño taburete para alcanzar mi altura, retira los botones de mi camisa dejando mi pecho desnudo, lo hace refunfuñando entre dientes y no puedo evitar reírme del molesto taconeo que realiza con sus zapatos—. No es posible, esto debería ser un crimen del buen gusto... Ay William, ¿cómo se le ocurre vestirse usted solito? Usted no aprendió ni atarse los cordones solo, la culpa es de su nefasta progenitora, maldita bruja de madre que le tocó. ¡Quédese quieto!
—Mi pecho está frío, querida. Apure esos dedos indecentes —me burlo de mi estimado amigo acercando mi cara a su rostro, y sus mejillas se tiñen de un rosa exagerado.
—¡Usted no se atreva a coquetearme, sátiro! Este sabroso pollo no se entrega a la ligera... —Charles chilla como una dama y mis carcajadas estallan.
—¡Charles Bingley! ¡¿Qué está ocurriendo aquí!? —La rubia de Charles permanece de pie bajo el umbral del salón principal, su tez está del color del papel, y ambos caballeros nos quedamos petrificados ante sus lágrimas—. ¡Ay no...! ¡Dios mío, no! —La dama cae al suelo acongojada—. ¿Ustedes, ambos hermanos? Oh Charles acepté tu pasado con el señor Edevane, ¡pero a este cretino no lo acepto como tu amante! ¡No puedo concebirlo...!
—¡¿Qué...!? —La sonrisa se esfuma al escuchar el disparate que acaba de pronunciar la rubia.
—¡¿Qué dices, mi ninfa del bosque!? ¡No, no! ¡No, mi cielo! —Charles baja desesperado del taburete para ir a sostener a su mujer, mi furia se eleva ante semejante escena infundada—. Solo amparo a mi hermano corrigiendo su vestuario, ¡William y yo no somos amantes!
—¿Quiénes son amantes?
Y como si la hubiera llamado con el pensamiento, la mejor cura para mis pesares aparece vestida como una princesa de cuento de hadas, mi mujer luce hermosa y seductora, me sonríe con ese gesto enamorado que me encanta apreciar en su rostro de ángel, mis piernas se mueven por sí solas y corren a su encuentro, sujeto su cintura y elevo su cuerpo en el aire para besarla con pasión.
—Nosotros, vida mía. Somos amantes por toda la eternidad... —vuelvo a besar a mi mujer dejándome dominar por el amor que me embarga entero, beso a mi amada hasta que siento un filoso pinchazo en el tobillo que me despierta del encantamiento—. ¡Ahh! ¡Madame Juno!
—Lo siento, patrón. Usted no se fijó que yo seguía ajustando el vestido de su esposa, es que usted cambia tan rápido de esposa que me he vuelto un poco despistada... Oui, oui —reprimo mi enojo porque conozco el enfado de mi costurera, estuvo sometida a los caprichos de Katty durante varios días, y seguramente no fueron nada agradables.
—Pierda cuidado, madame... Por favor, continúe con sus labores. ¿Nos vamos, encanto? No pretendo llegar tarde al evento.
—Mi amor, no tiene corbata...
—Oh... Se suponía que Charles ataría mi prenda, pero surgió una visita inesperada...
Le hago entrega de mi corbata, la cual no hace juego con su vestido, me siento inquieto, algo me sabe mal, me remuevo impaciente mientras mi mujer me anuda correctamente y termina con mi vestuario.
—¿Sucede algo malo, mi amor? ¿Está muy apretado?
—Está perfecto. Te agradezco, eres lo mejor de mi existencia.
Beso a mi mujer y juntos salimos al encuentro de mi carruaje, esperamos pacientemente que el coche del matrimonio Bingley salga primero a la rupestre carretera del pueblo, y luego avanzamos nosotros a galope lento. Al llegar al flamante recinto decorado los guardias nos reciben como corresponde, nos guían hacia el sector principal donde se efectuará la ceremonia. Mi amada sujeta mi brazo y de esa manera elegante saludamos a los asistentes que tienen el agrado de reunirse, con elevado asombro me doy cuenta que hay mucho más gente que la que invitamos realmente.
—¿Fitzwilliam Darcy? ¿Es usted?
Una voz del pasado trae de golpe el arrollador dolor de mis heridas de mi primer amor, me tenso de inmediato y un pitido reemplaza la agradable música de la banda sonora en mis oídos. Es ella, y escucho sus tacones detrás de mí, es ella y no me siento preparado para enfrentar a ese demonio tan rápido. Giro sobre mis talones para darle cara al mismo diablo, y allí está ella, la dama pelirroja que me marcó a punta de azotes el alma...
—¿René...?
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