Capítulo 56:
—¿Ha caducado su diversión...? —Espeto mientras me sirvo otra copa de coñac fuerte, es necesario aplacar mi mal humor con el amargo sabor del licor.
—Aguarde, mi estimado William... —el caballero pelirrojo sentado frente a mí intenta espabilar sus pulmones contraídos debido a las carcajadas elevadas que se complace en dejar escapar de su garganta, y que para ser sincero, me están acabando la escasa paciencia, toma una bocanada de aire, retiene el oxígeno por breves minutos y su tez cambia de color, está reprimiendo la risa, finalmente se rinde y vuelve a reír a sus anchas—. ¡Es un gran disparate! Debo de confesar que es la mejor broma que le he escuchado pronunciar en nuestras tardes de bohemia, hermano de otra matriz... Hágame el favor, invoco a la seriedad de su merced. Dígame, ¿qué sucedió en realidad?
—Lo acabo de confesar... Lizzy me prohibió sucumbir al vicio de la carne con su hermana, y también con ella. Decidí aceptar su reto de amor, soy capaz de...—el estallido de carcajadas de mi interlocutor me vuelve a interrumpir, aprieto mis dientes para reprimir mi furia bien justificada y termino el contenido de mi copa de un solo trago—. Es suficiente, Charles.
—¡Ni cristo vuelto a nacer podrá cumplir ese milagro! ¿Usted sometido a la castidad? ¡A cupido se le caerá el pañal antes de que eso ocurra bajo la tierra! —Se mofa Charles bien suelto de huesos, mi rabia se eleva tanto que empujo con la punta de mi bota la pata de su silla para verlo caer, sin embargo el petulante caballero no silencia sus burlas, por el contrario, aumentan su fuerza—. ¡Señor Donatien acuda a exorcizar a su pupilo! ¡William ha perdido la cordura! El señor Darcy jura, jura que no tendrá intimidad durante semanas enteras... El olimpo debe estar ardiendo... La tumba de Tutankamón se abrirá primero antes que usted renuncie al placer femenino...
—En la tumba de Tutankamón yo mismo voy a sepultar su cadáver como usted prosiga con sus burlas descaradas, mi estimado señor Bingley —viéndolo retorcer en el suelo me acerco a su rostro para elevar mi bota encima de su cara y hago el ademán de pisarle la sonrisa socarrona.
—¡Lo siento! ¡Piedad! ¡Piedad para este pobre pollo cristiano! —Charles se cubre con ambos brazos, y de un salto se pone en pie, limpia su traje con torpeza, está bajo el influjo del alcohol y eso envalentona su actitud arrogante, vuelve a tomar asiento y yo imito su acción con cierto recelo—. Permítame presentar mis sinceras disculpas. Le conozco desde siempre, William, detalle que parece olvidar por completo. ¿Sufre de amnesia o se está postulando para ser un caballero infame?
—De cierto te digo, es verdad. Amo a Elizabeth, ya no podía soportar más su ausencia, sentir el amor tan cerca y a la vez lejano es una terrible condena, tenerla sin poseerla... La divina providencia me ha concedido un deseo que no tengo pensado desperdiciar, si a Lizzy le complace someterme a la tempestad yo asumo el reto, no cederé a los placeres de la carne hasta que mi mujer lo crea conveniente. Las heridas del corazón están hablando por ella, y sostengo la responsabilidad de dichas aristas ocasionadas, son mías, yo convengo —con la voz trémula confirmo las sospechas de Charles, el caballero se ha quedado con la quijada suelta y la copa tiembla entre sus dedos, comprendo su estado de consternación, ya que acabo de salir del propio.
—William... ¿No cree que resultará peor prometer algo que para usted resulta imposible de cumplir? Un espíritu repleto de glotonería perversa como el suyo es... ¿Cómo expresarlo correctamente? Uno puede alejar al diablo de las brasas del infierno, pero jamás apartar el infierno del diablo... Usted comprenderá, sátiro animal...
—¡Basta! No se atreva... —lanzo mi amenaza con firmeza al vislumbrar una sonrisa asomar en la comisura de sus labios—. Soporté las burlas de Katty en la alcoba que acabo de abandonar, y en la gratitud de nuestra hermandad también acepté las suyas. Estoy atrapado en una comedia barata, lo acepto, pero saldré airoso de esta contienda infernal. Yo sé que usted no cuenta con un cerebro dotado de sabiduría, pero le imploro que me ayude a mantenerme alejado de las tentaciones...
—¿Debo asumir que dichas tentaciones llevan mi nombre escrito, mi señor? —Los finos brazos de mi felina se deslizan por mi pecho hasta terminar por enlazarme el torso, ella está de pie detrás de mí, y su aliento caliente invade mi oído.
—Gatita... No me obligues a repetirlo. No soy un animal primitivo, le concederé el mérito a mi esposa, y esa esposa es Elizabeth —sujeto los brazos del mueble para tomar impulso y escapar, sin embargo mi gatita me retiene.
—¿A dónde va, demonio? Sube a la cama y deja de profesar falacias absurdas —Katty hace uso de su coquetería innata, pero me resisto.
—Le agradezco el ofrecimiento, pero debo rechazar su oferta —me levanto soberbio, corrijo mi traje y presento mis respetos—. Solo me apersoné a este recinto para liberarla del cautiverio que ordené, el amor aguarda por mi presencia. Con permiso.
—No puede irse, mi amor —Katty se aferra a mi cuerpo con fervor, y yo aparto a la dama con delicadeza para brindarle una mirada amenazante—. Todavía debe revisar el sector de los juegos del marqués, usted sabe, para cerciorarse que todo quede de su completo agrado y conveniencia. Todo en este lugar le pertenece a usted, mi señor, esta hembra por entero.
—De acuerdo...—avanzo mis pasos al jardín trasero, donde una caravana de trabajadores se esmeran en fijar los tablones de madera a la tierra con profundidad, mi felina se sujeta de mi brazo al caminar y yo me veo en la obligación de apartarla—. ¿Señorita Bingley...? Hágame el favor de comportarse acorde al cargo que ahora le corresponde o me veré obligado a enviarla de regreso a Pemberley.
—¡Esto es absurdo! Usted no puede dormir una sola noche sin gozar entre las piernas de una dama en celo, y esa dama soy yo.
—Katherine... Le guste o no voy a casarme con Elizabeth. No queda más por decir, limítese a sus funciones.
—Yo convengo... Por supuesto, mi señor —la dama pelirroja menea sus caderas hasta llegar al lugar del pecado, y cada vello de mi cuerpo se eriza, mi felina se ha encargado de ordenar instalar una feria de atracciones para los sátiros del mundo, mi instinto animal se retuerce de deleite cuando observo todos los andamios elevados para los juegos perversos de Donatien—. Este es el potro de los placeres, ¿usted conviene?
La visión que me regala la madera tallada, y los miles de usos que se forman en mi pensamiento me inquietan de una forma muy ardiente, carraspeo bastante incómodo, esto me está resultando una maldición perpetua. Quiero huir, salir, escapar lo más lejos del pecado que representa cada artilugio barnizado, conocer algo mejor, algo que supere mi vicio mortal, algo que no me haga ver como simple basura espacial... Algo, que destroce las marcas del pasado de un chasquido.
—Yo convengo. Usted es una dama diestra en la materia, Katherine. Confío plenamente en que se ha encargado de la manera más eficiente de todos los detalles para complacer al marqués, y su caravana de degenerados. Le agradezco su abnegada entrega, y dejo todo en sus manos creativas. Efectúe el pago correspondiente, con permiso...
—¡Aún faltan las cabañas! ¿Usted desea revisar los acabados interiores? —Mi serpiente suelta su veneno tentador, y yo me estremezco, es un golpe muy bajo para mi resistencia mental—. Tengo el vestuario de las odaliscas listos para su uso y deleite, mi señor.
—No es necesario. Le recuerdo que las cabañas que usted menciona con tanta pasión ya las he visitado antes hasta el amanecer, no queda nada más por mencionar. Con su permiso...
—¡Usted no puede vivir sin mis favores, William! ¡Termine este juego ridículo y vamos a la maldita cabaña a devorarnos como estamos acostumbrados!
—Me niego. No, gracias.
—¡Usted es un caballero muy testarudo!
—Enamorado, Katty... Usted está enojada y yo comprendo su sentir, pero es suficiente de teatros emocionales.
—Lo dejaré en paz por esta noche, vaya a vivir su mentira con su maldita pueblerina, y mañana, yo juro que mañana estará gozando entre mis piernas como usted está acostumbrado hacer hace décadas enteras. ¡Lo juro! Ahora vete, ¡vete con ella! Al fin y al cabo a la ilusa que usted ama no se le ocurrió una mejor manera de sepultarse viva por sí sola prohibiendo al viento que sople en otoño.
Giro sobre mis talones y me retiro de la discusión en silencio, decido hacerlo de esa forma porque también dudo de mi propio juicio. Sé lo que soy... Y si algo he aprendido de estos años disfrutando de la gula de la carne, es que soy capaz de amar genuinamente, de amar con locura de las primeras primaveras, como niño y su primer amor junto. Confío en el amor y en mi capacidad varonil de aferrarme a la mujer que quiero, soy capaz de querer aun con el corazón hecho escombros. Soy capaz de llorar, de sufrir, de ser feliz, de darlo todo por alguien, de confiar nuevamente... Sobre todo, de confiar, a pesar de que me destrozaron la última vez que me tomé el atrevimiento, cabalgando a todo golpe retorno a la casita donde se refugia el amor, bastante perturbado paso por la puerta de mi amada, quien seguramente ya está en los tibios brazos de Morfeo, mi infame contrincante, y la enorme tentación de abrir la puerta y asaltar su sensual figura se apodera de mis deseos. Me apena confesarlo, sujeto la perilla entre mis dedos con un anhelo ardiente, sin embargo desisto. Suelto un suspiro y me rindo nuevamente, subiendo los rechinantes escalones me decido a ocupar una alcoba en la segunda planta de la morada. Me dejo desfallecer encima del blando colchón con todo y las botas puestas, no cuento con las ganas y tampoco con la dama que suele quitarlas de mis pies. Resoplando con fastidio intento entrar en calor bajo las mantas, pero no encuentro el confort esperado. Y de esa espantosa manera la noche me visita en vela, no he logrado conciliar el sueño hasta que el cansancio se apodera de mí al amanecer.
—Querido mío... —escucho un lejano susurro entre sueños, y un ligero calor en mi ingle, somnoliento me remuevo, estoy aturdido—. Mi amor, es tiempo de despertar.
—Oh... Qué delicia...—me deleito en el vaivén de sus muslos sobre mi entrepierna, estoy acostumbrado a despertar de esta manera, hasta que de golpe la memoria se refresca trayendo lo acontecido en las últimas horas, asustado abro los ojos de golpe y descubro la sonrisa radiante de Katherine montada sobre mi cuerpo—. ¡Señorita Bingley!
—¡Maldita arpía! —La puerta de la alcoba se abre de improviso y mi dama amada se apresura en acercarse a nosotros, estoy completamente impactado por las dos mujeres que me acompañan—. ¡Estás en mi lugar, zorra!
—¡Lizzy! —Me levanto de golpe viendo incrédulo como Elizabeth sujeta de los cabellos a mi felina para expulsarla de la alcoba, los gritos de la pelirroja son exagerados y no ayudan con mi aturdimiento matutino, que la divina providencia llegue a mi rescate, intento detener a mi mujer pero ya es tarde, ella azota la puerta y me enfrenta de inmediato, como un condenado elevo ambas manos para demostrar inocencia—. Yo no hice nada, desperté y la dama estaba encima de mi cuerpo. ¡Dios es testigo!
Los ojos oscuros del amor se encienden y de prisa camina hasta llegar a mi encuentro, cierro los ojos esperando lo peor, una bofetada, un golpe en la cabeza o quizá en mis partes nobles.
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