Capítulo 55:

No tengo la pretensión de quedar como un caballero petulante, cierto es que no permito acercarse a cualquiera a mi órbita, no cuento con la fluidez del léxico hipócrita aceptado en las tertulias vespertinas, y prefiero el sabio consejo del silencio. Son pocas las personas ajenas que se sientan en mi mesa para compartir un plato de alimento, los hermanos Bingley conocen mis pesares del corazón, a ellos les puedo confiar mis emociones, disfrutan de mis triunfos, me brindan soporte y yo les amparo. No cualquiera logra acceder a mi círculo, soy demasiado hermético con mi privacidad, la crueldad humana ha ejercido el papel de un buen maestro, prefiero expresarme siempre con cuidado, las amistades y la compañía se deben elegir siempre con lupa, no cualquiera conoce la lealtad. Y en este momento de incertidumbre amorosa esa cláusula de privacidad que yo mismo me he impuesto resulta ser una fatídica condena. ¿De qué manera se confiesa a una dama pudorosa algo que se encuentra al otro lado de la decencia?

—Señorita Elizabeth...—intento encontrar las palabras adecuadas que logren expresar mi sentir, sin embargo está resultando una compleja odisea, para mi fortuna mi fiel sirviente Antón acude a mi rescate—. Disculpa, quizá es importante. Adelante...

—Lamento interrumpir, señor Darcy. La señora repostera acaba de ingresar con el pastel de bodas, y aguarda su presencia para que usted apruebe su creación a pedido.

—Gracias, Antón —me dirijo al cofre donde guardo el dinero de cambio, sujeto una bolsita de monedas y giro para enfrentar a mi dama impaciente—. ¿Usted me haría el honor de acompañarme? Será una transacción rápida, y no deseo importunar sus sentimientos dejándola en soledad dentro de esta tétrica oficina.

—¿Se trata del pastel para la fiesta de compromiso de mi querida Jane? —Cuestiona entre curiosa y sorprendida.

—En efecto, lo es.

—En ese caso será un placer, quiero ver esa belleza cubierta de crema dulce —con elevada emoción descubro una sutil sonrisa formándose en sus labios rosados y mi corazón se acelera debido a la expectativa, camino al encuentro del amor y le ofrezco mi brazo para acudir juntos a la cita improvisada.

Cuando llegamos al saloncito principal el dulce diseño artesanal cubierto de azúcar resalta entre la decoración de la morada, los ojos de mi amada brillan como una noche estrellada, y la dama responsable del estallido de felicidad que vislumbro en el amor se encuentra de pie cerca del pastel con un semblante de orgullo absoluto. Es justo como la flamante novia lo había ordenado, bien merecido ha quedado su pago.

—Señora Chambers, agradezco la puntualidad que se complace en demostrar. Por favor... —le ofrezco un lugar a la dama en el sofá para que tome asiento sin dejar de admirar el pastel, debo confesar que me provoca darle un mordisco, y no solo a la tentadora merienda dulce, también a mi amada que curiosa husmea por las flores que decoran el bizcocho—. Permítame presentarle a mi futura esposa, Elizabeth Darcy. ¿Amor mío? Ella es la repostera que por lo visto te ha dejado enajenada con este sabroso pastel...

—Es todo un encanto conocerle, señora Chambers. Gracias por elaborar tan fascinante pastel, jamás había visto uno tan grande, ni en todas las bodas de Meryton —saluda Lizzy.

—Fue un divino placer elaborarlo, soy amante de los retos culinarios. En lo personal representa una oportunidad de superar mis límites —le ofrezco la bolsa de monedas sonriendo ampliamente, estoy feliz con la entrega y no me apena demostrarlo generando un pago justo, la repostera abre disimuladamente la bolsa de monedas y su quijada se descuadra, no se lo esperaba—. ¿Ustedes también tienen planes nupciales...?

—Cierto es. Nuestra boda está próxima a acontecer —respondo con renovadas esperanzas.

—Usted va a tener que disculpar mi atrevimiento, señor Darcy. ¿Su boda acontecerá en este pueblo?

—Aquellos precisos detalles los debe confesar los labios de la dueña de mi corazón aquí presente, Elizabeth querida...

—Desde luego que la boda va a realizarse aquí, en mi apreciada tierra natal —Lizzy se acerca a nuestra reunión comercial, y yo aprovecho la cercanía para sujetar su cintura con firmeza y pegar su figura a mi cuerpo—. Muchas gracias, señora Chambers. Pierda cuidado, me gusta demasiado su trabajo, tenga por seguro que mi pastel de bodas será elaborado por sus manos ingeniosas —la dama repostera sonríe complacida, guarda las monedas bajo el morral de su falda, y para mi infortunio se marcha dejándome en las garras de una fiera—. ¿Y bien? ¿Continuamos con nuestra plática pendiente, señor Darcy?

—Oh... ¿No desea seguir revisando el pastel? Quizá haya algo que no concuerde con los refinados gustos de su querida hermana Jane...

—Existe algo que me interesa revisar con premura, señor Darcy. ¿Qué representa Katherine Bingley en su vida? —Lizzy lleva sus manos a la cintura adoptando una postura intimidante y tierna, reprimo mis ganas de sonreír preso del sublime encantamiento, y busco con la mirada una alternativa coherente.

—Usted debe disculpar mi carencia de lenguaje... Este asunto a tratar es relevante en complejidad y desaciertos morales y... Katherine Bingley es, cierto es que, la dama que usted menciona con elevada vehemencia es...—pagaría una fortuna por evitar este desastre, sin embargo la distracción del dulce me brinda una alternativa creativa—. ¡Igual que este pastel! Cierto es.

—¡¿Usted confiesa que Katherine Bingley se asemeja a este glorioso pastel!? —Lizzy reacciona evidentemente alterada a mi repentina confesión.

—Tal vez suene bastante descabellado lo que acabo de confesar, pero es la verdad. Mi verdad —sujeto la delicada mano de mi amada llevándola con sutileza muy cerca de la dulce tentación—. El primer nivel de este sabroso pastel representa el eficiente desempeño comercial que cumple la señorita Bingley en mis diversos negocios, la dama en cuestión se ha convertido en un elemento fundamental en la mayoría de mis pactos económicos, su guía me resulta de gran aporte y sabiduría. Katherine cuenta con mi absoluta confianza para representarme en reuniones de carácter de urgencia, y me enorgullece recalcar que varios acuerdos de comercio han salido airosos gracias a su divina intervención.

—Le recuerdo que la señorita Bingley es una dama, señor Darcy. Aquellos cargos que usted le adjudica a su persona no son merecedores de una fémina, más bien de un caballero —refuta Lizzy expresando su descontento.

—En efecto, conozco la cláusula patriarcal de ese sector. Sin embargo, aquellas prohibiciones no se ejecutan en mis dominios, señorita Elizabeth. Yo no permito que el consejo me censure de aquella manera tan absurda —me inclino para dejar en paz la decoración del pastel y fijarme mejor en el rostro del amor, el cual está embargado de reprobación, capturo el aire denso y prosigo—. El siguiente nivel del pastel representa la estrecha relación familiar que he cultivado con la señorita Bingley. Soy consciente que en algún punto de nuestra historia aquellos lazos de afecto inocente se desviaron alojándose en la lujuria, pero soy sincero en expresar que al inicio yo consideraba a Katty una hermana más, en igualdad de aprecio y dones que mi querida Georgiana... En la medida del tiempo ella se ha ganado a pulso mi completa confianza, conoce mi historia a profundidad, no existe secreto que no haya sido revelado entre nosotros... Y como usted comprenderá, el tercer nivel de este pastel representa exactamente eso. Soy rico, Lizzy. Debido a mi cuna superior he cultivado una rutina repleta de atenciones un tanto exageradas desde mi infancia...

—¿Atenciones exageradas...? —La belleza que me acompaña eleva una ceja, y su mirada se intensifica—. ¿A qué se refiere usted con tal aseveración, señor Darcy?

—¿De qué manera le explico un ritual de engreimiento materno que no existe en su mundo, Lizzy? Mi familia cuenta con una inmensa riqueza, y... A un noble caballero como yo, siendo el primogénito de Pemberley... Siempre he sido tratado como un príncipe de la realeza. En honor a la verdad, me gusta, me resulta agradable recibir tales atenciones abnegadas más por costumbre que por capricho. Es lo que conozco, mi amor... Me apena confesarlo.

—¡¿A usted le agrada ser vestido al gusto y conveniencia como si se tratase de un títere hecho a pedido de la perniciosa señorita Bingley!?

—¡Sí! ¡Es correcto! Cierto es, Elizabeth. ¿Acaso desea que pida perdón por nacer en cuna de oro? ¡Por la divina providencia Elizabeth! Es lo que conozco, me visten, me asean, lavan mis dientes, me perfuman, lustran mis botas, me alimentan como un infante. Se escucha terriblemente ridículo para un noble caballero crecido en primaveras como yo, pero esta es mi forma de vivir. ¡Me formaron de esta manera meticulosamente dedicada!

—¡¿Y su degenerada manía de compartir los placeres de la carne con su supuesta hermana de infancia donde quedó, señor Darcy!? ¡Usted a gastado los pisos del pastel! ¡¿Donde piensa ubicar dicho disfrute inmoral que comparte con la fémina en cuestión!?

—Las cerezas... —susurro fatigado, esto va de mal en peor—. Aquello que a usted le preocupa es la cereza del pastel. ¿Qué más falta por compartir con Katherine? Esa dama está por todas partes, permanece a mi lado las veinticuatro horas del día, los favores que decide compartir conmigo es un mero añadido a todo el enorme vínculo que me ata a Katherine... ¿Usted no lo entiende? —Desesperado me acerco al pastel, un dulce que ya empecé a detestar, sostengo un par de cerezas entre mis dedos y las elevo ante su mirada acusadora procurando no arruinar el dulce—. En calidad de esposa usted puede exigirme que yo quite las cerezas del pastel, lo juro, una sola palabra suya bastará para renunciar al pecado. Sin embargo, eliminar las cerezas no servirá de nada, los demás niveles de complicidad seguirán existiendo. No puedo deshacerme de Katty como por arte de magia, es imposible.

—¡¿Por qué!? ¡Sencillamente despídela del cargo! ¡Financie una excursión de viaje a África! ¡Envié a su concubina lejos! Mande a la dama de regreso a la mansión de los Bingley, ellos están en esta morada, que se lleven a su perversa hija con ellos —cada palabra llena de desprecio que pronuncia Lizzy aumenta mi coraje, la impotencia me domina, acerco mis pasos al amor y sujeto sus hombros para liberarla de su estado alterado.

—¡No puedo! ¡Eso es imposible! ¡Yo compré a Katherine cuando era una niña! ¡El coronel me vendió a su hija! —Confieso irritado, las cartas han sido reveladas—. Ese es el real motivo de mi carencia de lazo nupcial en mis años anteriores... Ninguna dama que despertaba mi interés amoroso aceptó la presencia Katherine, y tampoco pienso obligarla a usted a ceder en asuntos que no son de su completo agrado. No podría, no a usted...

Me rindo, suelto al amor sintiendo una grave devastación en el pecho, es dolorosa pero soportable, he padecido antes, esta dolencia es conocida para mí. Elizabeth cae al suelo presa de un estado de perturbación, sus lágrimas caen por sus mejillas sonrojadas, y la culpa realiza su nefasto trabajo en mi mente. Me lamento, sí, no debí ceder al amor y marchitarlo de tal forma.

—Señor Darcy... —Lizzy gesticula con dificultad, sus sollozos son más fuertes que su voz.

—Pierda cuidado por mí, Elizabeth. No merezco sus favores. Conozco el discurso pudoroso que sigue después de esta confesión, no es la primera vez que someto mi vida privada a un juicio ajeno, por favor no se esfuerce en llenarse de excusas. Usted ya me ha rechazado antes, hágame el inmenso favor de ahorrarme tamaña humillación... —devuelvo las cerezas a su lugar, le ofrezco mi mano para que se levante y ella acepta mi gesto, al hacerlo queda muy cerca de mis labios y para ser sincero muero por besarla, pero me contengo, corrijo las mangas de su blusa y retiro un mechón rebelde de su cabello—. Mañana es el día que se efectuará el pago, el día que usted se librará de mí. Volveré a Pemberley en domingo, y dejaré a Antón unos días a su ordenes para que se encargue de conseguir todo lo que usted necesita para su buen vivir, Elizabeth. Una casa, ganado, un negocio, un oficio digno de una dama como usted, permítame ejercer mi derecho de brindarle amparo y protección, aún en la distancia. Y si usted alberga la esperanza de casarse algún día, permítame aconsejarle que se mude a las grandes ciudades, aquellos lugares donde encontrará a nobles caballeros que no les interesa la castidad de las damas, solo se fijan en la dote, y en eso, usted lo sabe, yo puedo contribuir con toda mi fortuna. Si es por el bien de su felicidad, yo haré lo que sea necesario por enmendar el daño.

Sujeto las calientes mejillas del amor, y acerco su rostro al mío para besar su frente fría. Me cuesta soltarla, me esfuerzo en separar las manos de su piel, realizo la reverencia de respeto y salgo al encuentro de mi caballo. Las personas que se quedan en el pasado sólo volverán si es que el destino así lo quiere, y serán de formas que ni uno mismo se lo imagina. La vida se encarga de colocarte en los lugares indicados siempre tarde o temprano, y el presente, si le das su tiempo, se vuelve mejor que el pasado. Eso espero. Reviso la montura de mi corcel y coloco un pie para tomar el impulso. Preciso marcharme a enfrentar al marqués.

—¡William! —La voz de Elizabeth me deja paralizado por breves minutos, aprieto mis ojos con fuerza creyendo que es una alucinación de mi corazón palpitante, suelto una risa irónica y giro para cerciorarme que solo es un anhelo demencial, sin embargo allí está ella, de pie bajo el umbral de la puerta gritando mi nombre, y camino hacia el amor como un sediento en el desierto que acaba de encontrar un oasis en el camino—. ¡Usted siempre se queja de mí! ¡Siempre, siempre recibo sus quejas! Yo no debería insistir en solucionarle la existencia a mis hermanas, sin embargo usted es el primero que se desvive para solucionar los problemas de los demás. ¿Quién es Donatien? ¿Y Phillip Edevane? ¿Qué haremos con ese par de caballeros perversos? ¿Y mi madre? ¿Qué piensa hacer con mi padre...?

—Lo que tú ordenes, mi señora —estrecho a Lizzy entre mis brazos, y la beso como tanto he querido hacerlo desde que regresé a la casita de veraneo en Netherfield—. ¿Por dónde desea comenzar?

—Quitándole las cerezas a su maldito pastel.

Oh, demonios. La cura fue peor que la enfermedad.

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