Capítulo 53:

Los pesares del corazón se acumulan en el esqueleto en silenciosas gotas de lágrimas que la piel absorbe cada noche que dedicas a soltar tu llanto, dicha agua consumida por el dolor no es para nada cristalina, por el contrario, es muy turbia y congelada, va formando insolente pequeños picos de hielo alrededor del corazón, y sangran cuando evocamos el recuerdo de aquel amor perdido. Yo soy débil ante el dolor del corazón, me apena confesarlo, y me aferro como un condenado al mejorado reemplazo optimista que ha logrado que el pasado y sus historias no lastimen demasiado mi mente. Abrazo con fervor a la misma melena rojiza encarnada en otra dama, me refugio en situaciones y lugares que tienden a repetirse porque están allí solamente para enseñarme algo, no para quedarse. Suspiro repleto de satisfacción por las pasiones gastadas, abro lentamente los párpados todavía ebrio de obscenidad, un eficaz sedante para los gritos del alma, la lujuria me apaga la voz, me nubla el entendimiento, me somete al silencio de la complacencia sexual, es muerte en vida.

—¿El cielo está claro...? —Muy asombrado debido a la iluminación de la acogedora carpa, observo risueño el cuerpo desnudo que está tendido a mi lado, ella tiene una pierna entrelazada a la mía, y su brazo sube y baja al ritmo de mi tórax—. ¿Qué hiciste, gatita mala?

—Te amo, William —esta dama pelirroja confiesa que me quiere, y yo le creo porque da rienda suelta a mis intensas pasiones, ella jura que me ama, y a ciegas creo en sus palabras porque abriga mi virilidad en su matriz incontables veces al año—. No arruines este nuevo nido de amor...

Esta dama pelirroja, tan idéntica a la anterior, no me aparta como se aparta uno de alguien que no quiere, se mantiene junto a mí, pegada a mis ansias que necesitan de su divina atención. Katherine dice que me quiere, y yo confiado deposito miles de secreciones sobre sus pliegues, ella jura que me ama y me deja la mente en blanco cuando su boca se apodera de mi virilidad hasta ver salpicar mi descendencia negada sobre su rostro. Soy un fantasma iracundo respirando a través de su lívido insaciable, ha dejado mi cuerpo convertido en un cadáver después de amarnos, un cadáver enamorado de la exquisita forma que ella se apodera de mi vigor. Soy un hombre de ojos tristes en la abstinencia de sus favores femeninos, un niño berrinchudo cuando no me alimenta de su lujuria desmedida, por no tener lo que deseo, lo que atesora entre las piernas.

—He quedado enredado otra vez en sus labios de serpiente... Soy un mapa que usted ha recorrido infinidad de veces, conoce el botín de memoria —reconocerlo duele, lo juro, me ocasiona una profunda tristeza pensar que lo más hermoso de las pasiones ya lo he vivido con otra dama, y llegar a pensar que he perdido el amor para siempre por tanto cansancio compartido en mis noches más calientes, o un azar del destino—. Falté a mi palabra de caballero y no la culpo, por el contrario, estoy agradecido. Le agradezco haberme mostrado lo débil que soy ante su feminidad.

—Le estoy ahorrando la pena, mi señor. Sus argumentos serán rechazados una vez más, desista de recibir otro rechazo de parte de esa pueblerina de cuna inferior a la suya —mi felina me frota la excitación ausente con su suave mano, su toque se asemeja a los pétalos de un rosa, acaricia suave, y luego se vuelve un violento fuego irremplazable, estoy cayendo nuevamente en el deber de la gula sexual—. Lo quiero dentro de mí...

—¡Oh, por todos los dioses...! —Sujeto su mano para frenar su hechizo, y sus ojos, filosas armas encendidas, me retan—. No amparo esperanza alguna sobre mi anterior lazo nupcial, puedo adivinarlo, sin embargo es justo y necesario que Lizzy se retire de esta guerra atroz con el alma liberada de incertidumbre. Ella merece conocer el drama detrás del oropel. Quiero escuchar ese rechazo pronosticado saliendo de los propios labios de la autora de mi sentencia.

De mala gana me aseo, si voy a ser abofeteado por Lizzy por lo menos quiero lucir presentable para el final de nuestra naciente historia de amor. Otra fémina más que se aleja por amparar prejuicios, estoy cansado de sermones morales, mi futuro presente no me agrada, y pagaría una fortuna por silenciar a aquellos que darán el consejo de la gratitud y la presencia ante nuestra ruptura matrimonial. No deseo la humillación pública para Elizabeth, evitaré que se enfrente a eso si ella me lo permite. Me calzo el traje maniobrando mis movimientos con un gato montés excitado enredado en la espalda, pero estoy vacío de locura y desenfreno—No te vayas, William. Quiero más de ti... —Katherine se interpone en mi camino, abre sus brazos frente a mí y me atrapa contra sus senos—. Lo pondré duro en un instante, yo siempre ordeño a mi señor con excelentes resultados.

Admiro a la dama hechicera y mi cuerpo, aún electrizado por el torbellino de los incontables orgasmos, se estremece ante su ofrecimiento. Mi felina se arrodilla lentamente, sostiene mi vida entre sus delgados dedos, y pasa su lengua por el orificio de mi cerebro entre las piernas. Yo quiero volver a ser feliz como esos días en los que todo era fácil, y mis favores fluían casi como un río, sin esfuerzo y hermoso. Días en los que la vida parecía tener mucho más sentido que hoy, mis días donde no gasté mis sentimientos en otro amor. Con firmeza sujeto sus hombros para apartarla de su dominio

—¡Basta! ¡Tu quieres más, más, siempre más...! ¡Me tienes muy...! ¡Me mantienes tan enfermo de ti! Soy un maldito degenerado por tu causa, ¡parad! ¡Realmente amo la manera que te pareces a ella, pero de ninguna manera voy a permitir que me convierta en un maldito marqués!—Fuera de mis cabales aparto su cuerpo de mí, y camino lejos de la carpa en dirección a la salida.

—¡William! ¡¿Qué más da, mi amor!? La estúpida pueblerina va a rechazarlo, faltó a la cita y se quedó conmigo —Katherine corre detrás de mí por lo extenso del jardín, no me doy el permiso de voltear a ver a medusa, no quiero quedar petrificado con sus ojos de serpiente, retiro sus manos de mis brazos que insisten en retenerme y continúo adelante—. Eres el príncipe de Pemberley, cariño. Un semental como usted debe ser saciado por una mujer como yo.

—Suenas igual a mamá, ¿esto quieres? —Giro sobre mis talones al llegar al salón principal, entonces la miro, es aquella melena roja que domina mi juicio y mi hombría, me lanzo a ella, sujeto su cintura y la monto sobre una mesa del comedor para acomodarme entre sus piernas húmedas—. ¡Soy su maldito perro, Bingley! ¿Esto quiere hacer de mí? Cuando usted quiere me excita, cuando se le antoja me enciende, y aunque no quiera siempre accedo a usted porque se parece a ella. ¡No logro comprender este extraño amor, Katherine! ¿En verdad no le importa?

—Me fascina —mi gatita se inclina a devorarme los labios y yo se los ofrezco, obediente esclavo de su magia femenina—. No se vaya, volvamos a la cama y hazme doler por detrás como solo mi señor sabe...

—¿Hijo mío...? —Aquella voz maldita me deja de piedra, reconozco ese tono mortal brotando de la garganta que añoro atravesar con mi espada—. ¿Fitzwilliam Darcy?

Mis latidos bombean fuertes dentro de mi pecho. "No..." Repito en mis pensamientos mientras me aparto de los labios de mi pelirroja. No puede ser posible tamaño infortunio.

—¡Padre! ¡Sí viniste!—Katherine se baja de la mesa y por su saludo se seca mi garganta, me duele voltear a verlo.

—Mon tresor... ¡Divinidad! Es para mí una enorme alegría encontrar a mis hijos en estos afanes de antaño, ustedes hermanos, continúan enlazados más allá del amor fraternal. ¡Maravilloso! ¿Cómo le está tratando el animal salvaje heredero de Pemberley? —La voz del marqués se transforma en dagas afiladas pinchando mi burbuja de serenidad.

—¡Yo no soy su hijo, Donatien! Jamás vuelva a blasfemar mi apellido de esa ridícula manera —tomo la valentía de enfrentar el regreso de su figura en mi órbita ocular, está más crecido en edad y canas de lo que recuerdo, y me sonríe burlón sosteniendo a mi hermana en sus brazos—. ¡Suelta a mi Katherine, canalla!

—¿Eh? Mon princes conoce la predilección que compartimos por las damas pelirrojas, cierto es. Fue una vuestra con la que yo me casé, tengo el orgullo de rememorar, diablillo acaparador.

—¡Escúcheme bien, rufián de pacotilla! Usted asesinó a mi madre, y...—me acerco al marqués para desafiarlo, pero justo en ese momento la caravana de admiradores hacen su ingreso triunfal, la turba de aduladores ha incrementado enormemente, mi quijada se descuadra de mi rostro.

—¡Mujeres! —Exclama el desvergonzado monstruo—. Las bellas féminas son la más sublime creación de dios, el favor de lo divino para llenar de matices preciosos la insulsa vida de nosotros, torpes bestias varoniles rendidas ante sus encantos. ¡Los dioses me favorecen con las visiones de años futuros cuando las mujeres gobernarán sobre esta tierra! —La caravana ríe ante los disparates del anciano demente, la lujuria desmedida le ha atrofiado la mente hace décadas—. Búrlense, mediocres mortales cegados de moral. Las damas gobernarán, tengo la certeza en el espíritu. ¡Ellas, dignas diosas convertidas en ángeles terrenales! Vestirán como un caballero, manejarán los hogares con destreza, van a liderar naciones completas. ¡Oh cruel Zeus que me obligó a nacer en estos tiempos tan absurdos! ¡Deseo encarnar en esos años futuros para ver a mis amadas mujeres vestidas de saco y corbata cabalgando como ninfas sensuales sobre caballos y nuevos inventos sobre ruedas... ¡Doy fe de mis delirios más profundos!

—Usted está completamente orate, Donatien Francois de Sade. Sus delirios futuristas nunca verán la luz de este mundo, cese de proclamar sandeces. ¿No escucha la burla de su caravana infernal?

—¿Usted le da importancia a las hormigas que aplasta a diario con sus botas, honorable señor Darcy? Hijo mío, yo no asesiné a tu adorable madre... Mi tesoro enfermó por obra divina, yo la amaba... —no puedo soportar su insolente discurso, sujeto la pechera de su gracioso traje real y lo aprisiono en mis puños mirando al grotesco caballero con asco desmedido.

—Usted se equivoca, criminal. Mi madre enfermó por causa de su báculo viril infectado de inmundicia... Con permiso, me retiro —suelto al culpable de mi más profundo dolor.

El dolor de la muerte de mi madre oscurece mi ánimo, pero de recuerdos solamente no se vive. He vivido de ellos y de ellos escribo poesía. Los poetas sabemos todo de recuerdos y si algo podemos revelar es que, aunque sea hermoso destilar tristeza en letras, es inhumano quedarse a vivir allí. Corrijo la montura de mi fino corcel soltando todo el malestar en un suspiro.

—¿Hermano mío?

—Preciso marcharme, Katherine. No quiero permanecer cerca de ese timador... —mi felina se acerca y posa su mano en mi hombro, suplicante.

—¿Usted me dejará con nuestro padre? —Cada palabra que permite salir de su boca me genera una rabia mortal—. ¿Sola y desprotegida en las garras de nuestro padre...?

—¡Jamás! —Suelto las riendas de mi vida, y sujeto el pecado convertido en mujer depredadora.

—Entonces vamos, brindemos por la salud de nuestro padre —feliz sostiene mi mano y me empuja para volver al interior del local, pero yo no me muevo—. ¿Qué ocurre?

—Súbete al maldito caballo, volvemos a casa ahora mismo.

—¡¿Qué!? ¡No! Me niego a ser testigo de otra humillación de parte de la estúpida pueblerina, ¡no voy! ¡Me quedo, y usted conmigo!

—¡Basta! Termina tu juego, ¡déjame alejarme de ti! —Fuera de mi razón, levanto a mi dama pelirroja sobre mis hombros y subo a la segunda planta del recinto, mi felina protesta a gritos pero me importa un pimiento—. ¡Antón! Dejo a mi gatita a tu cuidado, le prohibo salir de esta alcoba hasta que yo regrese.

—Como usted ordene, señor Darcy.

Corro escaleras abajo para evitar más obstáculos, los gritos de mi felina son elevados pero pronto los músicos ocultarán sus protestas, me monto en mi corcel y emprendo mi marcha al encuentro con la verdad. Mi verdad. 

Nota: Capítulo un poco largo, disculpen por lo extenso, intenté que entrara todo pero quedó así😁✨ Apareció el marqués 😌💅Gracias por leer.

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