Capítulo 52:

En una sociedad criminal donde abundan los verdugos castradores de la libertad de expresión obligan a volverse amante de la soledad, en varias ocasiones me siento prisionero de las secuelas de mi voluntario exilio; la abrumadora nostalgia que invade la mente. Por ese motivo me gusta compartir un pedazo de mi paraíso con ella; Katherine me llena el espíritu de orgullo, y viaja gracias a la sabiduría que le inculqué a la par de mi mundo mercantil. Al principio de los años de convivencia nuestros encuentros se limitaban a comer nuestro platillo favorito, y salir a caminar en los atardeceres por los jardines de Pemberley. Al transcurrir doce meses lunares la pequeña pelirroja que adquirí me permitió el privilegio de platicar cualquier cosa que me ocupe el pensamiento porque es mi confidente de infancia, estar en el sillón acurrucados juntos viendo pergaminos comerciales, platicar sobre los nuevos tratados de comercio durante la cena sin escucharla bostezar de aburrimiento como las otras damas, eso me complacía, soy capaz de expresarme con mi felina, me resulta asequible. Y cuando mi lazo amoroso con la maligna Renée caducó en un fatídico desenlace la presencia de mi pequeña pecosa se volvió de vital importancia, pasó a ser una pieza clave en mi despacho donde me asiste con destreza en la recepción de documentos, y después en el calor de mi lecho se apodera de mis bajas pasiones hasta quedarnos dormidos.

—Nuestro hermano es un reverendo zoquete —me burlo de mi buen amigo Charles, no consigo dejar de reír, la expresión de su rostro al encontrarme gozando sobre su hermana montados sobre la mesa de postres fue de antología, por suerte su cerebro de pollo hizo su loable trabajo y dejó a su rubia esperando afuera del recinto—. No encuentra remedio.

—Lo que usted declara es un terrible error, mi señor. Nuestro hermano encontró remedio a sus males, tomó a Jane anoche —confiesa muy campante mientras me invita a levantar el cuello para arreglar el nudo de mi corbata, con eficiencia ha terminado de vestir a su amo. La curiosidad gana a mis principios.

—¿En verdad ocurrió el prodigioso milagro...? ¿Charles es un varón a cabalidad?

—La tomó, cierto es. No por el lado que debería, perpetró su ruina por aquel lado que le gusta gozar y se ha convertido en su vicio mortal. Lo aprendió bien de usted, mi viril dios de las ardientes pasiones. No es el proceder que se supone, pero sirve para agendar la mancha de sangre ante la comadrona...

—¿Atacó la retaguardia...? —Asombrado le permito calzarme el saco correctamente.

—Cierto es —mi felina me obliga a girar el cuerpo para enfrentar su mirada clara, sus ojos brillantes me encuentran pizpiretos en una atmósfera de complicidad y plenitud sexual, me encuentro tan feliz y satisfecho que sonrío de dicha—. No pida más información, caballero infame. Usted se asemeja a una vieja cotilla de vecindario.

—¡Ahh por amor a Afrodita, gatita...! Es una crueldad femenina dejarme sumido en una intriga que me carcome, solo confiesa... ¡¿La dama en cuestión accedió sin queja?! —Me cuesta creerlo de una fémina que al parecer era muy cándida e ingenua.

—¿Usted esperaba algo menos favorable de una alumna mía? Jane está desarrollando su propia cola enfurruñada, prepárese para recibir a una digna cuñada en Pemberley —Kathy sella su declamación con un corto beso en mis labios, vuelvo a sonreír todavía atontado por la ambrosía sexual que acaba de obsequiarme, y salgo siendo guiado de su mano como un pobre infante caminando sobre nubes de algodón de complacencia y calma—. ¡Hermana de mis anhelos! Es grato verte degustando el pastel de tu boda. ¿Le gustó el sabor elegido por mi querido señor Darcy?

—Señorita Jane, permítame el honor de felicitarla —me inclino ante la rubia para presentar mis respetos—. Su cambio de guardarropa resultó favorable para el beneficio de su dicha marital, ¡enhorabuena! —Recibo un silencio incómodo de respuesta, Charles se muestra nervioso y su rubia demasiado sonriente, el matrimonio de reposteros parlotean en voz baja—. ¿Qué está sucediendo?

—Oh... Le agradezco el gesto y el obsequio, mi estimado cuñado. El sabor de la crema es de mi predilección, no esperaba otra elección menos favorable viniendo de un caballero lleno de sabiduría como usted...—se expresa la rubia de Charles.

—No preciso recibir alabanzas, señora Bingley. Lo entrego con mucho afecto fraternal por ambos, es un honor ser el padrino de bodas de mi hermano Charles. Permítame...

—Sin embargo...—Jane me interrumpe de la manera más descarada—. La cantidad de postres solicitada es diminuta, me he visto en la presurosa necesidad de ordenar más. A usted no le molesta, ¿verdad?

—¡¿Más!? —Elevo mi ceja calculando las vibraciones del ambiente, algo huele mal—. ¿Cuánto más?

—Tres veces más, cierto es —me desafía.

—¡Mi amor, es excesivo! No requerimos tantos postres, mi ninfa del mar... ¡Por favor hago un llamado a tu cordura! —Charles ruega mesura a su esposa, sin embargo la rubia no accede a su solicitud, está claro que me está enfrentando.

Pero... ¿Por qué...?

—¿Alimentaremos a un ejército militar el día de su compromiso nupcial? Señorita Jane, no comprendo su requerimiento, no asistirán demasiados invitados, será una ceremonia privada para gente privilegiada.

—Es mi capricho, señor Darcy. A mí me place alimentar a la comarca entera, incluso a los niños huérfanos de la calle, cierto es. Y no, no se equivoque, no siento remordimiento alguno al obligarlo a gastar una fortuna para satisfacer los caprichos fraternales de Charles. Si el pago de dichos eventos viene de las arcas del desgraciado caballero que condenó a mi querida hermana Elizabeth al más ruin de los sufrimientos, todavía es poco.

—¡¿Qué...!? —Sorprendido en demasía descubro a la rubia transformada en una fiera indomable, muerta y acribillada quedó la mansa yegua que sedujo con su candidez a mi buen amigo Charles.

Pobre pelirrojo, compró gato por liebre. Y si de gatos se trata, mi vista viaja a una velocidad impresionante hasta ubicar la sonrisa radiante de mi felina, orgullosa maestra admirando a su alumna aplicada, la rubia es su creación, reconozco esa sensación de superioridad al admirar tu obra magistral. Escucho los murmullos impertinentes de los espectadores de la escena familiar, y como buen padrino de bodas, me sumo al festejo de mi acompañante, deslizo mi brazo por su fina cintura para acercar a mi gata a mi cuerpo, y deposito un beso en su cálida mejilla donde hace escasos minutos derramé más que mi sudor. "Felicidades" me atrevo a susurrar en su oreja y ella me acaricia el muslo con ternura. Porque estoy seguro que aún existen personas leales, y Katherine Bingley es la compañía más leal que tengo a mi lado.

—¡Enhorabuena! Permítame felicitarla, señora Bingley —declaro y hasta la rubia se sorprende de mi proceder—. Este carácter valiente es el que se precisa desarrollar en nuestro círculo social para enfrentar a la horda primitiva aristócrata. Créame, mi estimada Jane, yo no soy su enemigo. Por el contrario, me considero un afanado admirador suyo, y de su sabia maestra. Cuando usted se traslade a vivir a la mansión que le corresponde como mujer casada tendrá al peor depredador bajo su propio tejado; el coronel que se ganó de padre político.

Soy amante de mi soledad, no me apena confesarlo. Y en los momentos en los que extraño la compañía de alguien real, mi felina se encarga de llenar ese vacío atroz. Sin embargo el amor, el amor es otra cosa y lo llevo impregnado en una fémina muy distinta a Katherine. Sé que las relaciones amorosas no son color de rosa, el amor no acontece como los libros de literatura fantástica, ocurren sucesos grises y difíciles entre los amantes, pero cuando de verdad se ama a otro ser y los dos ponen de su parte para sacar dicho idilio adelante, sí se puede disfrutar de grandiosos logros. Realizo el pago algo desalentado por las horas gastadas, me perturba que al salir de la pastelería haya pasado la hora de la segunda comida. Estoy empeorando los asuntos del corazón...

—Es tiempo de retornar...—ordeno y mi acompañante tira sutilmente de mi brazo para detener mi escape.

—¿Honorable señor Darcy? —Un par de caballeros me abordan a la salida, esto es muy extraño—. Permítame presentarme, yo soy Peter Walker y este caballero que me acompaña es el ilustre señor Harper. Somos inversionistas ganaderos, la señora Darcy nos contactó y estamos muy interesados en su propuesta de negocio.

—Le presento las debidas disculpas, mi querido señor Darcy. Ellos son los nobles caballeros que el eficiente señor Sallow consiguió para nuestro proyecto comercial lácteo, no pensé encontrarlos casualmente en este lugar. Oh, ustedes me van a tener que disculpar, caballeros. El señor Darcy tiene una urgente diligencia en este momento y...

—El placer es todo mío, señores —interrumpo el parloteo de mi felina—. Por favor, es preciso presentar acuerdos antes de sumarlos al proyecto. Si fueran tan amables de acompañarnos...

Me doy el permiso de ingerir varias copas de champán porque me gusta esta clase de tertulias, y no porque quiera olvidar mis deberes nupciales. La compañía es ligera, elegante, Jane se desenvuelve bien con los inversionistas, es gente rentable, honesta, y de gran aporte monetario. Este es mi mundo y mi línea de tratados. He logrado conciliar mis horas de sueño satisfactoriamente después de mucho tiempo, me gusta salir a cabalgar, comprar fábricas en bancarrota y someterlas a remodelación financiera, en estas reuniones mercantiles me siento más seguro de mí mismo, mi reconstrucción no sólo es interna, sino también física. Equilibramos fuerzas financieras y quedamos en una provechosa segunda cita con los inversionistas. Mi quijada se descuadra de mi rostro cuando al salir del restaurante ha caído la tarde, estoy en un grave predicamento.

—Es menester retornar, lo digo en serio. No más trucos, Katherine...—confieso fatigado.

—Solo uno más, por favor... —mi pelirroja aletea las pestañas simulando inocencia, y me conduce a mi brillante corcel, mi emoción se despierta de buena manera—. Dejemos a los tortolitos solos en el carruaje, conozco lo mucho que a mi señor le gusta cabalgar al atardecer.

Katherine sujeta la hebilla de mi cinturón y lo quita de su lugar, elevo una ceja extrañado y la dama me observa seductora, baja lentamente mi bragueta para invitarme a subir a mi caballo.

—¿Qué pretende, bruja...? —Sujeto el lomo de mi caballo, poso la suela de mi bota en el peldaño de la montura y de un fuerte impulso monto a mi fino corcel, miro a mi compañía quien está más alegre de lo habitual gracias al licor ingerido—. ¿No piensa subir? —La descarada dama me provoca, me ofrece su mano y yo la sujeto para verla treparse al enorme animal, una vez montada delante de mí, mira a los alrededores para subir la parte trasera de la falda de su vestido, mi virilidad queda en contacto directo con sus redondas y suaves nalgas, estoy maravillado por su forma atrevida de envolverme en su juego lujurioso—. ¡Oh... Traviesa... Nunca encuentras saciedad, ¿verdad?

—Jamás tendré suficiente de los favores de mi señor...—confiesa la desvergonzada, he quedado prisionero de sus provocaciones, comienzo a cabalgar lentamente disfrutando de los exquisitos roces que mi hombría recibe gracias al movimiento propio del caballo.

—Gatita... —me atrevo a soltar un impropio jadeo, me tiene embrujado en su tablero de ajedrez—. Inclínate hacia adelante y aprieta más, no pretendo bajarme de mi paraíso...

—Estamos por llegar, amor... —gime la descarada—. El propietario del salón de eventos donde se realizará la fiesta de compromiso aguarda su presencia, debemos cumplir con los pagos... —Estoy tan encantado con la cabalgata que me importa un pimiento si nos dirigimos al mismo infierno, prisionero voluntario de una excitación exquisita, y como si hubiera invocado mi ruina mi dama tira de las riendas para finalizar la marcha de mi corcel.

—¡No te detengas!

—Hemos llegado, mi señor...

—Quiero seguir en mi deleite, es imposible ingresar en estas condiciones —aprieto sus caderas acercando su trasero a mi erección para que mi felina perciba la seriedad de mi aflicción.

—Solicité colocar carpas privadas en el jardín para los juegos del marques, ¿usted desea visitar primero la nuestra?

—¡Sí! Y pronto —ordeno mandando al cuerno mi decoro, me ha vuelto loco. 

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