Capítulo 51:
El palpitar de mi corazón retumba en mi garganta, un sentimiento atroz invade mis venas, es igual que un hielo punzante que quiere reventar, me pierdo en los millones de pensamientos de fatales pronósticos nupciales. Frente a mí aguarda el amor, desesperado por escuchar mi descargo, y a mis espaldas tengo el deber tentando mis nervios con su molesto taconeo. Mi oscuro pasado lentamente posa sus delgados dedos sobre mi hombro tenso, y con disimulo los escabulle por debajo del cuello de mi pulcra camisa, su cálido roce me trae de regreso. Calibro mis ataduras en mi balanza mental, por un lado está la boda de Charles lo cual urge atender, la amenaza de su desalmado padre continúa latente, la tentadora muerte le está respirando en el cuello. En el otro talento de la balanza está mi idilio con Lizzy, el cual ella misma rechazó en varias ocasiones, sumado a la maligna presencia de Renée rondando por los alrededores...
¿Todavía seré vulnerable a su oscura maldición femenina?
He tomado a Katherine de reemplazo de la marquesa, es preciso mencionarlo. Formé de ella una eficiente y mejorada versión que me satisface en cantidades incalculables. Mi más esmerada creación. La lujuria compartida con mi dama acostumbrada está fresca, su embrujo sexual todavía recorre mi cuerpo gastado de tanto amar, respiro profundo trayendo a mi mente las deliciosas memorias de la noche anterior, y las pasadas, noches repletas de pasión en años anteriores. Todo es suyo y tiene su tinte rojo infernal. Mi felina ha deshecho poco a poco los escombros de mi pasado tormentoso, me siento más relajado gracias a su contacto conocido en mi cuello, más liberado por el vacío de esperma en mi organismo, ya no me somete el mal humor, no extraño a Renée-Pélagie. Los Bingley siempre estuvieron cerca para sostener mis pesares en mi voluntario exilio social, y hoy me toca responder, es mi deber salvaguardar la vida de mi hermano Charles.
—Señorita Elizabeth, comprendo el desmesurado dolor que está gobernando su ser. También he sido sometido a esa crueldad amorosa, y no es mi pretensión justificar mi falta —me pongo en pie para condenar a cupido a la horca, quizá para siempre—. Es preciso confesar que me he esmerado en la reconstrucción de mi corazón durante varias primaveras. Mis buenos amigos, los Bingley, sólo me están brindando amparo para sanar mis heridas. La señorita Katherine es la sal elegida para cicatrizar. Mis hermanos siempre me han protegido de la soledad, las personas que te quieren no lo dicen, lo demuestran.
—¿Protección declara sus profanos labios, señor Darcy...? ¡¿Amparo!? ¡¿Usted cataloga amparo fraternal al inmoral hecho de compartir calores indecentes con la dama a la que adjudicó el título de hermana!?
—Por lo visto sus prejuicios están apoderándose de su raciocinio, señorita Elizabeth. Usted no conoce lo que hay oculto detrás de este embrollo familiar, es muy injusto que me condene a una crítica tan contundente. ¡No conoce mi historia, lo que tuve que pasar, desconoce todo de mí!
—¡Vete, canalla! ¡Cesa de timar a mi noble corazón! ¡Usted no es una fábula, es un villano cruel de cuentos de terror! ¡Vete con tu hermana!
—¿Hermano mío...? Es tiempo, los proveedores aguardan por su presencia —mi pelirroja dispara el último ataque mortal de mi naciente historia de amor real, Lizzy eleva la vista para mirarnos a ambos con gran asombro y perturbación, y rompe en un llanto más fuerte.
—Lizzy... Le ruego que espere mi retorno para aclarar estas cuestiones del corazón. Nuestro amor, si es verdadero, no puede morir de esta manera. Le suplico que aguarde mi regreso de mi cita en la pastelería, prometo responder como corresponde a un noble caballero.
—¿Amor? Usted tiene la desvergüenza de manifestar tales palabras cuando está vestido al gusto de la dama que maneja sus manías sexuales... ¡Soy una revenda ingenua! —Lizzy se levanta y camina hasta la puerta de mi alcoba para abrir la puerta—. Señorita Katherine, hoy luce usted espléndida, ese vestido le queda de maravilla... Queda a juego con la corbata del monigote que se ganó por marido. ¡Felicidades, señora Katherine Darcy! Usted ganó, quédese con esa escoria de hombre al que, ingenuamente enamorada, creí que era un caballero.
Elizabeth Bennet me brinda una mirada repleta de repudio, sus ojos se han vuelto tormenta y me han dejado sin la capacidad de hablar. Me duele el pecho, me cuesta respirar en cada tramo que la puerta se cierra alejando el amor de mí. Y entonces caigo al suelo de rodillas bajo los escombros de mi esperanza de felicidad marital, mis anhelos de una familia ideal, y de formar mi propio paraíso de amor en Pemberley.
—Liz... Lizzy... Por favor vuelve... No me dejes solo —murmuro sometido a mi pena llevando mis manos para ocultar mi rostro quebrado, y mi llanto impropio de un varón crecido como yo, mi felina se inclina para sostenerme entre sus brazos y me aferró a su torso para mostrarme vulnerable—. ¿Qué es lo apropiado de decir ante este dolor, gatita? No cuento con los dones de expresarme elocuentemente como los demás. Siempre arruino las cosas y me quedo solo... Mi tía tiene razón al criticar, siempre alejo a las personas debido a mi silencio... ¡Siempre guardo silencio! No soy capaz de hablar apropiadamente...
—Calma, mi amor... Yo estoy aquí, no se atormente más, siempre estoy con usted, nunca lo dejaré solo... ¿Lo recuerda? Seré su gato sí no le gusta hablar... —mi felina frota su rostro con el mío y besa mi nariz pero yo no puedo dejar de temblar debido al dolor de la pérdida—. No hable conmigo si no le gusta hacerlo, usted es demasiado parco de palabras. Su gatita entiende sus deseos sin que usted tenga la necesidad de emitir sonido alguno, sólo ronroneos...
—Oh... Mi gatita rojiza... No es mi pretensión que Charles muera, él es mi hermano, debo salvar su vida. ¿Logras escucharme?
—Lo escucho, William. Mi señor tiene una voz melodiosa y varonil. Usted es bueno y piadoso, el mejor caballero de todos. Salvaste a su hermana fugitiva, financiamos el trabajo del nefasto señor Wickham, le conseguiste un espléndido marido a su hermana mayor, comprarás ganado para que sus padres sobrevivan holgadamente durante años, va a solventar una mejorada educación para sus dos hermanas menores. ¿Y te paga con este terrible desplante? El proceder de Elizabeth es limitado, al igual que su mentalidad pueblerina.
Las palabras de mi felina me brindan la valentía que requiero, me levanto con el alma ausente para cumplir con mi palabra de caballero a cabalidad, a paso lento llego a mi carruaje, inclino mi cabeza cuando el cochero pone el vehículo en marcha. Escucho lejano el estridente parloteo de mi compañía, ella habla pero no estoy a su lado, mi mente se quedó en mi ruptura con Lizzy. Cuando menos lo pienso, la esbelta anatomía que tengo a mi lado se monta encima de mi regazo y enreda sus finos brazos en mi cuello emitiendo un maullido tierno que me obliga a sonreír con desgano.
—Estoy bien, viviré... Siempre sobrevivo gracias a tu divina intervención...
—Usted debe reconocer que soy una gata bien portada, guardé silencio ante los improperios de la pueblerina. Esta vez yo no ocasioné su ruina, fue mi padre...—Kathy me besa muy feliz y seductora.
—Lo sé... Aborrezco al maldito coronel...—suspiro con una sensación de fatiga, y mi dama se empieza a restregar encima de mi bragueta—. Gatita... Ahora no preciso de consuelo.
—El dolor pasará, siempre sucede, usted es un caballero que se aburre rápido de las damas pudorosas... Confía en mí, cariño —el caballo sintoniza con el apuro que domina mis ansias, y pronto se detiene frente a una vieja casona—. ¡Está aquí! Vamos a ordenar el pastel de bodas de Charles, y el nuestro. ¿Podemos casarnos en esta comarca medieval? Es una buena manera de evitar la prensa escrita.
—Katherine... —advierto al bajar del coche—. Es de premura finiquitar este asunto a la brevedad para volver a nuestra morada, preciso arreglar mi lazo nupcial con Lizzy.
—Olvídalo. Aquella dama es tan limitada de mente como de comarca, jamás aceptará los parámetros sociales de la aristocracia. Apuesto más por Jane, resultó una buena alumna —ingresamos a la panadería artesanal y el olor a vainilla invade mi olfato, un amable matrimonio nos atiende, somos guiados a una habitación privada donde colocan una mesa repleta de postres, pequeños pastelitos con diferentes cremas—. ¡Perfecto! Yo le voy pasando los pastelitos para que usted haga la prueba correspondiente, y de esa manera decida el sabor de su elección. ¿Le parece correcto?
—Oh... Es un plan maravilloso... Sin embargo...—mi felina sujeta mi brazo para invitarme a sentarme en un cómodo y amplio sillón frente a la mesa—. ¿Por qué estamos solos...?
—En privado puedo servirlo como mi señor se merece...—Katherine se monta encima de mi regazo, eleva la falda de su vestido para comenzar a mecerse muy sugerente sobre mi virilidad dormida, atrapa un pastelillo con elegancia y unta la crema dulce sobre su escote—. Empiece a probarme.
—Oh... Gatita traviesa... No estoy de humor para nuestros juegos, dejemos esto por unos días... Por favor —intento apartarla de mí pero ella se aferra abrazando mi pecho—. Bingley, me dejaste seco anoche. No más.
—Es de vital importancia mantener a mi señor bien satisfecho, Renée de Sade se encuentra cerca del perímetro y es mi deber protegerlo de ese maldito demonio —mis músculos se tensan gracias a la advertencia de mi acompañante, había olvidado ese horrendo detalle—. Todavía no sabemos si usted sigue sujeto al embrujo de antaño de esa maligna mujer...
—No me apetece. Sólo quiero elegir un pastel, realizar el pago y volver a nuestra casa para buscar a Lizzy.
—No se engañe, yo soy su esposa. Se acabó el tiempo, me esmeré en remodelar el desastre en su corazón a mi gusto y conveniencia. Usted cuenta con una nueva oportunidad en el amor a mi lado —mi pelirroja saca un seno del escondite de su escote, embarra su rosado pezón de crema y me lo ofrece sonriendo con elevado descaro.
—Katherine. No, no me apetece —estiro mi mano para frenar a mi fiera sexual, y la desvergonzada unta crema en mis dedos para proceder a succionarlos con elevada lujuria mientras emite gemidos leves, estoy harto—. ¡Katherine, dije basta!
—Oh... Hermano... Querido hermano, tómame...
La voz de mi fiera en celo me deja preso de su juego letal, aquella enfermedad vuelve a despertar en mi interior, son las conocidas y afiladas garras arañando mi torso, mi garganta empieza a arder, la temperatura elevada hace hervir mi sangre obligándome a soltar un gruñido perverso, todo ese fuego se concentra a una velocidad impresionante en un solo punto vulnerable de mi anatomía; mi entrepierna. Mi erección está de acuerdo, y erguida aprieta mi prenda inferior. Aprisiono su trasero para que mi gata perciba lo que acaba de ocasionar en un noble caballero de mi cuna, la dureza que debe soportar hasta el hastío. Sujeto su seno que luce la crema batida, y me alimento de su seducción femenina succionado como un infante.
—¡Oh maldición...! Mi pequeña... Voy a necesitar probar más crema, mucha más crema sobre tu cuerpo desnudo...
Ansío morir en el goce de la carne para olvidar todo el dolor del corazón. Estoy enfermo y, como débil títere de mis bajas pasiones, me dejo absorber por el súcubo que compré por miles de libras al año.
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