Capítulo 5:
Un día en casa lejos de mi ser amado soy consumido por una curiosa batalla mental. Por un lado está ubicado mi buen amigo Charles, mi hermano, mi compañero de aventuras, aquel noble caballero quien a pulso se ha ganado mi más sincera amistad. Al otro extremo de la muralla se encuentra la familia Bennet, mi futuro suegro y una de sus hijas, el progenitor de la mujer que elegí para ser mi esposa. Casi enloquezco durante las horas matutinas entre estas paredes bien decoradas, no soporto estar más tiempo en este lugar sin ella.
¿Estas pasiones me convierten en un ser egoísta?
¿Qué es lo que procede en este dilema amoroso?
El espacio vacío duele, quema, arde en la boca del estómago, pero no es la soledad habitual la que me molesta, es estar solo sin ella. A pesar de amar mi libertad lo que más me angustia es la ausencia de Elizabeth, y el futuro de otra de sus revoltosas hermanas.
¿Cuál es mi deber real en esta contienda?
¿Cómo replantear mi rutina en su ausencia?
No pierdo el juicio porque tengo la certeza que la veré pronto, no es por arrogante o por presuntuoso que lo siento así, es porque esa firme certeza me mantiene fuerte, me mantiene cuerdo. La incertidumbre me carcome, todavía no recibo noticias sobre los preparativos nupciales de ninguna de las hermanas Bennet, y responsabilizo a la detestable madre por este horrendo silencio. Estoy seguro que si no contara con una gran fortuna yo no representaría el mejor partido para esa familia.
Elizabeth...
Todo el tiempo sólo pienso en ella, ¿cómo estará? ¿Sentirá mi ausencia con la misma intensidad? ¿Sentirá el mismo vacío sin mi presencia? ¿Su cuerpo le dolerá por la falta de mío? ¿Estará llorando en la oscuridad de su habitación? ¿Nuestra distancia le afectará tanto como a mí? Nos amamos profundamente, de eso estoy seguro. De lo que no lo estoy tanto es de mi paciencia, ¿con qué clase de bruja me voy a casar? Me tienta correr hacia su modesta morada y estrecharla entre mis brazos, para de esa manera hacerle entender que no pienso esperar mucho tiempo para nuestra boda.
Si yo puedo sentir su falta de esta manera, ¿Elizabeth está viviendo un infierno?
Me apoyo en la pared y me deslizo para sentarme en el cómodo sofá, oculto en el rincón más oscuro del despacho donde prefiero estar me dejo consumir en vida por los síntomas de esta fiebre mortal llamada amor. Inclino mi cabeza y cierro los ojos atrayendo sus recuerdos a mi memoria. No dormí bien, tuve el sueño agitado por culpa de terribles pesadillas, soñé que Elizabeth me rechazaba en el altar riéndose a carcajadas, y me desperté con el corazón acelerado, transpirado, con la impresión de que era real. Todavía puedo escuchar la risa burlona de Lizzy haciendo eco por toda la casa.
—¿William? ¿Qué hace aquí solo en la oscuridad? —Mi buen amigo Charles dio un salto de espanto al darse cuenta que estoy ocupando su despacho, luego de calmarse se acaricia el pecho evidentemente contrariado—. Llegó un sirviente y un cochero a buscarle, dicen venir directamente desde Pemberley por órdenes suyas.
—Es un obsequio para Lizzy...—respondo poniéndome en pie, acomodo mi traje y salgo al encuentro de la visita quienes me esperan en el salón principal—. Gracias por venir tan pronto, caballeros.
—Estoy a sus órdenes, señor Darcy —estrecho la mano de Antón, mi fiel sirviente, de manera cordial.
Después saludo al cochero que mandé a traer de casa, tan senil y poco agraciado como fuera posible, luego de presentar mis respetos me acerco al escritorio y escribo en una pequeña hoja de papel la dirección de mi futura esposa.
—Esta es la ubicación de la familia Bennet. La señorita Elizabeth es mi prometida y usted estará a su servicio. ¿Trajo los catálogos que encargué, Antón? —El cochero sale de la casa después de realizar su reverencia habitual, y Antón me entrega las preciadas revistas de joyería.
—Tal y como lo ordenó, señor Darcy. Mañana llegará la decoradora francesa junto al trío de modistas italianas de su preferencia, y el respetable señor Donovan —la quijada de Charles se abre tan grande que me creo capaz de ver las sobras de su desayuno.
—¿Algún recado de mi hermana? —Decido ignorar la evidente sorpresa de mi amigo Bingley con una buena evasiva.
—Le envió esta misiva junto a sus recuerdos —Antón me entrega la carta, y Charles sale de su estado de consternación para pararse junto a mi en el salón, sonriendo nervioso—. Con su permiso, señor Darcy.
—Es propio... —observo el sobre cerrado y lo guardo en el bolsillo justo cuando Bingley me mira acusante, más tarde leeré la carta en privado ahora debo buscar una buena evasiva—. ¿Dónde estuvo ayer, Charles? Se perdió el paseo a la precioso prado, amigo mío.
—Oh qué lamentable suceso, lo olvidé por completo y falté a mi palabra —Charles toma asiento bastante contrariado—. Debo presentarle mis disculpas a la señorita Bennet, ¡a la familia entera!
—Es propio pero no lo importante del caso. El asunto en cuestión, amigo mío, es otro muy distinto —llegó la hora de influir en este escabroso dilema nupcial, no pienso quedarme cruzado de brazos a esperar que la divina providencia haga algo al respecto.
—¿A qué se refiere, mi estimado amigo?
—Me tomaré el atrevimiento de expresarle mis deseos, Charles. Me complace la idea de que acontezca una boda doble en este pueblo, el casamiento de las hermanas Bennet con este par de distinguidos caballeros el mismo día y al mismo tiempo, ¿le molestaría compartir esa fecha tan especial conmigo, señor Bingley? —Los ojos claros de Charles se abren enormes, está encantado con la idea, lo sé por su expresión de extrema alegría. Me acabo de ganar a un buen aliado en esta guerra amorosa.
—¡Nada me haría más feliz, señor Darcy! ¡Sería espléndido! —Charles salta de su lugar para brindarme un cálido abrazo—. Usted cuenta con mi admiración total, William. Compartir esta fecha tan importante con un personaje sumamente influyente como usted sólo me llenaría de dicha y elogios.
—Me temo que la señorita Bennet no comparte esa idea, amigo mío. No está de acuerdo, y rehúsa arrebatarle a su querida hermana el protagonismo de dicho evento.
—¿Mí señorita Bennet expresó eso?
—No, mi estimado amigo. Mí señorita Bennet.
—¡Lamentable! ¡Completa y lamentable villanía femenina!
—Es preciso recurrir a la magia de su persuasión, señor Bingley.
—¿Qué propone, señor Darcy?
—Que usted, mi estimado caballero, platique con su señorita Bennet sobre el asunto en cuestión. Ese garbo tan galante con el que usted cuenta, ese amor que se profesan tan intenso, tan sincero... Seguramente su adorable rubia estará complacida si usted la convence de que es lo mejor para ambos. ¿Usted podría interceder por mí de esa manera, Charles?
—¡Cuente con ello! ¡Haré realidad nuestro anhelado sueño matrimonial, señor Darcy! —Charles me vuelve abrazar rebosante de felicidad y yo expulso el aire que estaba conteniendo. Por fortuna él está de acuerdo y no tendré que esperar más para desposar a mi amada Lizzy—. Le invito una copa, señor Darcy. ¡Por nuestra boda doble!
—Por nuestra doble boda, señor Bingley —sostengo mi sombrero y subimos a nuestros corceles, Charles quiere ir a una famosa taberna que le recomendaron mucho en el centro del pueblo—. Permítame decirle una advertencia, Charles. Su señorita Bennet no debe saber que fui yo quien propuso la idea, ¿se imagina la decepción que se llevaría? Mí señorita Bennet se enfadaría al enterarse que estuve intentando persuadirlo para cumplir mi anhelo nupcial.
—Pierda cuidado, mi estimado Darcy. Sé cómo conseguirlo, tenga confianza en mí. Jane adora a su hermana, nada le haría más feliz que la boda acontezca el mismo día, ¡se lo aseguro!
La famosa taberna en realidad es un burdel del pueblo, de aquellos ocultos y bien camuflados a la vista de las respetables damas casadas. Ese lugar exclusivo para caballeros donde se olvida la decencia, los escrúpulos, las buenas costumbres y el decoro. Una vez que pisas el umbral de dicho establecimiento renuncias a ser un señor respetable y te conviertes en un don nadie, un simple varón mortal preso de tus más bajos instintos. Todos se conocen pero nadie te saluda, lo que pasa entre estas cortinas brillantes se queda aquí, y jamás será contado en la sobremesa de una morada familiar.
Unas féminas con lencería provocativa bailan alegremente el can can en un estrado repleto de diamantina, elevando tanto sus piernas para dejar poco a la imaginación de los espectadores. De inmediato una mesera con escasa ropa y un escote muy sugerente nos guía a nuestra mesa en el lado preferencial del establecimiento, donde todos los caballeros de gran fortuna se sientan a admirar la puesta en escena. Todos en el pueblo saben quienes somos, y es por ello que en ese local nos atienden exageradamente bien, una costosa botella de champán del más decente que se pueda conseguir por estos lares es puesta en nuestra mesa de manera inmediata, bocadillos variados, dos copas de cristal, ceniceros brocados en plata, y tabaco al por mayor. Saben que tenemos dinero para derrochar como el rocío, pero ignoran que tengo la paciencia limitada por la ausencia de mi amada.
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