Capítulo 44:
En mis primeros años de vida mi abuelo solía decirme que a las damas no se le entrega todo tu amor y tampoco toda tu fortuna, cuando crecí en sabiduría y edad logré darme cuenta que aquel caballero no fue un buen esposo con mi abuela. Con el paso de mis vigorosas primaveras comprendí un distinto concepto sobre el amor; cuando un noble caballero ama de verdad a una mujer le entrega todo de sí mismo, otorga lo mejor que tiene para proteger a su amada, es un impulso innato, es un instinto salvaje, casi una condena a muerte. Y yo deseo entregar a Elizabeth Bennet lo mejor de mí, mis mejores besos, mis mejores años, mis mejores confesiones de amor, mis mejores cartas cargadas de tinta y sentimientos fervientes, mis mejores abrazos eternos. Quiero darle mi corazón a Lizzy, apresuro mis pasos para llegar a su encuentro a la brevedad, abro mis brazos con el corazón aliviado y palpitante de emoción, pasé días soportando su ausencia. No es justo, no debí cometer esas imprudencias, pero en la penumbra de esta insulsa pradera de una comarca deprimente Lizzy me observa con sus ojos carentes de su precioso brillo. ¿Acaso me dejó de amar? ¿Tan leve fue su sentir? Detengo la marcha a escasos pasos de mi amada, y respiro con dificultad, me siento avergonzado, quizá adelanté juicios en vano.
—Usted tendrá que disculparme, señorita Bennet —retrocedo un poco, mi pierna me pesa como plomo, un sudor frío se apodera de mi espina dorsal, respiro retrocediendo otro paso más—. ¿Usted se encuentra bien?
—¿Quién fue el emisario de mi desdicha...? —Murmura ella con las mejillas coloradas debido a la pena, se acaricia el brazo izquierdo lentamente con su mano derecha, está nerviosa y asustada—. Jane no estaba en casa cuando la señora Bennet me expulsó de mi morada de la manera más ruin que una madre puede perpetrar...
—Fue su padre —confieso intentando torpemente ocultar el temblor de mi cuerpo, siento su dolor—. Usted deberá disculpar a su progenitor, él se mostró muy angustiado por su bienestar. Lamento muchísimo lo que aconteció en su hogar, y me siento profundamente implicado en este desenlace fatal en su historia. Permítame tomar la responsabilidad de su condición, por favor se lo ruego, es mi deber como el noble caballero que soy.
—¿La responsabilidad en mi desenlace familiar, señor Darcy? —Su tono austero de voz me vuelve la piel de gallina, la conozco mejor de lo que ella imagina, tengo un pie en el precipicio y agacho la mirada esperando su estocada mortal—. Yo también soy responsable de lo acontecido en la privacidad de su alcoba vacacional, usted jamás me obligó a cometer actos indecentes en contra de mi voluntad. Debo confesar que perdí completamente la cordura al colocar mi corazón ante toda regla y formalidad de cortejo, en efecto reconozco que merezco y acepto el castigo de mamá, nunca será mi intención dañar a mis hermanas menores con mi manchada reputación.
—¿Manchada reputación profesa usted? Por favor no vuelva a repetir semejante atrocidad, ese título no concuerda con su valor —aprieto mis puños reprimiendo el coraje que me invade, no entiendo los motivos de sus aseveraciones—. Soy responsable de usted, Elizabeth. Por favor permítame protegerla como es debido.
—No —sentencia la condenada al exilio, y duele, duele de manera atroz—. Cancelé nuestro lazo matrimonial, no existe ninguna vía de protección bajo su apellido para mí... Yo...
—No existe vía con el señor Darcy, pero conmigo sí —mi estimado amigo Charles se pronuncia y yo me exalto cuando escucho su voz, por un momento había olvidado que contaba con su presencia—. Señorita Elizabeth tengo la fortuna de convertirme en su hermano mayor en pocos días, por lo tanto me corresponde acogerla bajo la protección de mi apellido. Mi noble apellido Bingley que su apreciada hermana Jane portará orgullosa muy pronto. ¿Acaso usted pretende rechazar las atenciones de su hermano político?
—De ninguna manera, señor Bingley. Yo no puedo perpetrar semejante desaire ante el apellido de mi querida Jane, muchas gracias. Usted no debería tomarse tantas molestias por mi causa, soy solo una mujer desvirtuada, estoy marcada de por vida, y tampoco es mi deseo mancillar su grandioso festejo de nupcias con mi presencia en la ceremonia.
—¡Mancillados quedarán aquellos que se atrevan a faltarle el respeto! ¡Por amor a Sócrates, Lizzy! ¡Cesa de endosar esos viles calificativos a su nombre! —No puedo soportarlo más, me lanzo a sujetar sus hombros para apelar a su razón y juicio, y zarandeo un poco su bella anatomía, estoy desesperado.
—¡Señor Darcy! Suélteme por favor.
—¡William, basta! —El grito de Charles me altera, siento muchas ganas de asesinarlo, pero me aguanto como es debido, el pelirrojo tiene la desfachatez de propinar golpecitos en mi espalda en forma de amenaza silenciosa—. Este asunto familiar a usted no le compete, mi estimado señor Darcy. Libere a la dama, y guarde silencio.
Respiro con dificultad para obligarme a soltar el cuerpo que más atesoro en la memoria, giro en mis talones y le regalo un mirada amenazante a mi buen amigo Charles, no sé qué clase de expresión tengo en este momento, pero el caballero frente a mí traga saliva con torpeza.
—Recuerda bien este preciso instante, porque pienso ahorrarte unos buenos años de vida —gruño entre dientes antes de retirarme, me cuesta sostener las cuerdas de mi caballo para entregarle a la mujer que amo—. Por favor, úsame de transporte...
—¿Qué...? —Las mejillas de mi dama se tiñen de un exquisito rosa—. ¿Usarlo yo? ¿A usted...?
—Oh... Perdone mi falta de expresión —un delicioso calor pasea por mi entrepierna, extraño las mieles de sus pasiones, debo confesarlo—. Señorita Elizabeth hágame el inmenso favor de montarse en mi corcel, y si lo cree conveniente también podría montarse sobre mí. Todo lo mío le pertenece a usted.
—Quieto, poeta del nuevo siglo, abochornas a la dama —comenta burlón mi buen amigo Charles, y por un breve instante quisiera desaparecerlo con un chasquido de mis dedos, él sostiene las riendas y verifica que la montura esté correctamente fija en el caballo—. Todo está correcto, al menos en este animal, el que no habla. Usted puede montarse con seguridad, señorita Elizabeth, en el caballo, es preciso mencionar.
—Gracias, señor Bingley —mi Lizzy intenta subirse en mi corcel pero duda, gira su precioso rostro para mirarme y mi corazón se desboca en un ritmo acelerado—. ¿Usted dónde irá montado, señor Darcy? Solo hay dos caballos.
En usted, me encantaría afirmar. Sin embargo, decido guardar silencio por prudencia, ¿ella está preocupada por mí? ¿Todavía tengo esperanza de recuperar su afecto?
—Le agradezco el gesto, señorita Bennet. Yo iré a pie, solo son unas cuantas yardas, mi eficiente Antón no tarda en llegar con el carruaje, pierda cuidado por lo demás.
En mi corazón revive las ansias de entregarle a Lizzy los obsequios matrimoniales que están a mi alcance, no deseo guardarme nada de mi fortuna para mí solo, quiero entregarle todo Pemberley a ella. Pero por alguna extraña razón la frialdad de su comportamiento conmigo durante todo el trayecto a la vía comercial me hace pensar que fallaré en mi cometido, ella tiene motivos suficientes para rechazar mis intenciones, y acontecerá porque no concebí la correcta manera de valorar a mi amada. Sin embargo cumpliré mi promesa de entregarle todo de mí aunque me rechace miles de veces, la vida se encargará de regresarme todo mi ahínco por partida doble. En silencio y alejado en la prudente medida observo con cautela a mi buen amigo Charles cambiar el trasporte de mi amada cuando encontramos mi carruaje en la carretera central de Meryton, él me entrega las dos riendas y a galope lento persigo el sincrónico andar del cochero al que más confianza guardo. Mi trote equino es tan melancólico y solitario que se asemeja a una marcha fúnebre, atesoro la idea que los nobles corazones son bienvenidos en lugares privilegiados, guardo la esperanza que el amor es el sentir más hermoso que existe en este basto universo, y que al final de mi batalla personal siempre quedará alguien esperando mi retorno de esta guerra civil llamada sociedad.
—Lizzy... ¿Alguna vez me amaste de verdad? —Tomo la valentía de adelantarme a abrir la puertecilla de mi coche y sus ojos se abren al descubrir mis brazos sedientos de sujetar su fina cintura, me atrevo a invocar nuestras buenas memorias románticas.
—Señor Darcy, ¿a qué razón usted le atribuye tales cuestionamientos? —mi amada se sonroja en demasía mientras la mantengo sujeta entre mis firmes manos hasta que sus pies tocan el suelo húmedo del jardín—. Perdóneme, yo...
—No tiene que responder ahora, no es mi pretensión incomodarla. En honor a la verdad, en el interior de esta morada está aconteciendo una cena muy importante para el enlace marital de mis hermanos a los que tanto aprecio, y es por ello que quiero pedirle un inmenso favor... Permítame la licencia de su bondadosa providencia, solo por esta noche, si alguna vez me amó, no me desmienta delante del coronel Bingley. Este es mi pedido sincero.
—¿Desmentir su palabra? ¿A qué se refiere, señor Darcy? ¿Qué clase de reunión está aconteciendo?
—Solo por esta noche, señorita Bennet. Y luego, si usted repudia mi presencia, no volveré a incomodarla con mis atenciones. Lo juro por mi honor.
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