Capítulo 42:

Las normas de etiqueta victoriana son algo complejas de entender, elevada gentileza que se demuestra durante la hora de compartir alimentos en la mesa, aburridas pláticas sin sentido para amenizar un ritual alimenticio que utilizan para cotillear sin ningún reparo, molestos susurros que se logran escuchar por más que se esfuerzan en ocultar. De pie junto al gran ventanal del salón aguardaba la concurrencia al cordero de sacrificio, Katherine Bingley permanece junto a mí, cómo es costumbre, Juno y sus musas abandonaron la puesta en escena gracias a la presencia del coronel y su esposa. Edevane prefirió, por supervivencia, ocultarse en el ático de la propiedad, y el coronel Bingley camina por el pasillo de la entrada impaciente, tiene sed de sangre, lo noto en sus facciones grotescas.

—Umm... ¿Está tardando demasiado...? ¿Usted asegura que está no es otra argucia de mi hijo para salvarle el pellejo a esa escoria inglesa que tiene para entretener sus mañas? —Consulta el coronel, mientras su refinada esposa aguarda pacientemente sentada en el confortable sofá.

—Le otorgo mi palabra, coronel Bingley. Charles contraerá nupcias con una bella dama de este pueblo, es una fémina encantadora, le gustará...—y justo cuando estoy buscando mayores adjetivos para alabar a la señorita Jane Bennet la flamante pareja ingresa a la casa de veraneo en Netherfield—. He aquí al futuro matrimonio Bingley, ¡bienvenidos, Charles y Jane!

—¡Madre...! —Mi buen amigo Charles corre a arrojarse a los brazos de su progenitora, y ella lo recibe con tal candor que resulta una escena sublime de apreciar, la dama besa a su hijo temblando de angustia, lo mira meticulosamente expresando su amor maternal, pero el condenado debe renunciar a la protección de infancia para enfrentarse al coronel—. Padre...—Se inclina ante el caballero que se quedó petrificado mirando a la visita—. Amados protectores de mi noble existencia... Es para mí un placer inmenso presentarles a la señorita Jane Bennet, mi querida prometida.

—Buenas noches, permítanme presentarles mi sincero respeto. Es un grato placer conocerle, coronel Bingley —la rubia de Charles se inclina en forma de saludo, y el coronel aborda a la dama sin ningún reparo.

—¡¿Fifí...!? —Exclama el coronel evidentemente perturbado por el parecido entre los amantes de Charles—. ¡¿Qué significa esto Charles!? ¿Me quieres ver la cara de idiota?

—¡Es una dama, papá! ¡Lo juro! ¡Mirad...! —Se defiende el condenado.

—Querido, deja que el niño te explique. Debe existir una explicación lógica para que nuestro niño se vea forzado a disfrazar a Edevane de esta manera tan femenina... —contribuye la madre, agobiada.

—¡Jane Bennet es una dama encantadora y amable, papá! ¡No te permitiré que la utilices para perpetrar el crimen que tanto anhelas! —Interviene Katherine, camina de prisa para proteger a la rubia que está paralizada en medio del salón sin entender nada de lo que ocurre, el cordero está servido para el festín.

—¡Usted cállese, inmunda mujerzuela! ¡Me repugna! —El coronel Bingley sostiene a su hija para apartarla de la invitada, arroja a la pelirroja al suelo, y yo me veo en la obligación de intervenir.

Camino a paso firme para colocarme delante de mi hermana política, quien permanece pálida como el papel, no entiende nada.

—¡Es suficiente, coronel Bingley! ¡Guardad la compostura! Doy fe que Jane Bennet es una dama respetable de esta comarca, usted puede revisar cuando le plazca...—apelo a las normas de conducta, y el coronel retrocede unos pasos empuñando su espada—. Si me lo permiten solicitaré la presencia de una comadrona de su mayor confianza, no hay nada oculto aquí. Le ruego que cese de amenazar a mis hermanos...

—Comadrona mis cojones, mi estimado señor Darcy. ¿Usted pretende contratar a otra pieza pagada con su dinero para que diga lo conveniente y salve a ese maldito joyero de porquería que insiste en proteger...? ¡Este asunto se esclarece ahora mismo! ¡Amanda! Hazte cargo...—ordena el coronel, y la esposa obedece, camina en dirección a la visita quien tiembla de espanto.

—Ven, querida niña... Acompáñame... Por aquí —Amanda Bingley conduce a una consternada Jane Bennet al interior del despacho, y yo aprovecho para solicitar la intervención de Juno como testigo en aquella nefasta revisión íntima.

—Mi estimado señor Darcy... Si aquella dama no es Fifí, ¿dónde está el joyero? Lo busqué por todo el condado...

—Usted busca a Phillip para darle muerte, debo suponer...

—La plaga se elimina de raíz, no existe otra alternativa en la guerra. Son estrategias de ataque —aprieto mis puños conteniendo mi indignación al escuchar la frialdad de sus palabras, camino en dirección al coronel para darle cara—. Usted, mi estimado dios de Pemberley, se ha convertido en un caballero muy dócil, blando, carente de coraje y honor... ¿Cuánto ha destrozado su orgullo esa misteriosa marquesa de Sade? ¿Realmente esa dama es tan buena en la cama como para convertir a un noble caballero como usted en esta comedia barata?

—¡No le permito tal licencia! —Sujeto el cuello de su uniforme militar, la paciencia se me agotó, estoy dispuesto a entablar la discusión que tanto espera el coronel pero los gritos de Jane me descolocan, y me ayudan a recuperar la compostura, perturbado suelto al caballero y doy un paso al costado—. Phillip Edevane no está aquí... Debió huir y refugiarse en el seno familiar... Quizá está...—los ruidos del interior del despacho me están preocupando sobremanera, busco a la pelirroja con la mirada—. ¿Señorita Bingley?

—Yo me encargo... Con su permiso...—Katherine obedece, advierto a Charles quien bebe una copa de coñac fuerte, y me acerco al bar junto a él.

—Mi estimado señor Bingley, ¿no tiene pensado intervenir en esta gresca familiar? La señorita Bennet... Si me permite la licencia, tal parece que la está pasando mal en el escrutinio de su progenitora...

—Se acostumbrará... Mi adorada Jane es una mansa yegua, mi estimado señor Darcy. Ella cederá —mi buen amigo Charles ingiere su licor de un solo sorbo, y se sirve otra copa de inmediato—. Por su bien, y el bien de todos los presentes, ella debe acostumbrarse a los protocolos de conducta... Es lo propio.

—Usted tiene razón, señor Bingley. La señorita Jane debe acostumbrarse... Pero a la idea de aceptar por marido a un caballero de carente valentía para enfrentar a sus padres por defenderla.

—Mi estimado William, ¿Dónde está la señorita Elizabeth? Debería estar aquí para consolar a su querida hermana mayor, ella defendería a Jane contra cualquiera, estoy seguro de ello —me ataca mi buen amigo Charles, y la simple mención de la dama me ocasiona una profunda nostalgia.

—Aquel es un golpe bajo, querido amigo... Muy bajo...

Las damas tardan, pero cuando la esperada puerta del despacho se abre Amanda Bingley sale con el rostro iluminado de emoción, se limpia las manos con un pañuelo y Juno sale detrás de ella con el rostro colorado.

—¡Es una dama...! ¡Oh querido! ¡Ella es una mujer muy bella! ¡Bendita sea la divina providencia! —Exclama la mujer entre sollozos corriendo a arrojarse a los brazos del coronel.

—Imposible... ¡He recibido un milagro de los dioses! ¡Cierto es! —El coronel abraza a su esposa depositando un beso en sus labios, y luego suelta a la dama para llegar a nuestro encuentro—. ¡Hijo mío, eres mi orgullo! ¡Mi heredero! ¡Papá está orgulloso, muchacho rebelde!

—¡Papá...! Basta... —Charles intenta escapar de los mimos de su padre, pero le resulta difícil debido a su delgadez y la musculatura del coronel—. No me beses... ¡Papá!

—¡Es debido celebrar mi fortuna! ¡Mi hijo se casa con una dama muy bonita! ¡Mi hijo se casa y me dará nietos! —El coronel suelta gritos de júbilo elevando a Charles por los aires como si se tratara de un muñeco de trapo—. ¿Dónde está ese perro? ¡Antón! ¡Abre la champaña francesa!

Los Bingley se sumergen en una celebración familiar improvisada, y Juno se queda quieta en la puerta del despacho mirando al suelo, está descolocada y preocupada. Aguardo la aparición de las otras damas haciendo uso de mi escasa paciencia, y entonces la rubia de Charles aparece, su maquillaje está corrido, su vestido está mal colocado y su peinado arruinado. Lágrimas caen sin control de sus ojos, camina algunos pasos lentamente, Jane parece estar en trance, y se deja caer a mis pies temblando como un can mojado.

—Esa mujer... Esa mujer, señor Darcy... Ella... —Jane Bennet se mira las manos, está al borde de un ataque de ansiedad, lo reconozco bien—. Ella me... Me tocó y me abrió las piernas... Me tocó... ¡Ella me tocó...!

Observo al cordero de sacrificio con un nudo en la garganta, me avergüenza sobremanera pertenecer a esta clase social opresora, me apena profundamente tanta crueldad al menos favorecido. Decido callar ante el fuerte llanto de Jane Bennet, y Katherine sale corriendo a consolar a su hermana política, se arroja al suelo junto a ella, y acaricia su rubia cabellera para transmitirle calma.

—La pesadilla acabó, preciosa... Tranquila... Ya pasó... Por favor no llores... El monstruo ya se fue... No te tocará más...—le consuela Katherine, abraza con fuerza a la rubia de Charles quien responde a su gesto aferrándose a su abrazo.

—¿Fue atroz? —Consulto a Juno quien llega a servirse una copa.

—Una completa masacre, mi señor... —responde mi fiel empleada—. Los Bingley terminarán matando a la muchacha... Y ella es tan cándida que me apena muchísimo... Me apena mucho.

—Señorita Bennet... —la rubia de Charles levanta la mirada, sus ojos carentes de aquella alegría vivaz me ocasionan una fuerte punzada de culpa en el pecho—. Bienvenida a la familia Bingley. Por favor permita que Juno corrija su vestuario, la cena aguarda. Con su permiso...


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