Capítulo 40:

El constante fluir de las horas recorre por mis venas cual sangre hiriente, palpitante, recordando en cada palpitar lo que me falta, lo que carezco y me pertenece. Un segundo extraviado en mis cavilaciones es un segundo más que muero de amor, aquel artilugio inventado por los poetas infieles para llenar de tormento nuestra insulsa existencia mortal carente de motivación. Sentimiento confuso que recorre mis pensamientos, aquel momento que juré odiar mi propia vida, aquel día que ella se marchó de mi lado. Y hoy, hoy me enerva perder mis segundos sin ella... 

¿Ser o no ser? ¿Qué mortal puede entender ese rito? Odio esto... 

Maldiciendo entre dientes mientras me calzo el saco que ella olvidó colocar sobre mi lecho, y salgo en dirección al despacho bien dispuesto a sumergirme en esa monotonía laboral mercantil que domino a la perfección, estoy listo para la contienda establecida, comenzar a despreciar el insidioso comportamiento de Katherine Bingley para acumular coraje, un coraje que en las horas nocturnas serán de mayor beneficio. Sin embargo al ingresar a la habitación señalada encuentro a mi felina muy coqueta junto al despreciable imitador amateur.

—¿Señor Sallow? ¿Usted está de visita otra vez? —La pelirroja de Charles me sonríe maliciosa sujetando provocativa la corbata del caballero intruso, suspiro de fastidio, desprecio sus torpes intentos de provocar celos en mí, y ocupo mi lugar en mi sillón detrás del escritorio—. Señorita Bingley.

—Honorable señor Darcy, ¿Cómo se encuentra esta gloriosa mañana? —Saluda el caballero que me importa un pimiento.

—Podría estar mejor...—suelto sin más recibiendo los documentos que me entrega la pelirroja.

—Aconteció algo bastante peculiar anoche... Veamos, escuché unos estruendos extraños muy fuertes saliendo de la puerta de su oscura alcoba, sin embargo, por lo que tengo entendido la futura señora Darcy lo abandonó en el mayor de los suplicios hace varios días, ¿cierto es?

—¿Qué es aquello que usted está queriendo insinuar, señor Sallow? —Me levanto bien dispuesto a comenzar la riña, sostengo la campanilla para advertir a mi fiel sirviente Antón pero la pelirroja sostiene mi mano frotando sus senos sugerente en mi brazo—. ¿Señorita Bingley?

—Guardad la calma, fiera salvaje. Edler solo intenta romper el frío témpano de hielo de su ceño fruncido, está comprado, enterado, y bien pagado por mí. ¿Realmente te creíste el cuento de que es joyero? ¿Contando con la ventajosa presencia de Edevane a tu completo servicio? Usted me subestima, cariño. Sallow es investigador privado —a punto de protestar Bingley me entrega un folio repleto de documentos muy interesantes, debo reconocerlo, la mujer está moviendo de una manera ágil las fichas del tablero, es audaz y muy inteligente—. El anciano Bennet es el progenitor de Philip, fue muy fácil recaudar todas las pruebas en este pueblo medieval...

—Que la divina providencia nos ampare... ¿Entonces el patriarca Bennet faltó a su esposa? —Admirado empiezo a leer todos los documentos entregados en mis indecentes manos.

—No del todo cierto, mi estimado señor Darcy. Usted preste atención, aconteció una excursión arqueológica muy importante en este pueblo hace más de veinte años, y el matrimonio Edevane se instaló en Meryton durante algunos meses, los suficientes para desatar la pasión desmedida de un romance ilícito repleto de pecados. Un sobrevalorado arqueólogo infértil inglés consumido en las excavaciones más aburridas y carentes de éxito de la historia otorgaron la licencia de una esposa consumida en el aburrimiento de un enlace matrimonial en ruinas...—se expresó elocuente el soberbio investigador, mis ojos están maravillados debido a su flamante desempeño, los dioses están jugando a nuestro favor.

—¡Por el fantasma de Sócrates...! Esto es maravilloso, señorita Bingley. Permítame elogiar su astucia, ¡felicidades!

—Estoy a su completo servicio, ilustre señor Darcy. Aún faltan horas para la visita del señor Bennet, es precioso que aliste toda la artillería pesada —la pelirroja me ofrece su mano y yo deposito un corto beso en el dorso, recibiendo una sonrisa encantadora como respuesta.

—Le agradezco inmensamente por tomarse la molestia de preparar el terreno, y de esa manera ahorrarme la fatiga. Muchas gracias, no la merezco, me apena confesarlo.

—Usted me lo agradecerá, señor Darcy. Sabe bien el correcto proceder de un noble caballero como usted.

Me quedo fascinado por la agradable antesala, conozco bien lo que la insidiosa dama está buscando, y créanme, no es amor de mi parte, de ser el caso lo oculta muy bien. Katherine busca un puesto en la hermética cámara de comercio de Londres. Dicho puesto está rotundamente prohibido para una dama, por más estudios superiores que la fémina presente en su repertorio, es un círculo exclusivamente de varones, y dudo mucho que esa costumbre cambie. Juntos, como es costumbre, elaboramos un nuevo plan de contingencia, los patriarcas Bingley no tardan en llegar y todo debe quedar impecable para librar esta batalla sangrienta contra la falta de decencia y moral. Me veo en la necesidad de tomar la segunda comida del día sumido en la planificación meticulosa, el detective se retira con una nueva misión bajo el brazo y la pelirroja me acomoda el traje para la cita establecida. Odio la imagen que me regala el espejo, aquel noble caballero sin expresión de júbilo o mirada chispeante de alegría, odio este cuerpo gastado de gozo y lujuria, y por sobre todo odio esta corbata que mi felina me eligió a juego con su precioso vestido confeccionado por la eficiente Juno. 

—Adelante... Señor Bennet, tome asiento por favor —le señalo la silla a ocupar, el caballero luce atribulado, me brinda una mirada acusadora y camina a paso lento hasta la silla indicada.

—Señor Darcy, supongo que conoce bien el motivo de mi visita —deslizando sus dedos por el cuero del respaldo suelta una sonrisa amarga—. ¿Qué hizo usted con mi adorada Lizzy?

El juego de la vida burlándose de mí rutinaria existencia una vez más, estoy ocupando el espacio de una pequeña habitación de despacho junto al señor Bennet nuevamente, pero en esta oportunidad los roles son completamente distintos, yo estoy detrás del escritorio, él está en mi territorio. Celebro mentalmente el cambio de escenario que me brindan los dioses, toda la ironía en su rostro ha desaparecido.

—Permítame corregir, señor Bennet. La pregunta ideal sería, ¿qué hizo usted con su familia? —Me tomo la libertad de ir directo al grano—. Permitir que su impertinente esposa maneje a su antojo a sus adoradas hijas para conseguir asegurar sus enlaces nupciales no deja una imagen  correcta de su nobleza, si me permite el atrevimiento de opinar. Su esposa incomodó los pudores de Elizabeth para obligarla a escapar del seno familiar, era fácil deducir que a quien acudiría primero sería a este, su adinerado prometido.

—Debo reconocer que Meredith tiene un temperamento un tanto... Invasivo. Pero jamás pensé que usted fuera capaz de cometer semejante infamia en contra de mi apellido —su respuesta mordaz me deja en claro que conoce los pormenores, eso me deja más tranquilo, no tengo que simular decencia.

—¿Tomar en prenda lo que me están ofreciendo en bandeja de plata? ¿A eso vuestra merced lo describe como una infamia? —Me defiendo.

—¡Señor Darcy! No le permito...

—Usted dejó salir a una jovencita imprudente a mitad de la noche para pernoctar bajo el techo de su adinerado prometido, señor Bennet —corto su discurso, carezco de humor para soportar los protocolos de gentileza—. Fue tal su cobardía que no se dignó acudir a rescatar a su propia hija confundida y atribulada gracias al pleito que mantuvo con su madre, solo por complacer los deseos codiciosos de su impertinente esposa. No soy un santo, señor Bennet, tampoco preciso aparentarlo.

—Se escucha nefasto contado desde otra perspectiva...—el señor Bennet se deja caer en la silla, se le nota fatigado, bastante angustiado—. Debía suceder de tal manera, señor Darcy. Mi Lizzy cuenta con un espíritu indescifrable, vuestro romance aconteció de una manera muy extraña, veloz, improvisada. Ella había rechazado al señor Collins a pesar que conocía perfectamente que aquella rebeldía nos dejaría sin tejado familiar. Meredith solo buscaba asegurar su matrimonio por todos los medios posibles...

—Alabo su sinceridad, señor Bennet. Cómo también admiro la astucia de su impertinente esposa, fue una jugada maestra.

—¿Qué se supone que debía hacer? ¿Negarme ante lo que estaba por acontecer? Lizzy lo echaría a perder a la brevedad, es ignorante, ingenua, carente de una formación que corresponde a una dama de la alta sociedad. Señor Darcy... Los caballeros como usted se aburren rápido. Estoy envejeciendo, no cuento con una dote beneficiosa para ninguna de mis hijas, ¿con quién las casaré en este pueblo lleno de ebrios y negligentes caballeros?

—Comprendo su egoísta proceder, señor Bennet. Pero todavía me queda una duda en el tintero...

—¿Cuál...?

—¿Por qué sacrificar a Elizabeth para salvar a las dos menores?

—Mis hijas menores están en plena formación, lo que reste por corregir es posible con la educación correcta. Sin embargo las mayores... Solo queda rezar a la divina providencia por sus pobres almas, ellas se formaron así, no queda mucho por cambiar en sus respectivos temperamentos.

Desearía que Lizzy no hubiera aparecido aquella noche en esta morada, que su padre llegara a llevarla a rastras de regreso y ponerla a buen recaudo. Como hubiese querido que apareciera una visita inesperada, una amiga, alguna amante. Como hubiese querido que la noche no hubiera estado llena de ansiedad, que la excitación y la curiosidad no hubiera ganado en mi lecho. Como quisiera no haber desabrochado su escote, ni hurgar bajo su falda, llevarla a mi habitación, romper sus medias, sus reglas, su intimidad. Suspiro reprimiendo un grito de frustración, no estuve tan mal, yo actué por impulso y me dejé llevar por mis pasiones, en cambio los padres de Lizzy la entregaron a la boca del lobo por codicia. Odio esto...

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