Capítulo 4:

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Y de repente... Entre los árboles surge un bulto azul que flota entre la fresca hierba del silencioso prado. La vegetación sólo me revela un ligero movimiento iluminado por los reflejos del astro rey, permitiéndome vislumbrar poco a poco los detalles de una preciosa mujer delgada y flexible que camina en dirección a mí, bastante avergonzada al descubrirse siendo observada por un noble caballero como yo.

—¿Me permite hacerle una pregunta, señor Darcy? —Elizabeth se queda suspendida al pie del mantel, mirándome con leve extrañeza.

—Usted me abandonaría en un suplicio absoluto si no le diera licencia, señorita Elizabeth —los nervios me ganan la batalla, la evidencia de mi crimen contra la moral ha quedado esparcido sobre la brillante tela y temo, a pesar de lo satisfactorio de aquel acto, que todo mi avance amoroso haya quedado en ruinas.

—¿Usted invitó a más personas para asistir a esta improvisada aventura natural? —Finalmente puedo respirar con soltura, mi amada no se muestra ofendida por mi atrevimiento.

—¿Usted se está burlando de su noble prometido, señorita Elizabeth? —Decido seguirle el juego irónico que me está mostrando, la mancha no se irá y mucho menos mi deseo por ella. 

—Desde luego que no, señor Darcy. De ser errada mi sospecha,  me atrevo a pensar que la exageración es parte de su repertorio de conquista. Usted trajo tanta comida como para alimentar a la comarca entera —Lizzy extiende su brazo de una manera hipnótica señalando el mantel de algodón dónde estoy recostado bebiendo una copa de champán francés.

Desde este ángulo aprecio mejor su anatomía. Su cabello castaño, vuelto más claro gracias a la luz, se dispersa sobre su espalda con ondas suaves y brillantes, y sus hombros desnudos. El contorno voluptuoso de su cuerpo revelado por el vestido azul entallado y escotado, seguido por una ancha falda, insinúa una sensualidad y confianza que sólo una mujer que se precia de ser amada, profundamente amada, puede tener.

—Usted me ordenó la importante misión de encargarme personalmente del almuerzo, señorita Elizabeth. Y en efecto, esto...—señalo toda la comida esparcida por el amplio mantel—, es lo que suelo almorzar fuera de casa. ¿La merienda no fue de su completo agrado?

—Me ha encantado cada uno de estos diversos manjares, señor Darcy. Incluyendo el suyo... —Lizzy camina alejándose un poco de mí, se inclina para sostener la canasta de mimbre y se vuelve a erguir. Si alguien pudiera contemplarla justo en este instante, ciertamente se quedaría hipnotizado así como el caballero que la está observando, no sólo por su figura femenina, sino también por su dulce andar—. ¿Usted quedó satisfecho, señor Darcy?

—De alimento, cierto es... Por otra parte, siento otra deliciosa hambruna al tener la dicha de poder admirarla, señorita Elizabeth —es como si Lizzy apenas tocara la arena, con un andar ligero y calmo que parece el porte de una princesa.

—¿Hambruna? —Una sonrisa aparece lentamente en sus labios perfectos, y se dirige hacia mí con cautela, toma asiento a mi lado y recoge todas las pequeñas viandas de comida colocándolas dentro de la cesta—. Me tomaré la libertad de atribuirle otra interesante característica más a su noble perfil, señor Darcy. Voraz.

¿Voraz...?

Voraz será la forma que me saciaré de su cuerpo cuando posea la oportunidad de someterla a mis perversos deseos, me complace la inteligencia innata de esta mujer, ha logrado darse cuenta de mis oscuras intenciones en un corto lapso de tiempo y ha decidido, con la sutileza burlesca que tanto la caracteriza, dejarlo en evidencia. 

—Aquello que me atribuye es la voracidad que usted provoca en mí, señorita Elizabeth —beso el dorso de su mano con cautela—. Permítame presentarle mis sinceras disculpas. Yo la amo demasiado, Elizabeth Bennet. Me resulta una verdadero suplicio controlar mis pasiones... Mil perdones...

—Señor Darcy... Para ser sincera escapé porque me vi presa de un miedo atroz, usted se estremeció de una manera tan inusual que yo... Pensé... Que fui la causante de aquel mal suyo...—Lizzy se remueve inquieta y se sonroja, mi tierna prometida se ha quedado con el deseo guardado celosamente en su intimidad.

—No existe nada más delicioso y preciado para mí, que ese raro estremecimiento que usted provoca en mí, Elizabeth —le propino un casto beso y luego otro en su fino cuello, ella tiembla ante mi contacto—. Pronto curaré aquella enfermedad que celosamente está guardando para mí, señorita Elizabeth. Lo prometo. 

Muy pronto...

Retorno a mi amada hacia su humilde morada, cuando ingresamos sus hermanas menores arremeten contra mí. La doncella que posee el cabello corto es la más parlanchina y tan impertinente como su progenitora.

—¿La boda será en Pemberley, señor Darcy? —Me consulta la muchacha dando brinquitos a mi alrededor.

—Los preparativos nupciales están a cargo de la bella y flamante novia, es a su hermana a quien usted debe presentarle sus dudas.

—¿Qué? ¡No! De ninguna manera el señor Bennet permitirá que eso ocurra, es su deber encargarse de todos los gastos y antesala de la boda, ¡no cometa perjurio, señor Darcy! —La impertinente madre salta cual fiera en celo en defensa de su hija.

—Guarda la compostura, mujer. A este viejo aún le quedan ahorros con los cuales honrar su apellido. ¿Nos acompaña para la cena, distinguido señor Darcy? —El señor Bennet intenta, una vez más, frenar la lengua viperina de su esposa.

—Si me permite aclarar semejante afrenta en contra de mi afecto; en ningún momento expresé que no me haría cargo de los gastos de mi propia boda. Como noble caballero es mi deber asistir en todo a mi futura esposa, dicha labor nunca la vería como una carga o molestia, por el contrario, es un inmenso placer para mí complacer a la señorita Elizabeth hasta en sus más mínimos caprichos. Su preciada hija solo decidirá los pormenores de dicho evento, al fin y al cabo es ella la protagonista de todo ese sacramento sagrado. El premio mayor lo obtendré yo al desposarla —la quijada del señor Bennet se descuadra, y los demás espectadores se han quedado perplejos.

—Papá, yo quiero un esposo como él...—murmura casi sin aliento la doncella parlanchina, y Elizabeth sonríe encantada.

—Será una boda sencilla y familiar, madre —mi amada comunica a sus familiares su decisión. 

—¡No, señorita! ¡De ninguna manera permitiré que cometa esa imprudencia! Será una boda por todo lo alto, tal y como usted lo merece —refuta la señora Bennet.

—¿Tendría la bondad de acompañarme a mi despacho, señor Darcy? Me temo que no podemos intervenir en pleitos de damas, sería un acto valiente pero suicida —mi futuro suegro se compadece de mi paciencia y me salva de esa aparatosa situación.

—Tiene usted toda la razón, distinguido señor Bennet —sigo los pasos del caballero, bien sabía que aún quedaban cosas en el tintero, una vez solos decido adelantarme al fusilamiento—. Permítame presentarle mis sinceras disculpas, señor Bennet. Soy consciente que no es propio mi proceder, incluso puede resultar molestas mis constantes visitas a su distinguida morada, la cuestión es... Lo que sucede es... Yo amo tanto a su hija que no... No puedo, para ser sincero me resulta un suplicio estar...

—Molesto estaría si usted no procediera de dicha manera, señor Darcy. También fui joven, conozco bien la batalla que usted está librando y lo compadezco. Mi Lizzy es una mujer... Ligeramente complicada.

—¿Ligera...? —El hombre me clavó su acusadora mirada azul y decido callarme.

—Conozco perfectamente a los nobles caballeros de su calaña, señor Darcy. Hombres de primer mundo vanagloriados en su riqueza, alabados por masas, elogiados por damas de alta alcurnia. Y entonces, un día de hartan de tanta opulencia y se les antoja comer un aperitivo más simple, más rústico, más pueblerino y se trazan la vil hazaña de cazar a una doncella de bajos recursos para divertirse... Lo cual no le resulta nada difícil con su elevada fortuna.

—Señor Bennet, con el debido respeto que usted se merece, yo no...

—¡Oh no, mi estimado Darcy! No me refería a su persona. Para su desgracia y fortuna mía usted está tan enamorado que ni siquiera lo puede controlar. Usted se encuentra tan sumido en sus pasiones que le está valiendo un cuerno los protocolos de ética y buena moral. Bien lo sé.

Este anciano debe ser un maldito hechicero, ¿qué pretende?

—Mi único afán es desposar a su hija y gastarme los días haciéndola feliz, ¿aquello representa algún delito para usted, señor Bennet? 

—Por supuesto que no. Es mi deber, como buen padre, procurar la dicha de mis hijas, ¡ambas hijas! Mi Lizzy tiene el temple necesario para enfrentar a cualquier persona por defender el amor que siente hacia usted, incluso lo demostró con su horrenda tía. Pero mi dócil Jane... Ella no... —el señor Bennet se deja caer en su silla, muy apesadumbrado—. Mi querida Jane será devorada viva en esa mansión y usted lo sabe, señor Darcy.

—¿Qué está insinuando, señor Bennet? Mi estimado señor Bingley es un caballero cabal, de noble sentimientos. Quizás esté pecando de desamorado pero, si usted me permite expresar mi apreciación...

—Usted tiene a su hermana la cual salvó de las garras del infeliz de Wickham, ¿lo recuerda? —Mi futuro suegro me interrumpe evidentemente enfadado—. Permítame usted a mí, señor Darcy, lanzar esta pregunta al aire. ¿Usted cedería la mano de su apreciada hermana para que su noble amigo Bingley la despose? ¿Lo haría usted? Son amigos íntimos, usted debe conocer los más oscuros secretos del apreciado señor Bingley.

—Yo...—un sudor frío recorre mi espina dorsal, trago saliva e intento recuperar el raciocinio—. ¿Qué pretende, señor Bennet? ¿Prohibir la boda que aceptó?

—De ninguna manera, mi amada esposa me aniquilará si llegase a enterarse, pero usted puede servirme de ayuda, claro está. Conoce bien el historial del señor Bingley y algo me dice que puede sacar varias cartas bajo la manga para que su amigo desista de casarse con mi hija. Se lo imploro encarecidamente, señor Darcy. Ayúdeme a impedir esa boda, por el bien de mi querida Jane.

—Usted me está sumiendo en un cruel dilema de afecto, señor Bennet... Solo una carta, es lo único que puedo hacer por usted. 

—Me quedo complacido, señor Darcy. Por su gran inteligencia y caballerosidad me atrevo a adivinar que aquella carta será letal. Muchas gracias. 

—Será un favor que me cobraré con creces...

—Me lo suponía. Más sabe el diablo por viejo que por diablo, mi estimado señor Darcy.


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