Capítulo 30:

El frío sudor cubre mi espalda trayendo una sensación espantosa, me encuentro atrapado entre la espada y la pared, cruel predicamento. Los obstáculos que se están presentando en mi reciente noviazgo me van a costar el prestigio y mi buen nombre. Frente a mí se sitúa el arma mortal del sensual cuerpo que le pertenece a la mujer que amo, una espada de doble filo que atravesó mi soberbio corazón sin tomarlo en cuenta, despacio y en silencio. Detrás de mí se ubica la chillona voz de una insignificante partera contratada por mi futura suegra, mujer que ahora tiene el futuro de mi cabeza en sus miserables manos.

—¡Señor Darcy! —Lizzy se retuerce debajo de mi cuerpo evidentemente alterada por la repentina visita, yo continúo atrapado en su interior, me siento como un ratón preso de la trampa letal, debo confesar que el queso estuvo exquisito, y que me costará renunciar al abrigo húmedo de este paraíso terrenal—. William... Dios santísimo... ¡Mi padre perecerá por la vergüenza...!

Normas de conducta, a veces quisiera tomarlas y arrojarlas lejos, pero sería muy estúpido de mi parte hacer un drama por una moral que no puedo cambiar, así que solo me retiro del interior de Elizabeth, y sonrío cuando acerco la manta para cubrir su desnudez. Con sus temblorosos dedos ella se aferra a la tela de hilos gruesos, y voltea como si recordara que aquella mujer impertinente existe, y se inclina hacia mí para besarme, el beso más nostálgico y agradable que jamás me dieron... De sus labios el aroma a desenfreno gastado y otras sustancias, no está tan mal, es soportable, incluso agradable.

—¿La señora Bennet llegó de visita junto a usted? —Tomo la toalla del piso y me cubro con la felpa de color blanco lo que alcanza taparme la tela.

—No, señor Darcy. Solo me ordenó recoger la sábana con la prueba de pu... Pureza... De su distinguida prometida... —aquella pausa dramática me desagrada sobremanera, pero debo optar por el tedioso camino de la paciencia. Enseguida consigo darme cuenta que Lizzy escondió más que su pudor bajo las mantas.

—Sábana... Veamos, yo convengo... Si usted fuera tan amable de hacerme el favor de abrir el tercer cajón de aquella cómoda... —señalo el mueble de estilo virreinal y la mujer muy obediente, hace caso.

—Señor Darcy... Aquí no hay ninguna sábana...

—Hágame el favor de alcanzarme el cofre que está guardado en ese lugar, y tome una sábana limpia del armario de aquella esquina —la comadrona vuelve a obedecer mi orden, algo dudosa esta vez me entrega el cofre y abre el armario haciendo exactamente lo que le pedí, retiro una reluciente moneda de oro y se la ofrezco con elevada sorna—. Gracias, estimada señora. Por favor hágale entrega de la sábana que solicitó la señora Bennet, y procure mantenerla confiada. Mi esposa y yo vamos a necesitar mucha privacidad en estos días. Distrae a mi respetable suegra, por favor.

—Mi estimado señor Darcy... —le entrego otra moneda de oro, y la avara mujer me sonríe con complicidad—. Es un verdadero placer estar a su servicio, con su permiso. No los interrumpo más, que pasen un buen día.

Es bueno tener una persona de confianza en tu batallón, porque esta guerra recién empieza y yo acabo de ganar mi segunda batalla. Aquella mujer demostró que es más que una empleada, muy astuta, me vendió su lealtad junto a su confiabilidad por un par de monedas de oro, un comportamiento típico en la gente pueblerina. Siempre quise tener una vida social en una relación verdadera, de complicidad y compañerismo. Quiero que Elizabeth goce de amigas, mujeres de alta sociedad con quienes pueda conversar y compartir sus sueños, compartir su vida con afecto y respeto. Tal vez la distancia de este pueblo y la falta de convivencia generó el alejamiento y su refugio en los sagrados textos. En el fondo, entiendo que es una cuestión de afinidad, nosotros tenemos personalidades muy diferentes. Incluso si no hubiéramos tenido tantos problemas antes del noviazgo, y aunque no quisiera casarme todavía, sé que nunca seríamos buenos amigos sin este lazo sagrado.

Giro donde está Lizzy, aún permanece absorta por el desenlace tan afortunado que tuvo este percance con la comadrona, y su mirada refleja tantas promesas que se ruboriza, pero no desvía sus ojos de los míos. Quiere que disfrute lo que sus brillantes ojos me transmiten... Mirándonos por unos largos segundos, intercambiamos una misma sonrisa. Cuando me convenzo de que ella está calmada por completo me acomodo de encima de Lizzy y me deslizo colocando su cabeza sobre mi pecho, que sube y desciende a un ritmo veloz.

—La amo tanto, señora Darcy... —le susurro todavía sin aire—. Estás cada vez mejor. ¡Eres maravillosa! —Levanto su rostro y le propino un beso suave en los labios.

—¡Y tú eres muy atrevido...! —Dice ella como si me estuviera regañando—. Usted no debió exponerse de esa manera, señor Darcy. Aquella mujer admiró su desnudez sin ningún reparo...

Me río al entender a lo que se refiere y ella no resiste y se ríe conmigo. Abrazándola cariñosamente todavía riendo y después me muevo por encima de ella, para encontrar sus brillantes ojos oscuros. Ella se ruboriza más todavía sin dejar de observarme.

—Encanto, tengo a mi servicio a cientos de empleados que me admiran desnudo a diario en Pemberley... —Lizzy refunfuña algo incomprensible intentando escaparse de mi pecho, pero yo la retengo entre mis brazos. Frunzo el ceño y entrecierro los ojos, el corazón se me acelera bajo las manos de ella—. ¿Acaso son celos?

—Me temo que sí, señor Darcy... —confiesa ella, escondiendo su rostro en mi pecho.

—¿Y cómo te sientes respecto a eso...? —Sondeo entre curioso y preocupado.

—Extrañamente feliz... Jamás imaginé que albergaría en mi corazón tanto temor de perderle, señor Darcy —ella me brinda una sonrisa de felicidad y el brillo que surge en su semblante no deja duda.

Sonrío desbordando de felicidad y le abrazo más fuerte, beso sus labios con tanto cariño y entrega que siento sus lágrimas humedeciendo sus ojos.

—Quiero que me atiendas solamente cuando eso ocasione esa sonrisa en tu rostro, Elizabeth. Mi felicidad está ligada a la tuya también.

—Lo mismo sucede conmigo, mi amor —me responde tiernamente. Me quedo suspendido en el tiempo abrazado a su cuerpo, con Lizzy recostada en mi hombro. Ella acaricia mi pecho, totalmente relajada y satisfecha. Yo me siento igual al acariciar su perfumado cabello que está despeinado.

—Casi es tiempo de tomar la primera comida, preciosa. Debemos vestirnos... —pero Morfeo me acaba de arrebatar a mi mujer, con delicadeza me retiro y acomodo su cabeza sobre la almohada en reemplazo de mi cuerpo, tomo un baño de tina caliente y correctamente vestido me apersono hacia el comedor donde un caballero joven está ocupando un asiento de invitados—. Buen día, ¿señor...?

—Sallow. Adler Sallow a su completo servicio —el joven caballero se levanta de su silla para presentarme sus respetos—. Es un placer conocerle al fin señor Darcy.

—¿Le conozco de algún lado, señor Sallow? —No recuerdo su rostro respingado de ningún sitio.

—Le conozco desde anoche, señor Darcy —responde Sallow, y un mal presentimiento estalla en mi interior.

—¿Anoche asegura usted, señor Sallow? Debe estar confundido, o en todo caso, haberlo soñado.

—Se equivoca, respetable señor Darcy. Yo no lo soñé. Por el contrario, no pude pegar un solo ojo durante toda la noche a causa suya, me encuentro en total desvelo —la intriga me carcome los nervios, y el caballero me muestra una sonrisa maliciosa—. "¡Oh señor Darcy! ¡Oh dios mío señor Darcy! ¡Señor Darcy! ¡Señor Darcy! ¡Así, señor Darcy!" Como comprenderá, cuando lo vi salir de aquella habitación fue fácil deducir quién era usted, señor Darcy...

Sallow acaba de realizar una mala imitación de los gemidos de Lizzy, y es cuando lo comprendo todo. Debe ser algún invitado de los Bingley, lo alojaron en la alcoba ubicada al lado de la mía, y fue cuando escuchó la sinfónica nocturna que me dispuse a realizar junto a mi amada. Mi rostro arde por la pena, y justo en este momento Charles hace su aparición triunfal en el comedor.

—¡Señor Bingley! —Clamo por ayuda.

—Mi estimado señor Darcy, un placer verlo bien puesto a esta hora de la mañana. ¿Descansó bien anoche? —Suelta el pelirrojo con elevada sorna, y el visitante ríe a carcajadas—. Permítame presentarle al joyero que me recomendó mi hermana, el señor Sallow. Lamento no haberle podido recibir anoche como vuestra merced se merece, Adler. Usted arribó a mi propiedad en un mal momento, espero que haya tenido un buen descanso.

—No lo dudo, ¿cierto, señor Sallow? —Corto cualquier oportunidad de sorna, y el caballero asiente en complicidad—. Por favor tomen asiento, en un momento sirven el desayuno.

—¡Buen día con todos los presentes! Ustedes me van a tener que disculpar, pero para una dama es más tedioso el arreglo matutino. ¡Y yo debo vestir a todas las féminas de esta casa, pobre de mí! —Juno ingresa al comedor acompañada de sus musas—. ¿Dónde está la señora Darcy? Estuve solicitando audiencia, pero no me bendijo con su presencia.

—Elizabeth se encuentra algo indispuesta, pero promete acompañarnos para la comida del mediodía —las sonrisas de burla no se hacen esperar mientras los empleados nos sirven el tan esperado desayuno.

Comemos los manjares que nos prepararon este día, a la vez que Charles me cuenta sobre los acuerdos que se produjeron en la famosa reunión en la morada de los Bennet. Katherine aparece bastante más arreglada que de costumbre antes de ocupar su lugar en la mesa, lo único que me faltaba, ahora debo rendirle cuentas de mis actos a esa mujer. Después de saludar como corresponde, la pelirroja observa intrigada las dos sillas vacías en el comedor.

—¿Su flamante prometida no se dignará acompañarnos esta espléndida mañana, señor Darcy? —Pregunta evidentemente enojada conmigo.

Que la divina providencia acuda a llevarme lejos de aquí...

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