Capítulo 29:

La magia femenina es inexplicablemente avasallante, te atrapa, te envuelve y te desarma, y lo peor de todo es que no te das cuenta cual de todas sucede primero. Con la respiración todavía agitada sostengo dulcemente el cuerpo desnudo de mi mujer sobre el mío en las mismas condiciones, juntos uno sobre el otro disfrutando de los últimos espasmos del deleite lujurioso dentro de una tina vacía y manchada por la virtud perdida de mi futura esposa.

Y una vez más, con el aroma de su excitación embriagándome los sentidos, confirmo que yo quiero con Elizabeth Bennet lo que nunca quise con nadie más. Deseo pasar con esta mujer mis horas más frustradas, que me descubra en mis malos días y mis facetas horribles, y a pesar de ello decida no marcharse. Y viceversa, soportar su humor tan cambiante cuando padezca sus días malos, ayudarle a disminuir sus horribles cólicos, abrazarla fuerte cuando el mundo se derrumbe encima, entender su carácter desnivelado y seguir ahí en las noches que no pueda dormir. Con poemas, pasión y café se nos irá haciendo menos terribles las madrugadas. No quiero soltarla nunca más.

Quiero ser con Lizzy lo que no me nace ser con nadie más...

Con sumo pesar la suelto de mis brazos y la libero de mi carne agonizante. Ella se queja al sentirse vacía de mí, sopesa el dolor que aún debe sentir, y lentamente sale de la tina muy altiva como lo soberbia que es. Yo me siento destruido, intento ponerme en pie pero fallo en mi cometido y decido quedarme en mi lugar para recuperar mi temple. Lizzy se aproxima hacia la puerta, valiente intenta mantener el ritmo sincronizado de su andar pero le resulta difícil, siento los ojos de mi mujer fijos en mí, desde este ángulo no consigue notar su propia imagen desnuda y sensual reflejada en el espejo del cuarto de baño. Mi amada toma la toalla y se para frente a la bañera mientras vuelvo a intentar levantarme.

—Agárrate de mí... —se ofrece y extiende su brazo para que pueda apoyarme pero mi orgullo masculino, como el gran terco que es, me obliga a ignorar su pedido. Salgo rápido de la bañera y de inmediato me siento mareado, se apresura en sostenerme con cuidado. Coloca su brazo alrededor de mi cintura, con la toalla en la otra mano, y con esfuerzo me lleva hasta la pared donde me apoyo—. ¿William...? —Me mira ansiosa y queda abrazada a mí, me observa detenidamente de frente y nota que estoy mejor—. ¡Eres tan terco! Eso me asusta...

Mi mujer me regaña, pero yo estoy concentrado en el subir y bajar de sus senos.

—Fue un mareo pasajero, estoy bien. Es que quería tu abrazo... —susurro sonriendo de medio de lado, ahora buscando sus ojos oscuros. Elizabeth nota mi pene erecto junto a su vientre, y sus ojos revelan lo mismo. Ambos estamos ardiendo por las ganas de hacer el amor otra vez—. No voy a poder secarme solo. Ayúdame, encanto... —murmuro con una voz ronca sin desviar los ojos de los de ella, y acaricio sus cabellos con un suave toque.

—William... Estás muy débil... —gime mi dulce prometida con la respiración alterada.

—Cierto es... Pero quiero sentir tus manos suaves por favor... —solicito con la voz más sugerente.

Elizabeth lo desea tanto, igual que yo está muy excitada, lo puedo notar en su rostro. Todavía, aunque quisiera, no puedo. Acabamos de amarnos dentro de esta tina con una intensidad que nos llevó al descontrol, con unas ansias que nos hizo buscar todo del otro. De todos modos sé que, como siempre, mi mujer atenderá mi pedido. Me retiro un poco y Lizzy comienza a pasar la toalla por mis hombros que están mojados por las gotas que caen de mi cabello. Una gota de agua desciende por mi pecho, inconscientemente ella la seca con la punta de su lengua. Sorprendido por el arrebato de mi amada me lanzo a devorar su boca con sumo desespero, empujo su cuerpo hasta que la pared nos obliga a detenernos, invado su boca con mi lengua succionando el sabor a licor que aún conserva, es realmente embriagante. Estoy tan entregado al beso que tiemblo y me tambaleo, me alejo de golpe porque preciso sujetarme de la pared para mantenerme en pie, y mi mujer se exalta.

—William, me olvidé cuán débil estás... De donde estamos, y lo que acabamos de hacer... Me olvidé de todo...

—Yo también... —susurro abriendo los ojos atormentados. Lizzy se aparta y examina mi cuerpo, parece estar alterada. Su mirada no resiste y se desvía hacia mi pene rígido. Ella está húmeda y lista para mí, vuelve a mirarme, sus ojos me revelan eso—. Usted me va a tener que disculpar, señorita Elizabeth. Pero continuaré siendo un reverendo cretino en la cama...

Tomo impulso para levantar en brazos a mi mujer a pesar de la enorme fatiga que siento, Lizzy ríe encantada por causa de mi repentino arrebato y la saco alzada en mis brazos de la habitación de aseo, a grandes zancadas cruzamos la puerta y me dirijo hacia la cama perfectamente tendida. Quiero que Elizabeth Bennet se sienta la mujer más feliz y realizada al compartir sus días conmigo, que nuestro siguiente enlace sea especial, único, pleno. Ninguna mujer podrá ser más amada, me aseguraré que su corazón y su cuerpo tengan esa certeza luego de gozar. Acuesto el delicado cuerpo de mi mujer sobre el suave colchón, me inclino, tomo una almohada y la coloco en la cabecera de la cama. Lizzy se acomoda mejor, y queda completamente sobre la cama. Ella todavía se sacude con los espasmos de la risa. Todo el tiempo nos miramos con tanto amor y pasión que la tensión entre nosotros es palpable, yo jamás había estado tan erecto, tan rígido... Mi mujer me contempla, quizás preguntándose cómo es capaz de recibir todo mi pene dentro de ella. Elizabeth Bennet es fabulosa. Para mí, es la mujer más atractiva del mundo, su amor es sagrado.

Lo que percibí cuando la besé por primera vez se confirma justo en este momento; ¡Vivir el sueño es maravilloso! Pero un poco diferente a lo que suponía, porque es inmensamente mejor de lo que pensé. Ella me extiende la mano en una invitación... Un gesto que normalmente es común en mí. Tiro las almohadas lejos y me acomodo sobre ella, apoyando las manos en el colchón, cada una al lado de sus hombros. Me voy deslizando hasta quedar sobre su cuerpo, cara a cara, y la beso en los labios delicadamente. En el momento que mi pene se acomoda sobre su vulva, los dos abrimos más la boca gimiendo debido a la excitación violenta que nos alcanza a pesar que nos hemos amado, y profundizo el beso. Ella pasa sus manos por mi espalda hasta llegar cerca de mis glúteos y vuelve ascender sus caricias hasta mis hombros. Tenso los músculos, pero sin parar de besarla. Ella sigue con la caricia, solo que rasguñándome suavemente con las uñas. Libero sus labios de los míos y jadeo próximo a su oído.

—Tú haces el amor tan delicioso... —confieso como un secreto en su oído—. Nunca sentí nada igual.

—William... —sé que este modo atrevido de hablar la enciende, y froto sus pezones rígidos contra mi pecho desnudo.

Me controlo para no penetrar su vagina de inmediato a pesar de saber que ella está más que lista, me yergo un poco y comienzo a acariciar su vulva con mi pene. Subo y desciendo, sin embargo, de un modo que no toco su clítoris. Lizzy abre más las piernas y se balancea queriendo que la posea, exactamente como esperaba que lo hiciera. Decido no atender su silencioso pedido y continúo provocándola, desafiándola... Un suplicio para ambos. ¡Sí! Adoro la forma que ella tiene de recibir mi dureza, mi mujer es perfecta, pero aún queda una cosa que deseo cambiar. Sólo una cosa... Elizabeth no se da cuenta que está más excitada que antes, sin embargo no debe ser una sorpresa para ella, siento que Lizzy adora apretar mi pene dentro suyo al hacer el amor. Y mi hechicera lo quiere inmediatamente...

—Mi amor... —mi mujer me llama en un lamento.

—¿Sí...? —Pregunto de un modo insolente, si ella no estuviera tan excitada se burlaría.

—Por favor... —me pide elevando las caderas, yo la miro con el rostro muy cerca y tan alterado por el deseo que ella se estremece. Detengo mis movimientos indecentes, sin embargo el deseo solo aumenta.

—Tú siempre tan decidida a darme placer, haces lo que te pido sin dudar. ¡Amor mío dime lo que quieres! ¡Dime! —Le exijo con ímpetu.

—Yo lo quiero a usted, señor Darcy... —responde tímida.

—Y yo a ti, Elizabeth. Como jamás quise a alguien o a cualquier otra cosa en mi vida, ¡por eso es que preciso que me confieses cómo me quieres! —Insisto con agonía.

Lizzy se menea haciendo que los húmedos labios de su vagina rocen sugerentemente en mi erección y gime...

—William, por favor hazme el amor... —repite de la misma manera que antes, cuando gozamos la última vez en este mismo lecho.

Me resulta suficiente escuchar su atrevida confesión para terminar de enloquecer por el deseo de poseer su excitante cuerpo otra vez, volveré a llenarla toda de mi esperma ahora mismo...



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