Capítulo 27:

Gracias leer.❤️

—¡Salud por mi apreciado cuñado! Señor Bingley no le deseo la mayor felicidad puesto que usted la encontró en mi querida Jane, pero sí le deseo la mayor dicha, ¡que la compartiremos juntos! —Elizabeth está correctamente vestida, peinada y maquillada, definitivamente Juno y su magia en el momento preciso me quita el aliento, la rubia decoradora le da los últimos retoques a la falda de su vestido y la libera para que ella pueda acercarse a nosotros con una sonrisa triunfante—. Por favor tengan la bondad de pasar hacia el comedor para continuar el festejo. Señores...

—Es propio.

Contestamos en coro Charles y yo, le brindamos el espacio suficiente al inclinarnos para que mi amada pueda desplazarse libremente, ella es seguida por Juno y sus musas, la pelirroja de Charles se pierde por el pasillo de las habitaciones rechazando la invitación, y Edevane camina bamboleando sus caderas por donde las damas pasaron antes.

—Los caballeros pueden mirar mi trasero de antología cuánto les dé el placer, no en todos los pueblos deprimentes tienen la fortuna de poder admirar unas nalgas como las mías, ¿no se les antojan?

—¡Edevane! —Regaño a mi imprudente joyero quien simplemente eleva ambos hombros despreocupado.

—¡Yo sí, Fifí! ¡Estoy tan ebrio que no me importa! ¡Ven aquí, rizos dorados! —Mi buen amigo Charles comienza a perseguir a Edevane hacia el comedor, y el joyero continúa moviendo el trasero de una forma exagerada—. ¡Fifí!

—¡Disculpa, rojizo petulante! Amores de taberna con la vieja virulenta. ¡Por santo Toribio, ese fuego yo no te alivio! ¡No, señor Bingley! —Cuando menos lo pienso ese par se pierde en una cómica persecución ya que Charles apenas puede mantenerse en pie, sin embargo sorpresivamente de un ágil movimiento consigue atrapar a Philip, lo aprieta entre sus brazos desde atrás pegando el trasero del joyero a su entrepierna—. ¡Dios santísimo! ¡Quieto, señor Bingley! ¡Suélteme, sátiro pelirrojo!

Debo ejercer un gran esfuerzo para contener las carcajadas que me ocasionan ese par de amigos chiflados que tengo la suerte de apreciar. Llegamos al comedor y ambos niños se calman a fuerza por los presentes, se acomodan el traje y ocupan sus respectivos lugares, Juno sonríe con malicia dándose cuenta de lo ocurrido gracias al estado exaltado de ambos caballeros, por mi parte vuelvo a ocupar mi silla justo al lado de mi mujer quien me recibe ofreciéndome su delicada mano, beso su dorso con dulzura y ordeno a las criadas servir el champán, el festejo reanuda su curso. Una botella después Charles se retira ciego de embriaguez, lo dejo a buen resguardo de Antón quien lo ayuda a llegar a sus aposentos. Brindo y disfruto de la compañía de mi amada Lizzy, me tomo el atrevimiento de acariciar sus piernas por debajo de la mesa, el licor está haciendo su efecto esperado, ella acepta de buena gana mis indecentes caricias justo cuando las musas se levantan, presentan sus respetos y se marchan.

—El señor Bingley solicita la presencia del señor Edevane... —el anuncio de Antón me deja perplejo, y al resto de los presentes también—. Tiene una consulta que hacerle... Sobre joyas. Me temo que es urgente.

—¡Y qué joya! —Suelta con sorna la rubia quien bebe como un varón más, a grandes cantidades y bastante pizpireta.

—¿Usted cree que el señor Bingley vaya adquirir el anillo de bodas de mi querida Jane, señor Darcy? —Lizzy me pregunta muy preocupada, y Philip se remueve en su asiento sin saber qué hacer o decir, yo tampoco sé cómo actuar ante la situación que lógicamente mi mujer ignora—. ¿Elegirá bien la joya?

—Señora Darcy pierda cuidado que su futuro cuñado eligió a dos enormes y redondas joyas para deleitar la vista, eligió bien. ¿Cierto, Fifí?

—¡Juju!

—¡Fifí! —Los gritos de Charles llegan hasta el comedor, y temo por la reacción de mi prometida. El ambiente se torna tenso.

—¡Lo va a comprar! ¡Se le escucha muy emocionado! —Expulso el aire contenido, por suerte mi Lizzy aplaude y ríe demostrando agrado, no se lo ha tomado a mal—. Por favor señor Edevane, cerciórese que mi futuro cuñado elija una joya muy impresionante y delicada para una dama muy tímida. Mi hermana es una muchacha muy callada y romántica, se lo aseguro.

—Co... Como usted ordene, señora Darcy... Pero... Ahora es tarde y estoy muy cansado por el viaje, preferiría que fuera por la mañana, ¿no le parece?

—¡No, no, señor Edevane! Debe ser ahora antes que el señor Bingley se arrepienta, ¡Darcy querido dile algo! Ayúdeme a convencerle...

—Puedes ir, Philip. Ve con Charles... —mi empleado obedece algo dudoso, y luego desaparece tras la puerta. La rubia ríe a carcajadas, el mal ha triunfado, y lo seguirá haciendo en cuanto me encuentre en mi alcoba a solas con mi mujer.

Que la divina providencia nos recoja confesados. Bebo de mi copa mucho más que el sabroso líquido espumante, remuevo en el brillante cristal mi propia impaciencia, me estoy bebiendo a lentos sorbos mi exasperante deseo de tener a Elizabeth Bennet desnuda en mi lecho. Una desesperación vertiginosa me obliga a taconear con mi calzado sobre el pulcro parqué pulido, no me soporto, me siento irritado, furioso por esta maldita demora innecesaria. Y de pronto allí está mi tierna prometida, sonriendo despreocupada mientras se embriaga con el costoso champán importado sin tomar en cuenta mi arrebatador sufrimiento, ajena a todo lo que el precioso sonrojo que ocasionó la ingesta de licor en su rostro me está provocando en mi prenda de ropa inferior.

El rítmico sonido de mi corazón desbocado me confirma que cuando disfruto de la compañía de mi amada no quiero irme, pero sé que lo haré pronto, así que sólo deseo que mi mujer recueste su preciosa cabeza en mi hombro para aprovechar cada segundo que me queda, sentir por una vez que no estoy solo y que más que no estar solo, porque la soledad no me es desagradable, sentir que estoy con quien quiero estar en el momento perfecto. Inquieto en mi silla me acomodo como mejor me resulta estar, a pesar que no sirve de nada, suelto un poco el nudo de mi molesta corbata porque si no lo hago siento que pronto me ahogaré por culpa de mis sucios pensamientos. Gruño y me sacudo silenciando un sonoro bufido de fastidio, y como por arte de magia, como si mi amada me leyera el pensamiento el delicioso aroma de su larga cabellera impacta en mi olfato trayendo la calma que tanto ansío, giro al encuentro de su perfume bastante impactado por lo que acaba de suceder. Elizabeth tiene su cabeza recostada en mi hombro, se frota en mi saco ronroneando como un tierno felino, me sonríe con ternura y bate veloz sus largas pestañas en mi dirección.

—Permítame confesarme, señor Darcy. Me siento muy contenta a esta hora de la noche, y quiero irme a la cama antes que la alegría extrema termine por nublar mis sentidos... —susurra bajo como para que solo yo pueda escuchar, y luego suspira en mi oído las palabra que abre las puertas de mi felicidad—. Lo amo, no tiene idea de cuánto...

—Si me permite ratificar mi teoría, señorita Elizabeth. Usted es una bruja y me tiene a su completa merced... —cierro los ojos con fuerza intentando memorizar este sublime momento. Me levanto, me inclino ante mi amada presentando mi respeto, y acto seguido le ofrezco mi temblorosa mano para que acceda a levantarse de su asiento—. Si usted tiene la bondad de acompañarme...

—Será un placer, noble caballero... —responde mi hechicera poniéndose en pie, tiro delicadamente de su brazo caminando en dirección a mi alcoba a grandes zancadas mandando al averno a la rubia, a mi buen amigo Charles, a mi joyero y a mi eficiente empleado Antón, al mundo enter. Al ingresar a mi habitación cierro la puerta de un fuerte azote sintiendo mi corazón retumbar fuerte en mi pecho—. ¿Señor Darcy puedo solicitarle un...?

Pero no permito que mi Lizzy termine la pregunta, jalo de ella con fuerza para estrecharla entre mis brazos y la beso apasionadamente, su boca es un manjar de los mismos dioses. Tiene sabor a crema dulce, a champán y a gloria, una potente mezcla que me hace delirar. Ella jadea entre mis besos, y le concedo a mí infame lengua la licencia de escabullirse entre sus dientes para proclamar esa boca traviesa como mi propiedad, hoy y para siempre. Nuestras salivas se unen volviendo el beso caliente. Mi amada vibra entre mis brazos, entregada a la pasión de mi beso, se remueve, suspira, se deja invadir, se entrega a mí.

—Usted puede, señorita Elizabeth... Puede influenciar a este, su servidor, de la manera más absurda y sorprendente que yo jamás imaginé.

—Señor Darcy...


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