Capítulo 25:
Se dice que un noble caballero no tiene memoria, que es debido para un hombre guardar las experiencias vividas en la grata compañía de una fémina en el baúl apropiado y confiable del olvido, no es debido ir mancillando el buen nombre de las damas que amablemente te otorgan la licencia de sus caricias indecentes, ese es el apropiado comportamiento de un caballero. Pero yo no deseo ocultarme más, no lo deseo cuando se trata de mi amada Lizzy, anhelo que la gente vea que no llevamos prisa de amarnos, irnos conociendo despacio, que mi amada me vaya contando poco a poco todos sus miedos, todas las dudas que la aquejan y esa obsesión por los libros clásicos de romance, otorgarle la licencia de salir con otras personas y a pesar de contar con esa libertad, descubrir que Elizabeth Bennet me sigue eligiendo a mí para compartir sus horas diarias. Quiero coleccionar todas las memorias que pueda permitirme, porque estoy seguro que cuando Lizzy se marche de esta morada sobreviviré de aquellos preciados recuerdos. Las situaciones buenas, las calientes en mi lecho, incluso las malas experiencias que por más que intento evitar siempre resultan aconteciendo. Como esta escabrosa imprudencia de mi empleado por ejemplo, mi confiable joyero que acaba de despertar mis recónditos instintos asesinos.
Marquesa...
La simple mención de ese título me deja paralizado a mitad de camino, ha pasado mucho tiempo desde que escuché nombrarla y Philip sabe bien que me afecta en demasía, ha dado en el clavo para calmar mi furia. Mi joyero expulsa el aire al notarme perturbado, se relaja y se acerca con cautela. De pronto siento el sublime tacto de Lizzy en mi hombro, ella está cerca y su aroma me transmite tranquilidad, me llena de calma.
—Señorita permítame el honor de presentarle a Philip Edevane, el joyero inglés más cotizado y mejor pagado de todo Londres, y lastimosamente un estimado amigo mío —Philip hace una reverencia apropiada ante mi amada, y ella le retribuye el gesto con otra—. Edevane ella es Elizabeth Bennet, mi futura esposa.
La expresión de mi joyero cambia radicalmente luego de mi apropiada presentación, él cubre su boca con ambas manos demostrando absoluto y exagerado asombro, y luego comienza a dar brincos de niña que acaban de anunciarle que visitará una fábrica de chocolate.
—¡¿Usted es Lizzy!? ¡¿Esa Lizzy!? ¡¿La famosa Lizzy!? ¡¿La mujer tolerable pero no tan bonita como para tentarle!? ¡Por San Mateo! ¡Lo veo y no lo creo! —Mi tierna prometida ríe a carcajadas por causa de los exagerados ademanes de mi imprudente joyero, y no puedo evitar ser influenciado por aquel precioso sonido, mi empleado entrelaza su brazo al de Lizzy y arrastra a mi mujer al interior de la vivienda—. Sabía que era alguien importante para el impresionantísimo señor Darcy cuando logré contemplar su espléndido vestido, señorita. ¿Juno está aquí?
Me quedo quieto por breves segundos esperando que los asistentes descarguen las cajas de Philip del carruaje, efecto el pago correspondiente agregando una resplandeciente moneda de oro como propina, y me dispongo a guiar a los jóvenes hacia el interior del salón de la casa. Al entrar mi joyero tiene atrapada en una fluida plática a mi amada sentados en el sofá principal, y yo ordeno que los asistentes dejen los invaluables cofres de joyería justo en medio del salón, al pie del mueble. De fondo se escuchan los cristales de las copas de champán trinando y las risas de la rubia decoradora, las musas y mi buen amigo Charles.
—Lamento interrumpir su amena conversación, Philip... ¿Estos son todos los cofres? —Me parece extraño que haya cargado solo dos, cuando en otras ocasiones transporta como una docena.
—¡Oh por San Timoteo! Me quedé tan embelesado con esta grata compañía que olvidé el motivo de mi visita, mil perdones... —Philip se levanta y me cede el lugar, el cual acepto encantado, ordena acercar los dos cofres a nosotros, abre uno de ellos y los ojos de mi amada se exaltan, encantadores y hechiceros, cuando descubre su contenido, y el inglés nos entrega dos catálogos—. Me tomé el atrevimiento de hacer una preselección antes de arribar, no conozco este pueblo e ignoro la seguridad de estas carreteras.
—¡Dios mío, señor Darcy! ¡Son piezas tan preciosas! —Lizzy parece mareada tan solo por ver las joyas en los catálogos, y tengo el placer de admirar como su bello rostro se enciende cuando mi joyero le hace entrega de los muestrarios de anillos de compromiso—. ¡Oh dios mío! ¡Dios santísimo! ¡Nunca he visto nada igual!
—Elizabeth... —ella duda en tocar los aros, parece que estuviera admirando un espejismo, y me causa tanta gracia su tierna reacción que sonrío de puro encanto—. Ordené que Philip visite este pueblo para que usted misma elija los anillos de su agrado, ¿cuál de ellos le parece apropiado?
Lizzy dirige su visión hacia mi persona de una manera veloz y dramática, y se me queda viendo fijamente, parece que no puede asimilar lo que acaba de escuchar, está ida. Sus labios están entreabiertos, apenas logro divisar su blanca dentadura, y me provoca besarla ahora mismo. Insensato de mí me inclino solo un poco para acercar mis labios a los suyos, y entonces la beso y ella se sorprende saliendo de su estado de consternación.
—Pero... Pero... No es propio, señor Darcy... —ella está nerviosa, se remueve en su lugar y mira las joyas, evidentemente incrédula—. Se supone que la dama no debe ver los aros hasta el día del compromiso y la boda... Debe ser... Una sorpresa...
—¿Qué le parece si hacemos lo que no se supone, Elizabeth? ¿Su madre no le ordenó cumplir todos mis deseos? Pues es mi deseo que usted misma elija el anillo que portará durante toda su existencia por sí misma. Quiero que tenga el privilegio de elegir, Elizabeth.
—Yo... Yo lo amo, señor Darcy... Lo amo tanto que no me cabe este amor en el pecho, yo... —Lizzy se quiebra al instante, unas lágrimas rebeldes descienden de sus preciosos ojos oscuros, y esconde su rostro en mi saco—. Usted no puede ser más perfecto porque sería un pecado...
—Lizzy... Por favor mírame —ella levanta la cara un poco más calmada y me sonríe con dulzura, con una seña ordeno a mi joyero acomodar todas las tablas de muestrarios sobre los cojines, y mi amada suelta un profundo suspiro—. Elige el de tu gusto, vida mía.
Edevane ayuda a mi dulce prometida a realizar su elección explicándole todo lo necesario, tiene la paciencia de comentarle donde fueron fabricados, los nombres de las piedras preciosas que adornan el oro, y el tiempo de duración de cada joya para preparar el cambio a su debido tiempo. Mi mujer parece estar decidiendo la cura de alguna extraña enfermedad, se acaricia el mentón, pensativa, muy abstraída en su escrutinio, y después de lo que me parece una hora logra decidirse por un hermoso juego de aros.
—¡Aquellos! ¡Quiero aquellos! —Los señala emocionada, y mi joyero me los entrega con suma elegancia dentro de una decorativa caja pequeña—. Pero... Pero... ¿No son los anillos de boda?
Philip ríe de la inocencia de mi futura esposa.
—No, Elizabeth. Son anillos de compromiso —Philip quita las tablas con las joyas y felicita a mi prometida—. Debiste elegir solo uno, un par es innecesario.
—Usted me acaba de proponer hacer lo que no se supone, señor Darcy. ¿Cierto es? ¡Yo acepto! Se supone que un caballero no debe portar un anillo de compromiso, pero yo elijo que usted lo tenga, ¿usted va a complacerme?
Lizzy me clava su mirada oscura, arrebatadora, aquella tormenta que nubla mis sentidos y apaga mi buen juicio. Es hermosa, y adoro la manera que tiene de retarme cada vez que tiene la oportunidad... Sostengo el anillo más delgado con mi mano izquierda, y con la diestra sujeto delicadamente la mano de mi amada mirándola con absoluta adoración.
—Yo, Fitzwilliam Darcy, te elijo a ti, Elizabeth Bennet, para amarte, respetarte y complacerte en la salud y la enfermedad, en lo próspero y lo adverso, hasta los confines del planeta por el resto de mis días y hasta que la muerte nos separe... —le calzo el anillo en su delicado dedo anular derecho, y una lágrima cae por la preciosa mejilla sonrojada de mi amada—. Por favor concédame el inmenso privilegio de ser mi esposa...
Elizabeth se inclina de improviso rodeando mi cuello con sus finos brazos, me besa con fuerza, lento y aletargado como tanto adoro, me besa muy propia sin invadir mi boca con su lengua, es un beso dulce, tierno, lleno de amor, un beso distinto a todos...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top