Capítulo 24:
Gracias por leer.❤️
El cortejo del noviazgo; un proceso romántico tan complejo como aprender un idioma distinto, profesar el amor que sientes hacia una dama es complicado de realizar, y cuando al fin respiras aliviado por haber logrado semejante hazaña en contra de todos los protocolos que rigen la buena conducta y la moral te encuentras con la sorpresa de que una vez comprometido en matrimonio los padres custodian con más fervor a tu amada. Las visitas a la morada de tu prometida deben tener a una persona presenciando lo que hacen a solas, el detestable "chaperón" se convierte automáticamente en tu enemigo acérrimo, y ni mencionar las licencias para los paseos fuera de la protección del hogar paternal, ahí se arma todo un innecesario alboroto, no vaya a acontecer que el novio se "pase de confianza" y vaya dando probaditas a la tarta antes del matrimonio, ¡faltaba más! Los flamantes novios nunca volverán a salir solos hasta el día de la boda.
Y me complace en demasía estar evitando tan horrendo ritual.
—Por amor a todo lo divino, ¡Elizabeth...! —Muero por besarla, mataría a cualquier persona por hacerlo ahora mismo, levantarla en mi hombro, arrastrarla hacia la alcoba y obligarla a aplacar el fuego que ella acaba de encender con su provocación pero no puedo. Cierro los ojos con fuerza y retrocedo en mi lugar rezando en mi fuero interno por clemencia—. Por favor, señorita Elizabeth...
—Señor Darcy...—siento el roce de su delicada mano en mi abdomen, ella desliza sus dedos hasta llegar al nudo de mi corbata y tira de ella con cautela, preso de un inmenso asombro abro los ojos y me encuentro con los suyos, grandes, oscuros, inquietante tormenta que se muestra contrariada—. ¿Por qué se aleja?
—No es propio, señorita Elizabeth...—carraspeo al escuchar las risas sugerentes de las musas, retrocedo con disimulo mi silla y ella me lanza una mirada furiosa.
—Señor Darcy, defina lo que es propio para usted —Lizzy se levanta enfurruñada y acerca su silla a la mía mirándome desafiante.
Oh no.. No su aroma, no en este momento donde estoy en mi límite de resistencia... Contengo la respiración e intento distraer mi atención sirviéndome una copa de champaña.
—Señorita Elizabeth está claro que usted permanece bajo el terrible influjo del licor, será mejor que deje de beber por esta noche... —intento levantarme pero ella tira de mis piernas obligándome a permanecer en mi lugar, su cara está roja por la furia.
—¿No le parece apropiado? ¿Qué es aquello que al distinguido señor Darcy le parece apropiado? —Refuta envalentonada por el alcohol, quiero irme de aquí con ella y hacerle todas las cosas sucias que tengo en mente, pero sería muy evidente encerrarnos en la alcoba frente a todos los presentes.
—Señorita Elizabeth...—respondo con un tono conciliador y ella sujeta el cuello de mi camisa tirando de mi prenda para acercar mi rostro al suyo, quiere besarme y yo quiero hacerlo pero no es propio.
—¡Mí estimado señor Darcy! Me complace presenciar que usted no consigue domar a su fiera...—la voz de mi amigo Charles nos interrumpe y Lizzy me suelta con la humillación tiñendo sus mejillas, agacha la mirada, está avergonzada—. ¡Oh no se corten por mí, tortolos! Puede cometer toda la desvergüenza que le plazca porque hoy es la noche más feliz de mi vida, ¡me caso en quince días con mi adorada Jane!
Charles llegó ebrio, y tiene motivos de sobra. Los conozco bien.
—¡Mi buen amigo, felicidades! —Me levanto emocionado y le doy un abrazo, embriagado de una mezcla de alegría y preocupación por mi buen amigo Charles y por mí, porque eso significa que también podré casarme pronto con mi señorita Bennet—. ¡Propongo un brindis por la dicha marital de mi estimado señor Bingley!
—¡Felicidades, señor Bingley! —Juno eleva su copa de champaña y las musas imitan su gesto, la pelirroja vuelve a ingresar a la cocina quedándose en silencio en una esquina—. ¡Qué su dicha matrimonial sea eterna!
—¿Señorita Elizabeth no me piensa felicitar? Vamos a emparentar... ¿Será que no le agrado como hermano mayor? —Charles le pregunta algo nervioso.
—No existe un mejor hermano mayor sobre la faz de la tierra que merezca desposar a mi querida Jane, señor Bingley...—la voz de mi amada suena quebrada—. Si me permiten, me retiro a mi morada. No se detengan por mí, continúen el festejo por favor...
—Elizabeth... —protesto sin importarme los presentes.
—Brindeme el placer de festejar la dicha de mi futuro hermano, por favor... Buenas noches, señor Darcy. Pasen buena noche todos —ella se escapa de mí y se pierde tras la puerta de la cocina que da hacia el salón.
—Déjela ir, señor Darcy. ¿Es acaso su merced un poseso de los caprichos de su imprudente prometida? —La pelirroja me detiene antes de que pueda cruzar la puerta—. ¿Dónde quedó el indomable señor Darcy que tenía el placer de conocer?
—Buenas noches, señorita Bingley...—me muerdo la lengua para no responder un par de buenos improperios que se me cruzan por la mente, y alcanzo a mi amada en la puerta principal colocándose el abrigo siendo escoltada por Antón—. ¡Elizabeth! Por el amor a todo lo divino usted no puede marcharse en ese estado, ¡su padre me asesinará!
—Quiero irme... ¿No es lo apropiado? No debería pernoctar en la morada de mi prometido antes del matrimonio... No es propio —Lizzy me está atacando y de la peor manera—. Le ruego que regrese al festejo, señor Darcy. Buenas noches...
—Elizabeth... Por favor...—me duele su proceder pero en el fondo sé que tiene razón, ella no debería estar aquí y yo no debería hacerle todas esas cosas, aprieto mis manos en puños reprimiendo mi impotencia y frustración—. De acuerdo... Por lo menos permítame acompañarla hasta su morada para presentarle mis disculpas a su estimado padre...
—Si es lo propio no tengo por qué negarme...—sigo sus pasos y el violento frío de la intemperie me sabe a poco comparado con la fiebre de la rabia, furia y excitación que tengo mezclada en mi interior. El cochero está listo y dispuesto a llevarnos a pesar de la hora y suelto un suspiro de rendición, ella se irá y no puedo hacer nada para evitarlo—. Me despido...
—La acompaño, señorita Elizabeth —le brindo el espacio suficiente para que pueda sujetarse de las barras y subir al carruaje, pero Lizzy se queda quieta en silencio.
—Me estoy marchando... ¿Usted no piensa detenerme?
—¿Detenerla...? Pero... Usted...
—¡No quiero irme! —Protesta y se da vuelta, sus ojos están llenos de lágrimas.
¿Qué le sucede?
—Elizabeth...
—¡No quiero alejarme de usted! ¡No quiero ser propia! ¡Quiero ser insensata, muy insensata! ¡Quiero que me bese y me obligue a regresar dentro de esa casa con usted, señor Darcy!
—Pero... Usted dijo que quería marcharse, cariño... Por favor... Me confunde, mi amor...—me acerco a ella y se arroja a mis brazos, está temblando.
—Sé lo que dije, pero... Se supone que usted debería detenerme... Lo dije pero no es lo que quiero hacer en realidad. Usted es el confuso, señor Darcy... ¿Qué es lo apropiado y qué no...?
—No existe ninguna razón para creer que siempre estarás aquí, y aunque me duela y no sea lo apropiado no quiero dejarte ir no sólo de esta insulsa vivienda, de mi vida entera. Jamás me faltes, Elizabeth...
Estrecho a mi mujer entre mis brazos y la beso, con tanta fuerza que me resulta imposible no empujar su delicado cuerpo hacia el interior del carruaje. La beso desesperado demostrando todas las ansias que tenía de cometer ese pecado desde el comedor, me tomo la licencia de ingresar mi lengua a su boca y ella la acepta con hambruna desmedida, está desinhibida por el alcohol. Lizzy gime entre mis labios y me enciende, pierdo el control, la levanto sujetando su fina cintura y hago que ingrese al carruaje cerrado de un suave empujón. La vuelvo a empujar y me monto sobre mi mujer, no puedo contenerme...
—William... —jadea y me atrapa con su sabor embriagante—. Estamos en el coche... En el exterior de la... ¡Jesucristo! Afuera de la casa, mi amor...
—¿No es lo suficiente inapropiado para usted? —La provoco y Lizzy ríe entre mis besos, pero luego gime cuando escabullo mis manos bajo su falda, la quiero, la deseo ahora—. Me encantas... Me tienes vuelto un completo demente...
—¿Señor Darcy? —Ese acento francés es inconfundible, suelto un bufido de enojo y me detengo—. Disculpe la interrupción, señor Darcy. Acabo de arribar a este pueblo, ¿para qué soy bueno?
—Philip... Siempre tan inoportuno...
—Usted me va a tener que disculpar, señor Darcy. Hace tiempo que no lo veía tener esas aventuras dentro de sus carruajes.
—¡Philip!
—¿El señor Darcy cometió aventuras antes en sus carruajes? —Lizzy se sienta de golpe y la cara de mi joyero se pone del color del papel, sabe que es hombre muerto.
Porque voy a matarlo.
—¡¿Aventuras...!? ¡¿Eso dije...?! Cierto es... —voy avanzando a paso firme en dirección de mi insensato joyero, y él, tembloroso y pálido, va retrocediendo sus pasos como un corderito desprotegido, agitando sus manos desesperadamente—. ¡Por supuesto que el distinguido señor Darcy tiene millones de aventuras en sus carruajes, señorita! ¡Este noble caballero ha compartido transporte con miembros de la realeza! ¡Reyes, príncipes, condes, marqueses! Marquesas...
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