Capítulo 22:
Un sólo beso. Un acto tan impropio y condenable que no está permitido demostrarse en público, y ahora entiendo el motivo. Un beso es más que suficiente para convertir un mal día, en un gran día. Un beso habla cuando el silencio no se soporta, y habla mejor que yo. Un beso desvanece el frío, te quita la vida por un momento, un gran devastador momento, un momento que se va y no vuelve, y no lo querrás de vuelta, y valdrá la pena morir por un beso, nuestro primer beso. Fue un beso de esos que te hacen volver al mismo lugar suplicando por uno más, pero uno es suficiente, un divino beso es suficiente. Debí dejarlo en uno sólo... Porque un segundo beso fue peligroso, el inicio de mi caos personal, y mi caída vertiginosa hacia el profundo precipicio que significa poseer el bello cuerpo de Elizabeth Bennet. Nuestro segundo beso desató un infierno en la vida de ambos, porque nos lanzó hacia la locura, la guerra romántica, un laberinto sentimental con balas de deseo y bombas de lujuria, que queman por dentro. Me apoyo sobre la cabecera de mi cama, poso mi aturdida cabeza contra la pared y cierro los ojos. Elizabeth no está a mi lado, y su ausencia me altera.
¿Dónde está ella...?
Desperté desde hace una hora que me parece una eternidad, y todavía mi tierna prometida no ha regresado a la alcoba. De repente, me invade un temor extraño, ¿será que ella se arrepintió de tomar mi mano? Abro los ojos y me levanto de la cama de un salto, preciso saber con suma urgencia donde se encuentra Elizabeth, y si ella se ha tomado el atrevimiento de abandonarme.
—No... No.. —muevo la cabeza rechazando rotundamente esa aterradora idea.
Me visto con rapidez, me calzo las botas correctamente, rocío un poco de perfume, acomodo mi cabello y salgo a buscarla. No necesito más que dar un par de pasos fuera de la alcoba y la consigo contemplar en el comedor, junto a la mesa probando los finos postres de la merienda. Suspiro embriagado de alivio, y me otorgo la licencia de perder mis ojos en la imagen de mi amada. Ella luce diferente, parece más bonita que nunca.
—Señorita Elizabeth...—espero estar controlando eficazmente la expresión embobada de mi rostro, no debe notarse tanto mi adoración por esta mujer.
En efecto, Lizzy luce diferente, no es la misma muchacha ingenua. Ahora es mi compañera, mi cómplice, mi mujer, mi amante apasionada. Un deseo imperioso de apretar su cuerpo entre mis brazos se apodera de mi ser, quiero besarla, morder esa boca rosada que me sonríe con picardía. ¿Me otorgará la licencia? Quizás si me esfuerzo está noche en encender las llamas de la pasión... Me aproximo a su encuentro, y ella sonríe con timidez.
—Señor Darcy...—susurra evitando mirarme la cara—. Usted parecía tan sereno dormido que me pareció un delito despertarlo...
—Nunca más vuelva a perpetrar el horrendo crimen de abandonar mi lecho mientras yo esté dormido...—ella continúa masticando un panecillo dulce, pretende ignorarme—. Por un momento sentí un gran temor de que usted me hubiera abandonado, Elizabeth...
—¿Por qué...? —Puedo percibir su pudor al responder, lo más probable es que esté recordando lo sucedido en la alcoba, sus mejillas se tiñen de un rosa delicioso y se aparta de mí, quiero creer que tal vez lo hace inconscientemente.
—Quizás porque tengo miedo que se vuelva realidad...—de pie detrás de mi mujer pronuncio esas palabras pretendiendo mostrar desinterés.
El suave perfume de Lizzy invade mi olfato y no resisto más, la sujeto de los brazos y la obligo a girar hacia mí, impaciente, atrayendo su cuerpo con el firme propósito de darle un beso hambriento. La beso voraz, ella finaliza nuestro enlace de labios con un suave empujón, discreto y temeroso, y un momento después observa en dirección al salón principal evidentemente alarmada.
—¿Qué acontece...? —Le pregunto contrariado, no entiendo su preocupación.
—Es que...—ella abre la boca, parece insegura—. Las invitadas pueden entrar, Antón les anunció la cena...
Su repentina vergüenza me molesta un poco, ¿no se supone que le desagrada Juno? ¿Por qué se cuida de ella? Siento tanta sed por saborear su boca que me resulta imposible controlarme... Intento aproximarme pero ella vuelve apartarse. ¡Esto es una crueldad!
—¿Y qué? Juno es mi empleada, la susceptibilidad de las musas me importa muy poco, estamos comprometidos, ¡vamos a casarnos! —Reclamo enardecido, no admitiré excusas en este momento, justo cuando acabo de descubrir la profundidad de mis sentimientos—. Quiero un beso de esos labios que me ponen muy inquieto...
La tomo por la cintura con fuerza, y la beso con intensidad, sintiendo los labios suaves de mi mujer que responden a los míos casi instintivamente. Lizzy aprendió a besar bien, pero también a huir de mis brazos. La observo apartarse sumamente confuso, ella me muestra una sonrisa nerviosa.
—Voy a llamar a Antón...—la decepción más vil explota en mi pecho al observar su intento de marcharse.
—Elizabeth...—clamo por retener su presencia y su aroma conmigo, ella da varios pasos lejos de mí, pero yo estiro mi brazo y sujeto el suyo tirando con fuerza para pegar su cuerpo al mío.
—¡Señor Darcy! —Se defiende de mi impropio arrebato.
—¿Cómo se atreve, señorita Elizabeth? —Sujeto su fina cintura con firmeza, serio, preso de aquel delirio que sólo ella me despierta, deslizo mi mano diestra hasta llegar a la altura de su cadera y bajo la otra de golpe apretando con fiereza sobre la tela de su vestido para igualar la altura de mi improvisada prisión, acerco con furia sus caderas contra las mías, y mi amada cierra los ojos por la impresión, luego me mira absorta—. ¿Cómo se atreve a ignorar el llamado de su dueño?
—Oh Darcy...
Lizzy me rodea con sus brazos el cuello y se entrega a mis indecentes besos, gime y abre su boca empujando sus labios descaradamente para darme a entender lo que espera, sonrío triunfante sobre sus tersos labios, y me concedo la silenciosa licencia de invadir su boca con mi perversa lengua. Exploro el interior de su boca con delirio mientras la arrastro junto conmigo hasta que chocamos contra la mesa, y escucho la loza importada rechinar a causa del golpe pero poco me importa, quisiera tumbar el cuerpo tembloroso de mi mujer sobre esta misma mesa y hacerle todas las cosas sucias que se me cruzan ahora por la mente anestesiada gracias al dulce sabor de su saliva.
—Creo que me equivoqué de morada... ¿Es este recinto un burdel...? —Esa voz aguda es inconfundible, la señorita Bingley me acompaña a todas partes desde tiempos inmemoriales, y es mi deber ocuparme de la dama con esmero. Debo hacer uso de toda la fuerza de voluntad para finalizar el beso, Lizzy esconde su rostro en mi pecho y giro mi cara en dirección a la impertinente pelirroja con todo el deseo de asesinarla consumiendo mi buen juicio—. Señor Darcy qué gusto verlo tan entretenido y bien acompañado... ¿Su reciente y simple prometida conoce de estas visitas de libertinaje nocturno que usted prefiere compartir con otras damas?
—Señorita Bingley...—respondo con elevado sarcasmo, en este ángulo mi altura y figura llega a cubrir casi por completo la silueta de mi amada, y la curiosa pelirroja no logra divisar que es Elizabeth quien me acompaña.
—Buenas noches...—Juno hace su ingreso triunfal bien acompañada de sus tres musas quienes se abanican el rostro en una compleja sincronía—. Señor Darcy... Señora Darcy... Señorita Bingley. Lamento encarecidamente la demora...
—¡¿SEÑORA DARCY!? —Exclama muy sorprendida Katherine, me quedo en silencio porque entiendo su enfado, y mi Lizzy al fin se digna a salir de su escondite muy sonriente y altiva—. ¡¿Elizabeth Bennet!? ¿¡Es... Es usted...!?
—Señorita Cotillard sea usted bienvenida a la cena...—Lizzy se desliza con una elegancia que no le conocía hasta pararse delante de mí, sostiene mis brazos con fuerza y une mis manos a la altura de su ombligo de un tirón, sumamente posesiva, tira nuevamente con suavidad de mi cuerpo, quedando yo muy avergonzado y pegado a su cuerpo—. Señorita Bingley sea usted bienvenida a esta, su linda morada. Por cierto, le agradezco inmensamente los consejos que usted le brinda a mi amado señor Darcy, pero no es necesario que se preocupe tanto, aquellas visitas de libertinaje nocturno que usted menciona tan efusivamente me pertenecen a mí, a esta simple prometida, en absoluto. No hay, ni habrá nunca otra dama tan afortunada como yo.
Las escandalosas risas burlonas de las musas acompañan la de Juno, quien se esfuerza en silenciarse pero falla en su cometido. Yo me quedo suspendido en el espacio, estoy como flotando en el aire, los finos dedos de Elizabeth acarician mis manos posadas sobre su vientre y suelto un impropio suspiro. Me siento una carnada en el anzuelo, un corcel salvaje atado a la silla de montar por primera vez, un fiero león siendo reducido hasta quedar tan pequeño como un felino mimado. Ronroneo acariciando mi rostro sobre su cabello de una manera muy vergonzosa, y aprieto su cuerpo entre mis brazos hundiendo mi nariz a la altura de su cuello.
Me encanta, me gusta, me fascina esta mujer.
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