Capítulo 15:
La música. Siempre me he considerado un fiel amante de las diversas melodías clásicas de los grandes intérpretes, me complace escuchar una pieza tocada en el piano, y disfruto de los dulces sonidos de cada tecla en concordancia con la partitura sublime del autor. Sin embargo, en medio de la silenciosa claridad de mi alcoba, toda la música del mundo me deja de importar y comienzo adorar otra clase de sonidos; los sensuales gemidos de Elizabeth Bennet. Me acomodo mejor sobre su cuerpo y admiro su belleza, Lizzy me observa entre alarmada y deseosa, y mis labios se vuelven a juntar a los suyos. La beso apasionadamente, finalmente me confiesa lo mucho que me desea, y los sentimientos que aquel detalle me provoca hacen crecer los calores que laten sobre su vientre. Los labios de Elizabeth son suaves, con la punta de mi lengua intento penetrar, por ahora, su boca. Ella se esfuerza por no cerrar sus dientes, aunque es más su deseo causado por el miedo a lo desconocido. Con los ojos febriles busco los suyos...
—Eres hermosa, Elizabeth... Tu cuerpo es perfecto para mí —me deslizo sobre ella, Lizzy gime... Eleva su cuerpo al encuentro del mío. Gime más sonoro la desvergonzada. Decido ir más arriba con la intención de no apresurar el mágico momento pero, con el movimiento, nuevamente la rozo, ahora en la parte sensible de su feminidad que me invita a ir más allá. Su humedad me enloquece.
—Señor Darcy...—ella me reclama, le propino suaves besos en el cuello siguiendo la dirección de su rostro, lentamente.
—Elizabeth, eres tan ardiente... Me vuelves loco...—susurro y cuando ella emite otro gemido, la beso introduciendo mi lengua en su boca.
Lizzy abre más la boca y atrapo su lengua de la forma que tanto la enloquece, succiono con delirio al mismo tiempo que me muevo hacia arriba y hacia abajo lento, deliciosamente torturante, entre las piernas de mi mujer. Elizabeth deja escapar un grito ronco y abre más las piernas queriendo que realice lo mismo dentro de ella, pero, por el contrario, me detengo y la miro con tanto deseo que no creo que ella pueda entender el motivo. Devoro sus labios con los ojos y tiemblo por la lucha que estoy librando en mi mente.
Elizabeth también tiembla de deseo, sin embargo me observa alarmada.
—Señor Darcy, ¿su histeria le está doliendo? —Sonrío travieso, y ella entiende mi gesto.
—Debo confesar que es una verdadera tortura, amor mío. Estoy listo para amarte pero puedo esperarte, mientras tanto quiero saborearte por toda la vida, lentamente. Mi amor, ¿recuerdas la última vez? —Ella se ruboriza y se estremece todavía más, no puedo evitar sonreír seductoramente, me alejo un poco y bajo de la cama.
—William... —Lizzy me reclama con insistencia, no consigue entender lo que pretendo.
Camino en dirección hacia donde se cayeron las almohadas, cuando nos acostamos juntos en el afán de amarnos, y las tomo entre los dedos recogiéndolas del suelo alfombrado. Me quito el cinturón y abro el cierre de mi pantalón para frotarme sobre mi mujer con más soltura, de repente me paro de espaldas a ella y me fijo en un escabroso detalle...
—¡Señorita Elizabeth la puerta está abierta! —Camino hasta la puerta y la tranco.
—¡Dios Santísimo, señor Darcy! Imagínese si alguien entra y nos...—dice la insensata mientras giro y me detengo otra vez, ahora frente a la belleza de mujer que tengo la dicha de contemplar.
Tengo su perfecta visión desde dónde estoy parado porque ella continúa medio atravesada en la cama. Elizabeth Bennet parece una pintura metida entre las sábanas arrugadas de mi cama, toda la pasión que deseo vivir a su lado me invade el pensamiento, sus cabellos sueltos desparramados sobre mi almohada, su piel colorada por el calor de las caricias intercambiadas, sus labios entreabiertos. Me arremete una avidez, y a ella también. Voy a su encuentro y me monto sobre su cuerpo como un sátiro sin remedio...
—Déjame amarte dulcemente...—mi cuerpo encaja en el suyo a la perfección. La beso voraz porque no puedo estar más tiempo alejado de ella.
—William...—Lizzy gime y se mueve una vez más seductoramente dejando mostrar más su bello cuerpo, sus oscuros ojos brillantes, deseosos, me contemplan desde el rostro hasta el pecho—. ¿Cómo puedo ayudarle a sanar...? Yo no... No sé cómo, querido... Desearía saber todos los secretos del universo para usted, amado mío. Pero...
La silencio con un beso apasionado.
—Sanaré cuando logre curar tu histeria, mi amor...—vuelvo a besarla, logrando ocasionar unos gemidos más fuertes en ella, mi nueva música predilecta—. Separa más tus hermosas piernas, Lizzy...
—William...—devoro su boca con desenfreno, estoy tan arrebatado que empujo mis caderas contra su pelvis ocasionando que ella suelte un grito exagerado. El beso acaba y Lizzy abre sus ojos que están llenos de sorpresa y confusión, aunque a pesar de ello conservan una expresión soñadora—. Usted siempre fue tan... ¿Contundente...? ¿Endurecido...? Parece... Una... ¿Roca?
—Lizzy, tú lo provocas...—me siento confuso, sorprendido aún de lo que acaba de pasar, olas de vergüenza tiñen sus mejillas y quiere huir pero la detengo—. No puedes escapar de mí, Elizabeth. Todavía tengo un trabajo pendiente entre tus piernas, vida mía...
—No debe pronunciar esas cosas tan impropias, señor Darcy. No es correcto, es vergonzoso...—ella sale huyendo de la cama, cubre su boca con ambas manos, escandalizada, boquiabierto observo a mi mujer caminar de un lado a otro asustada, la perplejidad aumenta en su rostro—. ¡He pecado! ¡He pecado! Me iré al infierno, señor Darcy...
¿Qué hice...?
Intento reír, pero me doy cuenta que perdí la respiración. ¿Qué me acontece? No entiendo mi propia reacción, he sentido el deseo antes pero esto es distinto. ¿Qué es aquello? Me levanto y camino a su encuentro con el corazón acelerado, la evidente inexperiencia de Elizabeth no disminuye el efecto que sus besos ocasionan en mí. Ligeramente estremecido intento razonar con claridad, ella es muy bonita de eso no tengo dudas. Elizabeth no cuenta con la belleza exuberante y provocativa de otras damas, ella es más una belleza simple, como una flor silvestre.
—¡Sí! —Exclamo en voz alta, debo estar preso de su hechizo maligno, de aquí en adelante seguramente empezaré a recitar poesía, Lizzy siempre tendrá ese efecto en mí, será mejor que evite besarla, comienzo a reír a causa de mi torpe pensamiento—. ¡Vuelve aquí, mi flor silvestre!
—¿Silvestre...? —Mi risa muere lentamente en mis labios, la expresión de su rostro se vuelve pensativa.
—Elizabeth eres bonita, ¡muy bonita! ¿Cómo evitar compararte con todo lo bello que me rodea? Y esa boca... Esa boca... ¡Dios! No sé qué sentir, qué pensar... Me haces sentir muy extraño...—he besado a tantas mujeres en mi vida, algunas con poca experiencia y la mayoría, por el contrario, muy experimentadas. He besado y gozado a prostitutas exclusivas, y a damas de sociedad que me buscan por mi soltería. Pero nunca, nunca me había sentido de esta manera.
—Debo ver a Charlotte con urgencia... Necesito sus sabios consejos, señor Darcy...—Lizzy camina hacia el velador justo donde dejé mi pulsera de oro que la hizo gritar, y sostiene la carta que escribió para la insulsa esposa del clérigo.
—¿Insiste usted con el tema del viaje...? —Me siento el más miserable de los hombres, y gracias a su confirmación silenciosa la fiebre de mi excitación desaparece—. Es preciso salir, con su permiso...
—¡¿Usted se marcha, señor Darcy!? ¡¿Por qué!?
¡Dios! Me duelen sus reclamos, en este momento creo prudente para ella que yo me aleje. Si Lizzy continúa con esa actitud no resistiré por mucho tiempo y me enojaré de una manera espantosa.
—Porque no aspiro a esto en un matrimonio, Elizabeth. No lo deseo.
—Usted... ¿Está terminando nuestro compromiso? —Aquellas palabras me traspasan el alma, el temblor en su preciosa cara exteriorizando toda la desesperación que yo también siento, y el sacrificio que estoy haciendo para no alzarla en mis brazos, llevarla a la cama y tomarla como tanto deseo.
—Tenga la bondad de disculparme, paso a retirarme. Pase un buen día...
¡Qué infierno lo que me está sucediendo! Este no era el plan que tenía en mente...
—¡Señor Darcy! —Lizzy grita al borde del llanto, decido ignorar su alarido y camino en dirección a la puerta—. ¡Si usted abandona estos aposentos, moriré! ¡Le juro que moriré!
No puedo más...
—¡Yo no aspiro a ser un padre para usted, Elizabeth! —Sus brillantes ojos, ahora por causa de sus lágrimas, se abren enormes—. No quiero ser un reflejo de su progenitor cuando a usted le parezca conveniente, señorita Bennet. Aún no estamos casados, ¿por qué se apersonó a pedirme permiso para viajar? Le dejé expresamente explícito que ese carruaje está a su entera disposición, no necesita mi autorización para movilizarse a donde usted desee...
—Mi padre no me otorgó licencia, por eso acudí a usted, ¡se lo expliqué!
—¿Eso es lo que usted espera de nuestro matrimonio, señorita Elizabeth? ¿Quiere que le ordene qué hacer todo el tiempo? ¿Por eso cede ante mis caricias indecentes? ¿Por obediencia y no por gusto propio...?
—Eso es lo que debe hacer una buena esposa, señor Darcy. Obedecer al marido en todo. Su palabra será mi ley.
—¡Yo no deseo una esclava por esposa, Elizabeth! Al menos no en ese ámbito cotidiano. Estoy hastiado de esa clase de féminas...
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