Capítulo 14:

Soledad. Desde mis primeros años de vida comencé a disfrutarla, a necesitar de ella varias veces al día. Gracias a mi posición social siempre estuve rodeado del gentío lleno de murmullos de alabanza, comentarios halagadores hacia mi persona dispuestos a exasperarme en escasos minutos. Personas serviles, mujeres ridículamente accesibles, sirvientes postrados a mis pies, personas desesperadas por entablar una amistad conmigo.

¿Cuándo la perdí?

¿Al menos luché?

¿Supliqué?

¿Pedí piedad?

¿O sólo la entregué sin más?

No recuerdo cuándo fue que aquel hombre enamorado de su soledad, se convirtió en este repugnante ser que sigue los pasos de Elizabeth Bennet como un reverendo cretino. Rogando en cada movimiento por un beso suyo, un sólo beso que basta para acabar con un hombre, con este noble caballero que presumía la libertad absoluta y se regocijaba en ella. Abro la puerta de mi alcoba y verifico que Lizzy se encuentre sola... Contemplo su silueta de espaldas con una mano puesta en su frente, y la otra en su vientre, quejumbrosa y fatigada por la rabia. Abro la puerta por completo y me detengo, observándola. Ella escucha la puerta abrirse, gira esperando quizás encontrar a su madre, y por un momento me resulta imposible creer lo que estoy viendo, de pie, en la puerta de mi habitación en Netherfield la mujer que tanto amo está ocupando el espacio personal repleto de recuerdos excitantes. Me estremezco tanto con las deliciosas memorias que casi no me reconozco.  

—Señor Darcy... —murmura muy sorprendida. 

—Elizabeth... —respondo yendo a su encuentro. Me aproximo a ella, siento una mezcla de incredulidad y euforia.

—No lo puedo creer...—pronuncia Elizabeth al mismo tiempo que toca mi rostro y se arroja a mis brazos como si así pudiese tener la certeza de que estoy a su lado—. Me invade una furia mortal, señor Darcy...

La miro con una mezcla de amor y felicidad, y abrazo a mi mujer cariñosamente. Qué bueno es acariciar su cabello y sentir su olor. Qué bueno es tenerla tan cerca. Sonrío feliz cuando sus ojos me encuentran, aquellos brillantes ojos oscuros que tanto adoro. De repente, se muestra seria.

—¿Qué acontece? —Bajo la cabeza para observar mejor su mirada, ella al levantar su rostro hacia mí me hipnotiza con sus labios rosados, fugazmente mira mis ojos y continúa mirándolos—. No te agobies, amor mío... Todo permanecerá de buen modo.

—Estoy tan enojada, señor Darcy...

—Permítame tomarme el atrevimiento de intentar que ese enojo se desvanezca como la niebla, señorita Elizabeth.

Sonrío seductoramente y tomo su boca en un beso profundo. Succiono el sabor de su lengua queriendo más, y luego mi cuerpo reacciona. ¡Por Dios! Amo besarla, mucho más en los últimos días donde estos calores que ella me provoca se tornaron una gran tortura. Por el intercambio de besos apasionados Lizzy vibra sobre mi pecho, y yo aún más por sentirla estremecerse entre mis brazos y corresponder con la misma necesidad de ser poseída. Estoy loco por hacerle el amor, me excita tanto que llega a doler y no es posible llegar hasta el final... No es tiempo.

—Señor Darcy...

Separo nuestros labios antes de lo que quiero, le propino suaves besos por su delicado rostro, y la miro rápidamente e irresistiblemente mis ojos descienden a sus labios. Mi respiración se altera.

—Ah, Elizabeth... Jamás tendré suficiente de ti...

Todavía me sorprende la reacción tan inmediata de mi cuerpo cuando tengo su cuerpo entre mis brazos, parece que asciende un deseo nuevo y mayor, ¿y el amor? ¿Puede acontecer también que sea mayor?

Sí, sucede.

Cierro los ojos por un breve momento tocando mi frente con la suya, sin embargo, de nuevo mis ojos son atraídos por los labios de Elizabeth y mi boca también. Tomo sus labios en un beso rápido y firme. Siempre preciso ir con calma, porque cuando la siento así entre mis brazos, y después de horas sin tenerla, si no me controlo adecuadamente la tomaré pronto. Igual sé que ella se entregará con la misma intensidad, después de lo que vivimos la última vez deseo amarla de la misma forma, demostrándonos el uno al otro lo que queremos y cómo lo queremos. Existen tantas posibilidades...

—Señor Darcy... Usted debe disculpar a mi madre, ella es tan imprudente que me avergüenza... —murmura Lizzy con preocupación pero con la satisfacción estampada en el rostro.

No puedo contener la felicidad por tenerla aquí conmigo, y agradezco a la divina providencia por la presencia de la detestable mujer que causó el enojo de la mujer que amo. Eso es tan claro que, de inmediato, ella sonríe dulcemente acercándose para recibir mis cariños, acaricio tiernamente su cabello y después su rostro. 

—No es nada imprudente, Elizabeth. Olvida ese percance, amor mío... —la beso entre los ojos y en la punta de su nariz, mientras continúo tocándole suavemente el rostro—. No tiene importancia, cariño.

—Ese vestido es muy costoso, señor Darcy. Ella no puede, no debió pedirle algo tan suntuoso... —susurra ella y también acaricia mi rostro, me mira amorosamente y sonríe.

—Con todo gusto ordenaría cubrir esta insulsa comarca de seda importada por entero con tal de tenerla a usted aquí conmigo, Elizabeth Bennet... —no consigo desviar mis ojos de los labios de Lizzy.

Después me inclino dejando en evidencia una expresión de dolor, mi erección está jugando en mi contra. Coloco mi mano en el molesto monte que se ha formado en la bragueta de mi pantalón. Todavía me molesta un poco, muy poco, intento convencerme. Nada comparado con lo que le pasará a mi dulce prometida en caso que siga imposibilitado de amarla.

—¿Qué le acontece, señor Darcy? —En el mismo instante que intento responder, ella deja de sonreír. La quiero siempre a mi lado, pero no me arriesgaré demasiado. Por encima de todo la quiero libre de decidir—. ¿Le duele algo, amado mío?

—Sí... 

—¿Qué le adolece? —Lizzy está asustada, me esculca el cuerpo con la mirada y luego descubre dónde está posada mi mano diestra—. Señor Darcy, ¿qué es lo que oculta?

Mantengo la mano sobre mi erección...

—Es la histeria que usted provoca en mí, señorita Elizabeth...—en tanto respondo tranquilamente, como si fuese una cosa común arriesgarme de ese modo ante ella, repito lo que vengo haciendo, la miro rápido y vuelvo a desear sus labios con los ojos. De inmediato fijo mi mirada en ella como esperando su reacción—. Lo que sucede en realidad es... Que la histeria en los caballeros es mucho más notoria que en las damas.

—¿Notoria? ¿Le duele mucho? Permítame ver —Elizabeth me regaña, posando su delicada mano sobre la mía. Le doy un beso suave, y la abrazo como protegiéndola de cualquier mal—. ¡Quiero ver su mal! ¿Puedo ayudarle a sanar?

¡Qué mujer tan terca! ¡Impulsiva! Ella vive con tanta ignorancia sobre el mundo real que me causa ternura. Engreída, hechicera caprichosa y testaruda, cuando quiere una cosa nada la detiene, por más que eso le cause miedo. Yo siento una alegría inmensa por saber que ella enfrentó a Juno de esa manera, amo ese lado salvaje, completo, libre. Exactamente así la amo.

—Mi amor por favor... No me toques en ese lugar, amor mío te lo imploro...—lo importante es que Lizzy está conmigo, enredo mis dedos en su cabello y sonrío.

—William, querido mío...

Elizabeth me reclama con tanto recelo, y enseguida le abrazo amorosamente. Cómo me encanta la suavidad de mi prometida, adoro su dulzura y la forma en que me habla, me toca y cuida. Su forma de reclamarme me hace sentir el hombre más amado, y ahora sé que lo soy. Yo, un caballero fuerte, audaz, temido y admirado por muchos, en los brazos de Elizabeth Bennet estoy cautivo, me siento protegido y mimado. ¡Qué sensación maravillosa! De paz, de estar en aguas calmas. Al mismo tiempo, acontece siempre así, toda aquella dulzura de Elizabeth aviva mi ansia de ver a la mujer que se revela cuando nos amamos sin mesura. Ella me tiene más confianza, y el amor que compartimos sobrepasaba en todos los momentos. Y en la cama es delirante la transformación por la cual ella se somete, adoro todas sus facetas.

—Mi amor...—Lizzy me brinda besos tiernos en la boca—. ¿Cómo está tu histeria?

Pregunta mi hechicera mirándome preocupada, balanceo mi cabeza como confirmando lo que voy a decir.

—Mejor...—aseguro todavía con la mano sobre mi erección.

Simultáneamente ella acaricia mi cabello con una mano, y mantiene la otra encima del enorme bulto de mi pantalón.

—¿De veras? —Lizzy observa mi bragueta para estar segura, le sonrío brevemente e insinuante.

—¿Te lo demuestro...?

Ella sonríe tímidamente y baja sus brillantes ojos en dirección a sus dedos que juegan entre la tela de mi prenda inferior. Apoyo mi frente en la suya y con la vista hacia arriba, mirando sus preciosas gemas oscuras la llevo alzada en brazos en dirección a la cama con una sonrisa llena de promesas. Ella retribuye mi sonrisa y mi mirada con timidez y complicidad. Caemos juntos en la cama y la beso con ansias, a pesar del deseo de amarla le desato lentamente los pasadores del corsé, y acaricio lentamente su piel hasta que quedan sus pechos completamente desnudos ante mí. Acaricio su vientre y Elizabeth deja escapar un pequeño grito cuando la gruesa cadena de oro que rodea mi muñeca la roza. El frío del metal costoso en contacto con su piel caliente la asustó, y se estremece. Intercambiamos una mirada, y una sonrisa divertida.

Me quito la pulsera y la deposito sobre la mesa de luz, al lado de la cama.

—Solo quiero que grites de placer...—susurro sin apartar los ojos de los suyos y Elizabeth se encrespa, ahora, de lujuria—. Lizzy... Ábreme las piernas a tu cielo, encanto.



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