Capítulo 13:

—Una mujer valiente y admirable que sabe cuidar bien lo que le pertenece —interrumpo su congoja, y beso el dorso de su mano—. Usted me hace sentir tan digno de alabanza que me apena... Esa entereza suya con la que defiende a este, su modesto prometido, no tiene precio alguno...

—Señor Darcy...—murmura ella girando en mi dirección, sus brillantes ojos me atrapan de inmediato, Elizabeth espera un beso de mi parte, lo sé, lo siento. Me inclino al encuentro de su boca, pero la madre interrumpe el mágico momento arrebatándome a su hija de los brazos—. ¡¿Madre!? ¡¿Qué hace...!?

—¡Pronto que no hay tiempo que perder, señorita Elizabeth! ¡Estos vestidos son bellísimos, jamás he visto nada igual! Me atrevo adivinar que le quedarán preciosos en su silueta, ¿no lo cree usted, mi querido señor Darcy? —Me quedo paralizado, me encuentro en una dimensión ajena, sin saber qué responder.

¿Me está hablando a mí? ¿Estoy dormido y aún no despierto? ¿Acaso la detestable mujer me golpeó al encontrarme con su hija en la cama y perdí el conocimiento? Por la sonrisa diabólica que muestra la señora Bennet me doy cuenta que es real.

—¿Querido...? —Pierdo la capacidad del movimiento justo cuando las damas se encierran en el despacho para probarse los vestidos.

—¡Villano! ¡¿Cómo se atreve, señor Darcy!? ¡¿Robarme el afecto de la honorable señora Bennet en mis propias narices!? —Charles protesta en un ataque irracional digno de un infante—. ¡Qué osadía la suya, William! ¡Descarado rufián de lo peor! Se supone que usted es el yerno repudiado y yo el apreciado, ¡injusticia! ¡Cruel injusticia!

—Pierda cuidado, señor Bingley. Estoy dispuesto a devolverle su pedestal cuando usted guste, no me importa en lo absoluto contar con el aprecio de la suegra que lamentablemente compartiremos —deslizo mi brazo rodeando sus hombros, y me aparto de la puerta del despacho junto a mi buen amigo—. Aunque en su lugar no me quejaría tanto...

—¿A qué se refiere, señor Darcy? —Charles mira alrededor, entiende a la perfección que el tema en cuestión es privado.

—Mucho me temo, señor Bingley, que soy el primer pollo al que la señora Bennet le arrancará unas cuantas plumas...—ladeo la cabeza en dirección a la puerta del despacho, y Charles emboza una amplia sonrisa de burla absoluta.

—Justicia divina, señor Darcy. Simple justicia...—él me propina leves palmadas en la espalda, y me invita a caminar hacia el amplio comedor—. ¿Me acompaña a desayunar, respetable pollo Darcy?

—Será un inmenso placer, mi estimado pollo Bingley —al instante las criadas corren a servir la mesa, pero la expresión de Charles es de enfado.

—Creí escucharle asegurar que yo era un pavorreal anoche, William...

—Empiezo a dudar quién es mi prometida, Charles. ¿Usted o la señorita Bennet...? ¿Algo más qué reclamar esta peculiar mañana? —Acepto el café de buena gana, lo necesito para tranquilizar mis nervios.

—Cierto es, señor Darcy. Tenía pensado guardar los pecados bajo este techo para uso personal, pero grande fue mi asombro al enterarme de una manera impropia que invitó a su amada yegua salvaje a pasar la noche en esta, mi humilde morada...

—Puede quedarse con todos los pecados que usted guste, señor Bingley. Le repito y confirmo que nada contundente aconteció bajo el techo de su humilde morada anoche...

—¡Falacias! Permítame recordarle, señor Darcy, lo bien que tengo la dicha de conocerle. ¿Asegura que nada fue consumado! ¡Falsedades, pura falsedad! ¿Nada aconteció? Permítame reírme... ¡Y yo soy un mozo virginal!

—¿No lo es? —Murmura la señora Bennet, y ambos saltamos de nuestros asientos.

—¡Respetable señora Bennet! ¡Lo soy, lo soy! ¡Le juro que lo soy! —Vocifera Bingley al borde del colapso mental—. Puro e inmaculado para su apreciada hija Jane, sólo para ella... ¿Cierto, señor Darcy? —Charles comienza a sudar demasiado, se muestra alterado, y me hace señas para confirmar su afirmación, pero yo me limito a beber mi sabroso café muy despacio—. ¡Señor Darcy por el amor a todo lo divino!

—Cierto es, señora Bennet. Doy fe de la pureza del alma de mi buen amigo Bingley...—suelto mi taza y me fijo en Charles, quien se desploma agitado en su asiento mientras mi futura suegra le abanica el rostro, y ahora me fijo en la detestable mujer, quien luce un costoso vestido de seda importada, a juego con el sombrero y el abanico, lo que me temía—. ¿Señora Bennet...? ¿Ese vestido es nuevo?

—¡Oh mi querido señor Darcy! Me gustó tanto que no pude resistirme, ¿es de su completo agrado? He decidido quedármelo, espero que no le moleste el atrevimiento de esta pobre mujer —lloriquea fingiendo vergüenza, tremendo demonio que es, Charles sólo se ríe a sus anchas de la incómoda situación.

—No representa molestia alguna, señora Bennet. Considérelo un obsequio de mi parte...—la risa de Charles se vuelve más sonora, mi enojo aumenta.

—El sombrero y el abanico a juego también, ¿cierto, querido señor Darcy?

La descarada mujer se atreve a mucho, contengo la respiración preparando un grito de furia que nace en la boca de mi estómago, pero justo en ese momento Lizzy aparece en el comedor, está bella y radiante luciendo un precioso vestido nuevo en color rosa.

—¡Dios Santísimo, qué bella aparición...!

—¡No, de ninguna manera voy a permitirlo, madre! ¡Esto es impensable! ¡Usted no puede aceptar un obsequio tan costoso de parte de mi prometido! —Lizzy se muestra furiosa, y arremete contra su progenitora quien balancea la falda del vestido nuevo encantada por la prenda, por alguna razón que me apena desconocer mi enojo se esfuma gracias a su presencia—. ¡¿Cuándo dejarás de avergonzarme de esta manera, mamá!?

—¿Qué tiene de malo, Elizabeth? Pronto se casará con el querido señor Darcy, y es su deber sostener a la familia de su digna esposa como corresponde —la señora Bennet responde despreocupada, me acerco a Lizzy con cautela, pero la presencia de Juno y los murmullos de las musas empeoran la escabrosa situación.

—Dios mío...

Y en ese preciso momento yo dejo de importar, sólo importa Elizabeth. Es ella quien precisa ser protegida de lo que vendrá, y no quiero que pase más vergüenza. De ninguna manera lo permitiré, ni por su madre, su padre o su quinta generación, o que sufra por los comentarios y miradas curiosas, malvadas.

—Elizabeth...—rodeo su fina cintura con ambos brazos desde atrás, y ella se estremece entera—. Está bien, querida. Todo está bien... Yo a usted la amo, Elizabeth Bennet. Y eso no cambiará nunca.

—Señor Darcy...—Lizzy lleva su mano a su frente, está por darle algo malo—. ¿Cómo puede asegurar algo así en estas horribles circunstancias?

—Lo sé, mientras usted permanezca a mi lado nada es tan malo, todo es felicidad... —finalmente ella se relaja, y recuesta su cabeza en mi pecho—. Confía en mí, amor mío. No es nada, lo juro...

—¡Oh qué tarde es! Es preciso irme, mi amadísimo señor Bennet se enfadará si no encuentra la merienda lista como es debido. ¡Quiero ver la cara de Lady Lucas cuando vea este espléndido vestido! —La detestable mujer se aproxima hacia Charles para despedirse con muchos arrumacos, luego se despide de Juno y sus musas, y después camina en dirección a nosotros—. Con su apreciado permiso, querido señor Darcy, paso a retirarme. Cuide mucho a mi pequeña. Señorita Elizabeth la esperamos en casa en un par de días, debo asumir. ¡Gracias por tanta amabilidad!

Debo estar preso de alguna alucinación amorosa.

—¿Días...? —Murmuro invadido por una fiebre letal.

—¡Oh mi querido señor Darcy! Que sean tres días, no me pida más que no es propio —la encantadora mujer da un giro luciendo su nuevo traje, y a Charles se le descuadra la quijada del asombro—. ¡Adiós a todos!

—Apreciada señora Bennet, ¿no desea llevarse dos vestidos más? Le obsequio toda la seda que a usted se le antoje, lo juro —demasiado tarde mi ofrecimiento, la encantadora mujer abandona la estancia.

—¡Señor Darcy! —Me regaña Lizzy.

—Me temo que su futura suegra lo dejó con el habla en los labios, señor Darcy —Juno comenta sentándose a la mesa, junto a las trillizas Russo quienes murmuran barbaridades—. ¿Pero qué se puede esperar de una mujer que vende a su hija por un simple vestido de seda? ¡Dios nos sorprenda confesados! ¡Oui, oui!

Elizabeth cambia de expresión de forma radical, pasando de un total asombro a una total rabia extrema. Camina a grandes zancadas hacia Juno y le propina una fuerte bofetada que deja a todos los presentes sin habla, incluyéndome.

—¡Furcia! ¡No se atreva a volver a insultar a mi madre! —Lizzy gira dramáticamente para mirarme, sus ojos arden por el enojo—. Me siento bastante histérica ahora mismo, solicito una audiencia en privado con usted, señor Darcy —mi tierna prometida dirige sus pasos hacia mi alcoba y yo me quedo inmóvil, todo ha pasado tan rápido que no puedo creerlo—. ¡Ahora, William!

—Si tienen la bondad de disculparme... —Juno solloza y es consolada por sus musas, Charles está paralizado, y la servidumbre murmura—. Regresamos a la hora de la comida... Me retracto, mejor de la cena.

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