Capítulo 10:

Gracias por leer.❤️

Admiro el sublime paisaje que tengo frente a mí completamente embelesado por su belleza, Lizzy está expuesta tanto como había soñado después de disfrutar de la pasión de mis caricias indebidas. Recorro con la mirada sus piernas, subiendo por sus muslos, ascendiendo lentamente hasta que nuestros ojos se encuentran ávidos. Su pudor está plasmado en su delicado rostro, y no puedo soportar por mucho tiempo tanta ternura acumulada en un pequeño ser, me aproximo a sus labios sediento de sus besos.

—¿Usted siempre fue tan brillante, señor Darcy? —Lizzy sujeta mi cara con ambas manos—. En su rostro centellean pequeñas luciérnagas rodeándolo, sus ojos brillan misteriosamente, esta alcoba tiene luces en el techo estrellado... Usted brilla, señor Darcy...

—Señorita Elizabeth, me place comunicarle que usted está completamente curada —la beso sin hacer el mínimo esfuerzo por evitarlo—. ¿Le pareció doloroso?

—En honor a la verdad estaba muy nerviosa, y me encuentro en un gran dilema por su causa, señor Darcy —me bajo de su cuerpo, y me aproximo al lavador. Ella se queda quieta sin dejar de observar mis movimientos.

—¿Cuál es el dilema que te aqueja, mi amor? —Humedezco una pequeña toalla y regreso a la cama, ella se sobresalta de inmediato intentando cubrir su poca desnudez con la frazada pero la detengo—. Debo limpiar la zona intervenida, Elizabeth. Soy un médico muy meticuloso.

—No puedo... —sus mejillas vuelven a teñirse con ese rosa delicioso—. No puedo superar la vergüenza, señor Darcy. Es muy difícil para mí...

—Cierra las ojos, encanto. No te haré daño —ella obedece cubriendo su rostro con mi almohada, y limpio con esmero la parte de su cuerpo que pronto será mía por entero—. ¿Dilema?

—Yo agradezco a los dioses por tener un prometido tan bien educado y repleto de basta experiencia...—Lizzy habla muy rápido, me resulta difícil entender sus palabras, termino mi faena y la libero de los restos de una contienda con un final feliz.

—¿Pero...? —Cuestiono y ella sale de su esponjoso escondite, curiosa.

—Siento temor de preguntar en donde...

—¿Dónde aprendí a tratar la histeria femenina? —Interrumpo su suplicio, más para ayudarla que por torturarla. Su gozo se transforma en pena que inunda sus ojos de humedad.

—No...

Vuelvo al lavado para dejar la toalla dentro del cesto, aseo bien mis manos y vuelvo acostarme a su lado. Lizzy tiembla y esconde su cara en mi pecho.

—¿Con quien aprendí a tratarla? ¿Es eso...? —Sujeto su mentón para obligar a sus brillantes ojos a encontrar los míos. Sonrío por lo dichoso que soy.

—Por favor no se burle de esta pobre creyente, señor Darcy...

—¿Realmente quieres saberlo?

—¿Me dolerá escuchar la verdad...?

—No existe dolor más profundo para mí que la desdichada condena de no tenerla cerca, señorita Elizabeth. Lo aprendí de los sagrados textos, los libros.

—Me temo que padecemos del mismo mal, señor Darcy...—Lizzy se acurruca en mi pecho, dejando su larga melena muy cerca de mi rostro—. Sentía... Un dolor tan estremecedor semejante a infames dagas atravesando mi pecho... Fue como estar muerta en vida, señor Darcy.

—Lo sé, preciosidad... —abrazo su cintura y mi cuerpo de amolda al suyo, cobrando vida propia por su cercanía—. ¿Siempre hueles tan delicioso?

—Debe ser mi perfume mezclado con el suyo, señor Darcy —sus dedos se hunden en mi cabello, suave, lento, placentero.

—¿Su voz siempre fue tan relajante?

—Usted debe estar perdiendo la cordura, señor Darcy —Lizzy me besa, y se acomoda de espaldas a mí en mi lecho.

—¿Cómo se atreve, señorita Elizabeth? Invadir de esta manera tan veloz un lecho masculino, y hacerlo suyo en un momento.

—Debe ser la histeria que usted me provoca, señor Darcy.

—Cásate conmigo, adorable bruja maligna.

—Acepto, señor Darcy.

—¿Desde cuando eres tan complaciente, Lizzy?

—Desde que me enamoré perdidamente de su bella escultura en Pemberley.

Existe un momento crucial en la vida de un hombre, el preciso instante en que encuentra aquel aroma de una dama que lo atrapa para siempre. Y yo lo había encontrado la noche anterior, hallé mi prisión de amor en el perfume del cuerpo de Lizzy, el cual me acompañó hasta el maravilloso amanecer. El semblante de mi amada se asemeja a un ángel terrenal mientras duerme, tan pacífica, tan calmada, tan tierna, con sumo cuidado me muevo muy despacio hasta apartar su anatomía de mí muy a mi pesar, su cabeza está recostada en mi pecho, y su hermoso cabello largo esparcido sobre mi almohada, una que empiezo a adorar sólo porque refugia esa penumbra oscura que tanto amo. Me dirijo hacia el cuarto de baño principal para darme un merecido aseo matutino, y estar presentable cuando mi ángel despierte, pero al regresar a mi alcoba la cama está vacía, perdió su encanto.

—Buen día, señorita Elizabeth —encuentro mi alma en el pequeño cuarto de aseo de la habitación, miro sus labios a través del espejo, y ella me sonríe ajena a mis pensamientos, a los recuerdos que se me grabaron en la mente.

—Buen día y maravilloso despertar, señor Darcy —recuerdos que también acompañan a Lizzy, lo deduzco porque evita mi mirada.

Elizabeth después de lavarse arregla su cabello frente al espejo del baño, me acerco cauteloso con los dulces recuerdos haciéndome soñar despierto, suspiro de satisfacción cuando me paro detrás de ella y la abrazo uniendo mis dedos en su vientre, contemplo su reflejo y otro recuerdo surge alterándome la respiración, el recuerdo de su mirada cuando le pregunté si confiaba en mí. ¡Esa mirada me atrapa más que su aroma! Es la mirada que me invade el alma, el cuerpo, las emociones. ¡Lizzy es tan linda! ¡Sólo para mí! Es lo que su mirada me revela, ¡ella es toda para mí! Inesperadamente se libera de mis brazos, y sale del cuarto de baño sin decir palabra alguna.

¿Está molesta?

¿Había causado su enojo?

¿Qué hice mal?

Ahí va mi adorable prometida convirtiéndome en un estúpido poseso que sigue sus pasos sin remedio.

—Aquello que busca, señorita Elizabeth, está de pie justo detrás suyo —susurro en su oreja, y ella vuelve a escapar de mí—. He soñado con este momento, Elizabeth. Usted y yo compartiendo la misma alcoba, y nada está ocurriendo como en mis sueños. ¿Qué busca?

—El libro de rezos, señor Darcy —me aclara la atrevida despreocupada, parece que no le importa el ansia que tengo de sentirla.

—¿Libro de rezos?

—Sí, el libro de rezos. Me urge asistir a una iglesia a la brevedad para confesar mi grave pecado...

La desagradable bruma del arrepentimiento, ese cruel villano que arruina los mejores momentos, se está burlando de mí.

—¿Usted está arrepentida, señorita Elizabeth? ¿Rechaza las atenciones que tengo con su persona?

—¡No! ¿Sí...? ¡Lo ignoro! Usted me entregó a las llamas de un dilema tan escabroso que no lo puedo explicar con sabiduría, señor Darcy —cuando la mirada de Lizzy vuelve a reflejarse en el espejo del tocador sus ojos están húmedos, y aunque esté avergonzada por lo acontecido, una sonrisa juguetea en sus labios.

—Lizzy eres mi prometida, vamos a casarnos en el culmino de tu egoísmo, nada de lo que pasó fue pecado, es amor puro —sostengo sus hombros, y giro su esbelto cuerpo para enfrentarme a esos bellos ojos que me hechizan—. Te amo, vida mía.

Nuestros ojos se encuentran, y ella se estremece entre mis manos. ¿Puede una mirada hacer que un cuerpo entero arda de deseo? La quiero tomar de nuevo, y sé que Elizabeth quiere lo mismo por la intensidad de su mirada.

—Yo te amo tanto, William... Tanto que no sé cómo proceder cuando usted comparte el espacio conmigo, deseo decirle tantas cosas, tantos secretos que guardo. Pero siento temor de desagradar ante sus ojos, muero de miedo al pensar que usted me llegase a repudiar por ser tan insensata, y después ocurre eso... Eso tan... Eso fue tan, señor Darcy.

—Ese lecho sólo acogió a un hombre y a una mujer que se desean con tanta fuerza e intensidad porque se aman con locura, Lizzy —lentamente hago avanzar sus cortos pasos hasta llegar junto a la protagonista de la escena; la cama—. Cuando un sentimiento es tan grande todo lo que hacemos juntos es bello y sagrado, Elizabeth.

Me atrevo a subir mi mano por su espalda, y tomándola por la nuca acerco su boca a la mía. El beso comienza suave, nuestras bocas pegadas, abriéndose y cerrándose en un movimiento lento, caliente, delicioso. Desciendo mi otra mano hasta su cadera para empujarla levemente y caer juntos en la cama nuevamente, escabullo mi impropia mano debajo de su falda, y acaricio su pierna en un subir y descender que obliga a mi amada a gemir abriendo más la boca. Introduzco mi lengua despacio pasando entre sus carnosos labios, como buen explorador recorro su cavidad bucal aumentando la excitación del momento, me acomodo mejor entre sus piernas mientras profundizo el beso, se vale repetir el plato cuando la comida es deliciosa.

—¡No! ¡De ninguna manera permitiré que suceda esta infamia sobre mi buen nombre! —La voz de la detestable madre se escucha detrás de la puerta, pero estamos tan entregados a la pasión que no me detengo, no puedo—. ¡Usted, canalla de baja estirpe! ¡Retire sus sucias manos de mi inocente hija!

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