Capítulo 1:

Gracias por leer:)

Sometido en una vil agonía espero a Elizabeth abandonar la desordenada biblioteca de su padre, pero tarda demasiado. Quizás el señor Bennet ha logrado persuadir a su hija para que no contraiga nupcias conmigo, de transcurrir las horas nocturnas sin tener noticia de la dama en cuestión es probable que yo muera por la angustia...

Es un dolor avasallador, todo de por sí me resulta muy extraño. Su desaparición repentina me sume en la más cruel incertidumbre, nadie puede darse cuenta de mi aflicción sentado en esta silla que parece sostener el mundo entero, mi mundo, y justo ahora acontece su esperada aparición. Su vestimenta algo arrugada me relata el indicio de lo sucedido, su hermoso cabello en desorden y con su amplia sonrisa... La señorita Elizabeth estuvo en su alcoba, lo noto en sus brillantes ojos.

¿Por qué siento este revuelo en el estómago?

¿Por qué parezco flotar cuando la tengo tan cerca?

Mis cavilaciones no cesan.

 —Mi estimado señor Darcy, tenga la gentileza de acompañarnos a cenar —el señor Bennet hace su entrada triunfal, sonriendo encantado.

—Será un inmenso privilegio cenar en compañía de tan distinguida familia —puedo estar pecando de hipócrita, pero me importa un cuerno soportar a su insidiosa madre con tal de disfrutar la grata compañía de Elizabeth.

Me dirijo hacia el comedor y por un momento me detengo, debo esperar que las damas se acomoden en sus lugares primero. Mi futuro suegro me señala un asiento justo al lado de su hija, lo cual acepto complacido. ¿Qué es lo que platicaron tanto? Necesito enterarme de los detalles o mis nervios serán más evidentes, y sin más, tomo asiento muy cerca de mi amada.

Nada cambió en este hogar, sin embargo percibo en la atmósfera un halo especial como celestial, una presencia que ilumina la estancia. Arrimo un poco mi silla en busca de su calor, y sutilmente sujeto su delicada mano que está posada en su regazo. "Sí, podré acostumbrarme a esto con facilidad", divago mentalmente, y pierdo un poco la noción de lo que sucede en mi entorno. Mis ojos están perdidos en los suyos, en Elizabeth. Hace apenas unas horas, mientras la dama cruzaba el saloncito para llegar a la biblioteca de su padre, me preguntaba si ella es tan audaz como parece. Ahora, sin tener la menor idea de las dudas que invaden mi ser, Elizabeth me responde de la única manera que sabe hacerlo: siendo ella misma; jugándose el pellejo por todo aquello en lo que cree, ayudando una vez más a darme cuenta de lo vulnerable que soy con un sólo vistazo de sus ojos. 

Elizabeth también se siente incómoda ante tal situación, consigo darme cuenta por el tamborileo que realiza con su zapato. Está sentada a mi lado, muy cerca de mí tanto como lo he soñado. Todavía recuerdo sus palabras cuando en un arranque de indignación me rechazó, y en el momento en que volví a confesar mis sentimientos su mirada me obsequió la respuesta esperada, tomándola de la cintura y atrayéndola tanto hacia mí la besé, finalmente pude sentir su respiración en mi rostro y fue el instante más glorioso de mi existir.

—Señorita Elizabeth... ¿Debo asumir que la cita con su padre resultó fructífera para su futuro porvenir? –Entonces, Elizabeth Bennet, la doncella que no me soportaba en lo absoluto, eleva sus ojos hacia mí sonriendo de felicidad—. Usted me tendrá que disculpar pero es preciso saberlo... Me... Urge.

—Jamás lo había visto preso de semejante aflicción, señor Darcy. Y respondiendo a su pregunta, fue tan fructífera que me veo casada muy pronto con el noble caballero que está cenando a mi lado —su espíritu travieso sale a flote, la miro fijamente para conseguir capturar en la memoria aquellas finas arrugas que se le forman alrededor de la boca y por ello, inmediatamente, ella saca un tema de conversación—. ¿Qué le parece la cena? Espero que sea de su completo agrado.

Es la comida más ordinaria que en mi vida me obligué a engullir, pero me importa un reverendo pimiento. Tengo una larga fila de motivos para levantarme y salir corriendo de esta morada y nunca más volver, pero hay algo poderoso que me ata a esta miserable silla aunque se desate el infierno fuera de estas paredes, y ese algo es ELLA. Su presencia aquí apacigua todos mis temores, me hace volver a tener fe y por ello no puedo evitar sonreír ante la agradable noticia.

—Dudo mucho que exista otro noble caballero más dichoso de casarse con usted, señorita Elizabeth. Estoy salvado de mi agonía perpetua y no por intervención divina, ni por los remedios de un médico...— mirándola a los ojos, sostengo sus manos por debajo del mantel a escondidas de su familia—, sino por usted, por estas manos que creo capaces de curar todos mis males...

Su timidez gana al enorme impulso que siento de besarla en este preciso lugar, y por prudencia me dedico a comer en silencio reprimiendo mis deseos. La detestable madre está sentada frente a mí y apenas me mira, es evidente que le incomoda mi presencia en su hogar, pero ahora cuento con la venia del padre y eso me otorga el derecho de cortejar a mi novia. Charles está perdido en los labios de su linda rubia quien le platica muy animada, y las otras hermanas ríen mientras murmuran anécdotas sobre los tediosos bailes de gala. El señor Bennet es el primero en levantarse y agradecer mi compañía, perdiéndose pronto tras la puerta de su biblioteca. Los novios oficiales nos animan a salir hacia el jardín después de la comida, y tan rápido como logramos salir de la casa los perdemos de vista.

—Me parece que sólo somos una simple excusa para que la flamante pareja pueda pasear con soltura por los pastizales, ¿no lo considera cierto, señor Darcy?

—Permítame refutar su teoría, bella dama. Pero a mí me parece que la excursión ajena de la flamante pareja es sólo una vana excusa para dejarnos solos, ¿no lo considera cierto, señorita Elizabeth?

Luego, la beso en los labios. La intimidad entre nosotros dos ha llegado a un momento crucial, mi corazón se dispara y una corriente de emociones sube por mi torrente sanguíneo y se escapa por los poros de mi piel. Elizabeth me mira por un instante totalmente turbada, ¿por qué no puedo resistirme a tocarla? Me gusta estar con ella a pesar de todo. ¿Qué me está pasando? Sus labios tienen un sabor dulce, saben a jalea real y leche fresca, suavemente y procurando ser lo más propio posible profundizo el beso hasta que lo considero correcto.

Su timidez gana otra vez la partida, y con suavidad retira su rostro para obligarme a apartarme de su boca. Trato de recobrar la sensatez y ella vuelve a mojar sus labios con esa lengua que me está poniendo enfermo y no logro resistirme, la beso nuevamente. Sé que una vez más, no podré controlarme frente a Elizabeth y terminaré por decir aquello que me aflige en este momento, intento serenarme y en esta oportunidad soy yo quien se aparta disculpándome apenado.

—No, señor Darcy. Usted no debería pedir perdón por demostrarme su cariño... 

—Lizzy...—el momento no da para buscar el acercamiento que deseo tener con ella. El delicioso sonrojo en sus mejillas me confiesa lo que ella no se atreve a decir, yo le gusto. No puedo estar cerca de esta mujer sin sentir un deseo enorme de tocarla y sentir su piel al contacto con la mía, la tomo por la cintura y junto mi boca a su oído—. Usted me tiene embrujado...

Ella se estremece, puedo sentirlo en la agitación elevada de su pecho... Qué delicia es tenerla así tan cerca. Lizzy es tan suave... Tan tierna... ¡Tan femenina, tan mujer! Definitivamente me estoy volviendo loco, ¿cómo pude enamorarme de Elizabeth? Ella es tan distinta a mí, ¿o tal vez no? Por momentos quisiera que esta tarde no acabara nunca para que ella no se aparte de mi lado.

—¿Usted me está acusando de brujería, señor Darcy?

—¡Sí! La acuso a usted, y a ese precioso par de ojos oscuros.

—¿Entonces debería liberarlo de mi hechizo, señor Darcy?

—No diga eso, señorita Elizabeth. No hay mejor condena que la que se disfruta...

—¿Disfruta estar hechizado por mí, señor Darcy? 

—Completamente, señorita Elizabeth —y sin más le abro mi corazón para dejar salir todo el amor que llevo dentro, y que marcó mi vida—. Estoy tan enamorado de usted... Que soy capaz de rogarle me aumente la dosis si la debo beber de sus tersos labios... Ni siquiera puedo aspirar a librarme de su influencia maligna, y tampoco lo deseo. 

—Lo amo tanto, señor Darcy...—responde ella muy bajo, casi susurrando—. Soy capaz de cumplir cada una de sus exigencias, usted no es igual a los demás, es incluso mejor que muchos hombres de sociedad que he conocido. Hace unos instantes atrás lo observé conmoverse frente a mí. Es usted un hombre bueno, es noble, generoso y sensible... Y ha sufrido tanto por mi rechazo. ¡Cómo quisiera calmar ese sufrimiento, borrar aquel dolor de toda su vida! Yo quisiera ser esa mujer con la que usted forme una familia, darle todos los hijos y la felicidad del mundo...

—Tú eres esa mujer, Elizabeth. Siempre lo fuiste...

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