26
Megumi se revolvió, reflexionando seriamente si pegarle con la barra de pan.
—Suéltame. —Gruñó, clavando sus talones en la acera, pero el otro tenía más fuerza que él y tiraba con insistencia de su brazo. La rabia se acumuló progresivamente en su garganta. —¡Suéltame!
Sacudió su brazo con violencia y Suguru lo soltó, mirándole fijamente, aturdido por la reacción. Hiperventiló, queriendo cruzarle aquel rostro de ojos rasgados de un seco puñetazo, arrojarlo a la carretera por todo lo que había hecho.
Ni había ninguna buena persona enterrada bajo la cadena de plata y la cazadora de cuero; aquellos pantalones de verde militar con sus numerosos bolsillos sólo escondían serpientes de colores llamativos, venenosas y ansiosas de peligro.
Apretó la mandíbula, sosteniendo la bolsa de plástico con frustración.
—¿Qué pasa? —El chico ocultó varios mechones de pelo tras una de sus orejas, la brisa revolvía el oscuro cabello con lentitud. —¿Por qué no quieres? Venga, sé que no querías decir lo del otro día, te perdono. Ahora, ven conmigo.
—No. —Se quejó, sintiendo los dedos ajenos clavándose en su muñeca. Joder, se la iba a dislocar. —Para, no quiero nada contigo.
Estaba intentando mantener la calma, respirar varias veces antes de hablar, disfrutar de las bocanadas de aire y controlar sus músculos y sus movimientos. Pero, tenía tantas ganas de hundirle de una patada en la entrepierna, quería saber qué demonios le había hecho a Satoru, a su Satoru. Reprimió el nudo de su garganta, no quería llorar. Era de aquellas personas que no podían discutir o gritar sin sollozar.
Suguru era una persona de mierda que había destrozado a una persona maravillosa, ¿y aún con todo no sentía remordimiento alguno? ¿Se habría preguntado acaso dónde había acabado Satoru después de que se cruzaran?
No sabía lo que significaba la palabra "no", no llevaba bien los rechazos, que no le dieran la atención que creía que merecía. Era egocéntrico, rozaba el narcisismo con esa forma de mirarle.
Soltó un pequeño chillido, sintiendo que agarraba su cintura con fuerza para ponerlo a su altura. No conocía aquella calle y empezaba a alejarse del apartamento de su padre, ¿a dónde pretendía llevarlo?
—Vamos a echarnos unos pitis por ahí. —Soltaba, como si no estuviera podrido por dentro. —Vamos, Megumi, no te hagas más el difícil, ahora podemos estar tú y yo a solas, sin nadie que nos interrumpa.
—Déjame... —Su voz tembló, no tenía ni idea de dónde estaban. Gruñó por lo bajo, con aquel sonido gutural atascado, intentando no desmoronarse. —¡Para! —Puso una mano en su costado y lo apartó con brusquedad, respirando rápidamente. —¡No me estoy haciendo el difícil, es que no quiero! ¡Pensé que te lo había dejado claro el otro día!
Un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas rosadas, con el corazón latiendo rápidamente, dando trompicones por su pecho. Había sustituido la camisa blanca por una camiseta negra que había cogido del armario de su padre, le quedaba algo grande y le hacía ver más pequeño de lo que realmente era. Lo cierto era que podía partirle un brazo si quisiera —y no le faltaban ganas—.
Quería volver atrás en el tiempo, haberse negado a hablar y a escuchar sus disculpas en la cafetería.
—¿Qué? —Suguru ladeó la cabeza, soltando una repentina carcajada que le heló la sangre. —No seas idiota, sé que quieres follar conmigo.
Aquello era lo peor de las ciudades. La abundancia de gente provocaba la enorme indiferencia, grandes abismos de falta de empatía en las personas que pasaban por su lado y que los escuchaba y veía discutir.
La acera se fue vaciando poco a poco y cada vez más parejas y transeúntes preferían cruzar el semáforo y cambiar a la opuesta. Tan horrible.
—¡¡No me hables así!! ¡Ya te he dicho que no! —Demandó, agarrándolo del cuello de la cazadora de cuero. Frunció el ceño, rabioso, con el corazón encendido en llamas. —¡Y no hagas como si no fueras una persona de mierda! ¿¡Acaso no sabes lo que le hiciste a Satoru!?
El chico desvió la mirada, molesto por aquellos enormes ojos azules que amenazaban con ahogarlo en un mar profundo. Agarró la mano de Megumi y apretó su muñeca.
—Sólo nos dejé espacio a ambos. —Gruñó, encogiéndose de hombros como si fuera algo cotidiano. —Esa rata sólo sabe entrometerse en mi vida y joderme...
Megumi entró en furia. Lloroso e hiperventilando, reforzó mejor la zona que ya agarraba y dirigió un seco puñetazo a su rostro, con la otra mano.
Lo soltó al instante, viendo cómo se cubría la cara, ¿le había dado en la nariz o la impresión de que algo crujía había sido su imaginación? No quería romperle nada, pero en aquel momento aquello era lo último en lo que pensaría. Miró a su alrededor, nervioso, sintiendo dolor en sus muñecas, en sus nudillos.
—Te odio. —Soltó, viendo gotas de sangre deslizarse de entre los dedos que se cubrían. —Ojalá te devuelvan todo el daño que has causado.
Y se dio la vuelta, apretando los puños y dejándolo en medio de aquella calle medio vacía. Sin embargo, antes de doblar la esquina ya había llamado al número de urgencias.
La bolsa con el pan manchado de sus lágrimas colgaba de una de sus muñecas.
—Entonces, ¿Megumi y él no están juntos?
Si hubiera podido moverse, si tan sólo hubiera podido alzar un poco la cabeza habría envuelto en un abrazo a su psicólogo. Estaba tragando todas las lágrimas y aquello dolía, dolía tanto, pero el resto curaba su corazón roto.
—Mi hijo nunca estuvo con él, puedo asegurártelo. —Asintió Toji, tomando algo de aire después de aquella extensa charla. —Nunca tuvo intención de dañarte, sólo de ayudarte, pero lo hizo por los medios equivocados.
No pudo hacer otra cosa que reír por lo bajo. Un pedacito de cristal se deslizó de sus ojos de cielo por su mejilla y su pecho se estremeció. El recuerdo de la suavidad de su pelo de azabache, sus preciosos iris de mar y sus bonitas palabras lo alegraban, le daban ganas de continuar.
Alzó una mano para limpiarse el rostro, con cuidado de no mover la cabeza. Su cuello estaba atrapado por un extraño collar de escayola que no permitía que se moviera, para que la fisura de su cráneo sanara correctamente.
Ni siquiera sabía cómo sentirse. Quizá engañado, sobre todo los últimos días en los que el comportamiento de su amigo se debía a que había visto su historial médico y psiquiátrico. A decir verdad, aquello no le importaba demasiado, aunque hubiera preferido seguir a su ritmo, contándole las cosas poco a poco. Y es que sólo su rostro permanecía en su memoria, sólo podía verle a él, sólo tenía ojos y vida para él.
—Tu hijo es hermoso. —Susurró, pensando en que eran muy parecidos físicamente. Nunca había caído en eso.
—Satoru... —Comenzó el hombre, mordiéndose el labio inferior. —No me gustaría que siguieras dependiendo emocionalmente de él. Estar enamorado es genial, pero eso roza la obsesión y no es bueno, ¿cierto? Ya hemos hablado sobre esto. —Paseó la vista por su brazo herido, cubierto con un esparadrapo. —¿Cómo se llama ese chico rubio de antes? ¿Es tu amigo? Sería genial que tuvieras algún amigo, para no tener tanta tendencia a depender de Megumi.
Una ligera exhalación murió en el aire. Nanami. Nanami, el chico de la primera fila con sus extrañas gafas; tenía unos bonitos ojos verde oliva y siempre iba bien peinado y vestido, solía poner atención en clase y recordaba su comportamiento como extremadamente educado y formal.
Tampoco es que hubieran hablado mucho durante los años de instituto. Quizá para cosas relativas al puesto de delegado de la clase —nunca llegó a serlo, porque todos los votos se los ganaba Nanami, con lo que acababa de subdelegado—, o relativas a las odiosas clases de matemáticas. En una ocasión había llegado a pedirle ayuda con un ejercicio y se sentaba a su lado en la biblioteca, cuando no quería que en el patio lo acosaran.
Siempre había estado ahí y, al mismo tiempo, no.
—Podríamos comenzar por algo sencillo. —Continuó Fushiguro, había descubierto que el cartel de la consulta tenía su antiguo apellido. No era Zenin, era Fushiguro. Toji Fushiguro. —Mirar hacia un futuro cercano y empezar a reconstruirlo todo, ¿qué harás cuando llegues a casa?
Probablemente soportar la bronca que su padre iba a darle, con golpes incluidos.
—No lo sé. —Contestó, quiso encogerse de hombros pero no pudo. —Quizá dormir, o acabar bocetos para clase.
—Genial, ¿tienes muchos trabajos de clase para esta semana?
—Un par. —Musitó, lo cierto era que los había arrojado todos a la basura porque se había sentido muy inútil para el dibujo y el diseño. —Me gustaría...
Nadie hablaba de cómo, tras un intento de suicidio, tenía que volver a la normalidad; cómo tenía que seguir atendiendo sus responsabilidades, ir a clase, entregar trabajos, como si nada hubiera ocurrido. Y cómo las personas esperaban que actuara también así, como si todo hubiera sido un sueño febril.
Los segundos alteraban su conciencia. De pronto, se le venía a la mente la expresión de su padre la última vez que lo había visto, cuando había vomitado. Le había dicho que ojalá muriera. Y lo ansiaba, ansiaba una puta corona funeraria sobre su cabeza, pero no podía quitárselo de la cabeza.
Su padre, Suguru, todo. Shoko y sus disculpas, Megumi y su terciopelo.
—¿Qué te gustaría?
—Dormir. —Acabó por decir, tragando saliva.
Toji rozó su mano, comprensivo. Sabía de sobra a qué se refería con aquello, aunque se sentía contento porque había conseguido que se imaginara un futuro cercano en el que estuviera vivo.
—El mundo está lleno de cosas maravillosas y hace poco que has descubierto una de ellas, el amor. —Tomó su mano, dándole un suave apretón. No sabía si considerarlo como parte de la familia. —Puede que sea el empujón perfecto para seguir adelante, empezar de cero de nuevo, ¿no crees?
La puerta se abrió y ahí estaba, bajo el umbral, una de aquellas cosas maravillosas que el mundo tenía. Megumi soltó una pequeña exclamación y se acercó a la camilla, cerrando tras de sí con un golpe.
Su padre no pudo evitar sonreír y ponerse serio al instante, viendo cómo su hijo se apoyaba en el colchón para entrar en el campo de visión de Satoru y poder hablarle mientras se miraban. Observó cómo depositaba un suave beso en sus finos labios y acabó por apartar la mirada, carraspeando con incomodidad.
Sabía cómo se sentía pensar que sólo una persona podía salvarle. Lo había vivido. Megumi era lo único que tenía, también lo único que tenía el albino.
Se podría decir que la vida no le había ido de maravilla, especialmente por su familia, que se había esforzado en hundirle de todas las formas posibles. En ocasiones, los miraba y recordaba a su antigua esposa, que había muerto un par de años después de que su pequeña joya naciera.
Sí, miraba a Satoru y se veía a sí mismo. Inconscientemente, llevó los dedos a la cicatriz que partía su boca, ensimismado.
—Lo siento, siento el malentendido.... Todo. —Se disculpaba el chico, apartando mechones blancos y acariciando el rostro de piel tan clara, susurrando. —Tuve tanto miedo cuando me enteré de que estabas aquí.
Aquella fue una de las escasas sonrisas que Satoru puso, acariciando las mejillas rosadas de su amigo, preguntándole en voz baja por qué tenía la mano tan roja, los nudillos tan gastados.
Megumi hizo un leve gesto, restándole importancia. Reflexionó sobre si contarle a su padre lo de Suguru, pero decidió esperar a otro momento. Se sentó a su lado, en una silla, pero se mantenía inclinado sobre él para que pudiera verlo. Acabó por apoyar la cabeza en su pecho para escuchar su corazón.
—Sabes que no te obligaré a hacerlo. —Comenzó Toji, arrancado de su ensimismamiento con la visión de ambos. —Pero, como siempre, te invito a que denuncies a tu acosador, Satoru, te ha hecho demasiado daño.
El susodicho cerró los ojos, su respiración falló en su camino durante un efímero instante.
No quería armar tanto revuelo sólo por eso. Había sucedido más veces, pero, ¿qué le pasaría a Suguru? No quería que acabara en la cárcel, no quería arrancarlo de la carrera que estuviese estudiando en la universidad para ponerle frente a un juzgado. Ni siquiera él mismo se veía capaz de declarar enfrente de más gente, de un juez.
¿Por qué iba a hacerlo? No se sentía capaz de arruinar su vida de aquella forma, aún si él había arruinado la suya.
—No... —Susurró, frunciendo el ceño ligeramente. Padre e hijo se miraron, pero ninguno dijo nada. Megumi se incorporó de su pecho, acariciándolo con suavidad. —¿Puedo seguir acudiendo a tu consulta, Toji?
Toji abrió la boca, a punto de decir algo, aunque no salió palabra alguna de su garganta.
No deberían de continuar juntos, lo sabía a la perfección. Pero sólo él conocía tan bien a su paciente, sólo él sabía todo por lo que había pasado y podía entenderle. No pensaba dejarle en manos de cualquier otro tipo y arriesgarse a que le fuera mal. Además, era consciente de que era la única persona —aparte de su hijo— a la que Satoru se había abierto y no quería hacerle pasar por el proceso de apertura de nuevo.
—Si tú quieres, entonces está bien. —Dijo, cruzándose de piernas sobre la silla. —La pregunta más bien sería... ¿Vosotros dos vais a seguir juntos? Necesito saberlo, necesito que, entonces, vengáis juntos a terapia algunos días y otros tú solo, Satoru.
Megumi bajó la mirada, sintiéndose horriblemente culpable por todo aquello.
Aún recordaba el tacto de aquella delicada y costosa bufanda, la calidez del primer abrazo. Los besos ocultados tras sus manos y los besos de verdad, los reales, los que se sentían en los huesos y aceleraban su corazón. Era la primera vez que se había sentido enamorado, que había sentido que sus emociones se dirigían a alguien más.
Quería presentarle a los gemelos y hacer que ampliara su círculo social, quería hacerle sentir como en casa. Quería acurrucarse a su lado, viendo películas de terror. Pero, al final, la decisión era suya.
Así que lo miró. Observó sus rasgos, más pálidos y delgados de lo normal, las clavículas asomaban por su camisón blanco con lunares azules; sus bonitos ojos de cielo parecían cansados y tenía hematomas tras las orejas, signos de que se había acumulado sangre en aquella zona.
—Quiero poder amar y ser una persona normal. —Satoru tembló, buscando a tientas la mano de su amigo. —Si Megumi quiere, claro...
—Claro que quiero, Toru. —El chico sonrió, entrelazando los dedos con él. —Lo intentaremos juntos, ¿vale? Saldremos de esto juntos.
El corazón de Toji se ablandó con la escena. Él también quiso llorar.
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