13
Años antes
Shoko picó a la puerta y esperó. Esperó tanto que acabó abriéndola y entrando a la habitación sin preguntar siquiera. Tal vez habían pasado cinco minutos entre una cosa y otra, no importaba.
Se aproximó a la cama, intentando no sorprenderse por la enormidad del dormitorio. Podía ver un bulto bajo las sábanas, aquel espacio era demasiado grande para él y su soledad.
—Satoru... —No supo si sentarse a su lado o intentar hacer que diera la cara. Apenas podía alcanzar a ver los mechones blancos. —Me han dicho que llevas una semana sin salir.
No hubo respuesta alguna. En parte se lo esperaba y le entristecía saber que estaba en aquel deplorable estado.
Durante un instante pensó que estaba dormido, pero no. El bulto temblaba ligeramente bajo el edredón azulado, como si el mero hecho de escuchar su voz fuera algo horrible.
—Sé que estás mal, pero no por ello tienes que faltar a clase. —Volvió a intentarlo, siendo lo más cuidadosa que podía ser. Se sentó al borde del colchón, cerca de él, lo suficiente como para poder tocar lo que parecía ser su costado. —Te echamos de menos.
—Deja de mentir. —Soltó de repente el albino. Su voz sonaba rota, como si se hubiera pasado llorando toda la última semana. —No volveré, ya he pedido que me pongan un tutor. Estudiaré en casa y no tendré que volver a veros nunca más.
La chica suspiró, retirando la mano al notar que se revolvía.
—¿Por qué? —Se atusó la blusa blanca que llevaba, algo nerviosa por la situación. —No es para tanto, no entiendo por qué quieres alejarte de todo.
Satoru rio por lo bajo, como si acabara de decir una estupidez. Pronto, la risa se convirtió en un quejido y se incorporó. Las sábanas blancas y azules cayeron de su torso, mostrando su cuerpo completamente maltratado.
Una sutura dividía una de sus cejas y tenía un hematoma en la mejilla derecha. Las ojeras rodeaban unos ojos de cielo cansados, visiblemente hartos de todo lo que le rodeaba. Su brazo izquierdo estaba en cabestrillo, en una escayola sin firmas de colores, de blanco doloroso. Parecía más pequeño, más delgado, más miserable.
—¿No es para tanto? —Preguntó, con una mueca de dolor. La camiseta de tirantes negra dejaba ver numerosas manchas verdes y violáceas en sus hombros, en el brazo libre que tenía había una venda en la muñeca, como si estuviera dislocada. Había otra venda que unía dos de sus dedos. —Perdón, no sabía que la rata blanca no tenía derecho a hablar sobre su propio sufrimiento.
Lágrimas de cristal se deslizaban por lo que habían sido pulcras mejillas de caramelo y Shoko se percató de que había una bolsa de hielo a su lado, sobre la almohada. Se preguntó si la habría estado sosteniendo contra su cabeza.
—Lo siento. —Se disculpó, bajando ligeramente el mentón en señal de respeto. Unos mechones ondulados con la plancha de calor enmarcaban su rostro, mientras que el resto de su cabello estaba sujetado en una coleta. —No sabía que te habían hecho... Eso. —Suspiró con pesadez, incómoda. —Lo último que supe de ti fue por los chicos de clase, cuando estuviste con ellos y...
—¿Y pensabas decir que dejarme tirado en medio de una carretera no es para tanto? —El albino chasqueó la lengua, limpiándose el rostro con la venda de la muñeca dislocada. —Sin teléfono ni dinero, yo sólo en un bar de carretera lleno de tíos borrachos, ¿pensabas decir que no era para tanto, Shoko? ¿Quieres saber cómo conseguí salir de allí? ¿Todo por lo que pasé para poder llamar a un puto taxi?
Ieiri tragó saliva, casi sin atreverse a hacer contacto visual con su amigo. En más de una ocasión había visto a Gojō triste o afectado —tanto física como emocionalmente—, había visto lo que le hacían al salir del instituto y nunca había intervenido. Pero nunca lo había visto explotar.
Si es que a aquello podía llamársele explotar, porque no le había gritado o insultado, sólo había escupido las palabras como si de veneno se trataran. Apretó los labios que se había pintado de un sutil rosado, impotente. No quería sentirse culpable, pero en cierto modo lo era. Al fin y al cabo, estaba saliendo con la persona que más daño le había hecho.
Quiso decir algo, pero Satoru la interrumpió.
—Lo siento, no debería de haberte hablado de esa forma. —El chico sorbió por la nariz ruidosamente, desolado. —Gracias por venir a verme... Estás muy guapa, ¿luego vas a ver a tu novio?
Pronunció aquel par de sílabas como si realmente le costara. No le gustaba mencionar el nombre de Suguru cuando conocía demasiado bien sus nudillos, su fuerza y escasa paciencia.
—Sí. —Susurró, sacando su teléfono del bolsillo de sus pantalones negros de tiro alto, que se ceñían a su cintura con un cinturón elegante. Observó la pantalla rota de su móvil, leyendo el mensaje.
Sugu♡, 12:13h
Te quiero—
No me dejarás plantado, ¿verdad? Te echo de menos—
Shoko, 12:13h
Sabes que no haría eso—
Yo también te quiero. Mucho, mucho <3—
Satoru la miró con pena y se fijó en el cristal de la pantalla, casi destrozado al completo. Ni siquiera sabía cómo podía seguir funcionando. No dijo nada, sabía que ella lo quería y lo apreciaba mucho.
Y pensar que todo aquello había empezado por un estúpido beso en el salón del chico, mientras veían una película.
—Muy bien todo, pero, ¿y el sexo?
Satoru sintió el calor subiendo a sus mejillas y evitó su mirada, completamente alterado. Jugueteó con los cordones de su sudadera gris, tornado de un color rosado. En ocasiones, el tipo era algo brusco.
—¿Qué? —Musitó con timidez, al notar que el hombre no despegaba la vista de él.
—Ya eres mayor como para saber de qué te estoy hablando. —Toji se cruzó de piernas, alzando una ceja. —Lo que me acabas de describir es prácticamente una relación, ¿has pensado en qué pasaría si lo vuestro se formaliza? Ambos sois mayores de edad y estoy seguro de que los chicos de hoy en día pensáis bastante en eso.
Aquello sonó como si él fuera un viejo con el pie en la tumba. Y pensar que hacía no demasiado que le había reñido por llamarle señor en vez de por su nombre o apellido.
Titubeó. Lo cierto era que no había pensado en ello y, en aquel momento, se estaba ahogando en sus pensamientos. Era verdad, ¿qué pasaría si se negaba a hacerlo con Megumi? Joder, ¿sería de esas personas que piensan demasiado en eso, como había dicho Zenin?
—No lo sé. —Acabó por soltar, azorado. —Después de lo que pasó ese día no he vuelto a pensar en esas cosas. No me gusta pensar en ello, de hecho, aunque creo que es por mi cabeza y la medicación.
—¿Y piensas en él de todas formas menos esa? —Su psicólogo le echó un vistazo de arriba a abajo. El albino era esbelto, de piel extremadamente clara y ojos escondidos tras unas gafas. Nadie pensaría que aquel chico lo había pasado mal y continuaba haciéndolo. —Me preocupa que lo que sea que haya entre tú y él te deje mal.
—Supongo que, cuando la gente piensa en la persona que les gusta, piensan que es guapo o guapa. —Se encogió de hombros, dubitativo. ¿De qué forma pensaba? —Pero, creo que cuando pienso en él lo hago como si fuera un cuadro o un paisaje. Es bonito en todos sus trazos y ángulos, desde los más profundos a los superficiales...
Una leve sonrisa apareció en el rostro de Toji, la cicatriz se curvó con felicidad y curiosidad al mismo tiempo. Satoru hablaba de una manera tan jodidamente pura.
—¿Te molesta si te pregunto cómo se llama? —Interrumpió con suavidad, pues su paciente nunca había puesto trabas a decirle los nombres de todos sus antiguos amigos. A veces se le olvidaban, pero los tenía anotados.
—Megumi.
La sonrisa desapareció de su rostro a cámara lenta.
Megumi, 19:14h
—A las nueve salgo de trabajar
—Me preguntaba si te gustaría venir a mi casa
Satoru, 19:15h
¿A ver una película?—
Megumi, 19:15h
—Sí, también
—Pero, ¿te gustaría quedarte esta noche?
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Satoru volvió a leer toda la conversación, nervioso. Llevaba una pequeña mochila a la espalda y el corazón latiendo con demasiada fuerza, encerrado en su pecho.
Eran las nueve y veinticinco y su amigo aún no había llegado. Estaba delante de su puerta, preguntándose si le habría pasado algo por el camino. Mientras tanto, su cabeza le decía que no era así, que realmente estaba dentro del apartamento y que sólo lo había citado para burlarse de él. Joder, aquello no era cierto y era plenamente consciente de ello.
Aún con todo, se abrazó a sí mismo, inseguro por aquellas estupideces que volaban de una punta a otra de su mente. Exhaló un suspiro de dolor, dándose la vuelta al instante cuando escuchó unos rápidos pasos.
—¡Hola! —Megumi corrió hacia él por el pasillo del edificio y se abrazó a su cuerpo, aprovechando que su abrigo gris estaba desabrochado para meterse en su interior. Acariciaba con cariño su espalda, la sudadera gris. —Te he echado de menos.
El chico alzó la cabeza para mirarle con una dulce sonrisa. Tenía las mejillas rosadas, pero su pelo de azabache estaba apelmazado, como si hubiera llevado un sombrero. Gojō no pudo evitar pensar en lo bien que se vería con un sombrero de playa.
—Yo también te he echado de menos. —Lo envolvió con cuidado en su abrigo, como si de un cachorro se tratara, y acarició su cabeza, intentando arreglar su pelo.
Lo siguió cuando abrió la puerta y escuchó todo lo que decía con atención, con una leve sonrisa que trataba de apartar todo lo malo que sucedía en su cabeza. Se sentó frente a él mientras un par de pizzas se calentaban en el horno, y luego se cambió en el baño, intercambiando la ropa que llevaba por su pijama gris.
Se había forzado a sí mismo a llevar el de manga corta, que era con el que dormía. El pensamiento de llevar el de manga larga lo había abrumado mientras había estado haciendo su mochila, hasta que se había convencido de que no tenía nada que esconderle.
Un par de vendas tapaban las heridas de sus antebrazos y muñecas, pero no le importaba que las viera. En ocasiones, sentía que también podía ver las de su corazón.
Acabaron por tumbarse en la cama de su habitación, una de tamaño normal, con dos platos en el centro de ambos y el ordenador portátil.
Las paredes eran de un agradable color blanco y la cama estaba en el centro de la estancia. A la derecha estaba la ventana y, bajo la misma, un escritorio con una carpeta violeta. El armario estaba empotrado en la pared y abarcaba el espacio de detrás de la puerta. La luz cálida de la lámpara de la mesita de noche los iluminaba y una manta azulada los mimaba. No podía dejar de admirar el color verde pastel del pijama de Fushiguro. Era tierno.
—Creo que no me apetece ver una de terror. —Decía, paseando por el catálogo de series y películas. No comentó el hecho de que hubiera decidido llevar manga corta y aquello le encantó. Era un jodido amor. —Pero, no me dan miedo, que lo sepas.
Megumi le sacó la lengua de manera infantil y se echó a reír
Le siguió el juego, reflexionando sobre lo que había hablado con Toji. Tal vez se pasó media película pensando sobre ello, sobre sus bonitos ojos azules y las comisuras de sus labios manchadas de tomate; sobre el hecho de que hubieran acabado apartando el plato vacío para acomodarse más cerca, demasiado cerca. Tan cerca que le resultaba imposible continuar respirando con normalidad.
Acarició su pelo cuando se tumbó a su lado, con la cabeza apoyada en su regazo mientras que él estaba sentado sobre la almohada, apoyando la espalda contra la pared. Durante el último tramo de la película dejó que se acomodara entre sus piernas y se recostó contra un cojín, alzando las rodillas, sintiendo su espalda contra su abdomen.
La película ya había acabado cuando sintió que se había quedado quieto. Exhaló un suspiro, inclinándose hacia delante para abrazar su cuerpo desde detrás. Su amigo continuaba despierto, aunque algo adormilado.
—Satoru... —Susurró el otro, viendo al albino apoyar el mentón en su hombro. Estaba tan cerca. —Tengo sueño.
Megumi apartó el portátil y lo dejó sobre la mesita de noche. Tomó su teléfono durante un instante, para comprobar si tenía algún mensaje.
Papi♡, 22:05h
—Tenemos que hablar.
Hacía una hora que lo había recibido, pues ya eran las once y media de la noche. Sin embargo, no contestó, apagó la pantalla y se acomodó entre las piernas de Gojō, cerrando los ojos con pereza. No le apetecía explicarle a su padre cómo arreglar el WiFi o algo similar.
—¿Quieres dormir conmigo? —Preguntó Satoru, rígido, recordando la última fiesta de pijamas en la que había estado. Ni siquiera había sido una fiesta y tampoco había ido nadie, sino que la había arruinado. Quiso llorar, con su propia imagen en la cabeza disculpándose frente a Shoko por haber hecho que nadie quisiera estar con ella aquella noche de años atrás. —¿De verdad?
—Claro, por eso te he invitado. —Se abrazaron tal y como lo habían hecho hacía no mucho. Podía oir su corazón latiendo bajo la tela gris y sintió pequeñas caricias en su pelo. —Siempre te quedas dormido cuando estamos juntos en la cama y pensé que te gustaría que durara una noche entera. A mí me gusta mucho.
Deslizó una mano por su pecho, notando cada línea de su cuerpo contra el suyo. Subió con lentitud hasta su cuello, completamente sobre él y se dejó caer a un lado al comprobar que no se movía, la tensión de sus músculos, la seria expresión, como si le estuviera dando demasiadas vueltas a algo en concreto.
No dijo nada. Se tumbaron de lado, mirándose con demasiadas dudas en el aire y decidió acercarse un poco, tomándole del rostro.
Paseó las pupilas por aquellos iris de cielo, por los mechones blanquecinos que caían por su nívea frente. Acarició sus mejillas con una leve sonrisa en el rostro y se atrevió a acortar aún más la distancia, a tocar sus labios en lo que pretendía ser un breve e inocente roce.
Sintió una mano de Satoru enredando los dedos en su pelo azabache, bajando hasta su nuca para presionar su boca contra la suya y ambos cerraron los ojos.
Un suave beso que pareció durar toda una eternidad.
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