11
Observó aquella línea blanquecina y la rozó con los dedos. Larga, con algo de relieve y mortal; abarcaba la mayor parte de su antebrazo izquierdo en vertical. Por debajo, podía ver los restos de otras cicatrices horizontales, que adornaban igualmente su muñeca derecha.
Algunas eran más recientes, de un color aún rojizo, y otras apenas se veían. Megumi volvió a anudar las vendas en su sitio, escuchando los intentos del albino por no sollozar y romperse.
—Lo siento. —Satoru agarró la sudadera y volvió a ponérsela, casi con prisa. Se quedó sentado con las piernas cruzadas, junto a él, frotándose aquellos ojos de cielo tormentoso. —Te he decepcionado, ¿verdad?
—Claro que no. —Negó, rodeando su torso con los brazos y recostándolo contra su pecho. Apoyó la espalda contra el cabecero de la cama. —Me seguiré quedando a tu lado, hagas lo que hagas, pase lo que pase. —Aseguró, acariciando su pelo blanquecino, peinándolo con suavidad. El chico escondió la cabeza en su pecho y lo abrazó. —¿Cuándo fue la última vez que...?
Lo dejó en el aire. Sabía que decirlo en voz alta le podría resultar desagradable o vergonzoso.
Acarició su espalda con delicadeza, intentando que no se notara en sus latidos lo alterado que realmente estaba. Joder, deseó poder ser su padre o, al menos, tener palabras mejores que decirle. Ni siquiera sabía cómo tratar con él.
Pero, todo eso había estado escondido debajo de sus mangas y no había ninguna diferencia entre Satoru con camiseta o sin ella. Eran la misma persona, no tenía por qué tratarlo diferente, como si estuviera loco o algo parecido. Debía de sentirse muy solo, en aquella enorme habitación, sin nadie que le entendiera o le ayudara.
—Hace un mes, creo. —Murmuró, agarrado a la camiseta de tirantes negra de su amigo. Su reacción lo reconfortó. —No lo hice porque quisiera, te lo prometo.
—Te creo, no hace falta que te excuses o te disculpes. —Depositó un cariñoso beso en su cabeza, alzando las rodillas para darle espacio entre sus piernas. —Me importa que estés bien ahora, ¿lo estás? ¿Has conseguido ayuda?
Pudo notar el silencio que se quedó incómodamente atrapado entre sus labios. El albino no dijo nada, tembló ligeramente antes de atreverse, mientras Fushiguro no sabía qué más aportar a la conversación.
—Sí, a las dos cosas. —Su tono titubeó, como si no estuviera muy seguro de lo que decía. —Estoy tomando medicación... Pero, no quiero hablar de ello, perdón. —Incluso estuvo a punto de disculparse por haber vuelto a disculparse, pero sólo apretó los labios, tomando la zurda del otro y entrelazando sus dedos con falsa tranquilidad. —¿Qué te pasó aquí?
Una venda cubría la palma de la mano de Megumi. El día anterior aquello no estaba.
—Estaba limpiando una copa y la apreté demasiado sin darme cuenta. —Respetó su decisión de no hablar más del tema y, en parte, con lo que acababa de decir había mentido.
No quería contarle que el chico con el que se había reunido, días atrás, se había emborrachado y le había tocado. Y quién sabía qué le habría hecho de no haber intervenido Mei Mei, de no haber podido moverse y apartarlo.
Se había sentido inútil. Todas las clases de artes marciales, toda aquella mentalidad sobre el acoso. Joder, estudiaba criminología y había estado a punto de dejar que abusaran de él. Pero, de nuevo volvieron las palabras de su padre a su cabeza. No tenía la culpa de absolutamente nada, uno nunca sabía cómo iba a reaccionar ante una situación hasta que finalmente ocurría.
Gojō asintió, acomodándose sobre su pecho. Se quedaron en silencio, abrazados de aquella forma tan extraña para dos amigos. Estaba prácticamente encima de él y cerraba los ojos, como si fuera la persona con quien más cómodo se había sentido jamás.
—Quiero entenderte y ayudarte. —Megumi lo tomó del mentón, haciendo que le mirara. Como si el hielo del ártico y el mar del atlántico se encontraran. —Quiero hacerte feliz y lo intentaré aún sin saber qué te hizo acabar así, ¿vale? Lo haré.
No hubo dos dedos de separación entre sus labios, sólo uno, y era el meñique.
Papi♡, 20:17h
—Si te sientes inseguro puedo ir a buscarte en coche y dejarte en tu apartamento.
—O puedes quedarte conmigo y hacerme la cena, chiqui ;)
Megumi, 20:18h
Me siento mejor, no me hará falta, gracias <3—
Y no pienso cocinar para ti—
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Megumi suspiró, dejando el teléfono en su taquilla y cerrándola con el candado. Se había tomado cinco minutos de descanso para beber un poco de agua y recuperar fuerzas.
Desde que había entrado en su turno, a las seis de la tarde, habían llegado muchos clientes debido al buen tiempo. La mayoría eran familias con mocosos babeantes que pedían demasiados pasteles, magdalenas y tonterías con azúcar glaseado y purpurina comestible.
Suspiró y salió de la sala privada de los empleados. Bajó las pequeñas escaleras del pasillo donde estaba esa puerta y la de los baños para ir detrás de la barra. Pudo ver a un par de chicas sentadas en una mesa que cuchicheaban y se dieron de codazos cuando él pasó por delante.
Frunció el ceño, algo molesto o intimidado. Quiso cubrirse, a pesar de que su uniforme no mostraba apenas piel, con el delantal negro que cubría su torso, la camisa blanca abrochada hasta el último botón y unos pantalones negros y algo ajustados, ¿qué había de llamativo en ello? Absolutamente nada. Por suerte, no había ningún borracho que le tirara piropos.
Su corazón se heló al verlo.
Con el cabello oscuro atado en un moño en su cabeza y dos mechones enmarcando su rostro, a los lados; los ojos elegantemente rasgados y una cazadora de cuero con parches de logos de bandas de música. Suguru estaba apoyado en la barra, como si esperara algo, o a alguien. Frente a él, contando el dinero de la caja registradora, estaba la hija del dueño del local, Mei Mei.
Se miraron.
—Cariño, ya que estás aquí podrías hacerle caso a este muchacho y contribuir al sueldo de todos. —La mujer notó su presencia, pero no se giró para mirarle. Continuó contando los billetes con su frialdad habitual, aquel vestido púrpura ajustado que delineaba todo su cuerpo y caía por sus piernas hasta llegar a unos tacones. —¿Fushiguro?
Tragó saliva, asintiendo con prisa. Tenía un cúmulo de presión atascado en el pecho, mientras sus piernas se movían para llegar tras la barra. Mei Mei le sonrió antes de devolver el dinero a su sitio, y le guiñó el ojo con gracia. Acto seguido, desapareció por la puerta de la cocina, seguramente para ligar con el cocinero —o para volverle loco y hacer que soltara hasta el último centavo—.
Bajó la cabeza inconscientemente, sin saber qué hacer, sin atreverse siquiera a alzar la mirada y encontrarse con la suya. Sus manos juguetearon a la altura de su regazo y se agarró al propio delantal como si fuera el borde de un acantilado. Tenía miedo.
—Hola. —Lo escuchó decir, no en un tono demasiado alto. —¿Podemos hablar? Siento muchísimo lo de ayer.
Su labio inferior tembló y se abrazó a sí mismo. Lo peor era que una parte de él le decía que no había sido para tanto.
—Puedo invitarte a lo que quieras, ¿te gusta la cerveza? ¿El zumo de naranja? —Continuó el otro, suave y calmado, aunque lo más probable era que también estaba nervioso. —Tu jefa me ha dicho que puede darte ese descanso si te invito y pago por ambos...
Su cerebro trabajó a toda velocidad para soltar una respuesta impulsiva, provocada por la tensión. Aquel tipo le había llamado la atención únicamente por haber hablado de mala manera a Satoru. Es más, tenía miedo de que fuera él quien lo había roto tanto, al nivel de provocar que se autolesionara. Y la conversación que había tenido con aquella chica, en aquel momento su ex novia, corroboraba que no era la clase de persona que controlaba sus impulsos.
—Bueno. —Musitó, tan bajo que temió que no le hubiera escuchado.
Se atrevió a alzar la mirada, chocando con unos preocupados ojos, cuyo color no pudo acertar a saber. Quizá eran de un delicado oliva, cercano al verde oscuro, como el té que tomaba cada tarde.
Accedió a sentarse a su lado, frente a la cristalera. Tenía un horroroso nudo en la garganta, aprisionando su respiración. ¿Qué demonios hacía?
Se sintió extraño cuando Mei Mei depositó sobre la mesa una taza de café y un vaso con zumo de naranja. También había una magdalena de chocolate, cortesía de la chica, que había aprovechado con una gran sonrisa el hecho de que el recién llegado pagara todo.
El delantal descansaba en el respaldo de la silla, junto a todas sus ganas de moverse. Estaba tenso, aún con la presión atascada en los pulmones.
—Siento lo de anoche. —Soltó el tipo, removiendo con una cucharilla el café con leche que había pedido. —Creo que bebí demasiado y, aunque no recuerdo demasiado, sé que te hice daño. —Se escuchó un suspiro. —Y pude hacerte más, por suerte no.
Asintió, con la mandíbula apretada, viendo el color anaranjado del zumo que no tenía intención de tocar.
—Sí. —Susurró, sin saber qué decir o hacer. —Entiendo.
Siempre se había dicho que creía en las segundas oportunidades, en especial para personas que sólo habían tomado malas decisiones; personas que no eran malas, que simplemente habrían obrado mal por culpa de circunstancias externas. Sin embargo, Suguru parecía justo lo contrario.
Tal vez era cierto y se arrepentía genuinamente, pero Megumi lo quería lejos. Acababa de aprender que creía en las segundas oportunidades, sí, pero no cuando se trataba de su propia vida la que había sufrido.
—Creo que tomé algo que había pensado y lo llevé al extremo sin ser consciente. —Observó aquellos profundos ojos azules, el pelo negro azabache y brillante, la nariz respingada. Algo se agitó en su interior. —Siento si te he hecho sentir mal, debes de tener mucho miedo ahora.
Suguru apreció como Megumi negaba lentamente, apenas moviendo la cabeza. Estaba rígido, lo notaba en el aire, en la forma que tenía de evitar su mirada. Bajó su atención a la venda que envolvía su zurda.
—¿Cómo está la herida? —Continuó, rechazando el silencio.
—Bien, supongo. —Fushiguro se encogió de hombros, con una pequeña sonrisa, un intento de sonreír. Su cabeza comenzaba a doler con migraña. —A veces duele, pero todo bien, gracias.
Megumi era educado, joven y bonito. Alzó una ceja, echando un leve vistazo hacia fuera, donde ya era de noche y las estrellas brillaban en el cielo. Suguru rizó uno de los mechones que enmarcaban su rostro con el índice.
—Perdón, aún no me he presentado, qué idiota. —Rio en voz baja, incómodo. Se señaló a sí mismo, recibiendo aquel extenso mar. —Soy Suguru, ¿y tú?
—Megumi. —Ladeó la cabeza, tomando el vaso con zumo y llevándoselo a la boca para dar un ligero sorbo. Estaba rico y no tenía mucha pulpa. —Y ahora no tengo miedo... Estás sobrio, quiero decir. No era tu intención, supongo.
Suguru tenía rasgos atractivos y no era alguien de quien uno podía pensar que era un criminal o un abusador. Había visto casos así. Le ponía los pelos de punta.
Todo lo que había escuchado, su forma de hablarle a aquella chica, a Satoru, contribuía a esa hipótesis. Una cara bonita y una actitud tóxica y deplorable. Frunció el ceño inconscientemente.
—Te invitaré a todo el zumo que quieras, si así puedo compensar lo que ocurrió —continuó Suguru, apoyando el mentón en su mano mientras removía su café.
Megumi fue atacado por una oleada de tensión. Comenzó a sudar, y sacudió la cabeza, completamente asustado. Cambió de idea, notando cómo se le llenaban los ojos de lágrimas, porque parecería un estúpido por dar marcha atrás.
Ya no quería sentarse allí y seguir escuchando. Suguru ya se había disculpado, ya podía irse. Puede que se arrepintiera de haber aceptado esa conversación.
Las personas tienen derecho a cambiar de opinión, había dicho su padre una vez.
—No —espetó, más brusco de lo que esperaba. Tragó saliva —. No, gracias. No quiero. Aceptar tus disculpas es suficiente.
Suguru lo miró con una expresión indescifrable.
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