03
Megumi no alcanzaba a comprender qué clase de persona le hablaría de mala manera a aquel chico.
Alegre y bromista, lo primero que había hecho al abrir la puerta había sido reírse de sí mismo, de sus lágrimas y de la estupidez que, sinceramente, no llegaba a ver. Satoru era lo mejor que tenía aquel lugar y aquel mundo, y aún tenía curiosidad por saber quiénes eran aquella pareja que le había hablado tan despectivamente, sobretodo el tipo de pelo largo. No le preguntó acerca de ellos porque no quería avivar recuerdos y por educación. Lo único que quería era sacarle una sonrisa y que se quedara grabada en su bonito rostro para el resto del día.
Hacía gestos rápidos y nerviosos al hablar, como si estuviera luchando contra algo interno, y se sonrojaba con facilidad. Se preocupaba, tal vez en exceso, por todo lo que le rodeaba y parecía ansioso de conocimiento.
—¿Y qué hay de ti? —Cuestionó el albino, sentado en la barra, mirando cómo limpiaba un par de copas con delicadeza. —Eres agradable.
Dejó las copas a un lado, observando una pequeña perla que adornaba la escarcha de sus pestañas. Aún tenía el rostro algo húmedo, de haber llorado, pero ninguno hablaba sobre aquel hecho. Respetaba su decisión de no hablar y el otro agradecía en silencio su decisión de no entrometerse.
—¿Yo? —Se señaló a sí mismo brevemente, alzando una ceja. —No sé. —Aquello siempre ocurría. Cuando alguien le preguntaba sobre lo que le gustaba o similares, se quedaba completamente en blanco. —Me gusta el silencio y la naturaleza y...
Tal vez estaba haciendo el ridículo.
Apretó los labios, dándole un rápido vistazo a la hora. Las manecillas del reloj daban las seis de la tarde y había encendido la calefacción por el frío que hacía fuera. El Sol se ponía en el horizonte y los rayos que entraban bañaban el local de colores rojizos y anaranjados.
Gojō también pareció percatarse de la hora que era y sacó su cartera, con aquel tic nervioso de su pierna y una torpe sonrisa.
—Lo siento, tengo que irme. —Se excusó, ofreciéndole un billete.
—Invita la casa. —Fushiguro lo rechazó con amabilidad, recogiendo el plato con migas de lo que había sido una porción de tarta de chocolate que le había servido con anterioridad. —No te preocupes.
El chico guardó el dinero, avergonzado, y se levantó del taburete, atusándose el jersey negro, tomando su chaqueta azulada y la bufanda. La tela lucía cálida y cara a ojos de cualquiera.
—Tal vez podamos compartir el silencio, algún día. —Propuso, un suave color rosa tiñendo las níveas mejillas. —Gracias.
Susurró más palabras de agradecimiento antes de desaparecer por la puerta del establecimiento, con algo de prisa, dejando al otro con la despedida entre los labios.
Quizá había sido algo extraño, incluso pensó que no debería de haberlo hecho. Había colado un pequeño papel en la bufanda, con su número de teléfono. Y todo había sido culpa de Itadori.
Le había hablado, hacía días, de aquel extraño chico y la bufanda que guardaba con cuidado, y su amigo le había propuesto meter un post-it o algo similar entre la tela, pegado con un trozo de cinta transparente. Lo había hecho sin reflexionarlo demasiado, incluso se había olvidado de ello durante un tiempo.
Y, sin embargo, ahí estaban aquellas palabras, reluciendo en la pantalla. Había tomado el móvil al salir de la ducha para bajar el volumen de la música y casi resbaló del susto.
«Qué astuto, aunque podrías haberme pedido el número directamente ;)»
—Mierda. —Se le escapó, pues podía imaginar su voz y su expresión mientras lo leía una y otra vez, con el pelo empapado y las gotas de agua recorriendo su torso desnudo. —¿Y ahora qué hago?
Se sentó sobre la tapa del inodoro, peinándose con los dedos. Hacía unos diez minutos que el mensaje había llegado, pero no sabía cuándo debía contestar. Ni siquiera sabía qué decir.
Sentía una extraña presión en el pecho que no estaba seguro de cómo nombrar, algo se agitaba con el recuerdo de la tímida sonrisa y el rosa de sus mejillas. Suspiró pesadamente, dejando el teléfono a un lado para secarse.
Vivía solo, no desde hacía demasiado tiempo. Le había pedido a su padre que aquel curso quería vivir aquella experiencia, pero sin tener compañeros de piso. Odiaba que otros se entrometieran en su espacio, el tener que soportar a gente de fiesta a las tres de la madrugada. Y Toji le había dado el visto bueno con la condición de que sería uno pequeño, suficiente para él, y que tendría que comenzar a trabajar y a ganar su propio dinero, a parte del que le mandaría todos los meses. No había dudado en aceptar.
Salió envuelto en un albornoz y fue a su habitación en silencio, como si temiera que cualquier sonido pudiera llegar a alterar la falsa calma del ambiente. Se dejó caer en la cama, que estaba en el centro de la estancia, y encendió la pantalla de nuevo, nervioso.
El cuarto era luminoso, de paredes blancas, y tenía vistas a un bonito parque con varios árboles. Con eso le bastaba para ser feliz, aunque en ocasiones se estresara porque la comida se quemaba o porque aún no sabía usar del todo bien la lavadora. Tenía un hueco en el armario para todas las prendas que habían encogido por accidente, o que habían quedado teñidas de otros colores.
—Vamos, piensa. —Se dio un pequeño golpe en la cabeza, frustrado. Él mismo se había metido en aquello y él mismo saldría. —Oh, ya lo tengo.
Abrió el mensaje en la aplicación. Lo primero que hizo fue agregar a Satoru a contactos y luego contestarle. Sus dedos temblaban ligeramente por el teclado y se reprendió por ello. No recordaba ser un cobarde.
«Hey! No me acordaba de esto, te juro que lo hice días antes de que nos viéramos. Por otro lado, ¿mañana vas a clase?»
Cambiar de tema, el recurso más fiable. Era una tontería, pero se sentía orgulloso de sí mismo.
Y, efectivamente, al día siguiente por la mañana, lo vio entrar en la cafetería de la facultad, con aquel abrigo largo y azul marino, de cuello alto y probablemente suave y caliente. Tamborileó la mesa con las uñas, impaciente y ansioso a la vez. Observó cómo se acercaba a su mesa vacía, desabrochando los botones con gracia y soltura. El chico se sentó a su lado, no en la otra punta de la mesa, no en otra, sino a su lado.
—Hola. —Susurró, azorado por todas las voces que se habían callado. Sentía demasiados pares de ojos posándose en ellos dos y sus mejillas comenzaban a tornarse de un intenso color rojizo. La sudadera negra le estaba haciendo sudar de nervios e indignación.
Sólo eran dos putos estudiantes en la cafetería de la facultad.
—Hola. —Repitió el albino, con una cálida sonrisa. Sacó de su mochila azulada un tupper con un bocadillo, sus manos se movían nerviosamente. —Fuera hace mucho frío. —Comentó, sin quitarse el abrigo. Los botones desabrochados mostraban un jersey verde menta, que le recordaba a los pasteles de la cafetería donde trabajaba. —He traído algo, pensé que podríamos compartirlo...
Megumi ladeó la cabeza, confuso. Pudo ver cómo el otro sacaba el bocadillo y lo dejaba a un lado, sobre una servilleta, para luego enseñarle el fondo del tupper. Había un montón de caramelos y golosinas de colores y una tableta de chocolate.
—Oh. —No pudo evitar ruborizarse. Amaba a las personas detallistas, esas que recuerdan hasta el más nimio dato sobre uno y hacen pequeños regalos. Gojō parecía ser de ese tipo y aquello, personalmente, le gustó. ¿Le gustaba? —Gracias.
El chico le invitó a tomar alguno de los caramelos, mientras masticaba su bocadillo. Asintió con rapidez, algo nervioso, y se llevó uno a la boca, ignorando el café que había pedido y que aún no había acabado. Era rosado y sabía a fresa, de aquellos con forma de cuadrado, era genial. No se consideraba una persona golosa, ya que no comía demasiados dulces, pero esa situación le encantaba.
No había traído nada para él. Sabía que no debía avergonzarse por ello ni disculparse, pero no puedo evitar sentirse así. Tal vez, a su nuevo amigo le bastaba con su compañía.
—Dios mío, están juntos... —Escuchó la voz que provenía de la mesa de detrás y ambos se quedaron quietos, sin decir nada. —¿Será que son pareja? Joder, qué asco. Pero, es un dos por uno, como en el supermercado...
Se mordió el labio inferior, rabioso. Odiaba que hablaran a sus espaldas, sobre todo cuando era para cosificarlo. No era alguien violento, no cedía fácilmente al deseo de estamparle los dientes a otra persona contra el bordillo de la acera y, sin embargo, la visión de Satoru encogiéndose en su silla, como si estuviera a punto de llorar o se sintiera extremadamente azorado, avivó aquello que bullía en su pecho.
Se levantó de golpe, arrastrando la silla hacia atrás, y dio un par de pasos hacia aquella mesa, mientras el otro se moría de vergüenza y se preguntaba qué demonios estaba haciendo. La mesa de chicas cerró la boca y las pequeñas risas y los codazos cesaron cuando apoyó las manos en la superficie, haciendo que temblara con violencia. Fushiguro sacó de su boca el dulce que masticaba y se lo pegó en el pelo a la chica en cuestión, que pegó un respingo.
—Sólo las zorras como tú están en oferta. —Gruñó, otorgándole una patada poco generosa a la pata de la mesa, desplazándola unos escasos centímetros.
Dicho aquello y con el rostro rojizo y el sudor pegado al cuerpo, tomó la comida y ambas mochilas, junto a los abrigos, y agarró del brazo al albino, que se cubría la cara para no ver lo que sucedía. Lo arrastró fuera de la cafetería, cargado de una nube de ansiedad inmensa, el pecho inestable y los latidos de su corazón desordenados. Respiró rápidamente, en el pasillo, notando la mirada de algún que otro alumno que pasaba por allí y sólo se detuvo cuando llegaron a otro, completamente vacío.
—Joder. —Suspiró, frotándose los ojos. se sentó en el alféizar interior de la ventana, mirando hacia afuera. A su lado, Gojō carraspeaba, incómodo y asustado. —Lo siento. En realidad no soy así de brusco, es sólo que, a veces...
—No importa. —Lo cortó el chico, intentando poner una tierna sonrisa. Se sentó junto a él, sintiendo el calor de la calefacción, que estaba pegada a la pared de al lado. —Gracias. Aquí estamos mejor.
Ambos se quedaron en silencio. Jugueteó con la cremallera de su chaqueta, que mantenía en el regazo, había perdido su café, pero no le importaba. Un pequeño toque en su hombro llamó su atención y vio que el otro le ofrecía el tupper repleto de dulces. Reprimió una sonrisa de absoluta felicidad, no quería que supiera lo bonito que le parecía, tanto como uno de aquellos envoltorios con dibujos de frutas.
Le llamó la atención el albino, que le quitaba la chaqueta y se deshacía de la suya. Las dejó en el suelo, justo delante de la calefacción y le invitó a bajar y sentarse con él. Lo hizo, aquello era algo de lo que jamás se arrepentiría. Los dos con la espalda apoyada en el radiador, el placentero calor contra sus prendas y la compañía del contrario. El tupper con gominas entre ambos.
—No te lo he preguntado, ¿a qué curso vas? —Satoru se limpió los labios manchados de mayonesa, había acabado su bocadillo y lo miraba, interrogante. —Yo estoy en tercero de diseño de moda, así voy a la facultad de enfrente. Tengo veinte años, pero el mes que viene cumpliré los veintiuno.
—¿En serio? Mi cumpleaños también es el mes que viene, tengo diecinueve. —Contestó, observando su pelo de cerca. Era tan blanco como la propia nieve. —Voy a segundo de criminología.
Se dio cuenta de lo diferentes y, al mismo tiempo, parecidos que eran. Se quedaron mirándose, en silencio. Aquellas gafas de cristal negro le daban curiosidad y tenía ganas de quitárselas y ver lo que había detrás. Sin embargo, y como era obvio, no lo hizo. Tragó saliva, buscando el tupper a tientas para tomar uno de aquellos dulces.
Desvió la mirada, nervioso, cuando sus dedos se rozaron en el mismo lugar. La golosina de color lila se quedó sola y el calor de la calefacción ya los asfixiaba, queriendo arrancarles más latidos de los que podían dar.
—Eso es estupendo. —Susurró su amigo, alzando las rodillas y abrazándose a ellas. Llevaba unos pantalones azul claro, algo anchos, que le quedaban un poco por encima de unas bonitas y relucientes botas negras.
Megumi era consciente de la forma en que ladeaba la cabeza hacia el lado en el que no estaba, ruborizado, se mordía el interior de su mejilla, hecho una bola de piernas largas. Frotó sus muslos, nervioso, notando la tela del vaquero negro. Joder, iba entero de negro, mientras que Gojō era colorido, con su jersey verde menta y sus mejillas rosadas. Tenía la piel tan clara que cualquier emoción era fácilmente detectable. No tenía ni idea de cómo debían verse a ojos ajenos.
—Sí. —Musitó, sólo por decir algo, por continuar la conversación. —Gracias por los dulces.
Quiso tomar uno de ellos del tupper, pero sus manos se rozaron de nuevo y tuvo que aguantar la respiración. Le daba igual ahogarse. Y Satoru trataba de reprimir lágrimas.
Lágrimas de felicidad.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top