Capítulo 9 - Simples alucinaciones

Frente a ella se encuentran los cinco jóvenes que el mundo de donde pertenece quiere llevárselos. Ante sus ojos, inocentes criaturas que ella tiene y quiere cuidar. Están asustados. Ella también lo está. Tiene miedo. Y existen motivos de sobra para creer que el final no demorará en llegar, para esos niños en especial. Su tiempo en la tierra se agota, se limita lentamente mientras ve al reloj seguir avanzando. Pero antes de marcharse, antes de ser consumida y ser reclamada por ese mundo abominable deberá enseñar a esos niños a cuidarse.

— ¿Qué debemos hacer?—. El silencio se ve interrumpido por el joven de gran estatura, Claudio. —No podemos quedarnos sentados, y esperar que vengan a matarnos. Aun teniendo estos talismanes, nada nos asegura que nos mantendrá vivos.

—Si ellos no te matan, lo haré yo. Tu insolencia puede costarte la vida, humano insignificante—. Replica Hércules. Ser escogido por los sabios para proteger y otorgar los talismanes a aquellos que vivían en el mundo mortal. ¿Quién se creía ese saco de huesos, carne y fluido carmesí para menospreciar los talismanes que los ancianos brindaban?

— No desconfiamos en lo poderosos que pueden ser. Y tampoco podemos estar de brazos cruzados. No es fácil para nosotros. No escogimos pasar por esto—. Marcos sale en defensa del chico. Hércules le ve fijamente creyendo que de esa manera el muchacho se verá intimidado, no funciona.

—Tampoco conseguiremos algo discutiendo entre nosotros—. Interviene Minerva. — Nadie escogió esto. Nadie. Marcos. Lo primero que deben saber, y que no se les olvide niños: Ni nada ni nadie es lo que parece. Todo lo que ustedes saben, lo que la madre de Marcos contó, incluso lo que yo sé, se encuentra predestinado a cambiar. El pasatiempo favorito de esos seres es jugar. Y en su juego, niños, ellos siempre ganan.

La mujer vio en el rostro de los jóvenes solo incógnitas. Si antes estaban confundidos, ahora estaban perdidos. Resopló. Debía aclarar todo. Pero ¿Cuánto tiempo le quedaba? El tiempo se le escurría de las manos, el aire se le escurría con facilidad, su sangre fluía con agilidad, todo en ella estaba igual, todo hasta que el último segundo llegara.

—Cuando el tiempo no se medía por horas ni por segundos, sino por el movimiento del sol y la luna—, comenzó a relatar —cuando la tierra, la única que conocíamos era habitada por navicularies, ese mundo era igual que el cielo. Así parecía. Pero una mañana, así como el sol aparece y despliega su luz sometiendo a todo el que lo ve, así la oscuridad cubrió ese mismo mundo. La luz se extinguió.

— ¿Qué estas tratando de decir?— cuestionó Paula. Minerva se encontraba recostada en la esquina de su escritorio con los brazos cruzados y sus ojos apuntando a cualquier parte de la habitación. Lucía distinta, extraña diferente. Hércules lo notó. Ellos también. Minerva volteó a verlos, sus ojos el resto vio su repentino cambio de color en ellos.

—El mal destrozo ese mundo celestial, lo extinguió. Y los navicularies cambiamos. Nos transformamos. Todo cambió desde ese momento, niños. —sus ojos retomaron su color habitual. ¿Qué había sido eso? — Después de esa inexplicable y abominable invasión, la verdad de las cosas nunca más volvieron a saberse. Al principio, igual que ustedes, intentamos buscar respuestas, encontrar el origen, y cuando pensábamos que lo habíamos logrado, lo perdíamos todo. Así pasamos años, antes de comprender que en el momento que ellos o eso, entraron a nuestro mundo, lo seguro dejo de existir; la duda una condición, el miedo, su motivación, y la desorientación, el premio especial de encontrar respuestas. La seguridad está extinta.

— ¿Entonces moriremos? ¿Ellos vendrán y dejaremos que nos maten? ¿Eso nos estás diciendo?— Bárbara preguntó con la voz contenida, impotente, fastidiada con todo el asunto. —Mi prima murió frente a mí, no pude salvarla; Santiago perdió a su amigo, Claudio a su hermana, y Marcos a una tal Natalia. ¿Cuántas personas más deben morir, cuantos más debemos dejar de respirar por aquello que cuentas? ¡Somos jóvenes! ¡No quiero morir! ¡Tengo miedo! — La joven perdió el control, Bárbara comenzó a llorar. Sus ojos color de un campo primaveral se inundaron por ese líquido salado. Todos la miraron atónitos, Marcos más que cualquiera de esa sala.

—No deberían morir. Nadie más debería morir por lo que ocurrió hace cientos de años. Yo no lo he hecho, Bárbara, aún estoy viva. Viví oculta muchos años, cientos pero no todo puede permanecer oculto para siempre, y me encontraron en el mismo momento que a ustedes las desgracias los visitaron. Todo está conectado, pero no puedo asegurar más. Si lo hago, ellos volverán a cambiar el juego. Si yo viví oculta por mucho tiempo, ustedes también pueden hacerlo. Niños, con aquello que nos enfrentamos, si luchamos, la peor parte la tendremos nosotros.

—Entonces debemos escondernos. Huir como cobardes. Y cuando nos encuentren, ¿morir? Me niego. No vine aquí para escuchar que solo debo esperar por mi muerte. Vine aquí porque pensamos que tú tendrías respuestas, porque eras lo único que nos daba esperanza, porque creímos ciegamente que contigo encontraríamos la forma de vencerlos, porque tú conoces de ellos y nosotros no. Vine aquí porque quiero vivir. Quiero vencer a esa oscuridad que lo está absorbiendo todo, incluso a mí y los demás sin razón. —intervino Santiago.

La noche los visitó demasiado pronto. El cielo oscureció, la temperatura descendió y la desesperación afloró. ¿Cuántas horas le quedaba a Minerva? ¿Cuánto les quedaba a ellos? ¿Quién sería el próximo en morir? La respuesta no tardó en llegar.

—Mi hora ha llegado. Papá no los pudo detener por mucho más tiempo—. Los ojos de Minerva se volvieron a perder en el silenció del vacío. No los pudo ayudar. Los jóvenes, por instinto, se aferraron a esas esferas que se les otorgaron: pequeñas, de colores, sin vida; aun así, se aferraron a ellas como si de su vida concerniera.

Se presentó como un incendió en el bosque, expandiéndose rápidamente, consumiendo todo a su paso, destrozando lo bello, apagando la luz de la naturaleza para reemplazarla por la luz de la destrucción, de la desolación, del abandono, del fin de todo. Desde el fondo del despacho de Minerva, las cosas comenzaron a desaparecer, los muebles, un gran estante lleno de libros, los cuadros, las paredes, el suelo, el techo, todo quedo sumido en una profunda oscuridad. Lo último que vio Marcos fue a Minerva y a su talismán al costado del escritorio.

— ¡Paula! ¡Bárbara! ¡Minerva! — su voz fue consumida por esa oscuridad, ¿Dónde estaba el resto? ¿Por qué a pesar de lo ocurrido se sentía tranquilo? ¿Por qué no sentía miedo? — ¡Santiago! ¡Hércules! ¡Claudio!—y el silenció fue su respuesta. No podía ver nada, solo más y más oscuridad.

— ¡Auxilio!— gritó alguien. — ¡Auxilio! ¡Sáquenme de aquí!— ¿Paula?

— ¡Paula! Dime, ¡¿dónde estás?! — ¿Y Minerva? ¿Y Hércules? ¿Y el resto?

— ¡Marcos, ayúdame por favor! No quiero morir, Marcos— escuchó su sollozo. ¡Demonios! ¿Dónde estaba? ¿Cómo ayudarla si él tampoco sabía cómo ayudarse?

La ceguera lo visitó por unos segundos. Todo ocurría tan rápido ¿Qué diablos estaba sucediendo? Una luz que descendió lenta y silenciosa le dejaba ver un inmenso campo en época de otoño. La hierba que cubría esas hectáreas había tomado el color del sol, y los árboles a lo lejos parecían palos secos y sus hojas se desprendían con los suaves movimientos del viento, sin vida, amarillentos, secos. ¿Qué lugar era ese?

— ¡Aaaaaah! ¡Marcoooos! —. Oyó el gritó de Paula. El ruido provenía de sus espaldas. Giro lentamente y cuando vio lo que había frente a él, deseó con toda su alma arrancarse los ojos y volverse sordo.

Paula tenía las manos sujetas por cadenas gruesas y oxidadas y estas alzaban sus brazos conectándose con el gancho de la parte superior de ese gran círculo; los pies separados, sujetados en los extremos inferiores. Mantenía los ojos vendados y solo traía puesto un brazier blanco delicado y la prenda inferior color negra. El resto de su cuerpo totalmente descubierto, tenía el vientre un tanto abultado más no la desfiguraba, su piel brillaba a causa del sudor y el sol, y varias partes de su cuerpo ya tenían manchas de sangre.

Lágrimas de impotencia comenzaron a resbalarse por su mejilla. Tenía que hacer algo y tenía que hacerlo ahora. Su amiga sufría. Cuando dio un paso escuchó que algo se chocaba entre sí, dirigió su vista al suelo y sus pies también estaban presos con la misma cadena que tenían sujeta a Paula. De alguna manera estaban conectados y, en cierta forma, también atrapados.

—Pau, tranquila, estoy aquí—. Intentó mitigar su dolor, consolarla de alguna manera. Su voz en lugar de ser como tranquilizante se escuchó como lamento. La muchacha se removió en su posición y notó que al hacerlo, esos grilletes oxidados la lastimaban aún más. —No te muevas, Paula, te estás lastimando. Quédate quieta, por favor. Paula, escúchame. No te sigas moviendo. Por favor— Paula no parecía querer escucharlo, sacudía sus manos y sus piernas intentando soltarse y cada movimiento provocaba que tales grilletes color caoba la dañaran más. La escucho llorar y aunque hubiera querido ayudarla tampoco podía hacer mucho. Sus pies se encontraban literalmente pegados al piso, la cadena se removía un poco en la tierra debido a su amiga y trazaba una linera hasta donde se encontraba ella y aquella cosa redonda similar a una rueda de la fortuna o para ser específicos a la rueda que se utiliza en el circo para hacer una representación del lanzamiento de cuchillos, solo que en esta ocasión no era nada divertido ver a su amiga en esa posición.

—Marcos— Escuchó su voz quebraba, y eso le terminó rompiendo el corazón. ¿Qué demonios querían? ¿Por qué matarlos? ¿Por qué? Aunque la distancia no fuera exagerada vio a su amiga temblar, la piel se le tornaba rosada debido al intenso calor y si pronto no la salvaba su piel sufriría terribles consecuencias.

—Pau, aquí estoy, tranquila, estoy aquí. No te muevas, por favor, no quiero que te lastimes. Pau, escúchame, ¿sí?— Que bueno era que no le viera. Lágrimas corrían por sus mejillas y el cuerpo también le temblaba. ¿Cómo ayudarla? ¿Cómo?...

Justo a tiempo. Qué bueno verte, Marcos. ¿Cómo estás?

Pero qué ¿Quién hubo hablado? Busco con la mirada algo más en aquel inmenso campo pero no había nada.

Jajaja ¿Crees que soy tan tonto para mostrarme ante ti así como así? ¡Qué tonto! Jajaja.

— ¿Qué quieres? ¿Quiénes son? ¿Por qué nosotros?

Malmuy mal, Marquitos. Yo que me preocupo por ti y tú ni un saludo muy mal. Pero qué más da. Por cierto, muchas preguntas La función ya está por empezar. Disfrútala. Cuando termine prometo contestarte alguna de tus dudas al rato, Marquitos

No oyó más. Algo lo alertó ¿La función? ¿Qué función? ¡Demonios!

Cuatro ruedas aparecieron mágicamente situándose detrás de él y frente a Paula, todos sujetos por la misma cadena que él y su amiga. A diferencia de la joven, ellos si estaban vestidos y sin vendas. Una extraña sensación comenzó a invadir su sistema respiratorio y circulatorio, no lo supo definir en ese momento. El corazón bombeaba su sangre con rapidez y brusquedad, mientras sus pulmones parecían no funcionar nada bien, le faltaba el aire. Santiago abría y cerraba los ojos cada instante debido al intenso fulgor del sol. Claudio forcejeaba con los grilletes creyendo que de alguna manera lograría soltarse. Hércules mantenía un rostro serio, inescrutable y Minerva mantenía la cabeza ligeramente gacha, la mirada perdida, casi muerta. Faltaba una más ¿Y Bárbara?

Otro ruido más intenso y molesto se produjo desde el suelo. La tierra comenzó a partirse alrededor de Paula. Del suelo comenzó asomarse lentamente unos grandes paneles igual que unos reflectores. El silencio volvió a surgir. Todos prestaron atención. La muchacha desnuda se removía y se lastimaba con cada intento de soltarse, lágrimas le caían sin cesar, hipaba, gritaba, seguía sacudiéndose y lacerando su cuerpo. Su vientre no tan plano subía y bajaba con una velocidad impresionante; su pecho igual, respiraba rápido, sin sintonía, sin ritmo ni son; el color de su piel, rosado más que nunca seguía mostrándose ante un sol nada piadoso. Los paneles se acomodaron en forma de que la luz solar le llegara a la perfección a todo el cuerpo. Todo parecía ser maquinado por alguien en alguna parte. Marcos buscó con la mirada algo o a alguien pero no, la realidad fue obvia, no había nadie más allí que ellos. El cuerpo de la muchacha dejo de moverse lentamente para dar cabida a sacudidas que fueron más agresivas. Zarandeaba los brazos intentando soltarse, igual sus piernas. La piel comenzó a cambiarle de color. La temperatura subía y Marcos lo notó de inmediato. Los paneles capturaban toda la luz y le llegaban directamente a Paula. Su piel comenzó a tornarse roja, primero suave, un delicado color rojo se pintó en el cuerpo de la joven. El color se fue intensificando. En algunas partes comenzó aparecer un rojo intenso. No le gusto ver aquella escena. No le gustó ver a Paula sujeta, sin poder hacer nada. No le gustó presenciar como su amiga cambiaba su color de piel en un instante. Nunca creyó haber sentido tanto calor como en ese momento. Su piel comenzaba a quemarse y sudaba mucho. No sentía miedo, no por él claro, sino por los demás.

Un desgarrador grito que se fundió con el aire y luego desapareció. Cuando fijo su vista de nuevo a la joven casi desnuda, ya no la reconocía mucho. Su piel roja, con varios bultos como ampollas que decoraban su cuerpo. Algunas más hinchadas y otras, de las que salía un líquido extraño. Marcos ahogó el grito y tapó sus ojos. Que error. Otro grito aterrador que esta vez se fundió en su mente, y que lo recordaría por siempre. Ahora su rostro no dejaba lugar a alguna parte seca. No solo por las lágrimas sino por el sudor del intenso calor. No quiso despegar las manos de sus ojos pero algo que se activó dentro de él lo incitó. Quitó sus manos y se encontró con la escena más espeluznante de su vida. Paula sangrando. Su cuerpo quemado, cubierto de ampollas. Sangre derramándose a charcos. Y un silenció palpable. Todo había acabado. Su amiga estaba muerta ¿Quién será el siguiente?, se preguntó inconscientemente.

—Hace tanto tiempo que no me divertía. La verdad es que nunca me divertí tanto como ahora. Si vieras tu rostro me comprenderías— «Ni nada ni nadie es lo que parece», recordó las palabras de Minerva— ¿Alguna vez te has puesto a pensar porque existe el mal? Apuesto que sí. ¡Estoy segura!— Bárbara situada junto al cadáver que colgaba aun de la ruleta, con una sonrisa preciosa y unos ojos destellantes. — La gente hace mucho daño, ¿no crees? No tiene piedad. Se matan entre ellos, abusan de su poder, se jactan de sí mismos y se burlan de los más débiles. ¿Acaso hay diferencia de lo que los nuevos navicularies hacemos? Por supuesto que hay mucha nosotros solo acabamos con la peste, la suciedad humana, la fealdad del mundo. ¿Somos peores que ellos? ¡Claro que no!

Marcos dejo de pensar. Los ojos aun los tenía puesto en el rostro de Paula, una mujer que fue bella, una joven talentosa, alegre, bellísima a su manera, ahora sin vida y que de su cuerpo ya no quedaba nada. ¿La fealdad del mundo? ¡Qué tontería! Eso era pura basura, una porquería Nadie tenía derecho de matar a nadie. Nadie. Ni un juez. Ni la policía. Ni ninguna persona normal. Si había gente mala también existía gente buena.

— ¿Porqué? —Susurró débilmente. En la garganta ya se le formaba un inmenso nudo.

— El cerebro es uno de los órganos más complejos del ser humano, más complicados, y también delicados. Tiene la capacidad de recibir y transmitir información cuantas veces sea posible y, cada vez en el mundo humano se descubren más cosas de aquel misterioso órgano. Mucha gente lo utiliza para bien y otros no. Otros ni siquiera saben usarla. Pero también es peligroso un arma de doble filo, una espada muy, muy filuda La gente buena la utiliza para bien, la gente mala para mal pero ¿y los débiles, los vulnerables a su proceder? ¿Qué ocurre con ellos? ¿En verdad crees que todo lo que está ocurriendo es verdad? ¿No te has puesto a pensar que todo esto es una simple alucinación?... ¿Marcos?...

No contestó. No pudo. ¿Una alucinación, un delirio, un juego de su mente? La primera vez que aquel misterioso ser igual a él se le apareció lo pensó y luego lo descartó, en aquella ocasión creyó que pudo ser un sueño, luego, después de cada acontecimiento, tuvo más dudas. Cuando desapareció Natalia, cuando la vio morir, cuando apareció una Bárbara distinta a la que tenía enfrente, cuando los otros chicos y él se juntaron y vio morir a la prima de Bárbara, cuando su madre les contó aquella historia, cuando se reunieron con Minerva, los talismanes, la muerte de Paula. Todo era muy real. Ninguna mente podría crear tanto horror. Ni siquiera un demente. No eran simples alucinaciones. Lo que esa muchacha decía en ese momento no tenía forma alguna. Todo era real... muy real.

«Y en su juego niños, ellos, son los ganadores» Ahora lo sabía.

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