Capítulo 5. La exposición
El sonido del silencio fue interrumpido por el móvil del joven, parpadeó un par de veces antes de responder, la oscuridad de la noche apenas le permitía reconocer la sombra del hombre que estaba frente a él.
- ¿Sí? -Respondió titubeante, creyendo que era su madre preocupada por la forma en la que salió de casa. Un fuerte estremecimiento recorría su columna vertebral hasta su cerebro, dejando ahí espasmos fuertes que le aturdían.
-Disculpe... -Quiso preguntar quién es usted antes de caer al suelo inconsciente e incapaz de completar cualquier oración.
-Error número CK345245K eliminado, memoria limpia. -La voz del ordenador sonó lo suficientemente alto, como si alguien hubiese activado el altavoz, para que el hombre escuchara y este supo entender el mensaje.
¿En qué demonios he metido a este pobre muchacho? Pensó al tomarlo en sus brazos y echárselo en el hombro derecho. Renegando de sus imprudentes intervenciones en la vida del joven Marcos, le subió a un coche rojo de un modelo que ni siquiera había salido en aquellas épocas.
Se detuvo un par de casas antes de donde, en algún momento, vivió con su madre; tenía que ser más sigiloso esta vez. Tomó el móvil del pantalón del joven, donde él mismo lo había colocado minutos antes, después de eliminar la llamada del registro, y marcó el número de memoria que pronto fue reconocido como: casa.
El tono de la línea fue interrumpido por el buzón de voz, insistió un par de veces para corroborar que su madre no estuviese en casa, ese último pensamiento le ocasionó una gran tristeza. El cielo parecía más oscuro que cualquier otra noche, la ausencia de estrellas y una brillante luna llena hacían de aquella una noche tenebrosa.
Revisó con la mirada los alrededores y agradeció en un suspiro que el camino estuviese despejado; se echó al chico al lomo y le llevó hasta la puerta de su casa. Entró por la puerta de la cocina, su madre nunca perdió la mala costumbre de no ponerle llave. Maniobrando como le fue posible llegó hasta la habitación de Marcos, la misma que fue suya. Observó las paredes limpias, sin rastro del rostro de Natalia.
¿Haber intentado recuperarla había borrado también cualquier indicio de su existencia? Esperaba que no fuese así y poder enmendar de alguna manera esa situación.
El hombre dejó al chico en la cama, le quitó los zapatos y el reloj de su mano izquierda, se quitó el sudor de su frente pasando su brazo por ella y se dio el lujo de sentarse un momento en la cama, se refregó el rostro con las manos y suspiró pesadamente. «El lío en que estamos metidos», pensó.
Consciente de que no tenía mucho tiempo y de que ya había entorpecido la búsqueda demasiado, se dispuso a retirarse, no sin antes echar un vistazo a la que un día había sido su habitación, lo que antes representaba su escaparate del mundo hoy lucía como un calabozo de recuerdos.
A punto estaba de darse la vuelta cuando sus ojos inquisidores para los detalles como siempre, recayeran sobre un dibujo que acaparó su atención. Una lujosa camioneta estaba trazada a la perfección, incluso la matrícula estaba plasmada. Pero no fueron los trazos exactos que siempre habían caracterizado a Marcos los que llamaron su atención, sino el modelo y la serie.
-Imposible. -Susurró asombrado.
Sabía ese número de memoria, era la de su primer auto propio. ¿Qué hacía Marcos con ese dibujo? Esa y cientos de preguntas más carcomieron su mente en un segundo, tendría que buscar respuestas en otro lugar. Dobló el dibujo en cuatro y lo guardó en el bolsillo derecho de su pantalón sastre. Algo era seguro, alguien más estaba buscando lo mismo que él.
...
El dolor martillaba en la nuca de Marcos, sus ojos ardían y sus músculos estaban entumecidos, se sentía como si hubiese corrido una maratón y el cansancio no se quisiese apartar de él. ¿Qué había hecho el día anterior para estar así? Ni siquiera lo recordaba.
- ¡Marcos! -Gritó su madre desde el pasillo. -Marcos. -Su voz se escuchaba cada vez más cercana al igual que sus pasos.
Se sentó a la orilla de su cama con algo de esfuerzo, justo antes de que su madre abriera la puerta acelerada.
- ¡Por Dios, Marcos! -Dijo acercándose a él y encerrando su rostro en sus manos. -Luces fatal. -Sonrió más relajada. -Al parecer a alguien le dará un resfriado.
-Mamá, ni lo digas. -Refunfuñó caminando hacia el baño, seguro que con la ducha todo se solucionaría.
-Te la has pasado tan emocionado por esa exposición los últimos días que sería una lástima que te enfermaras justo hoy. -Su madre hablaba con un toque de burla mientras hacía la cama.
- ¡Gracias por tus buenos deseos! -Gritó Marcos desde la ducha.
-Para eso estamos las madres, cariño. -Terminó lo que estaba haciendo y salió de la habitación, tranquila de que Marcos ya no estuviese en la cama.
...
Después de verse obligado a almorzar en casa y tomarse un par de pastillas para el resfriado frente a su madre, Marcos se dirigía algo apresurado a la Academia. Su mente divagaba intentando recordar algo de los últimos días en concreto, pero le resultaba imposible; si no fuese por la insistencia que tuvo su madre con aquella exposición, realmente no le había tenido emocionado, ni siquiera para que llevase tanta prisa.
Justo cuando logró desatorar el pedal de la bicicleta, el coche de Joaquín se estacionó frente a su casa, con un toque desalineado y el brazo saliendo por la ventanilla le saludó con entusiasmo. Marcos se estremeció fuertemente, por alguna extraña razón que desconocía, sintió asco al verle.
- ¡Hey!, si sigues ahí como estatua no llegaremos hasta mañana. -Gritó su amigo.
Sacudió la cabeza y dejó caer la bicicleta en el mismo lugar, ya la acomodaría después. Subió al coche sin decir ni media palabra, rozó la mano de Joaquín en uno de esos saludos de chicos.
-Así que hoy es el gran día. -Joaquín dijo sin apartar la mirada de la carretera.
-Eso me ha dicho mi madre todo el día. -Respondió.
Había algo en la presencia de su amigo que le provocaba desconfianza. ¿Cuándo las cosas se habían tornado así? ¿El resfriado también afectaba a las emociones? Supuso que sí.
- ¿Cómo van las cosas con Paula? -Preguntó creyendo que el silencio era la fuente de tan grande incomodidad.
-Ni la menciones. -respondió Joaquín, haciendo ademanes exagerados con la mano libre. -Esa chica está loca.
-Te lo dije. -Sonrió al recordar el día que conoció a Paula.
-Y yo te he dicho ya que te pongas en movimiento con las chicas. -Seguía insistiendo en ello, siempre lo hacía.
Novia. Chicas. Paula. Esas palabras se repetían en los pensamientos de Marcos. Y también estaba ese sentimiento de soledad. Detestaba enfermarse, ni siquiera recordaba la última vez que había pescado un resfriado.
Al llegar a la Academia, todo el mundo hablaba de lo mismo: Bárbara Mockavelo, la famosa alumna griega de intercambio a la que se recibía con bombo y platillo. Al principio a Marcos le pareció algo exagerado causar tal alboroto por una simple alumna, pero cuando el asesor de su grupo explicó lo mucho que su presencia les beneficiaría, se vio tan interesado como el resto.
Bárbara Mockavelo tenía apenas su edad, pero también una vida de preparación artística, había presentado ya sus obras en prestigiosas galerías de al menos tres países europeos. La mirada del mundo artístico estaba sobre ella en ese momento y con ello la de los cazatalentos y galerías importantes. Marcos ansiaba que fuese así y obtener una buena oportunidad en aquel tiempo, después de todo nunca se deja de soñar.
Las primeras dos clases transcurrieron con normalidad, al menos eso intentaban los profesores. En las instalaciones del auditorio escolar se estaban presentando algunas de las obras de la foránea, Cada hora pasaba una carrera diferente, cada alumno salía fascinado del lugar y no dejaban de hablar de ello en los pasillos. Marcos temía sufrir una decepción al esperar demasiado al ver el éxtasis de sus compañeros.
En la tercera hora, justo después del receso del almuerzo, el profesor pidió a la clase que prepararan sus cosas para salir del salón. Era su turno de ir a la exposición, Marcos caminó junto a dos compañeros, Antonio y Francisco; algo distantes del resto, nunca había sido demasiado social y prefería a solo unos cuantos cerca de él.
- ¿Creéis que sea tan buena como dicen? -Preguntó Antonio, un chico alto, de piel bronceada y cabello castaño que recursaba la materia.
-Pues mejor que tú sí lo es. -Respondió Francisco en tono de broma. Era conocido por ser el payaso de la clase cuando se lo proponía, aunque también tenía sus momentos de serenidad, los mismos que Marcos agradecía grandemente. -Solo hay que ver el espectáculo que le han montado. -Añadió: -La chica debe ser una diosa con pincel.
-O simplemente dibuja lo que la gente quiere ver. -Comentó Marcos llamando la atención de sus compañeros.
- ¿Qué tenemos aquí? -Preguntó Francisco burlón. -A alguien que no le agrada la chica nueva.
-No digas tonterías, -Replicó. -Ni siquiera la conozco.
-Pues yo espero que esté tan buena como pinta. -Antonio confesó su verdadero interés en aquella exposición.
En la entrada al auditorio dos de las profesoras suplentes llevaban el registro de los alumnos que asistían, sellaban la mano izquierda para marcar a quienes ya habían acudido a la exposición, evitar con ello que alumnos perdieran demasiado tiempo y quitaran espacio a los faltantes.
Apenas cruzó las puertas dobles, Marcos ahogó un chillido de sorpresa, su boca se secó de un momento a otro y sus ojos se ensancharon como platos. ¿Qué era todo aquello y por qué le ponía así?
El cotilleo del resto de alumnos se silenció, las personas a su lado desaparecieron, todo lo que le rodeaba salió de su plano de visión y se enfocó en lo que tenía frente a sus ojos. Cada cuadro, cada pintura, una a una escudriñó. Buscando en ellas respuestas para preguntas que ni siquiera se podía hacer.
Todos eran retratos, en cada pieza expuesta era la misma chica, una joven y hermosa bailarina. Su rostro resultaba tan familiar, cada trazo y detalle hacían lucir aquellas pinturas tan reales. Marcos creyó haberse vuelto loco en aquel momento, en ese lugar, con aquellas pinturas. En su mente cada una tenía movimiento, aquella chica no era un simple trazo perfecto, tenía vida. Podía verla bailar en las paredes, dar vueltas y saltar de un cuadro a otro. Deseaba tocarla, acercarse hasta ella y besarla. ¿Qué pensarían de él con aquel acto tan arrebatado? No importaba. Si sus pies le hubiesen respondido, por supuesto que lo hubiese intentado.
Las paredes del auditorio eran enaltecidas con doce preciosas obras, ninguna más magnífica que otra, cada una sorprendente. Ya entendía por qué la gente hablaba tanto de la creadora de tales obras, nunca antes se había encontrado con algo así. Alguien que pudiese plasmar y de esa manera.
Mientras sus compañeros se debatían en el mejor halago y la forma correcta de describir cada pintura, en el centro del auditorio, donde en unos momentos Bárbara Mockavelo sería presentada. Marcos permanecía frente al retrato que le había robado el aliento, llenándose de melancolía y unas extrañas ganas de romper en llanto invadieron su corazón. ¿Qué pasaba con él ese día? Aquel rostro plasmado en lienzo le decía tanto y él no sabía escucharlo.
- ¿Sorprendente, no? -Una voz femenina y desconocida susurró a su lado.
-Sublime. -Respondió
-Halagador de tu parte. -La chica sonrió con ironía.
Marcos despegó sus ojos de la pintura un momento para ver a quien le acompañaba. Una impresionante chica estaba a su lado mirándole fijamente. Sus rasgos captaban la atención de cualquiera, ya sea por su piel tostada, o por sus ojos claros color miel, o sus labios llenos, o su larga cabellera castaña y ondulada, o por todo el conjunto en armonía. Para Marcos ni siquiera esa chica se comparaba un poco a la plasmada en las pinturas.
-Marcos. -Ofreció su mano en un saludo cordial.
-Bárbara Mockavelo. -Estrechó la mano esperando alguna reacción de asombro de Marcos, pero no la obtuvo.
Marcos volvió su mirada al retrato que tenían frente a ellos, no podía dejar de mirar a la chica, no quería. En algún momento creyó que se tratase de autorretratos de Bárbara Mockavelo, pero ya que sabía que no era así, su intriga era mayor.
- ¿Qué te inspiró para dibujar de esta manera? -Preguntó Marcos sin mirarla a ella.
-No lo sé. -Respondió sincera. -Dímelo tú Marcos... Tú creaste cada pintura de ella.
Marcos se quedó helado sin entender y esta vez la miró pidiendo una explicación.
-He venido a ayudarte.
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