Capítulo 2. En busca de respuestas


El brillante sol de la tarde les acompañaba durante el trayecto a la casa de Natalia, a pocas cuadras del conservatorio.

Marcos marchaba meditabundo con su bicicleta a cuestas y la mirada perdida por el suelo, en el movimiento de sus pies. Por momentos se ponía rígido cuando un escalofrío le atravesaba la espalda sin previo aviso, al recordar la cara de aquel sujeto idéntico a él. Su mente seguía invadida por ese extraño y aquella maldita advertencia, e inútilmente hacía esfuerzos para que no se le notara, pero el nerviosismo se percibía a flor de piel. Los pelos de los brazos de Marcos se erizaban, y sus manos sudaban más de lo normal.

Natalia caminaba a su lado, a paso tranquilo y delicado. Nada parecía perturbarla. Reía y conversaba animadamente sobre sus exigentes clases de baile y los próximos exámenes que tendrían lugar en un par de semanas, sin sospechar que un supuesto asesino andaba al acecho. Pensar en esas últimas palabras anudaba la garganta de Marcos. Aún le costaba creer lo que estaba pasando, y cada vez más imágenes mezcladas e inconexas llenaban su cerebro, perturbándole.

—Amor, ¿me estás escuchando? —Indagó finalmente Natalia, preocupada. —Parece como si no estuvieras aquí. Estás distraído. ¿No vas a decirme qué pasa?

El rostro del muchacho se sacudió volviendo en sí.

— ¿Qué? No... no es nada, Naty —titubeó él, con una media sonrisa fingida. —No dormí muy bien anoche, quizás sea cansancio.

Marcos se refregó los ojos y volteó hacia su novia que le seguía observando con atención, como queriendo descifrar aquello que le martirizaba en silencio. Concluyó que si seguía sin poder contener su paranoia, descubriría que algo no iba bien y eso era lo que menos deseaba. No quería arruinarle la noche a su novia, ella se veía ilusionada con el desafío de baile y él intentaría hasta lo imposible para que nada arruinara ese momento.

—Y entonces... ¿qué era eso que me decías? —averiguó, intentando sonar más despierto y despreocupado.

—Que arreglé con Pau y Joaco para ir los cuatro juntos a la fiesta. Pasan a buscarnos a eso de las ocho y media —indicó ella, y sus ojazos verdes centellearon entusiasmados. — ¿Te parece bien?

—Claro, haré lo posible para llegar a esa hora —prometió, definiendo algunas ideas en su cabeza, cuando se detuvieron en el umbral de la casa de Natalia. Marcos no pudo evitar examinar con atención el coche blanco y reluciente de los señores Hoffman, estacionado fuera del garaje. Le consolaba pensar que su chica se encontraría resguardada en la casa, que no estaría sola durante el tiempo que le llevara arreglarse para la fiesta y aquella certeza le devolvió parte del alma al cuerpo. —Tengo que hacer un par de cosas antes.

Quizás lo que tenía en mente significaba un riesgo, pero necesitaba aprovechar esas horas libres para investigar un poco más sobre ese tipo misterioso. Encontrarlo, pedirle explicaciones, tal vez ayuda... lo que sea. Cualquier cosa que sirviera para salvar la vida de su enamorada.

—Ah, no me habías dicho que tenías que salir —musitó la rubia cruzándose de brazos, desconcertada.

—Tengo que... que comprar algunos materiales para terminar algunos proyectos este fin de semana. Quiero empezar a trabajar mañana a primera hora. —Odiaba mentirle, pero no podía contarle la verdad.

Ella asintió, pareciendo comprender. Antes de marcharse él volvió a abrazarla, esta vez con más fuerza y musitó en su boca: —Cuídate mucho, por favor. Y no se vayan sin mí.

Toda aquella inquietud que tenía le impulsó a buscar alguna pista o indicio, una mínima señal que le acercara al supuesto asesino, antes de que sea demasiado tarde. Recordó los bocetos que había dibujado durante las horas de clases en su croquera, y resolvió comenzar por allí. Había un dato que no podía pasar por alto.

Tomó el móvil de su morral, buscó a Joaquín entre los contactos y antes de subir a su bicicleta, oprimió la opción llamar. Comenzó a pedalear lo más rápido que fue capaz, mientras con una mano sostenía el teléfono en su oído derecho. Al tercer tono la inconfundible voz de su amigo se escuchó del otro lado.

—Marcos, ¿problemas otra vez con tu estúpida bicicleta? —averiguó Joaquín, acompañando con una risita maliciosa. —Ya es hora de que vayas pensando en cambiar de coche, bro.

— ¡Joaco, no es nada de eso! Te llamo por otra cosa, tengo que pedirte un favor.

— ¡Lo sabía! Se te está haciendo costumbre eso de pedir favores, amigo ¿Qué es esta vez, plata quizás?

— ¡No, no es plata! —vociferó Marcos, comenzando a perder la poca paciencia que le quedaba y esquivando con destreza algún que otro auto que se cruzaba en su camino. —Necesito rastrear la patente de un vehículo y no tengo la menor idea de cómo hacerlo.

— ¿Rastrear... una patente? —preguntó Joaquín sorprendido.

—Sí, después te explico —prometió, aunque en realidad no tenía pensado hablar de ese tema con nadie. — ¿Puedes ayudarme con eso, o no?

—Bueno... sí, creo que puedo darte una mano, pero no va a salirte gratis —afirmó, y Marcos sonrió satisfecho. Tenía en claro que su amigo era el único que podía auxiliarlo, pues no solo era un charlatán y delirante, también un crack de la informática.

— ¡No esperaba otra cosa de ti! ¿Te espero en casa? Estoy yendo para allá.

*

Entró en su habitación como alma que lleva el diablo y prendió la laptop. Rebuscó entre las cosas que se encontraban dentro de su morral, desparramando algunas otras sobre la cama hasta dar con lo que buscaba. Tomó la croquera y repasó con atención cada ilustración que había realizado en aquellas hojas, mientras un temblor nervioso le mantenía agitado.

El dibujo de la Hammer negra resaltaba entre los demás y se detuvo a examinar la chapa con sus números y letras, rogando internamente porque aquello pudiera proporcionarle alguna pista concreta que le llevara a su doble.

— ¿En qué lio estás metido Strauss? —la voz mordaz de su amigo resonó en la habitación y Marcos dio un respingo, provocando que los bocetos que tenían en las manos cayera por el suelo. — ¿Sabes que lo que estamos por hacer es ilegal, o no?

Joaquín lo estudiaba desde la puerta del cuarto con una sonrisa divertida y despreocupada, con ambas manos en los bolsillos de sus jeans oscuros. Su cabello castaño lucía prolijamente peinado hacia arriba, direccionado hacia un costado, como era habitual.

— ¿Cómo entraste? —averiguó Marcos, e inmediatamente tomó las hojas dispersas en el suelo, escapando de la mirada curiosa de su mejor amigo cuando éste pasó caminando a su lado.

—La puerta estaba abierta y me mandé —explicó, encogiéndose de hombros. Marcos no le dio importancia y prácticamente le obligó a sentarse frente al computador.

Las horas corrían en el reloj y la tarde pasaba a pasos agigantados. No quedaba demasiado tiempo y tenían que regresar por Natalia y Paula. Detrás del ventanal el sol comenzaba a desaparecer, así como sus propias ilusiones, pues cada intento que realizaban era fallido y Marcos ya había perdido toda esperanza de que algo contribuyera en su búsqueda de respuestas.

—No aparece el titular, ni su domicilio, ni su código postal ¿Estás seguro que ésta patente es correcta? —inquirió Joaquín, sin dejar de probar suerte en la web. —Es como si este tipo no existiera.

— ¡Sí! Sí, estoy seguro. ¡Sigue intentando! —Le dolía la cabeza y no podía pensar claramente, se sentía aturdido. La sombra de la duda se plasmó en su cara y ya no sabía que creer, si vivía en lo real o lo irreal ¿Todo aquello había sido en verdad una premonición de lo que más tarde llegaría a pasar?

Se refregó la cara, agotado. No podía hacer a un lado la advertencia, su locura, la visión, lo que fuera que hubiera creado su mente o vieran sus ojos. Estaba en juego la vida de la persona que amaba y no podía simplemente olvidarlo.

En aquel momento de confusión y locura, su móvil comenzó a sonar impaciente. Un número desconocido irrumpió en la pantalla, mientras él se debatía entre atender o no. Marcos intuía un nuevo problema del otro lado de la línea.

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