Capítulo 10. Un nuevo lugar.


— ¡Marcos! ¡Vamos, muévete!

El aludido no entendía qué había pasado, tampoco pudo decir dónde estaba o qué estaba haciendo. Tenía un dolor de cabeza tal que lo único que podía ver era una negrura llena de puntos blancos. El calor abrasador se había detenido, ya no traspiraba, y notó que estaba tendido sobre una cama mullida, con un aroma conocido que reconoció como su dormitorio. Pestañeó aturdido varias veces hasta que la vista comenzó a aclararse.

Definitivamente estaba en su cuarto. Se sentó de un salto, lo que le causó un dolor aún mayor en las sienes, y soltó un grito ahogado.

«¡Paula!» recordó inmediatamente. Se bajó de la cama y se encontró cara a cara con un rostro que se había vuelto muy familiar últimamente: el suyo propio, el Marcos del futuro. Sin embargo, esta vez lucía distinto que la anterior, las ropas caras habían sido sustituidas por unas simples, como las que usaba en el presente, y tenía enormes ojeras. Llevaba el cabello despeinado y los ojos, cansinos, no tenían brillo, como si carecieran de vida. La piel se le había vuelto de un color amarillo enfermizo.

— ¡Fallaste de nuevo! ¡Ahora perdimos a Paula también! —exclamó su yo del futuro, con la voz cargada de angustia—. Si te vuelves a equivocar, vas a permitir que ellos tomen todo el mundo también.

Marcos pestañeó, el dolor de cabeza apenas le permitía entender lo que el otro le decía, y continuaba teniendo la vista borrosa.

— ¿Pero qué...? ¿Y Bárbara? ¿Por qué ella...? —comenzó a preguntar, pero no obtuvo respuesta. Al fijar la mirada alrededor, percibió que el otro Marcos ya no estaba allí.

Había cambiado el futuro, pero para mal. El Marcos viajero del tiempo estaba quedando peor y si seguía así, sería él mismo quién tendría esa apariencia enfermiza y débil. Él mismo estaría en ese futuro sin esperanza y sin sus amigos.

Tambaleando, bajó hasta la cocina y se tomó unos analgésicos para mitigar el dolor de cabeza. Luego de sentirse levemente mejor, salió al exterior en dirección a la biblioteca de Minerva. Quería respuestas y las quería ya, no estaba para rodeos. Ver a la persona que amaba y a su mejor amiga morir en menos de un mes lo había dejado más que desorientado.

Subió por las escaleras de piedra gris con torpeza, intentando no resbalar con la humedad de una reciente lluvia. Entró e ignoró a la bibliotecaria que le llamaba la atención y siguió recto hasta lo que era el despacho de Minerva. La puerta estaba con llave, pero sin importarse con el alboroto que se comenzaba a armar a su alrededor, le dio con fuerza con el pie, haciendo que se saliera de sus bisagras con un estruendo.

De repente se vio tan sorprendido como las personas que se aglomeraban a su alrededor, pero el motivo de ello era completamente distinto. Aquel despacho estaba completamente diferente a la última vez que había estado allí. Ya no había animales disecados y las pinturas perturbadoras no estaban colgadas en las paredes, las cuales incluso tenían otro color. Allí sólo había artículos de limpieza y escaleras viejas.

— ¡Marcos! —La bibliotecaria se abrió paso por entre la multitud de estudiantes curiosos—. Me estás asustando, siempre has sido un chico tranquilo. ¿Qué pasa? Si quieres podemos hablar en privado en mi despacho —ofreció la mujer. Ella lo conocía de las veces que él iba allí a estudiar con Natalia.

El aludido respiró profundamente y asintió, siguiéndola en silencio mientras ella despachaba a los estudiantes para que continuaran con sus quehaceres. Lo llevó a una habitación pequeña que olía a libros viejos y a incienso, y le indicó que se sentara en un asiento color terracota.

—Estoy buscando a la Directora Minerva, ¿por qué no están sus cosas en el despacho? —preguntó Marcos de sopetón. No estaba de ánimos como para andar de explicaciones. Su vida y la de sus compañeros pendían de un hilo.

La mujer no se sentó, se le quedó mirando con una expresión extraña en el rostro.

— ¿Directora Minerva? ¿De qué hablas? Sabes muy bien que el Director de la biblioteca es el señor Ferrés. Incluso ayer ustedes dos estuvieron charlando.

El muchacho se levantó de un salto.

— ¿Minerva también? —gesticuló para sí y, murmurando una disculpa, salió del despacho y de la biblioteca como el alma que lleva el diablo.

Estaba ocurriendo. Todos, uno a uno, comenzaban a desaparecer. Los navicularies estaban logrando su propósito y él no estaba ni cerca de saber qué estaba ocurriendo en realidad. Lo único que le quedaba era esperar que Hércules, Claudio y Santiago estuvieran aún con vida, protegidos por sus talismanes, aunque no sirvieron de mucho en el caso de Paula y Minerva.

Su otra opción era ir a la casa de Minerva. Había estado allí con sus compañeros cuando Bárbara cayó en la locura, pero al llegar allí, en vez de encontrarse con la casa veraniega con el enorme jardín, se vio ante una imagen de desolación. Apenas podía ver los escombros de una casa en ruinas, como si hubiese sido víctima de un enorme incendio varios años atrás, y el jardín estaba deteriorado y seco. Negando con la cabeza y jalándose el cabello con desesperación, se dejó caer sobre la hierba que brotaba con fuerza sobre aquella acera olvidada.

No sabía dónde estaban los demás, Paula se había ido. Minerva estaba desaparecida y Bárbara se había vuelto loca. Soltando un suspiro miró hacia el cielo veteado de nubes.

«¿Qué hago ahora? ¿Esperar mi muerte con los brazos cruzados? ¿O enfrentarme a ellos?»

Algo brilló en el bolsillo de su pantalón de jeans llamándole la atención. Tanteó y sintió el frío de la esfera de colores de su talismán. Intrigado, lo tomó y lo analizó con la mirada. Había el dibujo de un gato, pequeño y casi imperceptible a simple vista, pero muy llamativo para quien se dedicaba a la pintura. Incluso pensó que sin tenerlo en frente podría dibujarlo con mucha claridad; como los cuadros de Natalia que Bárbara le había mostrado, como el dibujo de la camioneta de su yo futuro.

Bajo sus dedos y sintió el relieve de un botón.

Sin pensarlo, simplemente lo presionó y sintió un clic que lo sobresaltó. La esfera en su mano se volvió cálida a tal punto que le quemó la palma de la mano y la soltó de inmediato. Cuando el objeto tocó el suelo, lo hizo sobre cuatro patas amarillas y felinas.

La esfera se había transformado en un gato persa, completamente peludo y con una expresión de pocos amigos. Se mantuvo erguido, con sus ojos anaranjados analizándolo, y luego se acercó a olisquearle los zapatos. Como si no se sintiera satisfecho, levantó la cola y el mentón y se dio media vuelta, haciendo un ademán hacia Marcos para que lo siguiera.

El muchacho miró alrededor, pero aquella alejada calle estaba vacía y desierta, así que se sacudió la cabeza y siguió al minino hasta los escombros de la antigua casa de Minerva.

El gato talismán no dudó del camino que tomaba, esquivó varios trozos derruidos y calcinados y se detuvo en un lugar donde el pasto y la hierba había crecido levemente. El gato arañó la hierba y la tierra, mirando de forma suplicante hacia Marcos. El muchacho, aún extrañado ante ese acontecimiento, se puso en cuclillas y apartó un poco de polvo e hierbajos con las manos.

Allí había una trampilla, de esas que se veían en las películas de época, con una argolla enorme y antigua que se veía muy pesada. Como si estuviese contento de su descubrimiento, el gato se apartó y le dejó espacio para que jalara de ella, aunque el muchacho no tenía muchas ganas de hacerlo. Estaba reacio y algo le indicaba que allí no iba a encontrar el paraíso, pero aún así, sabía que tenía que hacerlo para terminar con toda aquella pesadilla. Los navicularies eran demasiado peligrosos como para esperar a que vinieran por él. Había que adelantarles.

Tiró de la argolla y le sorprendió la facilidad con la que pudo abrir la trampilla. Del interior oscuro y húmedo salió un vapor de polvo que lo hizo toser.

El talismán maulló, un grito lastimero y acongojado que sobresaltó a Marcos.

— ¿Qué pasa, Pandora? —Por alguna extraña razón, el nombre del animal salió de sus labios sin ni siquiera pensárselo. Quizá muy en su interior estaba de alguna forma conectado a ella.

La gata le gruñó al interior del agujero y un ruido captó la atención del muchacho. Un crujido metálico y pasos, como si alguien estuviera caminando sobre metal oxidado. Se hizo un eterno silencio cortado por aquellos pasos hasta que el conocido rostro de Joaquín surgió en la entrada, subiendo por una escalera..

—Te estaba esperando, Marcos... —Comenzó a decir el que anteriormente era su más preciado amigo, pero Pandora cortó toda conversación saltando sobre él. Marcos no pudo reaccionar y vio como la gata-talismán le arañaba el rostro y ambos se precipitaban hacia la oscuridad.

El impacto contra el suelo llegó pronto y mientras bajaba con rapidez por las escaleras, el muchacho oyó a Pandora chillar de dolor.

— ¡Maldito animal pulgoso! —Era la voz de Joaquín.

En la oscuridad extrema, Marcos pisó tierra firme y la sintió pegajosa. Esperaba que la gata estuviese bien. Tanteó a ciegas y encontró una pared, y no dudó en correr tomándola como referencia, deslizando los dedos por la piedra fría. Sintió los pasos de Joaquín muy cerca de él, persiguiéndolo, pero no quería quedarse a que también lo asesinara como a Natalia.

La imagen del cuerpo cercenado de su amada lo hizo detenerse. Sí, sabía que había muerto, que había sido su novia, que habían estado juntos... pero había algo que bloqueaba sus recuerdos, algo que evitaba saber qué querían que olvidara, pero ese fogonazo, ese mal recuerdo, fue tan vívido que sintió arcadas.

Sin darle tiempo a pensar, un golpe a la altura de la coronilla lo hizo precipitarse hacia el suelo. Sintió el sabor metálico de la sangre en su boca y apretó los párpados para mitigar el dolor. Oyó los pasos de Joaquín acercándose y trató de levantarse, pero se sentía muy adolorido y cansado. Pensó que, al fin y al cabo, estaba destinado a morir solo, en un túnel oscuro y húmedo, en manos de su mejor amigo.

Por lo menos la inconsciencia y la oscuridad llegaron pronto para evitarle el dolor.

- - -

...es el hijo de... ¿...Cómo encontró...? ... ¿...y ella...?...

...el verdugo ... muertas ...

...viajó hacia atrás ... avisó...

Marcos luchó contra el atroz dolor de cabeza e intentó prestar atención a las voces desconocidas que resonaban a su alrededor, taladrándole los sesos. Hablaban sobre algo incomprensible, lejano a sus pensamientos y a su dolor. Lo único que sabía con seguridad era que continuaba con vida. Apretó los párpados antes de abrirlos y la luz lo cegó por varios segundos. El aroma a incienso y a piedra mojada le llenó las narinas, y atinó a cubrirse los ojos con la mano antes de poder ver algo. Lo primero fue la tela dura y simple de una ropa color terracota; parecía ser una túnica sacerdotal.

Luego el rostro de un hombre anciano, tan viejo que parecía que se iba a desintegrar en cualquier momento.

—Despertó —dijo una voz femenina detrás de él.

Marcos frunció el ceño. Estaba en una habitación iluminada por enormes focos y sus paredes eran de piedra. Habían varias personas allí, todas desconocidas. Sólo una de ellas, un chico, lo hizo recordar a Minerva y a Hércules, y no descartó la idea que fueran parientes.

El anciano se fijó en él y se acercó con movimientos rápidos y ágiles a pesar de la edad que tenía (o al menos aparentaba tener).

—Hola, Marcos —le dijo, esbozando una sonrisa desdentada, pero aún así su rostro se veía jovial—. Soy el Alcalde Hiperión. —Marcos intentó sentarse, pero sentía los miembros pesados y adormilados, así que se quedó quieto observando aquel desconocido. —Bienvenido a la ciudad subterránea de los Navicularies.

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