L'histoire, l'intrigue, la passion et la romance

Eran casi las once de la noche cuando Sherlock llegó a la puerta del apartamento.

Abrió y, mientras se dirigía hacia arriba, pasó ante la puerta del vecino del primero. Aunque no había visto nunca a los ocupantes del apartamento del primer piso, parecían estar en medio de un tempestuoso romance. Una vez encontró un montón de cosas de alguien tiradas por todo el rellano, con una nota colgada de la solapa de una chaqueta dirigida al «mentiroso que vive aquí». Ahora había un ramo de flores pegado a la puerta con una tarjeta que decía: «Lo siento». Así era vivir en un edificio: uno acababa enterándose de la vida de los vecinos más de lo que le gustaría.

Sherlock notó que se le relajaban los hombros cuando la puerta se cerró tras él. Se sacó los zapatos junto a la puerta y caminó de puntillas haciendo el menos ruido posible hasta el dormitorio principal. La habitación estaba a oscuras. William estaba dormido boca arriba, con las sábanas a la cintura.

Con movimientos rápidos, Sherlock se quedó en calzoncillos y se tendió con sumo cuidado junto a William, esperando no despertarle. Tumbado sobre la espalda, con un brazo tras la cabeza, y giró la cara para mirarlo.

Bonne nuit, Liam —susurró tiernamente.

Sus manos descansaban extendidas a ambos lados del cuerpo, con los brazos pegados a los costados. Deslizó la mano a través de la sábana, lo suficiente para que sus dedos se tocaran... tan levemente que probablemente apenas lo habría notado de haber estado tocando a cualquiera que no fuese Sherlock; pero lo cierto era que las terminaciones nerviosas de las yemas de sus dedos hormigueaban suavemente; como si las mantuviera sobre una llama baja. Percibió cómo él se tensaba y luego se relajaba. Había cerrado los ojos, y sus pestañas proyectaban delicadas sombras sobre la curva de los pómulos. En su boca apareció una sonrisa como si percibiera que él le observaba, y William se preguntó qué aspecto tendría él por la mañana, con el pelo despeinado y marcas de sueño bajo los ojos. A pesar de todo, pensarlo le provocó una punzada de felicidad.

— Regresaste —musitó él, y parecía más feliz de lo que había visto jamás.

— Sí —contestó —. No podía dormir.

— Lo sé.

Había traído consigo el frío del exterior, y olía al aire de la ciudad y a la ventisca helada del inminente invierno.

— Estuve caminando por ahí —explicó el otro.

— Por ahí, ¿dónde?


— Sitios —contestó despreocupadamente—. Ya sabes. Sitios misteriosos.

— ¿Sitios misteriosos? —inquirió, y cerró los ojos. Rio en silencio.

Sherlock asintió. Entrelazó los dedos con los de él y dijo: — La intriga y el misterio fueron la base de esta relación. Reforzémosla a cada rato.

Una sonrisa de medio lado se dibujó en el rostro de William.

— Me parece genial retomar nuestros viejos y no convencionales métodos de seducción.

Con las manos cogidas como niños de un cuento, se durmió junto a él en la oscuridad.

Espero que les haya gustado, ¡nos leemos!

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