parte única
Dedicado a Raquel. Te quiero mucho y te querré por siempre.
Título tomado de la canción Treacherous de Taylor Swift.
Creo que este es mi escrito más personal hasta la fecha. Espero que les guste.
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En su cumpleaños veinte, Kun desea un apartamento propio.
Yesika le mira desde el otro lado de la habitación, sonriendo maquiavélicamente como el gato Cheshire, diciéndole qué va a hacer para lograrlo. Él le dice que lo hará con trabajo duro. Ella se ríe de él desde el otro lado de la habitación y hace lo mejor que puede para no molestarse con ella, no decir algo inmaduro que lo haga ver como un niño en frente de su hermana mayor. Yesika es mayor que él por solo unos años, pero a veces se siente como un poco más. A veces parece que ha vivido más vidas que sus propios padres. Pero Kun cree que es parte de ser la hermana mayor, son cosas que simplemente vienen con ello.
Su madre hizo un pastel gigante que sus hermanos menores comen de a montón, mientras alguna de sus tías está fumando en el patio de atrás con su padre, mientras el asado se sigue haciendo. Yesika está sentada ahora a su lado, una cerveza en su mano, mirando la piscina para niños que está en el medio del patio, su bebé de apenas tres años jugando con los demás niños de la familia mientras se ríe. Mira fijamente hacia ellos, su atención nunca disipándose un momento. Kun está mirando su vaso con fernet, viendo como los hielos están casi completamente derretidos.
— ¿Cómo está la universidad? —pregunta Yesika, de la nada, sin mirarlo. Kun suspira, porque es su pregunta menos favorita de la noche.
—Está bien.
— ¿Solo bien?
—No sé qué querés que te diga.
—Me llamaste días atrás en una crisis de ansiedad-
—Eso fue hace dos semanas. Soy una persona nueva ahora-
—Sé que mamá puede ser tan exigente y papá también-
—No está tan mal, ellos han mejorado mucho-
—Y sé que esta casa es muy pequeña y que querés ser un adulto joven normal-
—Soy un adulto joven normal-
—Solo quiero que mi hermanito esté bien. —Ella sigue sin mirarlo, pero la mano alrededor de la botella de cerveza afianza su agarra. Kun suspira una vez más y la mira. Puede ver su perfil perfectamente. Su nariz grande y su mandíbula marcada y sus labios gruesos. Se parecen tanto que los confundían cuando eran niños, por Kun y su manía de tener el cabello largo al crecer. Kun se parece tanto a ella, pero nunca en las cosas que importan. Nunca en el futuro decidido, en la vida planeada y las decisiones correctas. Solo en la manera de caminar, en la nariz y la forma de las uñas.
—Estoy bien, Yes.
— ¿Lo estás? —Ella lo mira finalmente. Sus ojos marrones vidriosos. Su voz temblando tan levemente que Kun casi ni lo nota— No quiero que te sientas perdido, sos tan joven. Mereces hacer algo que te haga feliz y te permita sentirte lleno y pleno-
—No tienes que preocuparte por mí, Yes. —Su mano acaba en su hombro y ella niega con la cabeza. Kun empieza a hablar antes de que ella pueda interrumpirle otra vez— Lo superaré. No puedo echarme para atrás ahora-
Ella parece que quiere decir algo, pero no lo dice. Solo suspira y le mira, con ternura, la cabeza un poco movida de lado. Como le miraba cuando era un niño, cuando hacía algo de niño pequeño que la llenaría de orgullo de hermana mayor.
—Solo prométeme que me hablarás si algo llega a pasar, si necesitas ayuda o apoyo o lo que sea.
—Yes-
— ¡La reconcha de la lora! ¡Promételo!
— ¡Está bien! ¡Está bien! —Ella asiente ante eso, y empieza a beber de su cerveza, llevando la mirada al frente. Kun suspira y hace lo mismo que ella, llevando el vaso a sus labios y mirando hacia la piscina infantil, donde los niños siguen jugando. El fernet sabe amargo y caliente dentro de su boca.
Leo está mirando a Antonella desde el asiento del piloto, sus manos tomando con fuerza el volante. Ella le está mirando de regreso, sus ojos están brillando por las lágrimas y tiene una sonrisa insegura en el rostro, que desaparece casi al momento que se da cuenta de que Leo no va a decir nada.
—No estás feliz. —dice ella. Hay una pausa marcada que Leo no rompe lo suficientemente rápido.
—No, no digas eso. Estoy muy feliz.
—No te ves feliz. —Ella aprieta el papel entre sus manos de manera impulsiva, y después se lamenta, tratando de alisarlo. Mira sus manos con el papel entre ellas y Leo la mira a ella, con la duda y la sorpresa aun nublándole la mente.
—Pensé que estarías feliz. —dice ella. Y Leo puede oír su voz quebrarse, las ganas de llorar aumentando— Pensé que era lo vos querías. Lo que queríamos-
—Estoy feliz, Anto, no es eso-
—Boludo, tenés cara de que has visto un muerto. No de que estés feliz. —Ella lo mira, y se ve tan enojada. Leo no puede recordar cuando vio a Antonella tan enojada por última vez. Sus mejillas están sonrojadas y lágrimas caen de sus ojos— Vamos a tener un bebé y vos tenés cara de que has visto a un muerto, Leo, que me estás diciendo-
—Es inesperado-
— ¡Tenemos quince años casados! Más de veinte conociéndonos-
—Pero nunca hablamos de tener un bebé, Anto. No estás entendiendo-
— ¿No quieres tener al bebé? Leo, ¿es eso lo que me estás diciendo?
—No, no es eso lo que estoy diciendo-
— ¡Entonces di algo, carajo! Di algo en vez de tener esa cara de pelotudo.
Ella lo mira por un largo momento. Una pausa marcada vuelve a pasar. Leo suspira y suelta el fuerte agarre que tiene en el volante del auto. Están estacionados en el estacionamiento de la ginecóloga de Antonella, después de que Leo la viniera a recoger al de salir del trabajo. Leo había tenido un día de mierda con miles de exámenes que revisar y alumnos tontos que no saben de lo que están hablando casi nunca. Está haciendo verano con algunos estudiantes que no han podido pasar, y ya va a empezar el siguiente semestre.
Antonella entró al auto tan feliz apenas Leo se estacionó. Tan feliz que podía morirse, una sonrisa gigante y los ojos bien abiertos.
Leo sospechaba las noticias antes de que se las dijera.
—No planeamos tener un hijo. —dice Leo, lentamente, pensando en lo que va a decir mientras Antonella le mira atentamente, lágrimas congeladas a los lados de su rostro, secándose— Nunca hablamos de eso. Es inesperado. Y es mucho de un solo momento. Pero te amo, Anto, vamos a ser padres... Eso es muy grande y es... —Él suspira, y sonríe demasiado ancho, tratando de verse feliz, probablemente viéndose como un loco— Es increíble.
Es suficiente. Antonella no es exigente. No exige mucho. Solo las palabras correctas en los momentos ideales. Y este es uno de esos casos. Le sonríe con cariño, su cabeza ladeándose a un lado mientras empieza a llorar otra vez, esta vez de felicidad. Sus manos toman el rostro de Leo entre ellas.
—Vamos a ser papás. —dice ella, feliz, muy bajito— ¡Vamos a ser papás! —Repite, más fuerte, más feliz, abrazando a Leo por el cuello, su cuerpo vibrando de la alegría.
Leo la abraza de vuelta. No dice nada mientras Antonella habla sobre más cosas sobre el bebé. Leo solo la oye. Es lo mejor que puede hacer justo ahora.
Javier le mira desde el mostrador. Kun trata de no sentirse nervioso, pero Javier Mascherano es aterrador hasta en los días buenos. Está en el último año en la carrera de derecho, es presidente del consejo de estudiantes, tiene una reputación encima desde hace años de ser amargado y difícil.
Nicolás le había dicho que podría decir que iba referido por él y eso sería suficiente para que le dieran el trabajo. Pero Kun no cree que sea suficiente.
—Entonces... Sergio-
—Me puedes decir Kun, así me dicen todos.
Javier le mira. Le mira directamente por al menos unos tres segundos, sin decir nada. Kun traga saliva lentamente.
—Kun. —dice Javier, saboreando el apodo. Suena tan mal saliendo de su boca. Kun no quiere decirle que le llame Sergio mejor— Sé que eres referido de Nicolás, y sé que eres un buen pibe, en serio. Pero necesito alguien responsable para este trabajo. Toda mi reputación está sobre ello. Si todo sale bien, en un año podré ser gerente general de todas las cafeterías a lo largo de Buenos Aires, no solo esta. Y tú... No tienes experiencia en nada, nada de nada. No puedo arriesgarme a contratar a alguien que me dará problemas.
—Prometo que no. ¡Prometo qué no! —Afirma bajo la mirada de Javier— Necesito este trabajo. Necesito el dinero. No quiero que mis padres tengan que seguir trabajando como lo hacen ahora, explotándose para poder ayudarme con la uni. Necesito este trabajo, por ellos, mis hermanos y por mí.
Su mamá está trabajando horas extras en la sastrería, llevándose trajes y ropas a casa para poder seguir trabajando y tener más tiempo para poder trabajar aún más en sus horas de trabajo. Su papá no puede pagar las deudas con el sueldo de entrenador de fútbol, así que está pensando en dejar el trabajo que ama por uno que pague más, donde pueda traer más dinero a casa y pagar la universidad de Kun. Yesika tiene su propia casa cerca de ellos junto a su esposo y el bebé, pero aun así deja comida y dinero en casa cada vez que puede hacerlo, para ayudarlos.
Kun quiere ayudar. No quiere que nadie más se sacrifique por él. Sus hermanitos están demasiado pequeños aún y no pueden hacer más que tratar de vivir una niñez normal, pero Kun puede ayudar. Debe ayudar. Debe ser un hombre. Es momento de que lo sea.
Javier le sigue mirando y suspira.
—El lunes tenés que estar aquí a las seis de la mañana, boludo, no quiero ni una excusa. El uniforme te lo dará Nicolás cuando salgas. Por favor, no me hagas arrepentirme de esto...
Kun no lo está escuchando, está saltando sobre el escritorio para darle un beso en la calva. Javier lo corre de la oficina y afuera está Nicolás, una sonrisota en su cara cuando ve a Kun.
Le dirá en un fuerte abrazo que sí se pudo, que le dijo que era pan comido. Le dará el uniforme de la tienda, una camisa azul cielo con marrón y unos pantalones oscuros que le quedan demasiado apretados a Kun. Se levantará a las cuatro de la mañana todos los días, hará desayuno para todos en casa y comprará galletas con su primer sueldo para poder colocar en los bolsos de sus hermanitos para sus meriendas. Saldrá tarde del trabajo, trabajando la mayor cantidad de horas extras que puede junto a Javier y Nicolás, tratando de ganar tanto dinero como pueda antes de que empiece la universidad otra vez en unos meses.
Se siente pleno en su trabajo. Pudo comprarle unos zapatos a su papá. Pudo ayudar a su mamá a completar el pago de la colegiatura de los niños. Le compró un nuevo biberón a su sobrinito. Son cosas muy pequeñas, Kun aún no sabe lo que es ser un adulto funcional. Pero está en el camino de serlo. De ser un mejor hombre.
Al menos un mes después de que empiece a trabajar, conoce a Leo. Dos semanas antes de que empiecen las clases.
A Leo en realidad ni siquiera le gusta el café.
A Antonella le encanta. Pero está tratando de tomar menos ahora que el bebé tiene un mes de gestación. Leo fue a la cita con la ginecóloga la última vez, para ver el eco. Se ve tan pequeño y Leo no puede creer que exista aún, que sea real. Pero Antonella toma su mano cada vez, la aprieta con fuerza, y lo trae de regreso a la realidad.
Su madre había llamado días antes diciéndole que había comprado un conjunto de ropas para bebé, en colores unisex. Su mamá secretamente quiere una niña. Antonella quiere un niño. Leo solo quiere que nazca sano.
Cuando conoce a Kun, está caminando sin rumbo por las calles de Buenos Aires, sus manos sosteniendo una cantidad interminable de papeles que tiene que revisar. Exámenes que calificar. Mil cosas por hacer que no quiere hacer, porque no hay suficiente tiempo en la oficina y en casa no siente que puede ni respirar. Así que se ha llevado todos los papeles que ha podido, tratando de encontrar un lugar donde respirar sea más fácil, donde haya tiempo suficiente. Ve una cafetería mostrando pasteles y donas y facturas en el ventanal, luces colgando del techo, mesas vacías. Es lo mejor que verá por el momento.
Se sienta en una mesa en la esquina, deja los papeles caer encima de ella con fuerza. Saca un libro que Anto le recomendó que leyera y que ni siquiera ha comenzado, y lo deja al lado los exámenes sin revisar. La chica sentada en la mesa de al lado le mira un momento y después vuelve a leer su libro. Saca de su bolso una cartuchera con todos sus bolígrafos y marcadores y pasa un largo rato antes de que alguien se le acerque, hasta que Kun lo hace.
La primera impresión que tiene de Kun cuando lo ve, es que se ve demasiado joven. Tiene el cabello algo largo y las mejillas sonrojadas por el calor que está haciendo. Su segunda impresión será, que es muy guapo. Leo encuentra a Kun atractivo desde el primer segundo que lo ve. Cabello azabache y piel bronceada y más alto y fuerte que él. La tercera impresión, será que tiene una sonrisa preciosa y gigante y los ojos muy oscuros.
(Viendo hacia atrás, cuando todo haya acabado, Leo entenderá que estuvo destinado a caer en este vórtice desde un principio. Desde la primera vez que lo vio, incluso si lo hubiese conocido un poco antes o más adelante o en otro lado. Estaba simplemente escrito por las manos de Dios.)
—Perdón por la espera. Estamos cortos de personal. —dice él, agitado, sonriendo con vergüenza. Leo le sonríe minúsculamente— Mi nombre es Sergio, ¿quisiera algo de tomar?
—Solo un café negro. Grande.
—Okey, okey. ¿Quiere algo de comer?
Leo lo piensa un momento. —Una medialuna estaría bien.
—Perfecto. —Sergio está listo para irse, pero mira la mesa de Leo, y sonríe otra vez, con timidez— Ese libro es increíble.
Leo mira el libro sobre la mesa. Antonella se lo había prestado hace meses, diciendo que a Leo le encantaría. Pero no se había animado a leerlo, no tiene mucho tiempo que pueda desperdiciar los últimos días, no hay mucho tiempo que pueda perder en realidad. Nunca ha sido un ávido lector. Nunca ha sido muy ávido en nada.
—No lo he terminado de leer. —dice Leo. No quiere decir que ni siquiera lo ha empezado. Sergio se ve muy emocionado por el libro y en sus mejillas aparecen hoyuelos y Leo no quiere que deje de sonreír— ¿Vale la pena?
— ¡Es buenísimo! —dice él, y Leo puede sentir la juventud en su voz. Llenando de frescura y serotonina su cabeza, su pecho y sus venas— Mi hermana me dijo que lo leyera y vale la pena. ¡Deberías terminarlo!
—Lo haré y te diré que me parece.
Sergio le sonríe y Leo solo puede oír música de fondo, estruendosa y mecánica. Todo huele a dulce de leche, café y problemas. Leo le mira irse, ve sus piernas apretadas en unos pantalones oscuros y sí. No sabe muy bien que ha despertado en él, pero puede sentirlo dentro de su pecho.
El libro trata sobre una chica joven que se muda a una isla en el Caribe y abre un restaurante, dejando atrás una vida que le persigue cada vez más mientras el libro avanza. Antonella se pone feliz cuando lo ve leerlo y Leo lee el libro cada vez que puede. En las mañanas en la buseta, entre horas de trabajo administrativo en la facultad antes de que empiecen las clases, en la sala de espera cuando Antonella tiene que tener otra cita con su ginecólogo.
Termina solo tres días después de conocer a Sergio.
Y vuelve a la cafetería.
Kun siempre ha sabido que puede ser impulsivo, enamoradizo y demasiado inocente. Su hermana dice que es normal, que apenas está saliendo al mundo real. Que es tan joven y tan vulnerable a todo su alrededor. Que con el tiempo aprenderá y será más precavido, inteligente y confiado. Pero que, por ahora, debería llevar su juventud con gracia, por los pocos años que podrá durarle. El tiempo es cruel y nunca espera por nadie. Y no empezará a hacerlo con Kun.
Cuando ve a Leo por segunda vez, le sonríe sin pensar en ello ni un segundo.
—Lo terminé. —dice Leo, sin saludar. No es necesario que lo haga. Kun puede sentir sus ojos iluminarse.
— ¿Y qué tal?
—Es increíble. Es... Maravilloso
— ¡Te lo dije! —Kun dice, muy feliz. Leo le sonríe.
Hay una cola de gente detrás de Leo que se quejan porque se está tardando demasiado. Kun le dice que hablara con él en unos minutos. Y lo hace cuando es la hora de su almuerzo, sentándose en la misma mesa que Leo para hablar toda la hora de su almuerzo sobre el libro. Leo habla de las cosas que más le gustan, Kun habla hasta por los codos y Leo le escucha atentamente, una sonrisa en sus labios en todo el tiempo.
Javier se acerca y mira a Leo con curiosidad un momento, para después decirle a Kun que vuelva a trabajar. Kun está triste de irse y mira a Leo por un momento, sin saber que decir.
—Ven mañana. Te recomendaré otro libro de esa misma autora. —dice Kun, porque quiere verlo otra vez, y no sabe a qué más recurrir. Espera no sonar como un tonto o como un niño. Pero Leo le sonríe y le dice que vendrá a la misma hora.
Nicolás le está mirando raro cuando están cerrando el local, cuando todos los clientes se han ido y falta solo una semana para que empiecen las clases. Javier está contando el dinero de la caja registradora. Kun está limpiando las mesas y está cantando alguna canción por debajo de su aliento.
—Te ves muy feliz. —dice Nicolás, las cejas fruncidas, limpiando con un trapo una de las tazas del local. Es rosada y su asa es en forma de corazón— Tiene que ver con el tipo este que vino el día de hoy.
—Es muy guapo, ¿no? —dice Kun, sin pensarlo, riéndose y sonando como un tonto. Nicolás rueda los ojos.
—Está... bien. —Nicolás afianza su mirada— Muy viejo para ti.
—No debe tener más de treinta años.
—Estoy seguro de que tiene más de treinta años, por Dios.
—Me parece familiar de algún lado. —dice Javier, sin mirarlos a ambos, concentrado en contar el dinero de la caja registradora— Pero no recuerdo donde lo he visto.
—Como sea. —dice Nicolás, y suena tan ridículo con ese tono de voz.
Kun sigue limpiando. Javier sigue pensando en donde ha visto esa cara antes.
(Si, Kun puede ser impulsivo, enamoradizo y demasiado inocente. Aún no sabe que todo eso le explotará en la cara. Pero está en camino de descubrirlo.)
Leo viene el día siguiente. Y el siguiente. Y el siguiente.
Kun se sienta en la misma mesa que él a almorzar, mientras Leo revisa papeles y hablan de libros. Nunca hablan del trabajo de Leo, ni del anillo en su mano, ni de cuantos años tiene Kun. Solo hablan de libros y de películas. Leo le dice que su película favorita es Kramer vs Kramer. Kun le dice que la última película que lo hizo llorar fue una animada que vio con sus hermanitos en la sala de la casa, comiendo palomitas que Yesika quemó mientras las cocinaba.
Es un momento en el día en el que Kun no tiene que pensar en que la universidad va a empezar otra vez, y tiene que prepararse una vez más para fingir que ama esta carrera. Que no se arrepiente cada día de su vida de haberla elegido.
Leo puede olvidar que va a ser papá. Que tiene una casa linda y un auto considerablemente nuevo y puede vivir una vida tranquila y aún así nunca se ha sentido más perdido en la vida. Como si alguien le estuviese jalando de todas las cosas que puede hacer y lograr.
En la tarde de esa corta hora de almuerzo, pueden ser solo ellos dos. Ninguno de los dos parece darse cuenta de lo extraña que su relación puede verse desde afuera, incluso cuando Nicolás los mira de reojo con confusión y Javier sigue preguntándose donde ha visto a Leo antes. Nicolás le dice que tenga cuidado, porque Leo se ve mayor que ellos y no tiene explicación que esté conversando casi todos los días con alguien que apenas dejó de ser un adolescente. Javier solo le dice que esto más vale no afecte su rendimiento como trabajador.
Kun dice que no hay nada que esté pasando en realidad. Mirará feo a Nicolás cuando le diga que tenga cuidado e ignorará como Yesika lo mira raro cada vez que llega del trabajo con una sonrisa demasiado grande en toda la cara. Porque no hay nada, no en realidad. Solo conversaciones en las tardes con un hombre que no conoce muy bien, pero que lo mira con atención cada vez que tiene algo que decir.
Nada verdaderamente se siente que pase como tal, hasta que las clases comienzan.
Kun tiene que librar los lunes, miércoles y viernes del trabajo para ver clases. Tiene cinco materias que ver y trata de tener una actitud positiva en el primer día. Nicolás está en el café porque sus clases no empiezan el mismo día que Kun, pero Javier está a su lado la mayor parte de las horas. Donde Javier es serio y controlador, también es un buen amigo y compañero que se ha hecho parte del grupo de amigos de Kun sin siquiera intentarlo. Y Kun cree que Javier le ha agarrado cariño, aunque nunca lo admite en voz alta.
Están caminando en el pasillo de la universidad y Kun está hablando sobre libros sin parar, mientras Javier le escucha atentamente, aunque no lo esté mirando.
— ¿Cuál es tu siguiente clase? —dice Javier, viendo al frente, sus cejas levemente fruncidas. Como si estuviera enojado. Kun cree que está así todo el tiempo.
—No tengo ni idea. Sé que el profesor se llama Lionel. Chiquito me dijo que es un profesor bastante difícil.
— ¿Nos veremos cuándo salgas? No tengo clases después. Te puedo esperar para irnos juntos. —Kun le sonríe. Javier deja de mirar al frente para mirarlo. Su mueca se afianza más— ¿Qué?
—Solo digo que... —comienza a decir, posicionándose en frente de Javier, una sonrisa en la cara— Te caigo bien. Creo que deberías admitir que te agrado.
—Por favor.
—Y que adoras ser mi amigo.
—Estás bien, sos... Agradable.
—Me adoras.
—Que trolo que sos. —Kun sigue hablando de fondo mientras Javier solo lo mira, sonriendo un poquito. Pero en un momento mira por encima de su hombro. Y todo en él se tensa— Kun.
— ¿Qué?
—El señor. El pibe este de la cafetería, el viejo-
—No es tan viejo-
— ¿No es ese que está ahí?
Kun se da vuelta. Y sí. Es ese que está ahí.
Tiene un abrigo marrón de cuerina y una camisa blanca debajo. Está peleando con alguna de las compañeras de Kun, Sara, que se mantiene en frente de él sin dejar que se vaya. Tiene una mueca en la cara y los ojos cansados y está sostenido en uno de sus manos, contra su costado, el último libro que Kun le recomendó que leyera.
—Sabía que lo había visto en algún lado. —dice Javier. Kun no le está prestando atención. No en realidad. Tiene los ojos fijados en la discusión de Sara con Leo, hasta que Leo parece ganar y deja a Sara hablando sola— ¿Kun?
—Todo está bien.
No sabe si lo está. No en realidad.
Leo es corto para Lionel, Kun aprenderá a las malas, al menos diez minutos después.
Quisiera no haber mentido atrás. Diciendo que todo estaba bien y que nada está pasando, no en realidad. No está pasando más nada que horas de almuerzo compartidas con un total extraño. Pero tal vez si hay algo más que esté pasando.
Termina al lado de Sara en clases. Ella le mira, los ojos verdes y tan claros que a veces parece un demonio. Dice que el profesor es un imbécil. Kun no tiene voz para defenderlo.
Lionel se presenta y Kun trata de calmarse, porque esto es una ridiculez. No ha pasado nada. Nada nunca se ha dicho ni se ha entablado. Leo no ha sido más que amable y agradable todas las veces que han hablado. Y nunca ha sido inapropiado. Kun debe dejar de actuar como un niño, que termina enamorado de cualquiera que le dé la hora con una sonrisa al hacerlo. Pasa toda la clase inicial sin decir nada, sin hablar con nadie. Sara le mira extrañada al lado de él, y le pregunta si está bien al menos dos veces durante la clase. Y una vez más cuando termina.
— ¿Estás seguro de qué estás bien? Eres tan parlanchín siempre. Sé que no somos tan amigos, pero me extraña verte así. —dice ella, su acento español marcado. Kun le sonríe lo mejor que puede.
—Todo bien, Sara. Gracias.
Ella le mira por última vez, se acerca para besar su mejilla y se va con las demás chicas, que le esperan en la puerta a la salida.
Kun mira hacia el escritorio. Leo está de pie, borrando el pizarrón. Sus compañeros salen del salón, uno por uno. Hasta que solo es Kun dentro del aula. Cuando Leo se da vuelta, es lo primero que ve. Kun le sonríe. Y tal vez es la única sonrisa normal que ha dado en todo el día.
— ¿Me estás siguiendo? —dice Leo, en vez de saludar. Su tono de voz es ligero, pero calculado. Como que tiene horas pensando que decir.
—Podría decir lo mismo yo. —dice Kun, y se acerca poco a poco, sin saber que tan cerca puede estar.
Leo le sonríe, sin mostrar los dientes. De cerca, Kun puede ver que le ha crecido la barba aún más, cabellos rojizos y marrones mezclándose entre sí. Huele a perfume y tiene el anillo de casado en la mano que Kun ignora que existe cada vez que lo ve.
—Traté de hacerme creer que estaba viendo cosas cuando te vi ahí sentado.
—Así que sí me viste. Pensé que no me habías reconocido. —dice Kun— ¿No ibas a saludarme si yo no lo hacía?
—No quería ponerte en una situación incómoda.
— ¿Por qué habría de ser incómoda? —Leo le mira, fijamente. Kun trata de seguir actuando como que nada está pasando—Solo somos amigos. No tiene que ser raro si no lo haces raro.
—Sergio-
—Dime Kun. Somos amigos, así me dicen mis amigos.
Leo se ríe. Kun siente las mejillas calientes.
— ¿Por qué te dicen así?
— ¿Qué tal tu primer día? —Pregunta Antonella cuando se acuesta con ella en la cama.
Huele a crema con olor superficial a fresa y melocotón. Está usando una bata y tiene el cabello mojado. Coloca la mitad de su cuerpo sobre el de Leo cuando se acuesta al lado de ella. Se siente cálida y fresca contra el cuerpo de él.
—Estuvo bien.
— ¿Hiciste amigos? —dice ella, riéndose.
Leo se tensa. Y después se siente como un imbécil por hacerlo. Ella está bromeando, es un chiste. No sabe nada, y no hay nada que saber. No hay nada que contar.
—Los hombres de mi edad ya no hacen amigos como antes.
—Suenas como un viejo. —dice ella, antes de acercarse a besarlo.
(Sergio dice que le dicen así por un anime que veía cuando era niño, que le gustaba mucho a sus abuelos. Leo no reconoce el nombre. Leo le dice a Sergio que le encantó el libro que le prestó. Ninguno de ellos habla de que Leo será su profesor por el resto del semestre.)
(Nadie tampoco dice nada sobre el hecho de que Kun se queda en el salón de clase cuando ya todos se están yendo. Nunca pasa nada. Kun terminará sentado sobre el escritorio y hablara por horas de algo que le interese mientras Leo le mira desde la silla, desde abajo, sus ojos probablemente brillando. Le echará la culpa a la luz fría de la oficina si alguna vez sale el tema a colación.)
—Yo solo digo que la narrativa es algo pesada al inicio. —dice Kun, sentado en el escritorio, mientras Leo recoge sus cosas.
Leo se ríe, sin mirarlo.
—Suenas tan joven diciendo eso.
—No tiene nada que ver. Tendría la misma edad que tú y aún sería difícil de digerir.
—Creo que está... Bien. Es demasiado condescendiente para mí.
—Yo creo que solo buscas una manera rebuscada de decir que es aburrido.
Kun le está sonriendo cuando Leo por fin lo mira. Se ve tan joven y tan feliz y burbujeante por un momento. Tiene un suéter azul cielo puesto. Hace remarcar sus ojos. Leo traga saliva con dificultad.
— ¿No tenés qué trabajar hoy?
—No, estoy libre los días de universidad. —dice, moviendo sus piernas desde arriba del escritorio, jugando con ellas.
—Se está haciendo tarde para que vayas a casa.
—Puedes decirme si querés que me vaya.
—Nunca quiero que te vayas. —Una pausa marcada— Pero es tarde para que sigas aquí.
—Estaba esperando que terminaras para irme.
Leo le mira con una sonrisa, que solo se extiende cuando Kun se sonroja.
—No me iré hasta horas más tarde. Me queda una clase.
—Oh. Está bien.
—Por favor, ten cuidado yendo a casa. Si puedes, avísame cuando llegues.
—No creo que pueda hacerlo sin tu número.
Tiene razón. Leo le mira por un momento, sin llegar a decir nada.
—No creo que sea correcto.
—Por Dios, sigues con eso. No tiene nada de malo.
Leo considera que tiene razón. Pero siente pesado el pecho cuando le da su número, siento el estómago revuelto en pura ansiedad y confusión. Kun le mirara con sus ojos gigantes y le dará una de sus sonrisas que lo hacen ver más joven de lo que es y bateara sus pestañas y pensara que tiene todo bajo control. Que Kun tiene razón, que no tiene que hacer esto raro cuando no lo es. Cuando solo son amigos.
Hace calor dentro del carro. Huele a menta por el nuevo aromatizador en pastilla que Antonella compró hace unos días. Su chaqueta termina en la parte de atrás del auto, el aire acondicionado sale caliente al principio por los ventiladores del auto, antes de tornarse frío. Hay una revista de maternidad abandonada en el asiento de copiloto.
Su celular suena en algún rincón de su maletín.
Cuando llega a casa, su mamá está sentada en la sala, hablando con Antonella de ropa para bebé y viendo una y otra vez el eco del segundo mes del bebé. Jura por Dios que puede ver que es una niña, aunque es literalmente imposible en esta etapa aún.
Cuando Leo ve su celular, por fin, ve un mensaje de un número desconocido.
"¡Llegué a casa! Sano y salvo."
"Gracias por la clase y la charla de hoy!"
Leo mira su celular por un momento sin hacer nada.
"Gracias a vos por avisar."
Leo no lo sabe aún, pero esto es básicamente el comienzo del fin.
(No. De hecho, sí lo sabe.)
"Sabes? No creo que este libro sea tan malo. Estás siendo muy duro con él."
"Estás bromeando."
"No, honestamente creo que no está mal!!! Solo estás muy viejo y ya no sabes cómo divertirte."
"Ahora yo soy el problema."
"..."
"...Ok. Tal vez yo puedo ser el problema. (...) Estoy feliz de que lo disfrutes."
"Solo digo que... Sara es una buena chica."
"Nunca he dicho que no lo sea."
"Solo digo que deberías darle una segunda oportunidad."
"Sé que adoras ser el bueno de la historia y el héroe, pero no creo que Sara necesite tu ayuda."
"Vamosssss"
" (...) Uhm... Déjame pensarlo."
"Gracias!"
"No hay nada que agradecer."
"Con exactitud, ¿cuántos son?"
"Somos siete. Los cinco menores, Yesika la mayor y yo, el que viene después."
"Woah... Son muchísimos."
"Mis padres empezaron desde temprano."
"Nosotros somos cuatro. Dos hermanos mayores y una menor que yo."
"Eres el hermano menor? Dios mío eso explica tanto"
"Lo tomaré como un halago. Ni siquiera soy el menor en realidad-"
"¿Siempre quisiste ser profesor?"
"Creo que sí, cuando tenía tu edad creo que todo era un poco más obvio. Ya no creo que lo sea tanto."
"Creo que eres un increíble profesor!!!!!"
"Gracias, Sergio. Yo creo que tú eres increíble en general."
"No quiero que te tomes esto como un insulto..."
"Oh Dios"
"Pero por qué estás estudiando economía? Siento que... No tiene mucho que ver contigo. O tu carácter. O quien eres."
"No lo sé. Hice una prueba. Me dieron tres opciones de carreras que podía estudiar y esta fue la única que mi mamá dijo que me serviría en el futuro. Así que fue lo que decidí hacer."
"Creo que es un desperdicio en tu vida. Eres mucho más que esta carrera. Vas mucho más allá. Eres un artista por naturaleza."
"Gracias, Leo. Pero no lo sé. Mi papá siguió sus sueños y no podemos pagar las cuentas por ello. Mi mamá no pudo estudiar. Estoy agradecido de que tengo al menos una oportunidad."
"Creo que eres increíble. Y creo que te subestimas mucho."
"Por favor no me digas que tengo mucho potencial..."
"... Tienes mucho potencial."
"Uhm."
"Y creo que tienes una gran vida por delante."
"Suenas como un anciano."
"Soy un anciano."
"No, no lo eres. Eres muy joven aún, Leo. No sé quién te hace creer que no eres joven ya, pero aún tienes mucho tiempo para ser feliz."
"Tú también. Espero que sepas eso siempre. Siento que en la neblina de tener 20 años y querer ser alguien, te olvidas de que aún eres muy joven. Y tienes tanto por delante."
"Gracias... Necesitaba leer eso hoy."
"No hay nada que agradecer."
":)"
":)"
— ¿Cómo se llama? —Pregunta Yesika, mientras su esposo está sentado al lado de ella, con su sobrino entre las manos, dándole salsa de tomate con el dedo.
Sus hermanos menores están sentados alrededor, comiendo como desquiciados, mientras su mamá pelea con ellos, para que coman sin hacer un desastre. Gaby, la hermana que viene después de Kun, está sentado al lado de él, comiendo papas mientras levanta la mirada para ver de que están hablando.
Kun levanta la mirada del celular. Yesika le está mirando. Tiene el maquillaje algo corrido en las esquinas y las cejas perfiladas. Se ve tan linda debajo de esta luz, Kun se lo dijo a penas se sentó en frente de él. Se sigue viendo hermosa ahora, incluso cuando lo está mirando con fiereza.
— ¿Cómo se llama quién?
—Con quien sea que estés hablando justo ahora en vez de prestarle atención a tu hermanita en su cumpleaños.
—A mí no me molesta, Kun. —dice Gaby rápidamente, sonriendo un poquito.
Están todos en algún McDonald's en la esquina, donde Yesika los invitó a comer para celebrar el cumpleaños 17 de Gaby. Gaby tiene puesta una corona de plástico con gemas falsas que Mayra, la menor de todo el clan, le obligó a usar para verse como una princesa en su cumpleaños. Gaby es tímida, tal vez la más tímida de todos, y tiene los ojos más claros que todos los demás en la familia, como la abuela.
—Pues a mí tampoco, pero quiero saber. —dice Yesika, suspirando con fuerza, como si fuese un caballo. Se inclina un poco sobre la mesa— ¿La conocemos?
— ¡Yesika!
—Tomaré eso como un no. —dice ella, pensativa— Es de la universidad, sospecho, donde más vas a conocer chicas si estás todo el día en esa cafetería.
—No está pasando nada. Solo es alguien con quien hablo.
Yesika entrecierra los ojos. Gaby se mueve inquieta en el asiento donde está.
— ¿Cómo se llama? —pregunta ella, sonriendo tímidamente. Kun la mira y se suaviza un poco con solo verla.
—Leo.
— ¿Leo? Es un nombre raro para una chica. —dice Yesika, suavemente.
Kun la mira: —Tal vez porque no es una chica.
Kun cree que se lo imagina, pero cree que todo en la mesa se queda en silencio por un momento. Pero después todo sigue su curso normal. Gastón y Mauricio están peleando con los juguetes sobre la mesa mientras mamá los regaña y papá está cantando una canción de princesas con Mayra y Daiana.
Gaby, a su lado, no se inmuta ni un momento. Y Yesika solo le mira con los ojos aún más entrecerrados. Los únicos que parecen verse incómodos con el giro de esta conversación son el esposo de Yesika y Kun mismo. El esposo de Yesika procede a ignorar la conversación y seguir jugando con su sobrino mientras Yesika, con un tono maternal, le dice: —Sabes que nos puedes decir lo que sea, Kun. —Se escucha un poco dura cuando lo dice, pero Kun la entiende. Es Yesika. Yesika que tuvo que criar junto a su madre y padre a la mayoría de sus hermanitos y que sigue cuidando de ellos como una leona. No sabe mucho sobre cómo ser suave. Aprendió todo lo que sabe demasiado rápido y exponiéndose a todo tipo de situaciones sin sentido por proteger a sus hermanos, para que ellos no tuvieran que pasar todas las cosas que ella ha pasado.
—Lo sé. —Solo le dice Kun, asintiendo. Yesika le mira fijamente por un momento, y por un momento, parece que no sabe que decir en realidad.
— ¿Y es guapo, Kun? —dice Gaby, sonriendo con fuerza, brincando un poco en la silla— ¡Déjame verlo!
—Déjanos verlo. —dice Yesika, sonriendo.
Kun no les enseña una foto. En realidad, no tiene ni una solo foto de Leo que mostrar. Pero ellas no tienen por qué saber eso.
"No quiero sonar raro, pero..."
"Oh Dios"
Leo está sentando en el sofá de la sala. Antonella tiene con poco volumen un vídeo de yoga en el medio de la sala. Está empezando a verse un pequeño bulto en su estómago, según ella, Leo aún no lo ve visible. Tal vez porque no está colocando la atención que debe en ella las últimas semanas. Pero Antonella nunca se queja, ni dice nada, incluso cuando a veces parece a punto de decir algo.
"No tengo ni una solo foto tuya. Mi hermana quisiera ver una foto tuya."
"¿Por qué tu hermana quisiera eso?"
"Porque quiere saber con quién hablo tanto. También quiere saber si con quien hablo es guapo. Son cosas de chicas en plena adolescencia, creo yo."
"No quieres una foto mía. No sería correcto."
"Leo!!!"
Leo cree que puede ser un adulto normal y no ceder a tonterías. Conversar casi todos los días con uno de tus alumnos es algo que cualquier profesor no aprobaría, ni siquiera el más rebelde o desorientado de todos. No puede culpar a Kun de ser como es y por ser parte de esta situación, es demasiado joven y calmado, moviéndose sin ver reglas sociales ni marcapasos. Apenas descubriendo que la vida es cruel y no tiene compasión. Leo debería ser un adulto responsable y marcar una línea entre ambos.
Pero no lo hará. No pronto.
Esta solo es una noche más donde cruzará la línea.
Su celular vibra en su mano, y lo primero que ve es a Kun, sonriendo, el algún lugar con mucha luz. El cabello se le ve más largo y puede ver un collar dorado en su cuello que resalta el blanco de sus dientes. Está sentando entre dos chicas. La de la derecha, tiene un mechón teñido de morado y usa una corona de plástico y tiene las mejillas sonrojadas, una sonrisa tímida y pequeña en su rostro. Al lado izquierdo de Kun, está una chica que es idéntica a Kun en cada detalle. Su nariz es idéntica y tiene una sonrisa gigante como la de Kun. Está de pie y abraza con su brazo el cuerpo de Kun contra ella, agachándose a su lado para estar a su altura.
"Si te daba vergüenza hacerlo, ¡ahora los dos estamos en la misma página!
La de la derecha es mi hermana Gaby, hoy fue su cumpleaños. Es la que quiere saber si eres guapo.
La de la izquierda es Yesika, la mayor de todos. Ella también quiere saber si eres guapo."
Leo siente algo moverse dentro de su pecho. Y siente unas ganas de llorar mientras sonríe. Mira la foto por demasiado tiempo antes de verdaderamente hacer algo más; bebiendo la vista de Kun tan relajado, tan en paz, al lado de su familia y la gente que lo ama. Tan joven y tan tranquilo, tan poco inquieto por todo lo que viene después de él y todo lo que estuvo antes.
Leo no le da nombre a nada de lo que siente en ese momento.
Solo abre la cámara y toma varias fotos. Ninguna es perfecta. Se ve demasiado estoico en unas, demasiado viejo en otras, demasiado cansado en todas ellas. Ninguna es suficiente para él, ninguna nunca será suficiente para Kun. Pero toma una en la que la luz impacta contra sus ojos y siente una especie de deja-vú, de cuando era un poco más joven y estaba un poco menos cansado.
Y simplemente la envía.
Kun no les muestra la foto a sus hermanas. Porque no es problema de ellas y porque no tiene por qué hacerlo. Dentro de él, sabe por qué no puede hacerlo. Pero nunca le hace frente a esa realidad y esa verdad, está demasiado dentro de lo que sea que está sintiendo. Demasiado enredado y sosteniéndose de las ramas. No tiene un nombre que usar tampoco, un sentido que darle, un adjetivo que pueda definirlo.
(Tampoco le dice a nadie que mira la foto por horas. Que mira los ojos de Leo brillar bajo la luz de la sala y los mechones de pelo rojizo en una barba demasiado larga y las canas que empiezan a salir en su cabello. Las pequeñas arrugas en sus mejillas y ojos por sonreír por tantos años. Nadie tiene que saber cómo su corazón se mueve como un ferrocarril dentro de su pecho, deseando ser libre de este augurio de querer demasiado y con tanta fuerza.)
Es un jueves por la mañana y Kun no debería estar aquí para empezar.
Debía ir temprano a la universidad y buscar un libro que había dejado tirado en alguno de los salones. Javier le había mirado como si fuese un tonto, y le había dicho que se apresurara y volviera a su turno lo más pronto posible.
Pero entonces Kun vio a Leo, y no hay mucho que pueda hacer consigo mismo cuando de Leo se trata.
Ninguno de los estudiantes de la clase de Leo miran a Kun por un momento, en realidad. Kun está sentado en una esquina del salón, su barbilla apoyada sobre una de sus manos, viendo como Leo domina la clase y como todos le prestan atención sin nunca mirar hacia otro lado. Kun está fascinado y tal vez un poco enamorado, tal vez en esto se resume todo y este es el final del camino. Kun es impulsivo, enamoradizo y demasiado inocente, pero no es tonto. Nunca lo ha sido.
Cuando la clase acaba, Kun es lento en sus pasos y pensativo con sus movimientos. No sabe dónde su nueva realización lo deja en este gran salón universitario, donde son solo él y Leo. Cuatros paredes pintadas de blanco y un pizarrón verde que ocupa enteramente toda la pared. Los libros de Leo sobre el escritorio, las cosas de Kun sobre un pupitre. El calor del verano revoloteando entre ambos.
— ¿Te gustó la clase? —Es lo primero que dice Leo. Kun está en frente del pizarrón, viendo la cantidad gigante de ecuaciones escritas en él. Leo le mira por un momento cuando se tarda demasiado en responder, y se acerca, para pararse al lado de él— ¿Estás bien?
—Creo que me equivoqué, Leo. —dice Kun, ignorando la pregunta. Sus manos están en dos puños al lado de su cuerpo. Su rostro está blanco, blanco como la tiza con la que Leo escribe sus ecuaciones. Leo solo le mira, esperando a que diga algo más— Me equivoqué.
—Kun, no entiendo que me estás diciendo.
—No creo que deberíamos hablar más. —dice Kun, respirando algo agitado. Siente el corazón en la garganta y el pecho apretado y las manos le sudan. Y solo ha vivido 20 años de vida, pero esto es lo más duro que alguna vez ha hecho. Kun mira a Leo, y verlo solo hace todo peor. Leo se ve perdido y de repente, tan cansado— Tenías razón, esto es raro e inapropiado y yo-
Puede ver como la conciencia llega a su rostro. Como sus ojos se ablandan y la vergüenza empaña su semblante por un momento. Pero después, esta desaparece, siendo reemplazada por algo que Kun no puede nombrar con exactitud.
Pero después, se da cuenta de que es. Muy tarde, cuando ya Leo está cerca de él, sus manos en su rostro y sus labios contra los suyos. Kun se da cuenta de lo grande que son sus manos cuando lo besa, de lo mucho que ha querido esto desde hace tanto. De cómo no hay mucho que pueda hacer por la sangre que corre en sus venas y que arde, arde vorazmente desde hace meses por alguien que Kun no puede tener. No en realidad.
La boca de Leo sabe a menta y café, sus manos toman con tanta fuerza su rostro, pero a Kun nada de eso le importa. Sus brazos abrazan a Leo contra él, pecho contra pecho, Leo levantándose un poco de puntillas para llegar a la estatura de Kun y poder besarlo adecuadamente. Leo huele a vainilla y a sudor y todas las cosas que Kun alguna vez ha querido en la vida; libertad, pasión y entrega absoluta. Puede ignorar el frío que siente en su rostro, el anillo en la mano de Leo contra su mejilla, una vida que Kun desconoce y de la cual no es parte.
Cuando Leo se separa, sus manos siguen ahí, a cada lado de su rostro. Las manos de Kun tomando sus brazos, con fuerza. Leo tiene los ojos más marrones que Kun alguna vez ha visto, si es que dicha cosa existe. Está respirando contra su rostro y después, acaba tan rápido como empieza.
Las manos de Kun no le sujetan lo suficientemente fuerte como para que no se aleje. Como para que no lo deje. Pero Leo está tan lejos de él en un solo segundo, arreglando el cuello de su camisa y suspirando con demasiada fuerza, su garganta totalmente seca. Kun siente la pesadez de veinte años de vida caerle encima como agua fría sobre la cabeza, la suficiente frialdad como para hacerle saber que debe irse.
Leo parece que está a punto de decir algo que nunca tiene las agallas para decir, cuando Kun decide tomar sus cosas e irse.
Cuando llega a la cafetería, Javier le regaña por llegar tarde y Nicolás le mira sin decir nada. Hay lágrimas en sus ojos que nunca terminan de caer.
"Lo lamento mucho, Sergio.
Espero puedas perdonarme.
Nunca volverá a pasar. Lo juro."
Kun no responde.
—Te ves triste. —dirá su hermanita en algún punto de la semana siguiente. Cuando Kun tiene días sin comer bien en realidad y sin prestar atención a clase y llenándose de más trabajo del que debería. Javier no dice nada, pero le está mirando con más preocupación de la que desea mostrar, Nicolás tratará de distraerlo cada día con los chistes más sucios y fuera de lugar y estará triste cuando nada de eso funcione.
No se había dado cuenta hasta ahora lo mucho que Leo influye en su vida, en sus momentos y segundos. Lo mucho que hablaban, e interactuaban. Mensajes de texto demasiados profundos, notas de voz cantando o contando una historia sin fin, fotos tomadas escondidos en alguna esquina de la casa donde nadie pueda llenarlos de preguntas. Momentos robados en un salón de clases abandonado cuando todos se van.
Kun ni siquiera ha podido ir a sus clases en dos semanas porque la idea de verlo le destruye por dentro.
— ¿Leo te hizo algo? —dice Gaby, y suena tan pequeña diciéndolo. Se acomoda en el sofá al lado de Kun, juntando sus piernas, esperando que Kun le cuente un secreto.
— ¿Es tan obvio?
—No estás en tu celular tanto. Y, bueno, te ves triste.
Kun la mira, y ella le sonríe un poco.
—Te contaré cuando seas grande.
—Solo nos llevamos tres años. —dice ella, con ánimos de pelear. Pero parece darse cuenta de que Kun no quiere hacer eso. Se acerca y le da un beso en la mejilla a su hermano mayor, simplemente, en vez de decir algo más— Te quiero, Kuni.
—Yo te quiero más.
"No puedes evitarme toda la vida.
Y no puedes dejar de ir a clase.
Ve a la siguiente clase, por favor.
No me hagas reportar tus faltas."
Antonella está acostada a su lado de la cama. Leo ahora sí puede ver como su panza ha crecido más, el primer trimestre de embarazo completado. Tiene una mano sobre su vientre y mira a Leo desde la almohada, donde su cabeza está apoyada. Le está saliendo algo de acné en la espalda y la cara por las hormonas y va a el baño en cada momento y siente nauseas después de comer cualquier cosa.
Leo está sentado en la cama, su espalda apoyada contra el cabezal de madera de la cama, una almohada en su regazo donde su laptop reposa, un Excel abierto con un montón de números con notas y asistencias y faltas. Su cursor de pantalla sobre un nombre en específico.
Sergio Agüero del Castillo.
A su lado, dos inasistencias notables a las dos últimas clases. Leo está tratando de ser noble con él, gentil, porque Leo es el adulto responsable de todo esto. El que debería poner un punto final y seguir adelante con el capítulo de su vida. Él no es más que solo una mancha en el siguiente capítulo en la vida de Kun, que pronto será capaz de superar.
Su celular vibra sobre la mesa de noche a su lado. Antonella tiene los ojos cerrados y Leo está casi seguro de que está quedándose dormida. Toma el celular con cuidado.
"Está bien."
Hay dos emociones en su pecho. La racional, la que está agradecido de haber dado el paso a la dirección correcta. La irracional, que espera mucho más, desea más, añora más. La que se mueve con sigilo entre sus costillas y llena de calidez todo su pecho con el simple pensamiento de Sergio, de cabello azabache y edades disparejas y besos en un salón de clases donde cualquiera podría verlos en cualquier momento.
Leo escribe mensajes que no envía, como si estuviese aferrándose a una orilla, como si ha estado navegando a la deriva por demasiado tiempo.
"Lamento todo lo que pasó. Podemos seguir siendo amigos, si quieres."
"Terminé el último libro que me recomendaste. No me gustó."
"Por favor, vuelve a hablarme"
"No me vuelvas a hablar otra vez, por favor, es lo mejor."
"Te extraño."
No envía nada de eso.
Kun tiene un suéter azul puesto, pantalones negros ajustados que Leo sospecha son los que usa cuando trabaja en la tienda y los ojos hinchados con ojeras. Camina demasiado despacio y no está hablando con nadie, incluso cuando todo el salón se alegra de verlo y le saludan con entusiasmo. Sara, a su lado, echa su cabello hacia atrás con su mano para sonreírle a Kun por encima de su hombro, una sonrisota en su rostro. Leo sostiene con tanta fuerza la tiza en su mano que se rompe.
La clase va horrible. Leo está demasiado perdido en sus pensamientos y no logra captar la atención de los chicos así que deja de intentarlo a la mitad, y los deja hablar los últimos minutos de la clase. Las chicas se levantan de su asiento y acercan sus pupitres y empiezan a hacerle preguntas a Leo que no quiere responder y a batir sus cabellos y reírse de los chistes que hace que ni siquiera son graciosos. Una de ellas está en frente del escritorio, y cuando se queda quieta, puede ver a Kun por encima de su hombro.
Se ve tan frágil y Leo quiere sostenerlo entre sus brazos. Darle un beso. Envolverlo en un abrazo. Decirle que lo lamenta y que lo extraña. Que le de diez días o diez años para arreglar su vida y hacerlo parte de ella.
Cuando la clase acaba, las chicas le sonríen a Leo y recogen sus marcadores y Leo no puede verlo irse, así que le da la espalda a la entrada y espera que todos se vayan del salón, tomando con la mano el borrador para quitar todo lo que dice en la pizarra. Las palabras que ya no tienen sentido que escribió. Su nombre en una esquina. Lionel Messi. Licenciado en educación. Futuro padre y amoroso esposo. Buen hijo y mejor hermano. Ninguno de esos adjetivos parece importar en las notas de pie de esta historia. Ya no más, no a este punto.
Se escuchan pasos detrás de él y el eco hace que suenen con más fuerza de lo que deberían sonar. Tal vez solo es su mente, llena de culpa y de deseo, haciendo las cosas más grandes de lo que son. Lo tiene al lado antes de estar preparado para ello. No se atreve ni a mirarlo, no teniéndolo tan cerca.
—Solo quería pedirte mi libro. —dice Kun. Su voz suena tan cansada, pero tan dulce, como siempre ha sido. Más dulce de lo que Leo se merece que sea— Y a devolverte este otro.
—Está bien.
— ¿Te gustó el libro?
—No... No mucho, la verdad.
—No te preocupes. Yo ni siquiera terminé el tuyo.
Kun se mueve detrás de él y deja el libro en su escritorio. Su paso no lleva prisa y se mueve con delicadeza, no queriendo hacer nada peor de lo que ya es. Leo deja el borrador en el sujetador del pizarrón para mirarle, Kun dándole la espalda, jugando con sus manos.
Leo se acerca, despacio, para después buscar en su maletín, sacar el libro y dárselo en las manos. Kun trata de no mirarle, y lo logra, hasta que sus manos se tocan levemente mientras le da el libro. Leo lo mira y Kun lo mira a él. Puede ver ojeras y sus ojos están vidriosos. Y Leo podría cruzar una cantidad incontables de líneas que no ha cruzado casi nunca en su vida, pero que los últimos meses ha cruzado sin pensar.
Cuando besa a Kun por segunda vez en lo que lleva de vida, sus labios están resecos y su rostro está frío cuando Leo lo toca con sus manos. Pero su cuerpo es cálido cuando Leo lo presiona contra el suyo.
Leo le dice a Kun que lo espere y Kun lo espera.
Dentro del carro de Leo, el tiempo pasa de a poco y al mismo tiempo, demasiado rápido. Un auto estacionado en algún estacionamiento de algún bar de mala muerte donde le pedirían a Kun su identificación para poder entrar. Sus mejillas se han calentado, se sienten calientes cuando la mano derecha de Leo está sobre su rostro. Sus manos al costado de su rostro, Leo solo puede mirarlo. Tiene la nariz rojiza del frío del aire acondicionado dentro del carro y sus manos tiemblan cuando las levanta para tomar el rostro de Leo de vuelta.
Kun le sonríe y Leo siente el corazón repiquetear con demasiada fuerza dentro de su pecho antes de besarlo.
Las ventanas estarán empañadas y su mano derecha estará dentro de los pantalones de Kun y la izquierda en su cuello. Los ojos de Kun estarán brillando por las lágrimas que Leo besará mientras caen por sus mejillas, sus labios diciendo su nombre una y otra vez como una especie de mantra. Leo, Leo, Leo.
Leo lo llevara a casa cuando todo termine, cuando haya marcas en su cuello y su muñeca esté adolorida. Kun le sonreirá con la inocencia que Leo puso en juego toda la noche y después le dará el beso más desordenado que le han dado en la vida, con lengua y con dientes encontrándose y el sabor salado del sudor. De Kun y sus labios gruesos y sus manos frías y mejillas regordetas por la juventud.
Leo después, manejará a casa, donde le espera su esposa nauseabunda entrando al segundo trimestre de embarazo.
Vuelven los mensajes constantes todos los días. Las charlas sobre libros y recomendaciones y notas en las esquinas de libros viejos. Hay fotos y hay llamadas y hay momentos en salones abandonados a plena tarde y noche y almuerzos en una tienda de café. Hay miradas de gente que está preocupada por esta situación que Leo y Kun no consideran ni un momento, que no toman en cuenta. Leo puede ignorar que puede perder su empleo por este chico, Kun puede ignorar que su vida no tiene sentido y ha tirado todas sus creencias por la ventana por un hombre.
¿Javier y Nicolás? No tanto.
La charla toma lugar en el mismo McDonald's de la esquina. Kun solo pidió Nuggets para comer y Nicolás dos Big Mac's porque "una no le va llenar" y Javier está comiendo una ensalada que no ha tocado en toda la tarde. Los chicos, en un intento desesperado de picar adelante, han arrastrado a Kun lo más pronto que han podido apenas es su hora de almuerzo y han dejado a Enzo, un nuevo chico que apenas está en secundaria y necesita un empleo de verano, a cargo de la tienda cuando solo tiene dos semanas trabajando ahí.
— ¿Puedo saber por qué estamos aquí? —dice Kun, un nugget en la boca, la salsa BBQ inundando su paladar.
Javier va a hablar primero pero no lo hace, porque Nicolás habla primero, con la boca llena y mostaza en los labios: —Te estás tirando al profesor.
Kun no se inmuta, no en realidad, no puede ni siquiera fingir sorpresa o indignación. No puede mentirle a sus amigos, aunque quisiera intentarlo siquiera. Javier mira de reojo a Nicolás, como si quisiera matarlo, para después mirar a Kun, con algo más de nobleza en su semblante.
—Solo queremos saber si estás bien. —dice Javier, con suavidad. Nada de muecas enojadas y semblantes endurecidos por el estado de ira constante en el que está. Le mira con cuidado, como su amigo que lo quiere y está preocupado— Que no estás masticando más de lo que puedes tragar. Que no estás metiéndote en un embrollo.
—Estoy bien. —dice Kun, con tranquilidad, sin ni siquiera levantar la voz. Sus manos tiemblan cuando toma el siguiente nugget— No hay nada de qué preocuparse.
—Entonces, ¿si te lo estás cogiendo? —dice Nicolás. El silencio de Kun es suficiente confirmación. Nicolás tira su hamburguesa encima del papel de envolver y se ríe, con tanta crueldad que Kun podría ponerse a llorar— Dios mío, Kuni, de todos los clichés del mundo-
—Nicolás. —murmura Javier, a su lado, como una advertencia, mirándole con enojo.
—Sabes qué está casado, ¿no? Su esposa es muy linda, de verdad. Creo que está embarazada-
—Nicolás-
—Pero por supuesto que el señor profesor no te dijo una mierda de eso porque es mucho menos difícil cogerte si no te dice la verdad-
— ¡Nicolás!
—Está bien. —dice Kun, mirando a Javier que está a punto de brincarle encima a Nicolás en cualquier momento. Nicolás le sigue mirando con furia en el semblante, la que Kun cree que existe cuando estás preocupado. Javier le mira con algo de pena, de vergüenza. Con lástima— Estoy bien, eso es lo que querían saber y sí, estoy metido en un embrollo, pero estoy bien.
—Kun- —Trata de intervenir Javier. Kun no se lo permite.
Se levanta y se va. Está lloviendo afuera y no tiene paraguas. Tiene la caja de Nuggets en la mano derecha y se sienta en la estación de autobuses, esperando el autobús para irse a casa porque no puede caminar debajo de toda esta lluvia.
Su celular suena en su bolsillo.
"Te fui a buscar a la cafetería y no estabas.
Enzo me dijo que saliste con los chicos.
Te extrañé.
¡Veámonos mañana!"
Hay lágrimas en sus ojos.
"Si, por favor, veámonos mañana."
Mañana es fin de semana. Le dice a su mama que está en casa de Javier, haciendo algo de la universidad, que probablemente se quede a dormir. Su mamá le sonríe y le dice que se cuide y que llame cuando esté en su casa.
Leo le recoge en el auto dos cuadras lejos de donde vive. Cuando sube al auto, está frío y huele a lavanda. Kun le sonríe con timidez y se acerca para darle un beso en la cara.
El hotel es lindo y lo suficientemente alejado para que nadie les reconozca, no en realidad. Hay una chica con el cabello rojo en la entrada que los mira y les sonríe y les da la llave de la habitación.
Kun habla hasta por los codos y a veces Leo solo puede oírlo con atención y ya, sin mucho más que decirle. Solo le presta atención y busca algo que decir para hacerlo reírse. Le besará mientras habla y le abrazara cuando lo hace. Le llega como un rayo el pensamiento de que Kun es suyo en estas cuatro paredes, de no mucha más gente. Aquí son solo ellos y sus sentimientos encontrados y mil cosas que decir que nunca dicen, no con palabras al menos.
—Cuando era niño, quería ser futbolista. —Kun le mira con los ojos entrecerrados, con la cabeza encima de su pecho. Leo le sonríe— No lo sé. Mi papá decía que era bueno, pero mi papá me ama, no creo mucho en su criterio.
—Mi papá quería que fuera futbolista. —dice Kun, mirándole con una sonrisa— Entrena niños desde toda su vida, en una academia. Es para niños de bajos recursos. Es el trabajo de su vida. Ama demasiado el fútbol.
— ¿Y tú no?
—Está bien. Me gustaba mucho más de niño. Con el laburo y la universidad no es como que tengo mucho tiempo para verdaderamente volver a vivir el fútbol como antes. —Su mirada se oscurece— No tengo mucho tiempo para nada en realidad. —Lo mira con cuidado— Solo para ti, últimamente.
Leo ladea su cabeza y le mira, sus ojos brillando. Hay una molestia en su pecho que ignora al volver a hablar.
— ¿Qué querías ser cuando eras niño?
—No creo saberlo.
— ¿No?
—No. —Kun tiene esa mirada en su rostro. Que lo hace verse frágil y vulnerable y pequeño y que llena a Leo de aire en los pulmones— Me gustaban muchas cosas, quería hacer muchas cosas. No terminé haciendo nada que fuese lo que quería por completo en realidad. Siento que hago todo a medias, un pie en una acera y otro en la otra.
Leo le mira con cuidado. Está a punto de decir algo, algo que no le gustará a Kun que le diga. Kun lo detiene antes de que lo haga.
—No lo digas, por favor.
Tienes tanto potencial. Tienes una vida por delante. Eres tan joven. Te falta tanto por vivir. No te rindas, aún tienes tanto tiempo.
Leo lo besa en vez de decirle cualquiera de esas cosas.
Kun no le dice a Leo que nunca ha hecho esto con nadie más.
Ha besado gente antes. Chicas y chicos de la universidad y en secundaria. Pero nunca ha estado tan cerca de alguien, no en realidad. Estaba ocupado pensando en qué hacer con su vida, mirando las estrellas, pasando tiempo con su familia y amigos. Nunca pensó que eso lo hiciera menos que todos sus amigos que lo habían hecho antes, que habían estado tan cerca de otras personas.
Pero la primera vez que siente la mano de Leo en su nuca, la otra en su muslo, labios contra su cuello. Si. Kun nunca ha experimentado nada parecido, nada que se asome a esto. Nada que se siente real y palpable y verdadero.
Leo es gentil. Es gentil y no dice mucho, pero besa a Kun como si nunca ha besado a nadie en la vida, como si solo tienen esta vida para hacer eso. Y tal vez sí, tal vez si tienen solo esta vida.
Hay dedos en su entrada y dedos en su cabello y manos alrededor de su cuello y manos en su cadera. El pecho de Leo contra su pecho. Kun puede ver pecas en su nariz y en su cuello, con claridad; más cabellos rojizos y canas en su pecho que apenas asoma algo de vello. Leo dice muchas cosas, dice "cariño", y dice "Kun", "Sergio", "tesoro", "mi vida" y Kun cree que está enamorado y que este hombre no le pertenece, y nunca será suyo y en algún momento tendrá que dejarlo ir.
Cuando Leo está dentro de él, no hay muchas cosas que importen. Leo huele a sudor y vainilla y sexo y Kun está enamorado de él, y nunca ha estado enamorado en la vida, y es demasiado joven y no sabe nada, pero sabe que esto es amor; amor caliente que corre por sus venas y le nubla la cabeza y le tapa los oídos y le jode los sentidos.
En un momento, Leo le mira. Y el corazón de Kun se detiene.
Y después, vuelve a latir.
— ¿Alguna vez has estado enamorado?
Leo se ríe: —Creo que es obvio.
— ¿Para quién es obvio?
Y sí. En estas circunstancias, ¿para quién lo es?
Leo lo deja en su casa, al frente, sin importarle mucho quien pueda verlos. Kun besa su mejilla, no sus labios. Huele a la colonia de Leo y los jabones del hotel. Leo no quiere que se vaya, quiere darle la vuelta al auto y llevarse a Kun lejos, muy lejos, donde nadie pueda nunca hallarlos. Empezar una nueva vida, crear algo nuevo, amar de nuevo y de verdad.
Pero, simplemente, arranca el auto para seguir adelante.
Kun no va a casa. No va directamente. Camina sin rumbo.
Bueno, no verdaderamente sin rumbo, termina en la puerta del edificio de Yesika. Y cuando toca el timbre, ella está en frente de la puerta, con su sobrino entre los brazos y el cabello despeinado.
Su esposo está afuera, comprando algo para desayunar. El canal infantil está encendido y tiene el biberón calentándose en la cocina. Yesika tiene la cara limpia y la boca le huele a menta y mira a Kun con una sonrisa que después desaparece poco a poco.
— ¿Estás bien?
Kun solo empieza a llorar.
Antonella tiene cuatro meses y es finales de septiembre, cuando la ginecóloga les dice que tendrán un varón.
Antonella habla todo el camino en el auto. Habla de ropa de bebé en tonos azules y verdes y rojos, de nombres de varón con significado bíblico, de cunas y de juguetes. Leo la escucha, intenta oírla con claridad casi todo el tiempo, aunque es difícil y a veces se va por las ramas y no sabe que responderle con exactitud. Pero Antonella está demasiado feliz para darse cuenta.
— ¿Te gusta el nombre Thiago? —Le pregunta ella, en la cama, usando una bata de satín. Huele a crema hidratante y vainilla y rosas y tiene la sonrisa más brillante que Leo le ha visto. Su cara brilla por cremas anti-edad y serums para desaparecer arrugas y Leo piensa cuando eran un poco más jóvenes, enamorados y locos. Casándose demasiado pronto, apenas salieron de la preparatoria. Antonella tenía el cabello negro y Leo no tenía barba. Han pasado solo 20 años de eso.
Tiembla cuando piensa eso es más de la mitad de la vida que ha vivido Kun.
—Me gusta ese nombre. —dice Leo, y no sabe siquiera si es verdad lo que dice.
Antonella se ríe y se le monta encima, su pierna encima de su abdomen, sus brazos alrededor de su cuello.
—Thiago Messi. Es precioso. —dice ella, sonriendo— Falta tan poco, ¿estás emocionado?
Aún faltan cinco meses. Leo no le dice eso.
—Lo estoy. —Una de las manos de Antonella termina en su cuello, y Leo siente náuseas de repente— Anto...
—Leo. —dice ella, frunciendo el entrecejo— Por favor, estoy cansada de buscarte, de tratar de acercarme, yo-
—No estoy de humor, en serio. Lo lamento. Podemos hacerlo otro día.
Antonella quiere pelear. Quiere decir algo más. Pero Antonella se parece demasiado a él, de cierta manera, ninguno dice las cosas que desean decir. Sacar de su pecho. Antes pensó que eso era una cualidad. Ya no lo ve tan así.
Cuando Kun conoce a Antonella, está empezando el frío de octubre.
Se conocen por casualidad. Kun y Leo en el salón de clases como están siempre. Kun sentado en el escritorio, Leo en la silla de profesor, sonriendo mientras lo mira desde abajo, su mano en el muslo de Kun. Kun acaba de hacer un chiste cuando Antonella entra, Leo cerrando los ojos con fuerza mientras se ríe.
Kun la ve primero que Leo. Y ella le sonríe con delicadeza. Kun quita la mano de Leo de su pierna y cuando Leo deja de reírse, se levanta de la silla, como si acaba de ver un fantasma. De cierta manera, cree que si lo está haciendo.
—Anto. —dice Leo, suspirando con fuerza. Ella sonríe.
Está usando un abrigo marrón y una camisa blanca y se ve su panza, se ve mucho más a este punto y es lo primero que Kun ve una vez que ella está cerca. Después ve el envase de vidrio que tiene con ella, lleno de galletas. El olor a chocolate le llega a Kun a la nariz y lo hace querer irse en vómito.
—Hola. ¿Cómo están? —Ella saluda, alegremente, su voz se oye más aguda de lo que Kun la imaginó que sería. Es más alta, más guapa y más agradable de lo que Kun pensó que sería. Le llenaba de consuelo imaginarla de otra manera; con los ojos ensombrecidos y las manos delgadas y frías, una mujer con la que podría pelear por Leo. Pero la verdad es más dolorosa que nada que Kun haya podido imaginar en su cabeza. Kun se levanta del escritorio, casi yéndose de lado, perdiendo el balance. Antonella le mira y le sonríe, los dientes tan blancos que Kun siente que le ciegan— ¿Vos sos?
—Sergio.
—Sergio, ¡un placer! —Ella se acerca a darle dos besos en las mejillas, riéndose suavemente contra su oído— Soy Antonella, la esposa de Leo. Encantada.
Kun no puede decir nada. No quiere decir nada. Antonella huele a vainilla y Kun se da cuenta de que el olor a vainilla no es el olor de Leo, si no el olor de la esposa de Leo. El olor que desprende la vida que comparten juntos, el hijo que pronto criarán juntos. Como huelen las paredes de su casa y las fundas de sus almohadas. Kun puede imaginarla a ella, saliendo de la ducha, fresca y femenina, echándose la colonia que después terminará dejando por todo el cuerpo de Leo.
Si. Si, se va a ir en vómito.
Le dice a Antonella que es un placer y sale del salón, sin siquiera despedirse, la bilis en la garganta.
(Llega al baño de hombres de la universidad lo suficientemente rápido. Vomita el almuerzo. Y después de bajar el inodoro, se queda sentado en el suelo. El olor a vainilla aún en sus fosas nasales, su mente nublada por los celos.)
Cuando Yesika conoce a Leo, es a mediados de octubre.
No se conocen por casualidad. Yesika lo ha estado buscando por todos los salones, después de suplicarle ayuda a Nicolás y Javier. Javier, quien es tan estoico siempre, se negó a ayudar. Nicolás, que está simplemente loco por la preocupación como Yesika, le dijo todo lo que debía saber.
Yesika decidió hacer esta emboscada un día que Kun tuviese que trabajar, para no tenerlo como testigo. Esta conversación no le incumbe. Es entre el hombre que va a arruinarle la vida a su hermano y ella, la mujer que sacrificó todo para criarlo junto a sus padres.
Tal vez, pudo haber dejado al bebé en casa. Pero Andrés, su bebé, se ríe contra su pecho y no sabe la escena que está a punto de presenciar.
—Disculpa. —Es lo primero que dice Yesika cuando entra al salón, totalmente vacío, Leo dándola la espalda mientras limpia el pizarrón. Su voz tiembla más de lo que debería y se oye tan molesta. Él se voltea de espacio. Yesika solamente siente aún más ira cuando lo ve por completo— ¿Vos sos Leo?
Es más pequeño de lo que pensó que sería. Tiene una barba recién cortada y el cabello algo largo. Es atractivo y debe tener un poco más de la edad de ella. De hecho, no. Se ve mayor que ella. Eso solo la hace molestar más.
— ¿Puedo ayudarte en algo? —Y Yesika puede ver como él la mira con detalle, y como parece darse cuenta de quien es. Sospecha que es difícil de ignorar; es muy parecido al jovencito con el que se ha acostado por meses.
—Quiero que dejes a mi hermano en paz. —dice ella. Leo toma una fuerte respiración. Yesika afianza su agarre al cuerpecito de Andrés, mientras se acerca a Leo— No me hagas decirle a tu esposa o reportarte a la universidad, no me hagas decirle a nuestros padres. No me hagas hacer algo que no quiero hacer. Aléjate de él. —Leo solo la mira y no dice nada, solo haciéndola enojar más— Es mi hermanito. Es tan joven. Aún es un niño, no sabe lo que está haciendo. Eres el adulto aquí, debes detener esto. Debes hacer lo correcto.
Leo sabe que ella tiene razón. Y, aun así, no sabe si puede prometerle algo así.
Cuando Kun le llama, es el mismo día, pero en la noche. Leo trata, trata lo más que puede decirle que esto debe parar. Que esto es el final de todo. Que no pueden verse más y que deben ponerle un fin.
Pero entonces, escucha la voz de Kun, al otro lado de la línea, encerrado en el baño mientras Antonella está en la cocina, cantando una canción bajita, tocando su panza con delicadeza.
Kun está hablando sobre el trabajo el día de hoy. En cada oración que comienza, Leo está a punto de interrumpirle, decirle que deben dejar esto hasta aquí. Que deben alejarse y volver a ser amigos o desconocidos. Volver a caminar por las aceras y fingir no conocerse si alguna vez se encuentran.
Leo piensa en eso. Un mundo donde tenga que hacer. Y su corazón se estruja dentro de su pecho antes la idea de fingir que no conoce a Kun. Que no sabe cómo saben sus labios y con se sientes sus manos y como suena su voz cuando gime con fuerza, Leo dentro de él, en la parte de atrás de un auto.
—Sergio. —dice Leo, bajito, su mano sobre sus ojos, protegiéndose de la luz brillante del baño.
—Leo. —dice Kun, con esa voz que ha usado mil veces antes. La voz que usa cuando está a punto de meter a alguien en problemas. A Leo— Te extrañé hoy, no pude verte-
—Estaba ocupado-
—Siempre tan ocupado. Haz un espacio en tu ocupada libreta para mí, Sr. Messi.
Leo despierta con eso. Instantáneamente. Es vergonzoso y lo hace sentirse más repugnante de lo que ya se siente. Pero es fácil que despierte algo en él que no puede explicar.
—Sergio-
—Estaré en mi mejor comportamiento. Me comportaré a la altura. Seré un buen chico-
—Sergio. —Todo se siente caliente alrededor de él. La voz no le sale. No se siente como una persona real, siente que está viendo todo esto desde afuera, desde arriba. Su mano dentro de sus pantalones de dormir, la voz de Kun contra su oído, el olor a limpio y lavanda que viene de la ducha que limpió el fin de semana pasado— Sergio, por favor-
—Por favor, dame una oportunidad. Haré todo lo que quieres que haga.
Y Leo se graduó con honores de la universidad y es un gran hijo y un maravilloso hermano. Ha ayudado a sus alumnos a pasar exámenes y ha dado clases gratis y ha hecho horas extras que no son pagadas. Pero aquí, bajo la luz fría del baño y entre los azulejos del baño, Leo es solo un hombre.
—Dime. —Su voz se oye sin aliento y oye a Kun gemir desde el otro lado de la línea. Puede imaginarlo, sobre la cama individual dentro de su cuarto. Un poster de Maradona en la pared, libros en el suelo de la habitación, sus pantalones abajo, su camisa pegada a su pecho por el sudor. El cabello azabache cayéndole en los ojos— Dime qué harías por mí.
Kun dirá un montón de cosas, susurrando contra su oído, tantas que a Leo se le olvidará que iba a decir. El discurso que había preparado. La dignidad que estaba dispuesto a recuperar. Arriba hay un Dios que todo lo ve. Leo estará avergonzado de sus acciones, hasta que vuelva a ver a Kun con las mejillas sonrojadas por el frío en algún momento de octubre y ya no le importe en lo más mínimo lo que Dios pueda pensar.
Es noviembre, y el fin se acerca.
Leo y Kun están una habitación de hotel. Como empiezan casi todas sus historias.
Leo está sobre la cama y Kun está revisando los canales de televisión y Leo solo le mira hacerlo. Tiene una toalla en su cintura y tiene el cabello mojado. Le ha crecido demasiado y se niega a cortárselo. Leo tiene la barba demasiado larga y Antonella le ha dicho que se la rebaje, pero no lo hace porque a Kun le gusta cómo se siente contra su rostro cuando lo besa.
— ¿Por qué me estás viendo así? —Kun le mira por encima de su hombro y le sonríe, tímidamente desde donde está parado. Hay una gota de agua cayendo por su hombro que Leo quiere lamer.
Cuando Kun vuelve a la cama, huele a jabón y sabe a mentos. Su piel está fría pero Leo la calienta con sus manos. Cuando la llamada llega, al menos dos horas después, Kun tiene la cabeza sobre su pecho y está durmiendo. Leo tiene la mano en su nuca, y a penas escucha el sonido del celular, porque está demasiado bajo sobre la mesa de noche.
— ¡Leo! —Es lo primero que oye. Su hermana se oye desesperada, inquieta, Leo se sienta en la cama con rapidez, despertando a Kun, que se mueve a su lado de la cama, mirándole con los ojos entreabiertos, demasiado dormido aun para reaccionar— Leo, ¿Dónde estás? Por favor, tenés que venir-
—María. —dice Leo, con fuerza, tratando de entender que pasa. Su hermana respira con fuerza desde el otro lado de la línea, tratando de calmarse— ¿Qué está pasando?
—Anto se cayó, Leo. En la cocina. No sé que estaba haciendo, había sangre por todos lados- Leo, ¿dónde carajo estás? Vení para el hospital lo más pronto posible-
Kun puede sentir como la tensión se crea en la habitación, y se levanta para empezar a vestirse, y recoger las cosas, mientras Leo está hablando por el celular con su hermana, preguntando la dirección y como está Antonella. Escucha como le miente diciendo que está en un curso con otros profesores, que volvería a casa en la noche.
Kun no dice nada. No dice nada en la habitación de hotel y no dice nada cuando están en el auto y las manos de Leo están temblando y está rompiendo miles de reglas de tránsito para llegar al hospital lo más pronto posible. No dice nada, no pregunta si todo está bien, si Antonella está bien, si esto podría haberse evitado si Leo hubiese estado en casa, en vez de... de...
Kun no sabe ni como terminar esa oración, ese pensamiento. No quiero sentirse culpable, no quiere darle vueltas al asunto, no puede ponerse el peso del universo y todas las cosas graciosas que hace sobre los hombros. Pero lo hace, lo hace todo el camino a casa. Lo hace cuando Leo lo deja en frente de su casa, cuando no sabe como despedirse correctamente, cuando solo arranca el auto con prisa y Kun debe verlo irse lo más rápido posible.
(Thiago y Antonella están bien. Antonella estaba de puntillas en una silla que se movió e hizo que se cayera de lado, lastimándose las costillas. Pero Thiago está bien y Antonella también, aunque se ha golpeado las costillas y le cabeza y su barriga está algo hinchada. Le sonríe a Leo cuando lo ve, y sostiene su cabeza entre sus delicadas manos cuando él empieza a llorar, desconsolado, al lado de la cama.)
(—Todo está bien, Lionel. —dice ella. Leo no tiene corazón para decirle que nada está bien.)
Kun no sabe si debe escribirle a Leo así que no lo hace.
Leo no quiere despegarse de Antonella ni por un momento, así que no escribe tampoco.
Cuando llega diciembre, Kun ha perdido diez kilos.
Su mamá está preocupada por él y su papá le ha dicho que debería salir más, que ir de la casa, al trabajo a la universidad lo va a enfermar. Kun no creía antes que era posible estar enfermo de amor, que sus costillas se comprimieran dentro de su caja torácica, tratando de llenar el vacío donde debería estar su corazón. Pero tal vez ahora sí cree en eso, en amores imposibles y entregar el alma por completo.
En quince años, tal vez pueda ver esto desde el futuro, maduro y con la edad de Leo. Comprender que puede sobrevivir miles de cosas más. Que esto solo se siente más grande de lo que es porque es demasiado joven.
Se da confort pensando en eso, en que en el futuro podrá mirar hacia atrás. Justo ahora, mirar hacia al frente se siente demasiado aterrador de todas maneras.
Están a punto de salir de vacaciones por dos semanas, debido a Navidad y Año Nuevo y Kun y Leo tienen semanas sin hablarse. Un mes a punto de cumplirse.
El último día de clases, Leo piensa que puede irse a casa. Puede disfrutar las dos semanas que ahora vendrán, con su esposa, tratando de reparar todo el daño que hizo, las cosas que echó a perder.
Pero cuando llega al estacionamiento de la universidad, Kun está recostado contra su auto, sus brazos cruzados y temblando un poco por el frío. De su boca, sale vaho y sus ojos están cerrados. Leo bebe de su vista por un momento; la simpleza de este momento y todo lo que despierta en él cada vez. Kun esperándolo cerca del auto, sonriendo con alegría, sus manos cálidas. Besos a escondidas en habitaciones de hotel y partes de atrás de un auto. Siente todos esos sentimientos de un solo golpe, y por lo último que podrá permitirse sentirlos.
—Está haciendo mucho frío para estar aquí esperando tanto tiempo. —dice Leo, lentamente, acercándose. Kun abre los ojos, no hay ni una sola emoción en su rostro cuando lo mira. No al principio. Pero Leo lo conoce tan bien. Puede ver la tristeza que hay adentro, la confusión y las represalias de decisiones tomadas en momentos fabricados dentro de una fantasía.
Kun, el producto de todas sus malas intenciones. De todas las cosas que Leo alguna vez ha querido y no se atrevió a poseer ni buscar. Leo, una vida alterna que Kun añora, una paz, una tranquilidad y madurez que todos dicen que en algún momento llegará pero que nunca lo hace.
—Solo quería confirmar si Antonella está bien. —dice Kun, suavemente, despegándose del auto. Sus brazos siguen abrazando su cuerpo, tratando de protegerlo del frío. Leo se acerca, quitándose el saco, Kun niega con la cabeza cuando se acerca para colocárselo.
—Está haciendo demasiado frío, no te puedes enfermar. Falta poco para Navidad. —dice Leo. Estar cerca de Kun después de semanas tan lejos, sin olerlo y sin sentir su calidez es demasiado de repente, Leo se siente mareado. Coloca la chaqueta alrededor de sus hombros, Kun vuelve a respirar y su aliento pega contra el rostro de Leo, frío y con olor a menta. Leo lo mira por última vez: ojos grandes y profundos, labios temblorosos y una barba que está empezando a crecer en su rostro. Leo se aleja, demasiado lento. Procede a hablar, cuando el silencio es demasiado marcado y siente el corazón en los oídos— Antonella está bien. Está mucho mejor ahora.
— ¿Y el bebé?
—También está bien. —Solo quedan dos meses para que llegue. Antonella cuenta los días y toma fotos del proceso de su embarazo que edita para después subir a Facebook. Leo toma cada una de ellas. — Sergio-
—Estoy feliz por ti, Leo. En serio. —dice Kun y hay lágrimas en sus ojos. Leo quisiera abrazarlo, pero no se acerca ni un paso. Sus manos se cierran con fuerza a cada lado de su cuerpo— Quería que supieras eso.
—Sergio-
—Y no hay rencor si todo esto ha terminado ahora. —Kun asiente con lentitud. Echa los mocos para atrás y camina hacia adelante, acercándose a Leo— Estoy feliz de que haya ocurrido. Solo quería que supieras eso.
Leo siente que hay algo más que quiere decirle, pero no lo hace. Hay algo en la punta de sus labios. Pero Kun solo le mira por última vez y camino algo deprisa a su lado, yéndose. Caminando a casa. Leo quiere decirle que lo puede llevar a casa, pero Kun está muy lejos para cuando por fin Leo tiene las agallas de decírselo.
(Kun notará la chaqueta que no devolvió cuando llegue a casa. Cuando la habitación a su alrededor esté fría y sus sentidos estén demasiado agotados. Dormirá en la cama de su infancia, la misma donde ha dormido desde los cuatro años, arropado hasta la cabeza, la chaqueta de Leo, que huele a vainilla y a las consecuencias de sus acciones abrazada contra su pecho. Leo se ha quedado con tantas cosas que él; su inocencia, su virginidad, sus esperanzas de un primer amor feliz y perfecto. Kun puede quedarse aunque sea con una sola cosa de él.)
—Feliz navidad, Nico.
Nicolás le mira con cuidado.
—No estoy molesto contigo si aún crees que es así. —dice Nicolás, a la defensiva. Tiene un gorro de Santa Claus en la cabeza y se está dejando crecer la barba. Kun le sonríe un poquito. Nicolás se ablanda automáticamente— Nunca estuve molesto.
—Lo sé.
—Estaba preocupado.
—Lo sé.
—Te quiero mucho, Kun, yo-
Kun se acerca. Está dentro de la tienda, a punto de cerrar. Han trabajado medio día. Javier está al fondo, cerrando la salida de escape y las oficinas y la cocina. Enzo está terminando de limpiar las mesas.
Kun se acerca y envuelve a Nicolás en un abrazo: —Lo sé.
Nicolás le devuelve el abrazo, con fuerza.
Kun, cuando pasen los años y mire hacia atrás y piense en este momento de su vida, se arrepentirá para siempre de haber dejado de lado a sus amigos. De abandonarlos y dejarlos con la palabra en la boca, todo por irse a habitaciones de hotel baratas o por cantar en el asiento de copiloto de un auto. Nicolás, en el futuro, le dirá que es un ridículo y que son cosas que pasan y que no le tiene ni una pizca de rencor. Javier dirá que no le importa.
Javier aparece de repente y se acerca a ellos, para decir, con fastidio: — ¿Será que nos podemos ir?
—Ay, pelado malhumorado. ¡Ven y únete! —dice Nicolás. Casi ni se le oye porque tiene la cara escondida en el cuello de Kun.
Javier se une al abrazo, abrazando a Kun por detrás. Siente el rostro de Javier contra su espalda y sus manos lo sostienen con fuerza, diciendo todas las emociones que no sabe casi nunca como expresar bien. Pero que Kun entiende.
Enzo se une al abrazo un minuto después, cuando Kun lo invita a hacerlo.
— ¿Cómo está la universidad? —Yesika le pregunta.
Kun jura que esta misma conversación ha ocurrido antes. Meses antes. En un momento de su vida donde todo tenía un poquito más de sentido y no había vivido tanto en tan poco.
Yesika tiene un vestido rojo, y los labios pintados de carmín. Kun está usando una camisa negra y la chaqueta de Leo. Pero nadie sabe que es la chaqueta de Leo, solo Kun. Le queda apretada en los hombros y hace que se acuerde de las manos de Leo, alrededor de su cuello, detrás de su nuca.
Sus hermanitos y su sobrino están jugando en el piso de la casa. Una de sus tías está gritando y su cuñado está conversando alegremente con su mamá y su papá. Es año nuevo. Otro año que viene y otro que se va. Páginas de un calendario que se dan vueltas solas, sin importar lo mucho que Kun quisiera detener el tiempo, detener su paso. Detenerse un momento para respirar profundamente antes de tener que seguir adelante.
Yesika está sentada a su lado. Un vaso de vino en la mano derecha. Le mira cuando se tarda demasiado en responder.
—Está horrible. —dice Kun. La verdad esta vez.
—Lamento oír eso.
—Quiero dejar la universidad, Yesika. Quiero dejar esta carrera.
Yesika no se ve sorprendida por ello: — ¿Y qué harás?
—No lo sé. —Ella le mira por mucho tiempo, pensando que decir— No quiero que pienses que esto es por Leo.
—No. De hecho, no creo que lo sea. —Ella le sonríe, solo un poquito. Hay demasiado en su mirada, cosas que Kun aún no sabe cómo nombrar— Creo que ya tenía una idea de que esto pasaría. Creo que lo sabía antes que tú. Creo que Leo solo te ayudó a darte cuenta de eso.
—Y de muchas cosas. —dice, aunque no lo quiere decir. Kun respira profundamente, llevando el vaso con fernet que tiene en la mano a su boca, para tomar todo lo que puede en un solo trago. Espera ver preocupación en los ojos de Yesika, pero no hay nada de eso. Hay cariño y hay amor y hay devoción, la que Yesika le ha dedicado desde siempre— Estoy enamorado de él. Lo amo, Yes-
—Lo sé, Kun-
—Creo que no voy a amar así otra vez.
—Puede ser que no. —Ella ladea su cabeza, cariño en su mirada, orgullo de hermana mayor— Pero amarás otra vez, de otras mil maneras diferentes. Verás algo más y sentirás otra cosa. Eso es lo maravilloso del amor; lo irás descubriendo con el tiempo. Por ahora, quiero que sepas que está bien que estés triste. Que estés mal. Que estés confundido. Espero que te de confort saber que no te sentirás así por siempre, hermanito. Te lo prometo.
(Cuando llega el año nuevo, Kun está algo ebrio y desea que Leo sea feliz y que su bebé esté sano y que Antonella esté bien. Que su vida pueda seguir con normalidad y que no se detenga nunca por nada.)
Llega enero y con él, Kun no vuelve a la universidad.
Leo no lo ve en los pasillos ni lo ve en las clases, y cuando pregunta por él, Sara le dice que ha dejado la universidad. Que no sabe más de él. Que lo extraña y que siempre le gustó y era un buen sujeto. Leo deja de escucharla a mitad de su discurso.
Sale del trabajo disparado, en un momento de impulsividad. Cuando llega al café, están cerrando. Enzo está en la entrada, limpiando las ventanas, y se pone nervioso cuando lo ve. Le está diciendo a Leo que ya están cerrando, cuando, de la cocina, sale un chico un poco más grande y alto. Tiene una barba algo crecida y tiene cara de querer matar a Leo.
— ¿Qué hacés vos aquí? —dice, enojadísimo, deteniéndose lo más cerca que puede de Leo, para respirarle en la cara. Sus ojos son pequeños y están oscuros, probablemente de la ira— ¿No te cansas de verdad de acosarlo? Sos infumable. Alguien debería llamar a tu esposa-
—No tengo ni idea de quién sos. —dice Leo, porque no sabe que más decir. No tiene ni idea de quién es este chico, pero parece amigo de Kun. Y parece odiarlo. Tiene sentido— Estoy buscando a Sergio-
— ¡Nicolás! —dice alguien más. Cuando Leo levanta la mirada, puede ver a otro chico, calvo, con la cara más fastidiada que Leo ha visto en su vida, acercándose para alejar al otro chico de él. Detrás de él, está Kun, viendo la escena, con los ojos bien abiertos— Déjalo en paz, la concha de la lora, ¿sos loco?
Leo los ignora, viendo como el otro lo lleva lejos, diciéndole a Enzo que los deje solos. Los tres entran a la cocina, Nicolás gritando un poco y Javier diciéndole que deje de ser un pelotudo.
En frente de él, está Kun. Se ve en calma y se ve tranquilo y le sonríe a Leo un poco, solo un poco. Leo se acerca con lentitud.
—Sergio, por favor-
—No me fui por ti si eso es lo que estás pensando. —dice Kun, leyéndole la mente. Sigue sonriéndole. Y Leo es envidioso de la calma que muestra, la tranquilidad. Se ve igual de joven, pero con una pizca de algo más. De vida. De enseñanza. De sabiduría— Fue mi decisión.
—Sergio, pero, ¿qué vas a hacer ahora?
—No lo sé. —dice— Aún lo estoy pensando. Tenías razón, tengo toda una vida por delante.
Y la tiene, Leo sabe que la tiene. Que le faltan tantas bocas por besar y cuerpos que tocar y momentos que vivir y amor que sentir. Y se ve seguro de ello esta vez, de todo el tiempo que le queda, de las decisiones que puedan ser tomadas a partir de aquí. Leo quisiera llevarse todo el crédito, y tal vez si es un poco su autoría, pero no puede ser tan arrogante; solo ha sido un testigo del comienzo de su camino. Kun aún no lo sabe, pero no tardará en saberlo.
Leo le mira por un momento más, y en contra de todas sus promesas, se acerca para besarlo.
El beso es lento, pero es fuerte, Leo lo abraza contra su cuerpo con demasiada ímpetu y precisión, porque sabe que esto es el final. Lo siente en la yema de los dedos y en el vacío de su pecho. Sabe que después de aquí, no hay mucho más que lograr o que decir. Sus manos están en su cuello y Kun lo abraza contra él, besándole de regreso.
No se aleja cuando el beso acaba. Sus labios besan su nariz, su mejilla y su frente, y cuando se aleja para mirarlo, Kun está sonriendo y tiene lágrimas en los ojos.
—Sergio. —Comienza a decir Leo, aunque no debería— Sergio, yo-
—Está bien. No tienes que decirlo. —dice Sergio, lágrimas cayendo de sus ojos. El corazón en la garganta— Espero que sepas que yo también lo hago.
Thiago nace un cinco de febrero a las dos de la mañana.
Antonella está tan cansada y tuvo que tener una cesárea porque no se dilató lo suficientemente rápido. Leo no está a su lado, está afuera con los demás, su mamá está rezando y su papá está en el baño y sus hermanos están moviéndose por todo el pasillo sin parar.
Una de las enfermeras sale de la sala y Leo puede ver como sus ojos brillan, una sonrisa oculta detrás de su mascarilla.
—Felicidades, papi.
Cuando Leo ve a Thiago por primera vez, es amor a primera vista. Leo sintió dudas en todo el camino al llegar aquí, pero cuando lo tiene al frente, todo es claro una vez más. Antonella está muy cansada y le sonríe acostada en la cama, sus ojos hinchados y sus labios temblando. Le da Thiago para que lo conozca, y todo es tan claro para Leo en ese momento.
Thiago tiene los ojos claros y la piel sonrojada y el cabello castaño. Y es su hijo. Y Leo es padre y tal vez no ha sido el mejor hombre que ha podido ser estos últimos meses. Pero si algo ha aprendido de ello, es lo mucho que aún queda por delante, todo lo que falta por recurrir. Puede ser un mejor hombre. Aún hay mucho tiempo.
_
La primera vez que Kun ve el cartel, lo ignora.
La segunda vez, Gaby es la que lo hace detenerse.
La tercera, él se detiene por su cuenta.
No cree que tenga sentido hacerlo, no en realidad. Ama leer, ama los libros y la literatura. Desde que era un niño. Pero, ¿escribir? Es una desfachatez.
Hay un concurso de poesía en alguna biblioteca de la ciudad. Gaby le dice que ama los libros y leer, que debería escribir algo y participar. Yesika le impulsa aún más, para que haga algo que verdaderamente ame. Nicolás le dice que debería hacerlo, Enzo que será divertido, y Javier que cuente algo interesante.
Intenta al menos tres veces, y falla miserablemente para poder escribir algo. Para poder formular algo. Se rinde siempre a la mitad de todo.
Está sentado en la computadora vieja de la casa. Falta al menos un mes para su cumpleaños veintiuno. No tiene el apartamento que deseó. Pero está más tranquilo. Está en paz. Suplicó por un algo que le cambiara la vida, y ese algo ocurrió. Como olas impactando contra la orilla, y como brisa contra su rostro. Sabe lo que es el amor. Y sabe lo que es perderlo.
El rostro de Leo, iluminado por las luces de habitaciones frías y faros de luz y la luz de su celular. Sus manos, su barba y su pecho. Sus besos, sus abrazos. Todo eso llega de golpe y todos le dicen a Kun que superará esto, que seguirá adelante y encontrará otro amor. Pero tal vez no. Tal vez esto es algo que nunca superará; que no quiere hacerlo. Quiere sentir el recuerdo calándose en sus huesos y su mente borrosa por el añoro de algo que ya no existe. Pero que existió, y que Kun protegerá por siempre.
Mira la pantalla.
Y entonces, empieza a escribir.
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