Capítulo 30: "♫Tu color en el cielo♫"

El silencio por un lado y la música ataviada de una azulada luna por el otro, exponían un futuro nada grato, así como también lo hacían las ideas inapropiadas de un joven gobernante, quien no había dudado en desertar de su alianza hace ya cinco años atrás. Ahora, después de tanto tiempo escurrido entre las manos, una mecha se había encendido; una que poseía la figura de un galopar que iba en dirección a las tierras bajas justo con la intensión de encontrarse con la persona que provocaba aquellos pesares, al príncipe de las tierras altas. Es así que, al frenar las herraduras contra la tierra rival, y finalizar con un potenciado relinche su ascenso, las pesadas horas de desatino e incertidumbre desaparecieron, llegando ahora las respuestas por las que oraban Léa Milenios y Alik Reverse. Sin embargo, al enterarse, fueron heridos por las malas noticias que traía el heraldo del joven Galeo, por lo tanto, se debía hacer algo con esta mortal encrucijada que no hacía más que traer desgracias a todos los habitantes de ese desafortunado reino, y de este modo, Léa con sus aliados se prepararon para la arremetida, mientras Iris y Zaid se encontraban en una de las celdas más frías que jamás hubieran imaginado estar, pues incluso el agua que se derramaba entre los antiguos ladrillos empedrados, así como también el musgo que crecía con dificultad entre sus recovecos, sumado las alimañas que a veces paseaban muy cerca de sus pies, no les permitía desenvolverse con los sentidos de un ambiente acogedor.

—Vaya lugar al que vinimos a parar, ¿no, princesa? —le comentó el zorro mágico, quien había hecho el gesto de levantar la cabeza para dirigirse a ella, y así, acompañar su accionar con una sonrisa un tanto forzada, e Iris quien se podía verse del otro lado de la habitación sobre un lecho improvisado con una tela tan delgada que no podría protegerla de la noche, se mantenía encogida bien abrazada a sus piernas, con un ánimo decadente y misterioso que quizás le había contagiado su allegado. A todo esto, respondió levantando también su cabeza de entre sus piernas, y ella lo miró con sus hermosos ojizarcos ojos.

—Zaid, no es que quiera esquivar lo que me dices, pero... ¿estás bien? —preguntó arqueando un poco sus cejas.

—¿Yo?, pues bueno... supongo que es la situación —se rascó detrás de su cabeza mirando el suelo.

—No, no me refiero a eso. Estás así desde antes; desde que yo perdí el hilo en el camino, así que no creas que no me he dado cuenta, por lo que estoy segura de que algo te sucede. ¿Qué es lo que te pasa? —lo volvió a interrogar con una expresión mucho más seria. Sin dudas, Hakim tenía razón, Iris era muy atenta; perspicaz si se lo quisiera llamar de esa manera, después de todo, ella siempre estaba a la expectativa; lo tenía en su naturaleza, no era solo una catalizadora, encantadora, bella y amable. Estas pocas definiciones para Zaid era pocas, pues adoraba a esa mujer más que a nada en el mundo. La razón detrás de su inmortal cariño hacia su persona, quizás se debía al haberse cruzado con aquellos ojos azul cielo que eran igual a los que poseía, o tal vez al simple hecho de tocar su regazo, o la sensación de la calidez en su melodía que lo había hechizado, lo cierto, es que estaba profundamente cautivado por ella, pero sabía bien que sus sentimientos seguramente no sería correspondidos, así que prefería seguir haciéndose el tonto, eso, a pesar de que Iris estaba enterada de lo que pasaba en su interior.

—Te preocupas demasiado, Iris, estoy bien —elevó ligeramente una mano tratando de darle poca importancia al asunto.

—¡No es verdad! —gritó, y la tierna voz de la más baja resonó en las huecas paredes de la gruta, taladrando así, de forma atrevida, el silencio que los rodeaba más allá de las gotas de agua que producían allí algún eco; rodeados ahora por la tensión del momento, Zaid se vio obligado a desistir ante sus reclamos, pues no podía seguir fingiendo.

—¿Sabías que los zorros podemos ver el futuro también? —mencionó observando hacia una pequeña ventana con barrotes, la cual rebasaba sus alturas. Ahí fue cuando Iris también miró hacia ese lugar, en donde el cielo reflejaba las dos lunas.

—Algo había escuchado al respecto —anunció ella confusa por lo abrupto del dato.

—Pues he visto nuestro futuro —mentir no era algo que le gustara hacer a Zaid, sin embargo, era verdad que algunos de los zorros poseían esa habilidad, pero ese no era su caso.

—¿Qué has visto? —lo interrogó con obvio interés y algo de sorpresa, pues no se hubiera imaginado que él tuviese semejante don.

—No puedo explicarlo, o más bien, no deseo decirlo —aseveró—. Pero esto me implica, y trae consigo la idea de abandonarlos a cambio de que vivan —sus ojos se cerraron con angustia.

—¿Cómo que abandonarnos? —repitió ella con un dejo de pesadez, aun así, tomó los dolores entre sus manos, y ahí se levantó de donde se encontraba para ir con Zaid, a quien señaló con el dedo mientras su otra mano se posaba en su propia cadera—. ¡Escúchame bien! ¡El futuro es algo que nosotros vamos creando con nuestras propias manos, es decir, con nuestros actos y decisiones! Quizás algunas cosas estén fuera de nuestro control, pero eso no implica que debamos tirar la toalla —negó ligeramente con su cabeza agitando de esa manera sus largos cabellos.

—Princesa... —murmuró él, pero aun con semejante discurso, alejó su mirada con pesadez, revelando las dudas que aún poseía.

—Por lo que veo no tiene sentido explicarte desde esa perspectiva, entonces, voy a decírtelo de la siguiente manera —ahora abriendo su mano con la cual lo había apuntado con anterioridad, le ofreció ésta con una suave sonrisa—. No tienes por qué regirte por lo que digan otros, o incluso por cosas que dices llamar "futuro", tú eres el que tiene el poder, y digo poder, porque la decisión es lo que hace que seamos libres. A lo que quiero llegar es que... si algo te hace feliz, y crees que es lo correcto, entonces simplemente debes hacerlo —las últimas palabras de Iris atrajeron la atención del enigmático zorro, quien enseguida le dedicó unos ojos más revitalizados, implicando a su vez, una expresión que revelaba descubrimiento, y al mismo tiempo, agradecimiento, pues, lo que realmente deseaba Zaid, era permanecer a su lado aunque aquello significara correr riesgos. No obstante, esas palabras que anunciaba la morocha, a veces suelen ser una respuesta tan simple y que muy pocos desean aceptar, mientras que otras son realmente más complejas de llevar a excepción de este caso.

—Tienes razón —recibiendo de buena gana su mano, él la sostuvo con firmeza e intercambiaron una mirada de compañerismo entremezclado con felicidad. Las circunstancias sin dudas no los apremiaban con un buen final, sin embargo, si algo había aprendido Iris durante sus entrenamientos con el estricto de su padre, era que la esperanza era lo último que se pierde, además, ella aún no había descubierto aquello que tanto deseaba, así que, no dejaría que un revés la limitara. Por consiguiente, fueron llamados por un chistido, el cual provenía de dos encapuchados que se encontraban justo al otro lado de las rejas de acero. Estos dos personajes, los llamaron por lo bajo con sus correspondientes nombres, y de ahí, con cierta desconfianza, ambos (el zorro y la chica) se acercaron.

—¿Quiénes son? —preguntó la más baja.

—¿El poco tiempo que estuviste lejos de mí hizo que me olvidaras tan rápidamente, enana? —mencionó una voz familiar, y al verlo con más detenimiento, Iris se dio cuenta de que se trataba de Alik.

—¡Alik! —se llevó sus manos a la boca, intentando cubrir su impresión para así silenciar su emoción, la cual no pasó desapercibida para el chico recién nombrado, pues una sonrisa de oreja a oreja se manifestó de su lado, acción que nadie más llegó a ver, ya que también desapareció al poco.

—No es solo él, también está la princesa Tritis —anunció el rubio que estaba encerrado con la pelinegra, pues él no pudo evitar tener la misma reacción que su compañera de celda.

—¡Hola! —canturreó alegremente la chica de cabellos rosados—. Hemos venido a rescatarlos.

—¿Por usted personalmente? ¿Y qué ha pasado con la señorita Léa? —preguntó con preocupación Zaid.

—Ella en estos momentos se está preparando con mi ejército de brujas para enfrentar a Galeo; quiere poner fin a todo esto —mencionó la princesa de las tierras bajas con seriedad—. Por otro lado, yo vine también porque soy la única que conoce estas grutas.

—¡No! —exclamó la más baja de los cuatro, y se aferró a las rejas—. ¡No podemos dejar que Léa pelee contra ellos, eso es lo que desea Galeo!

—¿Y cómo sugieres que detengamos todo esto? No creo que ese bobalicón dé el brazo a torcer tan fácilmente —anunció Alik de mala gana, y subestimando a su compañera de canto.

—Yo sé una forma, así que escúchenme Alik, Zaid, princesa Tritis; este es el plan —mientras Iris y Zaid eran liberados por sus rescatistas, al mismo tiempo, prestaban atención al plan de la muchacha. Por otro lado, Léa se había instalado justo al frente de las puertas con un pie de acero por sí sola, es decir, no se veía a ninguna maga con ella, cosa que no significó que estuvieran ausentes, pues sus presencias se desparramaban en los alrededores bien camufladas por la naturaleza, y después de posicionarse delante del portal, ella se dirigió con imponencia a los guardias.

—¡Vengo a poner fin a esta ridícula disputa! —anunció la ama de Alik e Iris.

—¡No tenemos permitido dejar entrar a nadie que su majestad no quiera! —anunció uno de los magos, el cual no dudó en amenazarla con su báculo.

—¡Espera! ¡Ella es Léa Milenios; nuestro maestro dijo que la dejáramos pasar! —una vez más, el primer guardia mostraba su ignorancia, ¿y cómo no?, su estupidez. En cuanto la vergüenza aclamó su pobre alma, se dignó por primera vez a disculparse, y entonces volvió a ordenar abrir las puertas, sin sospechar de nueva cuenta, que quizás invitaban a entrar a la misma parca. Por lo que, corrompidos otra vez por ese silencio que regía los alrededores, Léa se acercó al dirigente de las tierras altas, e inmediatamente con una dominante mirada, se posó una mano sobre la cintura y le dedicó las siguientes palabras al chico que descansaba hipócritamente sobre aquel trono.

—¡Príncipe Galeo, yo no he venido con la intención de dar rodeos! ¡Quiero que me regreses lo que es mío por derecho! ¡y quiero que disuelvas de una vez esta absurda disputa que tienes con Tritis, la princesa de las tierras bajas! —le ordenó. Léa estaba siendo precisa, pues la chica no quería demostrar ningún dejo de tolerancia a la ocasión que, por ignorante se le quería instalar por obligación.

—Me temo que tu osadía te saldrá cara. ¡Léa Milenios! —y enseguida muchos guardias aparecieron para rodearla—. ¡Hoy será el día en que tus cabellos tan radiantes como el sol, se vean manchados con el atardecer de tu sangre! —aseguró el chico de castaños cabellos, quien se levantó y desenvainó su espada, la cual tenía en la cintura, mientras que Léa, sujetó su colgante con su mano, al que, al mismo tiempo, no sabía si utilizar o no. Obviamente que, mancharse las manos de sangre inocente no era la idea de la futura reina, pero tampoco ese joven señor le estaba facilitando las cosas, pues lo que éste más ansiaba era su cabeza, y con todo el debido respeto, ella no iba a entregarle la suerte del mundo, a un muchacho que poseía ideas tan tremendamente perversas.

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