Decimoquinta nota - 09/06/2005

Jueves 9 de junio de 2005

Aún estoy que no lo creo. Vuelo sobre las nubes. Estos han sido los mejores días de mi vida. Lo escribo hoy jueves porque tenemos la suerte de que faltó Aurora, la profe de Literatura, y tenemos dos horas libres en el medio. Aprovecho a instalarme en la biblioteca a fingir que estudio y, en lugar de ello, a escribir mis notas para vos.

El lunes pasado, antes de irme a dormir, junté coraje y te mandé un mensaje de texto:

«Hoy estabas hermosa. Me encanta cómo te queda ese saco. ¿Te gustaría que nos veamos mañana después de clases?».

Demoraste un buen rato en responderme y me dio miedo de que te hubieras arrepentido de lo que pasó entre nosotras el sábado, de que ya no quisieras saber nada conmigo y que, a partir de ahora, prefirieras ignorarme, hacer como si nada.

Pero no fue así. Me respondiste.

«Los martes primer año sale más temprano, ¿no?».

«Sí, a las cinco y media», escribí. También se trataba del único día que no dabas clases, al menos en la facultad, así que suponía que estarías disponible. Además, nadie me vería irme con vos ni nada similar. Estaríamos libres de sospecha. Sí, ese era el día más indicado.

Me pasaste tu dirección y me dijiste que me esperabas a esa hora. Estabas a solo tres cuadras de la facultad, así que llegaría rápido.

A la noche tuve mucho insomnio, me costó demasiado conciliar el sueño pensando en todo lo que podría ocurrir cuando nos viéramos. Estaba muy ansiosa. ¿Pasaría lo que yo creía que podía llegar a pasar? Después, el martes por la tarde, no pude casi prestar atención durante las dos clases que tuvimos.

Salí ni bien terminó la clase de Lengua Inglesa, que era la última, y pasé por un quiosco a comprar un par de chocolates para compartir —que pagué con parte del dinero que me estuve guardando; parecía una buena ocasión para usarlo—. Me di cuenta de que me había olvidado de avisarle a papá que volvería más tarde, así que le mandé un mensaje de texto para decirle que me iba a lo de una compañera y que volvería antes de las diez, para que se quedara tranquilo.

Llegué a tu casa. Bueno, en realidad al edificio en el que vivías, uno bastante nuevo en el centro de Paraná. Toqué timbre, me atendiste por el portero y me dijiste que subiera por el ascensor. Así lo hice y, cuando salí, estabas abriendo la puerta para recibirme.

Llevabas un pantalón de jean ajustado y un sweater negro de cuello alto. Tus risos sueltos, algo desordenados, me parecieron hermosos. Anhelaba jugar con ellos y deseaba que ojalá me dejaras.

Me invitaste a pasar. El interior de tu departamento estaba cálido, con el calefactor encendido, por lo que me quité enseguida mi abrigo, el cual dejé sobre un sillón junto con mi mochila. El lugar estaba bien decorado, era bastante espacioso, un departamento de dos habitaciones, pero había varias cajas desparramadas.

—Disculpá el desorden —dijiste—, estoy preparando las cosas de Lucía para llevárselas. Por suerte los muebles son míos...

Luego te acercaste y me diste un beso tímido en los labios. No estabas bajo los efectos del alcohol esta vez, así que supuse que no irías tan rápido ni serías tan atrevida. Debíamos romper el hielo primero.

Nos sentamos en el sofá y charlamos un poquito sobre algunas cuestiones triviales. Me di cuenta de que te costaba soltarte. Saqué los chocolates de mi mochila y te invité uno. Lo aceptaste, pero indicaste que esto era para acompañar con un café, el cual preparaste enseguida y disfrutamos junto con el chocolate en la mesa de la cocina.

En un momento posaste tu mano sobre la mía y me miraste.

—Me gustás mucho, Lizzie. No te molesta que te diga así, ¿no?

—Para nada —respondí. Me llamo Elizabeth, mis familiares me dicen Eli, y mis amigas me dicen Liz, pero Lizzie suena muy bien en tus labios. No me molesta en lo absoluto.

—Bueno... mejor, porque me encanta. Te decía, me gustás. Claro que pensaba quedarme en el molde, aunque notaba la forma en que me mirabas, e incluso después de abrir tu cuaderno y confirmar con él que te pasaban cosas conmigo... pero bueno, me pasé de la raya el sábado. Estuve tomando y estoy atravesando un duelo amoroso. Mi relación hacía tiempo que no funcionaba... Ya no tenía que ser. No sé si es buena idea que pase algo entre nosotras, a decir verdad. Sos mi alumna, y en la facultad podrían hacernos problema si llegaran a enterarse...

—Como bien dijiste —respondí—, no tienen por qué hacerlo... Esto puede ser nuestro secreto.

Asentiste, te levantaste y me indicaste que te siguiera de nuevo al living. Nos sentamos juntas en el sofá. Me mirabas con ternura, al tiempo que con un dedo recorrías las facciones de mi rostro.

—Me recordás tanto a mi yo de hace diez años, que recién empezaba la facultad, descubría por qué nunca le habían interesado los varones y se enamoraba con locura de una compañera: Lucía. Nos fuimos a vivir juntas a los diecinueve. Nunca estuve con nadie más... ¿Lo podés creer?

Tragué saliva. Había pensado que eras mucho más experimentada. Ese porte, esa presencia... la seguridad en vos misma que emanás. No me hubiera imaginado que solo habías estado con una sola persona, aunque supongo que eso no hace que nadie sea menos. No es más que un detalle. Hay quienes prefieren encontrar un solo amor para toda la vida, y que en preferencia sea el primero, y otros que prefieren probar estar con varias personas hasta que dan con aquella que les hace querer quedarse en ese lugar exacto. Cualquiera de las dos formas es válida.

—Yo sí he estado con más de una persona —te respondí—, aunque solo con varones. Pero cuando te conocí a vos me diste vuelta todo, me di cuenta de que me gustabas y que, hiciera lo que hiciera, no podía sacarte de mi cabeza. Intenté engancharme con Pablo, pero, honestamente, aunque intentara convencerme de lo contrario, nunca lo logré. Pensaba siempre en vos cuando estaba con él.

—Bueno... En una de esas los varones no te gustan tanto después de todo —me dijiste tras acercar tus labios a mi oído. Me susurraste, y luego comenzaste a lamerme el lóbulo de la oreja.

Sentí que me desarmaba por completo. Me quedé en mi lugar, quieta, dejé que me besaras la oreja, luego el cuello, y que tus manos me acariciaran mientras tanto, recorriendo todos los lugares que desearan conocer...

Uy. Lo tengo que dejar acá por ahora. En un rato sigo escribiendo.

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