•01•
La primera vez que me sentí vivo fue cuando me enamoré por primera vez, solo quería amarla y demostrarle mi devoción hacia ella, dejando atrás todas las inseguridades que se me presentaban, no me rendía a la idea de tenerla para mi, y desistir no era algo que yo hacía con frecuencia. Esa persona me hacía sentir especial , y yo le hacía sentir especial de igual manera, considero que fue recíproco en un principio, como cualquiera a causa de las historias de amor y cuentos que se relataban en esos días, me ilusionaba con un final feliz junto a esa persona, probablemente siendo esta una etapa que experimentaría cualquier adolescente a mi edad. Donde solo éramos ella y yo, nada más importaba o carecía de nuestro interés. Porque éramos nosotros y eso era suficiente para ambos.
Idealizaba a mi pareja en demasía, creía que había encontrado a la mujer perfecta aún cuando ella no se consideraba como tal, lo que me hacía pensar que lo era incluso más, de entre todas las mujeres era la más bella, carismática, inteligente, una mujer sin igual, genuina y hermosa en todo el sentido de la palabra. Amaba a Emily más que a nada y ella me amaba a mi a su manera.
La mayoría del tiempo buscaba siempre la forma de expresar libremente lo que sentía en mi interior, porque el sentimiento era inexplicable y a la vez tan puro y exótico que parecía no querer acabar nunca, me dejaba simplemente extasiado. Le escribía poemas y hasta le dedicaba canciones echas e interpretadas de igual manera por mi, solo verla y recordarla me llenaba de inspiración. Nunca me considere poeta ni mucho menos un fanatico del romanticismo, ni tampoco me dedique a estudiar sobre aquel arte de la literatura para hablar como un especialista en el tema, sin embargo era como si las palabras y mis ideas proviniesen de la nada y se plasmarán en el lienzo blanco por si solas, y es que ya no era yo el que manipulaba la máquina de escribir, sino mi alma junto con mi creatividad a flote que se apoderaban de mi cuerpo. Llegué a temer incluso de ellas porque eran tan magnificas que me dejaban cohibido, cuando tenía una venia otra y así sucesivamente, incluso las peores ideas parecían buenas.
El miedo de perder alguna era abismal, olvidarla me dejaba frustrado, y ya no se sentía igual cuando intentaba recrearlas, en más de una ocasión deseé multiplicarme en 40 versiones de mi mismo y que se encargaran de desarrollarlas todas, y todavía, siento que no sería suficiente, porque cada una de esas versiones querrían otras 40 o tal vez más réplicas de sí mismas.
Pero ese no era el único problema, también entraba el hecho de que nunca quedaba satisfecho con mis resultados, ¿y por qué decir resultados?, mi trabajo nunca estaría completo. Porque podía agregar más, mucho más que eso, y siempre pasaba que sentía que le faltaba algo. Aún cuando los demás decían que estaba bien, ¿que pueden saber ellos sobre lo que significa?, están viendo sólo una parte y no de lo que podría llegar a ser de ella, y es que todas las historias tienen un potencial inimaginable, el autor tenía el privilegio de saber lo que podría ser de su historia o simplemente no continuar y dejarla hasta ahí.
Para mi las historias no tienen final, la vida en la tierra no la tiene, transcurrirá, el tiempo pasa y no se detiene, ni se detendrá.
Hasta el sol de hoy sigo sin saber con precisión cuando y el instante en el que pasó, pero de un momento a otro todo cambió para mi, tiempo después todo se volvió rutinario, conmigo tocando canciones bajo la claridez de la luna, con el fondo del sonido de mi guitarra, las olas del mar que chocaban con las rocas y se deslizaban en la arena; Emily con sus ojos cerrados y aquel vestido rojo que le lucia y resaltaba sus atributos, su piel blanca tan suave cono pétalos, la cual no me canso de admirar junto con su cabello lacio y castaño que caía sobre sus hombros, nunca dudaría de lo hermosa que era. Ambos estábamos sentados sobre la frazada que habíamos dejado en la arena para disfrutar de nuestra compañía, recostando su cabeza junto a mi hombro y mirando al horizonte, prestando toda su atención a mi canto y la melodía que provenían de las cuerdas de dicho instrumento, intercambiando miradas y sonrisas tímidas de vez en cuando. Era algo que hacíamos todos los fines de semana y que a ella no parecía cansarle nunca, éramos sólo nosotros dos en el lugar, bastante apartado de la ciudad, donde al amanecer se escuchaba el canto de las aves, del mar y el sonido que emitían las palmeras cuando el viento chocaba contra ellas, dando paso al crepúsculo que precedía en la mañana y al atardecer, siendo cada uno de ellos diferente al anterior, pero sin dejar de ser prodigioso, como si el paisaje rogara por ser admirado.
Muchos eran los que podían percibirlo, pero sólo unos pocos los que lograban verlo.
Pero no había sido la luz del sol saliente de los montes que me había cambiado, era algo más de adentro, en lo más recóndito de mi alma y de mi ser, un rompecabezas que no lograba descifrar con exactitud y que alucinaba no tener respuesta, debido a lo profundo, inaccesible, e inalcanzable. Era un vacío que amenazaba con persistir si no lo resolvía, y del que la primera impresión que tuve sería ocultarlo inevitablemente, una voz que no callaba aún si procedía con mis intentos de desentenderme de él totalmente, esfuerzo que fue inútil gracias a mi lado nada sutil de indagar dentro de mis pensamientos, hasta el punto de ser algo obsesivo si no encontraba argumento lo suficientemente válido para mí mismo. Más adelántate al prestarle meticulosa atención a mi alrededor me percaté de que era porque ya nada se sentía igual, sin consentimiento alguno había dejado de ver las cosas y de tomarles importancia de la forma en que lo había estado haciendo, nada tenía sentido para mi, no sentía el mismo entusiasmo de antes, la misma fogosidad, la misma pasión, nada, no había nada, yo ya no sentía nada.
Pero mi situación seguía igual, aún con mis ocurrencias encima, las cuales consideraba que no eran importantes pero que de igual forma se adueñaban de una considerable parte de mi ser. No me forzaba a un cambio, porque me agradaba la comodidad de mi hogar, pero muchas veces mis acciones, aquellas que en algún momento disfruté, se tornaron insípidas.
No es como si hubiese dejado que querer a Emily, a la que consideraba el amor de mi vida, la que siempre estuvo ahí para mi, aún la amaba y lo seguiré haciendo, pero no con la misma intensidad, sabía el porqué de eso, la etapa de enamoramiento había cesado con el transcurrir de los años, y ambos estábamos envejeciendo, no estoy seguro de si ella siente lo mismo que yo, pero tampoco querría herirla exponiéndole mis insinuaciones, porque sigue siendo importante para mi persona y no soy ajeno a lo que conllevaría discutir sobre ese tema. Separarse tampoco parecía ser la solución, y si lo es, sería lo menos conveniente para mi, el dejar que mis emociones tuvieran control total era algo que ninguna persona debía permitirse.
Seguía con ella, comportándome de la misma forma, cantando las mismas canciones los fines de semana en aquella playa, sin mostrar indicios de algún cambio en mi pensar que ya no era el mismo de antes, ahora estaba dispuesto a seguir la corriente, y así se mantuvo hasta que pasaron los años, me había vuelto un esclavo del tiempo y las circunstancias que se me presentaban, inclusive la idea que había perdido el control de mi mismo cruzó por mi mente, pero tampoco tenía intenciones de hacer algo al respecto.
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