Capítulo 2.

"Where's My Love" - SYML

El aire fresco de la mañana acaricia mi rostro mientras cierro la puerta de mi lujoso apartamento por última vez. Mis maletas están empacadas y listas para acompañarme en esta nueva travesía. Dejo atrás los brillos y la opulencia de mi vida pasada, ansiosa por encontrar la serenidad que tanto necesito.

―¡Emily! ¡Emily! ¿Adónde vas? ¿Acaso vas a visitar a algún novio secreto o un familiar enfermo? ― oigo a los periodistas gritar, mientras sus cámaras se alzan en el aire para capturar cualquier indicio de mi destino. Agradezco en silencio por mis lentes oscuros y una gorra, que me ocultan lo suficiente como para evitar que mi rostro de desagrado se convierta en el titular principal de los tabloides. Con cuidado, logro ingresar a mi automóvil, tomo un respiro profundo antes de encender el motor y observo cómo los flashes continúan estallando, mientras las personas se asoman curiosas a través de los vidrios.

Deslizo las manos por el volante, sintiendo la familiaridad reconfortante del cuero bajo mis dedos. Cierro los ojos brevemente, bloqueando el mundo exterior y dejando que la música suave que fluye de la radio me envuelva. Es un escape momentáneo de las olas de turbulencia que trae consigo la fama.

Con determinación, pongo el automóvil en marcha y me adentro en el flujo del tráfico. Las luces de los semáforos parpadean y los autos pasan rápidamente a mi alrededor, pero yo me siento distante, desconectada de la prisa y el caos de la ciudad. Mi mente se enfoca en el camino que se despliega ante mí, en la promesa de un nuevo comienzo y la posibilidad de encontrar la paz que tanto anhelo.

El paisaje urbano poco a poco da paso a las amplias carreteras que se adentran en la naturaleza. Los edificios altos son reemplazados por colinas cubiertas de vegetación y los sonidos de los cláxones son sustituidos por el canto de los pájaros y el suave susurro del viento entre los árboles. Me maravillo ante la belleza que se despliega ante mis ojos, como si la naturaleza misma estuviera esperando mi llegada.

La carretera se estira interminablemente, como si estuviera tejiendo un camino hacia mi liberación. Los kilómetros pasan lentamente, pero cada uno de ellos me acerca un poco más a mi destino. Siento que las preocupaciones y las cargas del pasado se desvanecen con cada milla que queda atrás. Me despojo de la piel de la celebridad y me sumerjo en la esencia más pura de mi ser.

El sol brilla en el cielo sin nubes, llenando el paisaje con una cálida luz dorada. Me detengo en un área de descanso a lo largo de la carretera y bajo del automóvil. El aire fresco acaricia mi rostro mientras cierro los ojos y tomo una respiración profunda. Siento como la energía renovada fluye por mi cuerpo, revitalizándome y llenándome de determinación.

En este momento, tomo una decisión. Decido dejar atrás la sombra de Sarah y de todos los que me han utilizado para su propio beneficio. Decido tomar el control de mi propia vida y buscar la felicidad que tanto merezco. Miro hacia el horizonte, hacia la tierra desconocida que se extiende ante mí, y sonrío. No sé qué me depara el futuro, pero estoy lista para descubrirlo.

Con un corazón lleno de esperanza y una determinación renovada, regreso al automóvil y continúo mi viaje hacia Oakridge. Cierro los ojos por un momento, permitiendo que los recuerdos y las imágenes de aquel cuadro hermoso y detallado, lleno de sentimientos y amor, vuelvan a mi mente. Fue durante mis comienzos como cantante cuando me encontré con esa pintura, expuesta en una galería de arte en una ciudad que visitaba mientras estaba en mi primera gira como novata. Desde ese momento, el encanto de Oakridge quedó impreso en mi corazón.

Era obvio que el autor de aquella pintura había sido tocado por la magia de Oakridge. Cada trazo meticuloso y cada pincelada cuidadosa retrataban a la perfección las pintorescas casas de madera que se alzaban con encanto, envueltas en la nostalgia de tiempos pasados. Los jardines florecientes que las rodeaban estallaban en un mar de colores, con rosas delicadas y tulipanes danzando al ritmo de la brisa. Los árboles centenarios, majestuosos guardianes del pueblo, se alzaban con orgullo a lo largo de las calles empedradas, arrojando su sombra protectora sobre los transeúntes.

Pero lo que mas cautivaba en aquel cuadro era el río cristalino que fluía con suavidad, tejiendo su camino a través del pueblo. Sus aguas transparentes reflejaban los destellos dorados del atardecer, creando una sinfonía de colores que parecían salidos de un sueño. En sus orillas, la vida parecía detenerse por un instante, permitiendo a aquellos que se acercaban sumergirse en la paz y la serenidad que emanaba de su cauce. La suave melodía del agua al deslizarse entre las piedras era como un canto de bienvenida, susurrando promesas de renovación y encuentro con uno mismo. Y al fondo, casi imperceptible para las personas desinteresadas, pequeñas pinceladas simulando olas llamaron mi atención, una corriente de curiosidad creció en mí desde ese momento.

Durante años, esa imagen de Oakridge había sido mi refugio mental, un lugar de escape en medio del caos y el frenesí de mi vida como celebridad. En mis momentos de agotamiento y desesperanza, cerraba los ojos y me sumergía en ese paisaje imaginario. Soñaba con caminar por esas calles silenciosas, donde el único sonido sería el crujir de mis pasos sobre las piedras gastadas. Anhelaba sentir la brisa fresca acariciando mi rostro, mientras el aroma de las flores se entrelazaba con mi respiración. Imaginaba sentarme junto al río, escuchando el susurro tranquilo del agua, y permitir que mis pensamientos fluyeran libremente, encontrando la paz que tanto necesitaba. Soñaba con descubrir más allá de las olas, más allá de lo que la pintura me ofrecía.

La pintura era un tesoro, una ventana a un mundo de tranquilidad y serenidad que deseaba experimentar en carne propia. Pero en aquel entonces, cuando me encontraba en mis comienzos como cantante, el dinero no estaba a mi disposición para adquirirla. Y años después, al regresar, descubrí que esa obra de arte ya no estaba. En su lugar,, predominaban pinturas minimalistas y aburridas, sin una historia que contar y sin dicha de ese encanto que una vez me cautivó.

En mi calendario nunca tuve tiempo para ir a un pueblo totalmente desconocido. Sin embargo, ahora, tengo la oportunidad de hacer realidad ese sueño. Mientras conduzco por las tortuosas carreteras que se adentran en las montañas, puedo sentir la emoción creciendo en mi interior. Cada curva revela una nueva vista panorámica, donde la naturaleza se despliega en todo su esplendor. El verde vibrante de los bosques contrasta con el azul intenso del cielo, creando un paisaje de ensueño que parece sacado de una pintura. El aire fresco que se cuela por la ventana del automóvil trae consigo el aroma dulce de la naturaleza en pleno florecimiento. Me siento en armonía con el entorno, como si la propia naturaleza estuviera guiándome hacia mi destino.

El camino serpentea hacia abajo, revelando el lugar donde se encuentra Oakridge. A medida que me acerco, la sensación de estar dejando atrás todo lo conocido y adentrándome en lo desconocido se hace más intensa. La anticipación y el anhelo se entrelazan en mi pecho, generando una mezcla de nerviosismo y excitación. Finalmente, el cartel de bienvenida de Oakridge aparece a lo lejos. Bajo la velocidad del automóvil y tomo un momento para leer las palabras grabadas en él: "Bienvenidos a Oakridge, el refugio del alma". Esas simples palabras resuenan en lo más profundo de mí ser, como si el pueblo mismo estuviera susurrándome su promesa de paz y renovación.

A medida que me adentro en las calles de Oakridge, puedo sentir cómo la energía cambia. El ambiente es más relajado, sin la prisa y el estrés que solían acompañar mi vida cotidiana. Los edificios tienen un encanto rústico, y la gente camina sin afanes, deteniéndose a charlar y sonreír. Los comercios locales exhiben carteles coloridos y productos artesanales, y el aroma de pan recién horneado y café recorre el aire.

Encuentro un lugar para estacionar mi automóvil y bajo lentamente, saboreando cada paso. Observo a mi alrededor y me doy cuenta de que no soy reconocida aquí. Puedo pasear por las calles sin el peso de la fama y los flashes de las cámaras. Es liberador y, al mismo tiempo, un recordatorio de que estoy empezando de nuevo, dejando atrás la antigua Emily y abrazando la posibilidad de ser simplemente yo misma.

Decido explorar el centro del pueblo, permitiendo que mis pasos me guíen hacia donde el corazón me lleve. Paseo por una pequeña plaza adornada con bancos de madera y macetas rebosantes de flores. Me detengo frente a una fuente que emana suavemente el sonido del agua corriendo, como si estuviera compartiendo un secreto.

El sol se filtra a través de las ramas de los árboles, creando un juego de luces y sombras en el suelo de piedra. Me siento en uno de los bancos y cierro los ojos, dejando que la calma y la serenidad del lugar me envuelvan. Es en estos momentos de quietud que puedo escuchar mi propio latido y conectarme con mis verdaderos deseos.

Oakridge es la posibilidad de empezar de nuevo, un santuario lejos del bullicio y las exigencias del mundo exterior. Aquí, tengo la oportunidad de sanar, de redescubrir quién soy más allá de las etiquetas y los estereotipos. Es hora de tomar un descanso, de encontrar el equilibrio perdido.

Mientras el sol se pone lentamente y las luces del pueblo comienzan a iluminarse, una certeza se afianza en mi corazón. Oakridge será mucho más que un simple refugio; será el lugar donde encuentre mi propia voz, donde comience a escribir una nueva melodía llena de libertad, autenticidad y esperanza.

Al percatarme de el comienzo de un ciclo de personas apagando sus negocios para irse a casa, decido buscar un lugar donde descansar. Por lo que regreso a mi auto, hasta que mis ojos quedan cautivados por una posada encantadora, oculta entre la vegetación exuberante y con vistas que parecían salidas de un cuadro impresionista.

Al cruzar el umbral de la posada, un aroma suave a madera y flores frescas llenó el aire, envolviéndome en una sensación acogedora. El dueño, un hombre amable de cabello canoso y ojos cálidos, me recibió con una sonrisa genuina y me condujo por los pasillos de la posada hacia una habitación encantadora. La suave iluminación proveniente de las lámparas de noche creaba un ambiente íntimo y acogedor.

Los sonidos de la noche se filtraban a través de la ventana adornada con cortinas de encaje, añadiendo un toque de magia al espacio. El suave susurro del viento entre los árboles y el canto distante de los grillos creaban una sinfonía tranquila que envolvía la habitación.

El dueño se detuvo junto a la ventana y señaló hacia el pintoresco paisaje nocturno. ―Bonito, ¿no?,― comentó con una nota de orgullo en su voz. ―No es muy común recibir turistas en esta época del año, por lo que las actividades pueden ser limitadas. Sin embargo, si necesitas algo durante tu estancia, no dudes en decírmelo a mí o a mi esposa Margarita. Estaremos encantados de ayudarte en todo lo que podamos―

Le agradecí su amabilidad y sus palabras reconfortantes. Y luego de asegurarse que tenía todo lo que necesitaba, el dueño se despidió con una ligera inclinación de cabeza y se retiró de la habitación, dejándome sumergida en la paz de aquel refugio nocturno. Me dejé caer suavemente en la cama, sintiendo como el colchón abrazaba mi cuerpo cansado. Los pensamientos de la aventura que me esperaba al amanecer se entrelazaron con los susurros de la noche, mientras me dejaba llevar por un sueño tranquilo y reparador, sabiendo que mañana será el comienzo de mi nueva aventura en busca de la felicidad perdida.

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