Luego de un día agotador en la secundaria de California, los gemelos se dirigieron a la salida. Uno más feliz que el otro.

Faltaba poco para el verano y sus planes estaban definidos, solo faltaban las maletas.

Mabel Pines, con dieciocho años de edad, tomó su teléfono para arreglar con sus amigas, Candy y Grenda.

Su hermano se detuvo a hablar con dos amigos, por lo que nadie detuvo a la castaña de caminar sin rumbo fijando su vista en el teclado.

De repente, un escalofrío recorrió su espalda. Unos dedos fríos la hicieron levantar la vista. ¿Donde estaba?

No había suelo, ni cielo, solo oscuridad. Una luz emergió de la nada, la llama del fuego azul.

Sus pensamientos no tardaron en surgir, y el los escuchó.

Caminó por aquella oscuridad viendo todo, sintiendo todo. Ella sudaba aterrada, mientras que el sonreía divertido.

Sus dedos enfundados en negro rodearon agresivamente aquel pálido cuello.

—¿Me extrañaste?

Dijo burlonamente con su ahora grave voz. Su lengua saboreaba el pavor de la castaña, quien se liberó del agarre solo para presenciar mejor a la bestia que yacía frente a sus ojos.

—Admítelo, me extrañaste.