Si la añoranza matara
Si la añoranza matara, yo bajo tierra ya estaría,
enterrada en un ataúd, en una tumba oscura y fría.
Voy más allá; a este punto ya sería
una residente fija del Hades.
Allá tendría mi identidad, mi pasaporte, y múltiples hogares.
Para colmo, ya hubiera perdido mi forma humana
—aunque con tanto tiempo en la zona, eso es de esperarse.
Mi cuerpo un mero esqueleto; mi rostro desvanecido.
Mis manos ahora huesudas; mi atuendo, vetusto y antiguo.
Al menos esta fealdad tendría sus beneficios.
Zagreo sería mi hermano; Caronte sería mi amigo.
Y gracias a ellos, yo también tendría mi propio barco, linterna y remo,
para navegar los ríos que cruzan el inframundo, sin apuro ni miedo.
Sería feliz, siendo más un difunto, en este lejano reino.
Siendo otro perdido más, en ese submundo griego.
Y bebería copas diarias del Lete, para ver si te olvido,
obteniendo un momento de paz, luego de tantos absurdos vividos.
Luego de existir en vano sufriendo,
por un amor moribundo, por un amor traicionero.
No digo que habitaría en los campos elíseos.
Yo no soy, ni nunca seré, tan soñadora como Orfeo.
Y no digo que todo sería perfecto.
Pero si la añoranza matara, yo ya no sentiría este deseo
que todo lo consume y todo lo arruina,
de que seas mío de nuevo.
Y el no recordarte sería un enorme regalo;
sería un alivio tremendo.
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