Capítulo 28: Paseo
Ashton
Ya había hecho esa clase de cosas antes, pero nunca con una persona más adinerada y poderosa que yo.
Si Williams me descubría, simplemente les pagaría a unos matones para que me balearan y él saldría invicto, porque definitivamente nadie lo delataría.
Comencé a revisar sus cosas con cuidado de no moverlas mucho.
Esperaba que Williams no fuera tan precavido y perseguido como para llevarse hasta la llave de su cuarto de hotel mientras tenía que trabajar.
Por suerte, la encontré sobre una mesa llena de papeles, junto con su billetera.
Apenas la tuve en mis manos, salí por la ventana nuevamente y la cerré tal como estaba.
—Bien, vámonos —les dije a los demás.
Los tres nos alejamos con cuidado de no ser vistos y subimos al auto para ir de vuelta al Four Seasons.
Antes de bajar del auto, Alie se puso una peluca negra que parecía bastante real y le llegaba sobre los hombros. También se puso unos lentes cuadrados y se maquillo lo más que pudo para disimular sus facciones.
En cuanto a nosotros, ambos nos pusimos lentes de sol y nos cambiamos algunas prendas para que no se notará que éramos quienes habían estado antes, en caso de que revisaran las cámaras.
Los tres volvimos a entrar y debido a que el hotel tenía tantas habitaciones y oficinas, siempre había muchas personas que nos hacían pasar desapercibidos.
Con cuidado, entramos a una habitación en la que sabíamos que tenían los vestidores del personal y, con eso, unos uniformes que nadie ocupaba y estaban en caso de que alguien debiera cambiarse.
Alie tomó prestado uno de los uniformes y se quitó la etiqueta del nombre.
Además, tomó un carrito que se usaba para llevar el servicio a la habitación y salimos. Los tres siempre procurábamos mirar hacia abajo para evitar las cámaras y que nos reconocieran más fácil.
Alaska se alejó de nosotros para ir a los ascensores y subir a la habitación de Williams para fingir que iba a limpiar la habitación, mientras Gohan y yo nos encargaríamos de crear una distracción para que nadie la descubriera y reconociera que no era parte del personal.
Ambos estábamos por fingir una pelea, cuando el edificio se comenzó a sacudir.
—¡Terremoto! —gritó alguien.
La gente en el primer piso comenzó a correr a la salida y las de pisos más arriba comenzaron a bajar en estampida.
El personal del hotel intentaba explicar cómo debían actuar ante una emergencia como esa, pero a nadie le importó.
La verdad era que el sismo no era muy fuerte, había vivido unos peores en Los Ángeles, pero eso era porque en California estaba la gran falla de San Andrés, la que, si llegaba activarse, acabaría con San Francisco.
Suponía que Florida era menos sísmico, en especial porque la gente corría como demente sin ninguna precaución.
—Alie está en un piso alto —dijo Gohan—. ¿Crees que este bien?
—Hubo un terremoto horrible en Alaska hace un tiempo, debe saber que hacer en caso de un temblor —aseguré.
Al menos eso esperaba. Si Alie sabía mantener la calma, ese temblor era la mejor distracción que hubiera podido surgir, en especial porque los débiles cables de luz se habían cortado y las cámaras estaban fallando.
Yo sabía que no tardarían en volver a recuperar la energía, en especial porque el hotel tenía unos paneles solares arriba.
Cuando el temblor paró, una ambulancia llegó para llevarse a un pobre tipo que le había caído una de las estatuas encima y le había dejado la cabeza sangrando.
Entre todo el lío, Alaska apareció ya sin el uniforme y entonces las luces del hotel comenzaron a encenderse.
—Ah —suspiró Gohan—. ¿No es maravillosa la energía solar?
—Es sólo energía —dijo Alaska.
Ambos la miramos despectivamente.
—Parece que hay alguien aquí que no sabe que la energía solar es maravillosa, solo superada por la energía eólica —comentó Gohan.
—Sí porque...
—No, no es momento de sus ñoñeces.
—Bien, ya vámonos.
Los tres salimos del lugar entre el caos que aún había y subimos al auto.
—¿No te tomó por sorpresa el temblor?
—Algo —admitió—. Justo cerré la puerta y comenzó, pero he vivido unos peores. Alaska es parte del cinturón de fuego y los temblores son peores en el sur, donde estudie.
—¿Entonces pusiste las grabadoras?
Asintió.
—Puse una en la ventilación cerca de la cama, una en la luz del baño y otra debajo de uno de los sillones —explicó.
—Maravilloso. Ahora solo hay que esperar —dije, comenzando a conducir.
[...]
Marco se había enterado del temblor de seis grados que había ocurrido en Miami, por lo que me había llamado para saber si su pent-house estaba bien.
Luego de que le asegurara que todo estaba en orden con su departamento y su auto, preguntó si yo y los demás estábamos bien.
—Pues muerto no estoy —le dije.
—Ya me percaté de eso —dijo con un tono molesto—. De todas maneras, el edificio es antisísmico, no debería pasar nada terrible más que el movimiento.
—Okey, hablamos.
—Adiós.
Colgué la llamada y me fui a sentar en el sofá con los otros dos, dejando a Alie en medio.
—¿Aún no vuelve? —pregunté, refiriéndome a Williams.
Alie negó.
—Deben seguir grabando —dedujo.
Me quedé un momento en silencio pensando y mirando la televisión.
—¿Y si damos un paseo en la playa? —pregunté—. Lo que sea que Williams diga o haga quedará grabado y guardado automáticamente en tu celular.
Alie lo pensó un momento y entonces asintió.
Gohan levantó sus brazos en forma de festejo.
—¡Podremos usar la hierba!
—Pero es ilegal fumar marihuana aquí —argumentó Alie.
—Pero ya está oscureciendo y sinceramente, la policía tiene mejores cosas que hacer que arrestar personas por fumar en la playa —aseguró Gohan poniéndose de pie.
Yo asentí.
—Además, podemos buscar un lugar apartado para estar tranquilos.
—Está bien —accedió Alie—. Vamos.
[...]
El agua del Océano Atlántico era tan diferente a la del Pacífico. Era tibia y cristalina, además de que en ese momento las olas eran muy pequeñas.
—Debo decir que la Costa Este no está tan mal —confesó Alie—, pero la costa Oeste es superior.
Gohan y yo asentimos.
Los tres estábamos más familiarizados con el agua, el clima y otras cosas de la Costa Oeste y, aunque Miami tenía sus cosas maravillosas, preferiría mantenerme en Los Ángeles sin duda. Había nacido en Los Ángeles y moriría ahí.
Los tres nos habíamos sentado a la orilla viendo el atardecer, a un extremo de la playa, cerca de unas rocas grandes.
Gohan y yo habíamos llevado una mochila con comida, bebestibles y nuestra preciada hierba y una pipa para fumarla.
Ambos estábamos fumando y conversando, mientras Alie bebía una cerveza en lata y jugaba con la fina y blanca arena.
De pronto, vi a lo lejos un grupo de cinco chicos que caminaban en dirección a nosotros, lo que pareció poner algo nerviosa a Alie al principio, pero cuando vio que eran simples muchachos con patinetas, debió suponer que no eran peligrosos.
Pensé que nos preguntarían algo, hasta que Gohan los vio y se puso de pie rápidamente.
—¡Tú! —le dijo uno.
—Ustedes —dijo Gohan con una sonrisa nerviosa.
Yo miré a Gohan algo confundido.
—¿Los conoces?
—Técnicamente, esta hierba es de ellos... —respondió Gohan.
Peiné mi cabello hacia atrás y solté suspiro.
—¿Qué hiciste, Gohan?
—¡Ellos empezaron y eran cinco contra mí! ¡Era una pelea muy injusta y aún así gané!
—Ustedes no son de aquí, ¿verdad?
Al igual que Gohan, me puse de pie y tomé una actitud un tanto imponente, con la intención espantar a los chicos.
—No.
—No, venimos de un lugar mucho mejor donde la marihuana es legal —agregó Gohan.
—No me digan que son de California —dijo uno con un tono burlesco—. ¿Son chicos californianos?
—Sí —respondí orgullosamente—, como Katy Perry, pero no usamos sujetadores con pasteles o pelucas de colores.
—Y las nubes no son algodón de azúcar —se lamentó Gohan.
—Que extraño que no sean rubios.
—¿Y surfean? ¿O traicionaron su naturaleza?
Los chicos comenzaron a reír burlescamente, lo que provocó que Gohan y yo frunciéramos nuestro ceño.
En ese momento, Alaska se puso de pie y se alejó unos centímetros para no involucrarse en nada que yo sabía que no quería.
—¿Y tú qué? —le preguntó uno—. ¿Eres chica californiana?
—No, soy alaskeña.
Los chicos detuvieron sus risas. Probablemente no conocían ningún estereotipo de Alaska que pudiera ser una burla.
—¿Y vivías en una choza o en una tienda indígena? —preguntó uno después de un rato.
Todos comenzaron a reír, pero ella los miró confundida.
—Como se nota que no han salido de Florida, no conocen nada más que la playa y el bronceador —contraatacó.
Los cinco dejaron de reír y la miraron con seriedad.
—Y tú solo la nieve.
—No, ahora vivo en California —dije—. Conozco más lugares que ustedes y no me baso en estúpidos estereotipos.
Eso pareció molestar aún más a los chicos, por lo que Gohan guardó la hierba en su ropa interior para protegerla, al mismo tiempo que uno se le acercó a Alie amenazante.
—Parece que la Barbie quiere pelear —comentó.
Ella los miró extrañada.
Los que habían ido ahí con intenciones de pelear eran ellos, ella solo se había defendido y no había dicho nada lo suficientemente cruel para que se molestaran así.
Sin pensarlo demasiado, me interpuse entre ellos y mi novia.
—No te le acerques —advertí.
—¿Y si lo hago? —preguntó el chico, dándome un leve empujón.
Rodé los ojos y me agaché para tomar un puñado de arena en mis manos y se la soplé en la cara al chico, provocando que este retrocediera cubriendo su rostro con sus palmas.
El chico se comenzó a quejar de dolor y yo solo reaccioné a jalar a Alie de una muñeca, al igual que a Gohan, y comenzar a correr llevándolos conmigo.
El grupo de adolescentes comenzó a seguirnos, aunque el que tenía arena en los ojos iba mucho más lento y torpe.
—Alie, ¿qué tan rápido corres? —le pregunté.
—Cuando tenía diez saqué un segundo lugar en una carrera en la escuela.
—Qué bueno porque tendrás que ir más rápido —le dije, intentado apresurarla.
—Eso fue a los diez —me recordó—. Ahora peso quince quilos más y tengo senos que rebotan y duelen.
—Pues tendrás que sacrificarte porque esos tipos nos harán pedazos —aseguró Gohan—. Drogados eran pan comido, pero ahora están increíblemente lúcidos... bueno, quizás le ganemos al de la arena en los ojos.
Gohan y yo comenzamos a jalar a Alie para ir más rápido, pero sus piernas eran más cortas y menos musculosas que las de nosotros, por lo que no podía seguir nuestro ritmo.
Ya a los cinco minutos noté que a Alaska le comenzaba a faltar el aire. Era sorprendente que ella fuera más sana que nosotros, quienes fumábamos y bebíamos con frecuencia, y tuviera menos resistencia.
—Ya... no... puedo... más —dijo casi ahogándose y agarrándose el costado, el que probablemente le dolía.
—Bien, alto.
Me detuve y Gohan me imitó, pero los cinco adolescentes llegaron con nosotros en unos segundos.
—Esto se acabó —dijo el chico con los ojos enrojecidos por la arena que le había entrado.
Miré a Gohan de reojo y él asintió. Sinceramente, amaba poder comunicarme con él sin tener que usar palabras.
—Nos rendimos —dije alzando mis brazos.
Los cinco chicos se miraron extrañados. Suponía que no se esperaban eso... y Alie parecía que tampoco.
Uno de los chicos estaba por darme un puñetazo con confianza de que no me defendería, pero entonces me adelanté y le di una patada en la entrepierna.
—Era broma —dije divertido—. No somos tan fáciles.
Gohan y yo comenzamos a pelear a golpes con los cinco chicos, aunque dos de ellos estaban en mala situación: el de los ojos irritados y el de los testículos golpeados; por lo que no nos fue muy difícil acabar con los otros.
Luego de dejarlos a todos tirados en la calle, volví a tomar a Alaska la muñeca para correr.
Por suerte, los tres logramos llegar al edificio sin toparnos con la policía, algo que me preocupaba bastante.
—¿Creen que nos busquen por eso? —preguntó Alie asustada.
—Son cinco adolescentes skaters y marihuaneros, ni sus papás les deben prestar atención —aseguró Gohan, sacando la hierba de sus boxers—. Además, no los golpeamos tan fuerte.
—Sí, tampoco somos luchadores o fisicoculturistas —agregué yo—. A lo más, les quedarán moretones feos.
Alaska pareció sentirse más tranquila con eso. A pesar de que no parecían ser personas muy buenas y correctas, yo sabía que Alie no quería verlos lastimados de muerte.
—¿Y si vemos una película? —preguntó Gohan—. Hay una en Netflix que se ve bien...
Alaska y yo asentimos, por lo que fuimos a la sala para seguir bebiendo y fumando, mientras veíamos televisión.
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