Capítulo 16: Perforaciones
Podía notar a través del espejo retrovisor que Alie estaba un tanto nerviosa mientras íbamos en dirección a la residencia de la tal Karine Brown.
La chica vivía en un edificio de cinco pisos muy parecido al que habíamos habitado nosotros tres. Era viejo y algo feo, pero no era de lo peor.
Debido a que, como la mayoría de esos edificios, no había conserje, fuimos hacia la primera puerta del primer piso y tocamos.
Entonces, un hombre de quizás unos treinta años abrió y se apoyó en el marco de la puerta.
—¿Hola? —preguntó extrañado.
—Disculpe, ¿usted conoce a una chica que vive aquí llamada Karine Brown?
—Karine Brown... —repitió el hombre pensativo—. Ah, es la chica del número doscientos cuatro. A esta hora debe estar en su trabajo.
—¿Trabajo? —pregunté yo algo extrañado, pues era algo tarde para salir a trabajar recién.
—Sí, alguna vez me comentó que trabajaba en el bar de unas calles... el Bar Stone.
—Muchas gracias —agradecí.
—Un gusto.
Los tres volvimos al auto y yo conduje hasta el bar, al que entramos buscando con la mirada a una chica de piel oscura, alta y con el cabello lleno de rizos.
De pronto, encontré al objetivo detrás de la barra preparando tragos.
—Allá —les dije a los demás, apuntando a la barra.
Nos acercamos a la barra para sentarnos cada uno en un banco y cuando la chica se acercó a preguntarnos que queríamos para beber, yo hablé:
—¿Eres Karine Brown?
Ella me miró algo confundida.
—¿Nos conocemos?
—No, pero tú si conoces a Mike Williams, ¿no?
La chica quedó en un trance y luego comenzó a tomar las cosas con la que preparaba los tragos con nerviosismo.
—Eh, no... no se de quien hablan —mintió sin verme a los ojos.
Entonces, Gohan se entrometió en la conversación:
—Un productor muy famoso, al que cualquier actriz primeriza le encantaría conocer —sugirió.
—Pero yo no soy actriz —dijo con una risa forzada al final—. Y si no van a pedir un trago, no puedo seguir hablando con ustedes.
Yo rodé los ojos.
—Bien, danos tres margaritas —pedí.
—Está bien.
Karine comenzó a buscar los ingredientes y luego, comenzó a preparar los tragos.
—¿Por qué preguntan por él? ¿Son policías?
—No, claro que no —respondió Gohan—. De hecho, hemos tenido varios topes con la ley.
Eso pareció aliviar un poco a Karine y después de unos segundos de silencio, Alie habló:
—Si Williams ya destruyó tu carrera y oportunidades, ¿qué más te puede hacer? —preguntó Alie.
Karine bajó la mirada.
—No lo sé —susurró—. Y no quiero saberlo. Lo único que puedo decirles es que a veces desearía no haberlo rechazado...
—¿De qué hablas? —cuestionó Gohan—. Hubieras pasado por situaciones horribles.
Karine levantó la vista.
—Por lo que sé, no ha violado a nadie...
—Usar chantajes para obtener sexo es una forma de violación —aseguré yo.
Karine sirvió los tragos a cada uno y luego apoyó sus codos en la barra para soltar un suspiro.
—¿Cómo conocen ustedes a Mike Williams?
—Me está haciendo lo mismo que a ti —explicó Alie—, y creo que esto es algo que no podemos seguir permitiendo que haga.
—Williams es muy influyente, tiene muchos abogados a su lado y hasta he oído que ha comprado a algunos jueces —comentó—. Si quieren conseguir pruebas de que ha hecho algo, entonces van a tener que seguirlo de cerca porque nadie va a abrir la boca, menos las chicas a las que ha impulsado en la industria.
Los tres nos miramos algo complicados.
—En ese caso, será mejor que nos des tres margaritas y unos seis shots de tequila —dije al tomar en cuenta en que cada vez el lío sonaba peor.
—Me parece que vamos a necesitar incluso más —agregó Alaska, dando un suspiro al final.
Yo tomé su mano para apretarla por sobre la barra en forma de consuelo y Gohan, de otro lado, le dio golpecitos en la espalda.
—Concuerdo con Alaska, danos también unos manhattan —dijo Gohan.
Karine soltó una pequeña risa.
—En seguida.
[...]
Ya eran las cinco de la mañana cuando el bar estaba por cerrar y, debido a que estábamos muy ebrios por la cantidad de tragos que Karine nos había dado, no podíamos conducir.
—No vayan a conducir —nos pidió Karine, mientras limpiaba vasos y los demás subían las sillas a las mesas.
—No, no... —aseguré yo—. Vamos a irnos en un taxi y luego volveremos por el auto.
—Muy bien. Cuídense.
Los tres asentimos y nos bajamos de nuestros bancos para ir a la salida del bar.
Una vez a fuera, esperamos en la acera por un taxi, pero todos los que pasaban iban ocupados o no se detenían, y cuando intentamos pedir uno por la aplicación, esta no encontró conductores disponibles.
—Me aburro —se quejó Gohan—. ¿Y si caminamos?
Yo miré a Alie, quien se encogió de hombros y luego asintió.
—Vamos, entonces.
Comenzamos a caminar en la dirección que suponíamos que teníamos que ir, evitando pisar las líneas de la acera y balanceándonos de lado a lado por lo borrachos que estábamos.
De pronto, llegamos a una minimarket abierto las veinticuatro horas del días y Gohan, al ver las luces tan brillantes, nos insistió para que entráramos y compráramos algo de comer.
Mientras nos movíamos por los pasillos de la tienda, buscando algo que comer, pude ver que el guardia de seguridad nos estaba siguiendo muy atento. De todas maneras y, por más ebrios que estuviéramos, no pretendíamos robar nada.
—Uh, papitas —dijo Gohan, tomando un paquete—. Al canasto.
Alie llevaba una pequeña canasta para meter cosas, el cual llenamos de porquerías y luego fuimos a la caja a pagar y agregar unas malteadas (que por suerte traían pajillas de papel) para luego salir nuevamente a la calle y sentarnos a comer en un parque cercano.
Nos habíamos sentado en el pasto, rodeados de las bolsas de comida chatarra que habíamos comprado.
Terminamos de comer casi a las seis y entonces, volvimos a ponernos en marcha.
No muchos metros más allá, llegamos frente a otro local con luces coloridas, pero en este no se vendía comida, sino que piercings y tatuajes.
Gohan y yo nos detuvimos a mirar los mostradores de la tienda, la cual estaba abierta a esa hora.
—Mira, ese industrial está genial —dijo Gohan—. Tiene una serpiente.
—Sí —concordé—. No tengo uno así.
De pronto, Alie se puso a mi otro lado.
—No entiendo la gracia que tienen —comentó.
Gohan y yo la miramos horrorizados.
—¿Qué dices? —preguntó Gohan—. Espero que sea por la envidia de que tú no tienes ninguno y nosotros sí, y no por otra cosa.
—Yo no quiero uno —dijo Alie con seguridad.
Nosotros comenzamos a reclamarle molestos.
—Se te vería muy bien un hélix —le dije yo, tocando su oreja izquierda.
—¿Tú crees? —preguntó con un tono un tanto infantil.
—Sí, claro, y Gohan me apoya.
Gohan se asomó por detrás de mí para ver a Alie.
—Yo lo apoyo.
Alaska miró hacia arriba para ver las letras del local y luego miró el mostrador con las joyas de muestra.
—Está bien, pero solo uno —accedió.
Estaba seguro de que la Alaska sobria no hubiera aceptado perforarse una oreja, yo sobrio no se lo hubiera sugerido y Gohan sobrio no me hubiera apoyado... bueno, quizás Gohan sí.
—Y para que no estés triste y sola, yo también me haré uno —dijo Gohan—. Me haré uno en la nariz.
Yo asentí y, por la valentía de mis amigos, yo no podía acobardarme.
—Yo me haré otro en...
—En el pene —me interrumpió Gohan.
—No, idiota... será en mi oreja.
—Pero si ya la pobre tiene como siete porquerías —argumentó.
—La derecha —aclaré.
—Tanta diferencia no hay.
Quizás no, cinco y siete no eran la gran diferencia, pero un piercing más en la con menos haría que mis orejas pesaran más o menos lo mismo.
Los tres entramos al local de una vez por todas y hablamos con un hombre en el mostrador que tenía más tatuajes que cabello y más piercings que dedos.
Hablamos de las perforaciones que queríamos y pagué por ellas y las joyas que elegimos para que luego nos llevara a una habitación con otro sujeto.
El hombre era muy simpático, por lo que nos hizo sentir muy cómodos a todos, incluso a Alaska, quien era la más nerviosa.
Para que Alie no estuviera tan asustada, Gohan fue primero y luego yo.
Cuando Alaska oyó que yo emití un pequeño quejido al sentir la aguja traspasar mi oreja, se asustó un poco, por lo que debí explicarle que el piercing que iba en el trago de la oreja era uno de los más dolorosos.
Un hélix dolía bastante, pero tampoco era insoportable, por lo que Alie se sentó en el sillón que parecía de dentista y el hombre preparó su oreja.
—¿Lista?
Alie asintió.
—Respira hondo.
Ella hizo caso y entonces, el hombre le atravesó el cartílago con la aguja y rápidamente le metió la joya.
Alie solo se quejó un poco, pero después pareció feliz.
—No fue tan terrible —comentó.
—Te lo dijimos —dijimos Gohan y yo al unísono.
Cuando estábamos por salir del lugar, Alie vio en la pared algunos diseños de tatuajes.
—Miren, es para tríos —dijo apuntando uno.
Ambos nos acercamos a ver el diseño que señalaba y unos segundos después, el sujeto que había hecho las perforaciones apareció a nuestro lado.
—Sería genial para ustedes. Parecen buenos amigos —dijo.
Los tres nos dimos unas miradas de complicidad y entonces pregunté:
—¿Y cuánto costarían?
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