Capítulo III
-Tenemos el mismo anillo rojo, colocado en el mismo lugar, por el mismo lapso de tiempo. Que me golpeen y me digan que estoy loca. Pero esto es real.- dice Elizabeth con voz encantada aún mostrando su anillo a Christopher.
Él no lo puede creer y ella tampoco, es como si el mundo estuviera a favor de ellos dos, ella es una creyente del amor, el destino, y todas esas leyendas románticas, él no. Pero entonces porque de repente esta chica le empieza a fascinar tanto. ¿Por qué usan el mismo anillo y todo parece encajar?
Habrá una explicación lógica para lo que está pasando. Esa materia tan linda que la estampo en el suelo hace pocos minutos, puede ser el destino que ella ha estado esperando. ¿Y él, la habría estado esperando?
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Christopher.
De repente, él ya no tenía como objetivo jugar con ella, solo quería protegerla, como si el hecho de andar puesto el mismo anillo encendiera una llama de magia entre ellos, lo suficientemente fuerte para sentirse atraído uno por el otro.
Ahora que sigue. Pensó él, sin saber que decirle. Pero ella le ganó.
-Hoy cumplo diez años usando este anillo, e igual que tú, una anciana lo coloco ahí y jamás me lo he quitado.- ella lo mira fascinada. Entonces el amor y el destino si existen. Piensa Christopher, hay una forma de saberlo.
-¿Tú recuerdas algo más cuando la anciana te entrego el anillo?- pregunta Christopher curioso, porque él si recuerda que la anciana mencionó algo de dar un paseo por el parque, cuando encontrará a la otra persona con el mismo anillo.
Si me dice eso, mi corazón se congelará. Supone él, a la expectativa de lo que salga de esa boca encantadora.
-Sí, recuerdo que mencionó ir de paseo con la persona que tuviera el mismo anillo que yo.- pronuncia ella, viendo la cara de susto de él. -¿A ti te dijo lo mismo?- pregunta inquisitiva.
-Vamos.- dice Christopher levantándose de la silla.
-¿A dónde?-
-Al parque bonita. Descubramos el misterio de estos anillos.- dice indicándole que pase adelante para seguirla. Dejan las tazas de café vacías sobre la mesa y se dirigen a la salida. Él aprovecha para observar su cuerpo con más detalle.
Ella es bonita, no tiene un cuerpo de modelo, es algo gordita, pero tiene un lindo trasero, se ve muy bien a pesar de no ser delgada, es muy tentadora. Para Christopher es como una exquisitez prohibida. Como un fruto prohibido que dan ganas de comerla, entera.
Salen de la cafetería y deciden caminar al parque, ya que está cerca. Van por la calle con el aire pegándoles en la cara, y Christopher no sabe qué le pasa, siente un cosquilleo proveniente de la presencia de Elizabeth.
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Elizabeth.
En el camino Elizabeth se da cuenta del cuerpazo que lleva a la par, es una materia muy musculosa, musculosa en el nivel exacto para ella, una materia jodidamente sexy y magnética, una materia que ocasiona escalofríos en su piel, una materia inesperada y a la vez esperada.
Las ensoñaciones de Elizabeth terminan cuando llegan al parque y se dirigen a la banca donde la anciana les dio el anillo.
-Ahí es.- dicen al unísono. Y se quedan mirando. Luego ella empieza a carcajearse y él la sigue.
-Esto es aterradoramente excitante y placentero.- dice él, haciendo que ella se sonroje.
-Tenemos que esperar que algo pase. ¿Pero no sé qué es?- admite tímida, con la esperanza que él esté al tanto de la otra parte, pero la respuesta es igual de parte de Christopher.
Entonces como saber que esos anillos tienen algo que ver con ellos, o simplemente es una rareza en este mundo. Mientras el pensamiento fluye en sus cabezas él le dice algo inesperado para ambos.
-Me encantaría besarte.- dice sin preámbulos, Elizabeth se pone alerta, ¿Quiere besarme? ¡Quiere besarme! Repite en su cabeza, pero a ella le aterra que la toquen. Si es el indicado, te tocará y no sentirás consternación. Regresan otras palabras de aquella anciana. En la mente de Elizabeth solo corren emociones negativas. Miedo, terror, asfixia, pánico.
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