09 Los repugnantes gemelos Hewitt
—¡Esto es culpa tuya! —sentenció Sebastian más cortante que los dedos de Eduardo Manostijeras. Elizabeth se ruborizó de la cabeza a los pies en una mezcla de ira y vergüenza—. No tenías ningún derecho a aparecer en ese lugar, y mucho menos con las intenciones que lo hiciste. ¿Qué pretendías? ¿Que peleara con Lucy y fuera a refugiarme en tus brazos? ¿Querías hacerla enojar para tener el camino libre conmigo? Me das pena, Elizabeth. Realmente creí que eras diferente, pero ahora veo que no eres más que una niña egoísta, celosa y posesiva.
Las últimas palabras del rumano hendieron el aire como navajas, seguidas de un ominoso silencio. Todas las miradas se posaron sobre Sebastian, cuyo enojo era casi tangible. Layla —a quien la pelea le había venido de maravilla para recuperarse de los efectos del alcohol— sintió pena por su amigo, pues ella ya tenía algo de experiencia con un par de exnovias de Max, y sabía que la situación no era nada fácil de asimilar.
—Egoísta, celosa y posesiva —enumeró Elizabeth—. No creo que pueda recuperarme después de eso.
—Te lo mereces. —atacó Lucy por lo bajo, asegurándose de que su tocalla la escuchaba.
—Tienes razón. Lo lamento. —se disculpó la rumana, y se dejó caer en el suelo en un lugar apartado de los demás.
—Ya, pues dile eso a mi labio. —intervino Katherine. La herida de su labio inferior había dejado de sangrar, pero le había dejado una horrible marca que tardaría al menos tres días en cicatrizar.
—¿Podemos por favor no empezar a pelear otra vez? —intervino James, ganándose unas cuantas miradas de reproche.
—¿Qué pasa, Jamie? ¿Tienes miedo de que nos metan a la cárcel?
—Hero —se mofó Maddy—, ese a sido (por mucho) el peor chiste que has hecho en tu vida.
—Es que no era un chiste —replicó Hero en defensa de su orgullo—, era un pujo. Hay una pequeña diferencia.
—Lo que tú digas. —dijo Katherine.
—Juguemos a algo —sugirió Layla. Sus amigos la miraron como si les hubieran propuesto hacer una orgía. Era obvio que entre el sueño, el alcohol y los golpes recibidos ninguno tenía humor para jugar ni siquiera a "piedra, papel o tijeras"—. Venga, ¿acaso tienen algo mejor que hacer?
—Por favor, que sea un juego que no implique esfuerzo físico alguno. —dijo Max, quien hasta ahora había tratado de permanecer en silencio en pos de ahorrar energías. Aún no se recuperaba del golpe que había recibido en las costillas cuando uno de los sujetos rumanos lo había lanzado contra la barra.
—"Adivina el personaje" —dijo Lucy, olvidándose por un momento de todo el asunto con su tocalla del otro lado del mundo—. Una persona debe dar cierta información sobre un personaje de su elección y los demás deberán adivinarlo. Quien lo adivine recibe un punto y la oportunidad de ser él quien da la información. Si nadie lo adivina el punto es...
—Lucy, querida, todos hemos jugado a "Adivina el personaje". —intervino Madelaine deteniendo a su amiga, que guiada por la emoción había comenzado a hablar en carretilla.
—Empiezo yo —dijo Katherine levantando la mano como niña pequeña. El Club de los Mosqueteros se agrupó en un círculo en el centro de la celda y cuando todos estuvieron listos el juego comenzó—. Soy un detective muy famoso...
—¡Sherlock Holmes! —gritó Layla sin darle tiempo a la pelirroja para terminar de hablar. Katherine le lanzó una mirada asesina mientras disfrutaba diciéndole a la rubia que estaba equivocada—. Lo siento.
—Emm... soy un detective famoso con cabeza en forma de huevo y siempre uso mis pequeñas células grises. —continuó Katherine.
Antes de que los demás pudieran pensar James respondió.
—Ese es Hércules Poirot. Lo siento, amor, pero me acabas de regalar un punto. Mi turno. Soy gay, toco el piano y la reina de Inglaterra me otorgó el título de caballero.
—¡Elton John! —exclamó Lucy—. Ok. Soy el hombre más rápido del mundo.
—Usain Bolt. —adivinó Sebastian con mucha seguridad.
—Barry Allen. —dijo Max casi al unísono.
—Mmm... Admito que la información fue un poco ambigua, pero la respuesta correcta es Barry Allen.
—¡Sí! —gritó Max mientras hacía un extraño baile para celebrar su victoria sobre su compañero rumano, olvidándose por el momento del punzante dolor que sentía en las costillas—. Sólo diré cinco palabras —y las dijo en un extraño tono meloso—: Hey, how are you doing?
—Eh... Esa ha sido la peor imitación de Joey Tribiani que he visto en mi vida —se burló Lucy—. Y créeme, he visto unas muy malas.
El italiano volvió a sentarse en su lugar decepcionado y el juego continuó. De una manera única el Club de los Mosqueteros convirtió una noche en prisión en una especie de pillamada, demostrando una vez más que para ellos no importaba el lugar siempre y cuando estuvieran juntos. Los rumanos se dedicaron a observar con rostros ceñudos y miradas de extrañeza la manera en que el peculiar grupo de americanos pasaba el rato. Finalmente Elizabeth comprendió que jamás recuperaría a Sebastian, no cuando parecía tan feliz rodeado de sus amigos. Y su novia... Los hermosos ojos claros del chico, al mirarla, jamás resplandecerían de la forma en que lo hacían cuando veían a Lucy. Lo mejor que podía hacer era desaparecer de sus vidas.
Antes de que pudieran darse cuenta de que había amanecido un oficial de la policía praguense apareció al otro lado de las barras para ponerlos en libertad. Los jóvenes americanos dejaron atrás la comisaría decididos a no volver a repetir aquella experiencia jamás, a pesar de no haberla pasado tan mal. Una vez fuera Sebastian perdió de vista a Elizabeth, tal vez para siempre. Se supone que esto debía alegrarle, pero no podía evitar sentirse como un capullo por las cosas que le había dicho.
«Realmente creí que eras diferente, pero ahora veo que no eres más que una niña egoísta, celosa y posesiva»
Tal vez ella había sido un poco inmadura, pero él se había comportado como un completo imbécil. Y eso era algo que jamás se podría perdonar.
—¿Una carrera? —propuso Layla interrumpiendo sus pensamientos—. El último en llegar lava la ropa sucia del primero durante dos semanas.
Los demás aceptaron el desafío encantados y echaron a correr.
Después de estar despiertos toda la noche era algo sorprendente que los jóvenes americanos corrieran como si los estuviera persiguiendo el fantasma de Amy Winehouse en dirección a sus habitaciones. Ninguno quería ser el último, pues Hero era el más rápido y la perspectiva de tener que lavar su ropa durante dos semanas no era precisamente agradable. Una mujer en el lobby los saludó con un amable «buenos días» y una inclinación de cabeza, pero apenas si había terminado la frase cuando la estampida humana ya estaba subiendo las escaleras.
Hero fue el primero en llegar al final del pasillo, como era de esperarse, pero al girar a la derecha el suelo se movió bajo sus pies y el chico inglés acabó con la espalda sobre el piso y sin aire en los pulmones. Sus amigos (que afanados por no querer quedar de últimos casi lo atropellan) encontraron al chico retorciéndose de dolor en medio de un pasillo completamente inundado.
—¡Hero! —exclamó una consternada Madelaine mientras se arrodillaba junto a su prometido para socorrerlo.
—Se ve mal —murmuró Layla en tono malicioso al ver que su amigo a penas se movía y miraba a su alrededor con desconcierto—. Al parecer se golpeó la cabeza. ¿Ven la cara de idiota con que nos está mirando? Tal vez haya perdido la memoria.
—¡Layla! —la reprendió James enseguida.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Katherine, que se había unido a Maddy en la tarea de auxiliar al accidentado.
—M... Mejor. —respondió Hero aún jadeante.
—¿Mejor? —inquirió Max levantando una ceja en un gesto sutilmente femenino. Hero, a pesar de la fatiga, no pudo evitar la sonrisa furtiva que se dibujó en sus labios.
—Mejor no preguntes. —respondió para luego dejar escapar una carcajada que indicaba que se había recuperado por completo. Los demás no pudieron dejar de reír ante la broma.
—No, retiro lo dicho —se autocorrigió la rubia—. Sigue siendo el mismo sinvergüenza de siempre.
—No se si me preocupa más el hecho de que Hero haya citado a «El pianista» o que nadie además de mí se haya dado cuenta. —apuntó Lucy con cierto deje de decepción.
—En realidad yo también lo noté —dijo James volviéndose hacia la castaña—, pero no dije nada porque creí que había sido el único.
—«El pianista», ¿eh? —Layla le dedicó una mirada acusatoria a Hero, que se acaba de levantar del suelo con la ayuda de Sebastian—. Ya sabía yo que ese chiste había sido demasiado gracioso para haberlo inventado tú.
El inglés respondió al comentario de la rubia enseñándole el dedo del medio en un gesto grosero. La puerta junto a ellos se abrió en ese momento y una encargada de la limpieza apareció en el umbral para informarles que la inundación se debía a que los rociadores anti-incendios se habían activado accidentalmente en todas las habitaciones de ese pasillo. Eso significaba que no podrían acceder a sus habitaciones hasta que las afectaciones fueran solucionadas. Tras varias promesas de que en menos de tres horas el servicio de habitaciones habría cambiado las sábanas mojadas por otras secas y reemplazado cualquier objeto que hubiese sido afectado por el agua la mujer desapareció de su vista.
...
Sebastian, Lucy y Layla decidieron bajar a por unas bebidas para matar el tiempo. Pronto fueron atraídos por la música proveniente del área de recreación y se acercaron para echar un vistazo.
—¡Bingo! —exclamó Layla emocionada como niña pequeña. Habían varias personas esperando en la fila para comprar sus tarjetas para el juego. La rubia se volvió hacia sus amigos para tratar de convencerlos con aquella cara tierna que nunca fallaba con Max—. ¡Yo quiero!
—¿Cómo decirte que no si tus pucheros me derriten el corazón? —accedió su mejor amiga encogiéndose de hombros. Sebastian hizo una mueca de dolor mientras echaba un vistazo a las aproximadamente tropecientas personas que habían en la fila.
Después de más de media hora en la que parecían no avanzar de lugar los tres americanos lograron hacerse con las dichosas tarjetas y entraron al área de recreación para conseguir asientos. Se trataba de un espacio bastante amplio junto a la piscina, con varias sillas dispuestas en torno a un escenario.
—¡Maldita sea! —masculló Layla fijándose en dos personas que estaban sentadas en el lugar por donde ella y los demás debían pasar. Enseguida tomó a sus amigos de las manos y prácticamente los arrastró a un sitio aparte.
—¿Qué te pasa? —inquirió Sebastian viendo como los lugares que había previsto ocupar en una de las primeras filas eran robados por una pareja de ancianos.
—Lucy, no mires, pero ¿ves a esos dos chicos de allí?
—Si no puedo mirar no creo que vaya a verlos. —se mofó la castaña.
—Bueno, está bien. Puedes mirar, pero con disimulo.
Desgraciadamente las palabras «con disimulo» no formaban parte del vocabulario de Lucy, quien casi se partió el cuello para descubrir a qué venía tanto misterio por parte de su amiga.
—¡Los veo! ¡Los veo! —exclamó emocionada—. Layla, ¿qué es lo que hay que ver?
—No puede ser. Como chismosa no te ganas ni la merienda —la reprendió la rubia, y señaló con un poco de indiscreción el lugar en donde se encontraba la pareja de jóvenes—. Son...
—¡Bianca y Benjamin! —gritó Lucy estupefacta.
Como si hubieran sido invocados los aludidos se giraron hacia el lugar de donde provenía aquella voz que tan bien conocían. Sebastian los observó completamente confundido y las L&L dejaron escapar al unísono un gruñido de enfado con el mundo por haber puesto a aquellos dos en su camino después de tanto tiempo.
Se trataba de dos antiguos compañeros del colegio, los insoportables gemelos Hewitt. Bianca era lo que se denominaba un grano en el trasero, siempre arrastrándose detrás de James a pesar de que este ni siquiera la miraba. Su hermano Benjamin era igual de pedante, o peor, porque una vez que comenzaba a hablar ya no había quien lo callara.
—¡Lucy! —exclamó la chica.
—¡Y Layla! —dijo el chico.
—¡Y un desconocido sexy! —terció su hermana.
Aquello sólo sirvió para acrecentar la frustración de las L&L, porque precisamente una de las cosas que más odiaban de sus antiguos compañeros del colegio era la exasperante forma en que uno siempre completaba las oraciones del otro.
—Necesito un tomacorriente. —murmuró la rubia St. Clair mientras los gemelos caminaban en su dirección.
—Ya somos dos —respondió su amiga antes de volverse hacia los recién llegados—. ¡Chicos, cuánto tiempo sin verlos! ¡Qué alegría encontrarlos aquí!
Sebastian dejó escapar una risita burlona ante la hipocresía de su novia y aprovechó la situación para divertirse un poco.
—Cariño, ¿no vas a presentarme a tus queridos amigos?
—Por supuesto —intervino Layla, quien nunca se había molestado (como Lucy) en fingir que aquellos dos le caían bien—. Bianca y Benjamin, él es Sebastian, el novio de Lucy. Sebastian, ellos son Bianca la claria y Benjamin el parásito. Luego te cuento por qué los apodos.
—Mucho gusto. —saludó la chica ignorando por completo el comentario de Lucy.
—¿Y qué hacen aquí? —preguntó Lucy.
—Bueno, vinimos de vacaciones... —contestó Benjamin con evidente emoción.
—A la misma ciudad que ustedes... —secundó su hermana.
—Y nos estamos hospedando en el mismo hotel que ustedes. ¿No es genial? —concluyó el chico.
—Sí, increíble. —dijo Layla con sarcasmo mientras se alejaba en busca de un lugar donde sentarse.
Con aquellos dos allí el juego de Bingo resultó ser una verdadera tortura. Todo el tiempo se lo pasaron hablando por lo bajo sobre cómo había sido su vida desde que terminaron el colegio (cosa que a nadie le interesaba), y cuando se cansaron de hablar de sí mismos se dedicaron a impertinentear a las L&L con todo tipo de preguntas estúpidas. Layla —cuya ira estuvo a punto de hacerla explotar— creyó que alejarse con la escusa de ir al baño le daría un descanso de aquellas tortuosas voces; pero ni siquiera así tuvo un minuto de paz, porque Bianca —a pesar de las rotundas negaciones de la rubia— insistió en acompañarla.
«¡SOS en el área de recreación! Bianca y Benjamin están aquí. No creo que pueda aguantar mucho más. ¡Sácame de aquí!»
—Chicos, tenemos un problema. —anunció James mientras les mostraba el mensaje de Layla a los demás.
—¿Quiénes son Bianca y Benjamin? —preguntó Hero.
—La peor pesadilla de Layla. —respondió Max, que también había recibido el mismo sms.
—Sí, yo los recuerdo —asintió Maddy—. Bianca se derretía por James, yo diría que demasiado, pero él no tenía ojos para nadie que no fuera Katherine.
La aludida se sonrojó ante el comentario de su amiga.
—Esto es una emergencia— sentenció Max, y todos los músculos de su cuerpo se tensaron mientras buscaba a James con la mirada—. Tenemos que sacarla de ahí.
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Hola. Un saludo y una disculpa para aquellas personas que siguen esta historia. Tardé tropecientos años en escribir este capítulo pero al final lo logré. Espero que les haya gustado. @xHielox espero que hayas adivinado en quién está basado el personaje de Bianca porque lo creé especialmente para ti. No olviden dejarme su voto si les gustó este cap, nos leemos pronto. Bye.
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