04 Let It Be
La primera noche en Praga fue un poco chocante por el cambio de horario, las diferencias del clima, y el paso de dormir en sus camas a una habitación de hotel. Pero todo esto resultó trivial cuando los chicos bajaron a desayunar y vieron a un joven sentado al piano. Era la primera vez que desayunaban con música en directo, y fue increíble. Layla y Lucy insistieron con tanto ahínco en que Madelaine le pidiera el número de teléfono al joven pianista que la pelirroja terminó acercándose a él con timidez. Bastaron unas cuantas palabras por parte del joven para que Madelaine cayera casi rendida a sus pies, pero no porque era encantador y apuesto, sino porque la chica no entendía nada de lo que decía.
-Nota mental -dijo al regresar-: No intentar ligar con un praguense a menos que tenga un traductor a mano.
Madelaine se veía recuperada, sin ninguna señal de todas las lágrimas que había derramado la noche anterior en los hombros de sus tres amigas, y eso era bueno.
Cuando llegó la hora de empezar el recorrido todos fijaron la vista en James, que estaba concentrado leyendo un folleto de los lugares más importantes de Praga que había adquirido en la recepción.
-¿Por qué me miran así? -preguntó el rubio al levantar la vista.
-Bueno -contestó Sebastian-, tú eres «don folleto», así que estamos esperando a que nos digas a dónde iremos primero.
-Oh, claro -asintió James-. Pero no vuelvas a mencionar la palabra «folleto». Suena como si fueras a decir «follar». Mejor llamémoslo «guía para turistas».
-Como quieras. -dijo Katherine con una risita tonta.
Como no estaban muy familiarizados con el transporte praguense los chicos decidieron hacer el recorrido a pie, de esa forma disfrutarían mucho más del viaje. El primer lugar interesarse que vieron fue la isla de los cisnes, un pequeño lago que se formaba con las aguas del río Moldava, donde decenas de blancos cisnes revoloteaban bajo el Sol matutino. Su estancia fue corta, pues James insistió en que habían muchísimos otros lugares más interesantes para ver.
-¡¿Qué es eso?! -gritó Layla, sorprendiendo a sus compañeros.
Se habían adentrado un poco más en Malá Strana, Ciudad Pequeña, según James. Se encontraban en una pequeña plaza adoquinada, y lo que llamaba la atención de la rubia era una escultura que se erguía en el centro. Se trataba de una fuente con la forma de la República Checa, y sobre ella, uno a cada lado, habían dos hombres de piedra orinando. Las estatuas giraban hacia los lados, y los supuestos hombres esparcían su pis -que en realidad era agua- por doquier. Aquella imagen provocó risas en el grupo, y todos se acercaron a echar un vistazo.
-No lo puedo creer. -dijo Lucy en tono de burla.
-¿A qué cabeza de chorlito se le ocurre hacer una escultura de dos hombres haciendo pis? -preguntó Madelaine-. Si me hubiese preguntado me habría ofrecido como su modelo.
-Bueno, tal vez el escultor buceaba en otras aguas -sugirió Sebastian-, si sabes a lo que me refiero.
-Sebastian, por favor, deja de inventarte teorías sobre la sexualidad del escultor -lo regañó James-. Por supuesto que esos dos hombres fueron puestos ahí con un propósito. Aquí dice que significa que los hombres de Oriente y de Occidente se orinan en el país cuando quieren.
-Ah -dijo Katherine, como si acabara de caerse de un enorme árbol y se hubiese golpeado en la cabeza-. Por eso la fuente tiene la forma del país.
-Claro, tiene mucho sentido. -dijo Max.
-¿Qué haces? -preguntó James cuando vio que Sebastian caminaba en dirección a la fuente, con aire socarrón. El joven se paró justo en el borde, y como si fuera la cosa más espontánea y natural del mundo comenzó a orinar dentro.
-No puedo creer que esto esté pasando. -dijo Katherine, y ella y Madelaine se alejaron avergonzadas.
-Yo no puedo creer que mi novio esté haciendo el ridículo de esta forma -concordó Lucy, y luego se dirigió a Sebastian-. ¿Eres gilipollas? Puede aparecer cualquiera y verte, ¿no te das cuenta? ¿Era tan urgente que no podías esperar hasta que encontráramos un baño?
-Si ellos lo hacen -respondió Sebastian señalando a las estatuas que lo acompañaban-, ¿por qué yo no?
Lucy, escandalizada, se fue aproximando cada vez más y cuando estuvo lo suficientemente cerca empujó a Sebastian por la espalda. Mientras el rumano chapoleteaba sus amigos no podían parar de reír. La fuente no era muy profunda, pero sí lo suficiente como para empapar al chico, que asesinó a su novia con la mirada mientras salía de aquel revoltijo de agua y orina.
-¿Serás canalla? -se quejó mientras trataba de escurrirse un poco. Sus vaqueros estaban completamente empapados, y tuvo que quitarse la chaqueta y escurrirla para poder volver a ponérsela.
-Te lo tenías merecido, eso que acabas de hacer ha sido muy inmaduro -lo regañó Lucy-. ¿Qué edad tienes, quince años? ¿Quieres que la policía praguense te arreste por orinar sobre su país? Me lo habría esperado de Max, pero no de ti.
-Oye -protestó el trigueño-. Eso dolió.
-Ya basta -interfirió James, quien había permanecido abstraído de la discusión; le preocupaba más que apareciera alguien y viera a Sebastian, que estaba como acabado de salir de una ducha, pero con ropa. Probablemente si los vieran pensarían «Americanos»-. Sebastian, es cierto que pudiste haber evitado eso de antes, aunque si lo hubieras hecho no habría sido tan divertido. Y Lucy, tú tampoco debiste haberlo empujado.
-Está bien -admitió la castaña-. Como diga, señor juez.
Las risas estallaron otra vez en el grupo, era cierto que en cada pelea que tenían James siempre acababa interfiriendo en nombre de la paz y de la integridad física de los involucrados. Las dos pelirrojas, que se habían distraído mirando unos relojes en una vitrina, regresaron junto a sus amigos después de un rato.
-Si ya terminaron con su "The Morning Show" creo que debemos seguir con el recorrido. -sugirió Madelaine, quien seguía pensando en aquellos relojes y en cuánto le habría gustado que Hero le regalase uno.
Apartando esos pensamientos de su cabeza la pelirroja siguió a sus amigos a través de varias calles llenas de tiendas de artesanía. Sebastian, a pesar de la humedad de su ropa, disfrutaba de las vistas. En cierto modo Praga le recordaba a su país, Rumania, y allí, rodeado de tanta arquitectura evocaba los más felices recuerdos de su infancia. A cada paso sobre las calles adoquinadas de la ciudad bohemia se sentía más en casa, y se prometió a sí mismo que en las próximas vacaciones iría a visitar a sus padres, cosa que no había hecho en tres años.
-Por aquí -dijo James mientras los guiaba por entre varias tiendas-. Estamos a punto de presenciar algo único.
Por el apretón que le dio a su mano, Katherine supo que su novio estaba poseído por esa alegría infantil que lo caracterizaba. Entonces recordó por todo lo que había tenido que pasar James, lo rápido que había tenido que crecer luego de la muerte de sus padres, y recordó que el chico había tenido tiempo para ser niño, porque la vida lo había obligado a madurar. Entonces sostuvo su mano con fuerza, contenta de que James tuviera un momento para sentirse niño, y más contenta aún de estar ahí con él en ese momento.
-Bienvenidos a la calle más estrecha del mundo. -dijo James con dramatismo, y los chicos se detuvieron frente a un pequeño callejón entre dos construcciones que a penas tenía espacio para que pasase una persona a la vez.
-¿La más estrecha del mundo? -preguntó Madelaine mientras examinaba el callejón con ojos curiosos-. Interesante.
-¿Qué estamos esperando? Hay que cruzarla -dijo Sebastian-. No vinimos aquí sólo a mirar, ¿verdad?
Como aquel callejón era tan angosto sólo había paso en un solo sentido, así que los chicos tuvieron que esperar a que un pequeño semáforo se iluminará de verde indicándoles que podían pasar. Uno detrás de otro, en una fila india, los miembros del club caminaron emocionados por la estrecha calle hasta que Layla, que iba en medio de todos, comenzó a gritar.
-¡Quiero salir de aquí! -gritó, y sus amigos detuvieron la marcha, dejándola encerrada entre dos paredes, Madelaine y Sebastian-. ¡Me quedo sin aire! ¡Que alguien me saque de aquí de inmediato!
-Layla, tranquilízate -intentó calmarla Madelaine-. Ya casi estamos saliendo, sólo sigue caminando, no te detengas.
-¡No puedo caminar cuando me falta el aire! -volvió a gritar la rubia, y con los ojos cerrados comenzó a hacer gestos teatrales en el poco espacio que tenía. Intentó derrumbar la pared que tenía enfrente, obviamente sin éxito, y cuando se dio cuenta de que la única vía para salir de ahí era avanzar entonces retomó la marcha.
Cuando todos estuvieron fuera la rubia volvió a abrir los ojos, y casi se echa a llorar de felicidad al darse cuenta de que su terrible pesadilla había acabado.
-Recuérdeme no ir junto a Layla la próxima vez que hagamos algo como eso. -se quejó el rumano.
-No habrá una próxima vez -recalcó Layla de inmediato-. La próxima vez que entre en un lugar cerrado así de estrecho será cuando me metan en el ataúd.
-No sabía que fueras claustrofóbica. -dijo Lucy mientras observaba los edificios a su alrededor.
-Tampoco yo. -respondió la rubia.
Los miembros del club continuaron su recorrido por Malá Strana haciendo exclamaciones cada vez que veían algo interesante, y riendo por lo bajo cuando alguien le lanzaba miradas indiscretas a un empapado Sebastian, que bajaba la cabeza avergonzado y luego los fulminaba con la mirada. Habían muchas cosas que ver en Praga. Era una ciudad hermosa, y sobre todo cargada de historia. El siguiente lugar que visitaron se los demostró.
Desde una distancia de tres cuadras se podía ver a una considerable multitud reunida en torno a algo colorido que ninguno pudo distinguir hasta que estuvieron más cerca. Sólo entonces se dieron cuenta de la magestuosidad de aquel lugar. Un joven tocaba la guitarra mientras cantaba Let It Be, y decenas de personas agrupadas a su alrededor tarareaban al compás de las notas de John Lennon. El muro que se erguía frente a ellos estaba lleno de grafitis con dibujos y frases que simbolizaban la libertad. Las personas escribían sus nombres sobre el muro, dejando su huella en Praga para siempre; porque no importa si luego venía alguien más y escribía sobre esos nombres, todos y cada uno de ellos permanecerían allí, ocultos bajo cientos de capas de pintura en spray, pero ahí. En la parte más alta del muro estaba pintada la cara de John Lennon, junto a una frase que resaltaba por encima de las demás.
«IF YOU LOVER, IF YOU HATER, IF YOU TROUBLEMAKER, WE LOVE YOU ANYWAY»
Debajo de aquella frase había un dibujo de varias manos sosteniéndose unas a otras.
-Es el muro de John Lennon -dijo James mientras leía lo referente a ese lugar en su guía para turistas-. Utilizado durante años como símbolo de la igualdad y la libertad de expresión.
La imagen de aquel muro impactó a todos los chicos, quienes lo recorrían con la vista de un lado a otro con la intención de no perderse nada, dejando que sus ojos se llenaran con la hermosura de lo que sin duda constituía una exquisita obra de arte. James sacó su cámara y tomo varias fotografías, incluyendo una en la que salía el joven guitarrista que le aportaba un aire espiritual al lugar. Lucy se acercó con timidez al muro, y como si temiera romperlo, posó sus dedos con delicadeza sobre él. Sintió la pintura sobre sus dedos, aún fresca; pero había algo más. Había algo que le transmitía innumerables ondas de energía positiva, algo que la hacía querer quedarse allí para siempre, una atracción hacia aquel lugar que sólo un verdadero fanático de The Beatles, un verdadero entendedor de las letras de John Lennon podía sentir, y ella lo era, al igual que su madre lo había sido. Se enjugó los ojos al darse cuenta de que varias lágrimas amenazaban con salir, ante el recuerdo de su madre cantando en la cocina las canciones del británico.
-Lucy, ¿qué te ocurre? -James se acercó a su amiga y depositó una mano sobre su hombro. Enseguida la castaña se giro para abrazar al rubio, y cuando se sintió segura en sus brazos comenzó a llorar.
-Mi madre... solía cantarme sus canciones. -dijo entre sollozos.
-Está bien -dijo James mientras trataba de tranquilizarla-. Te entiendo. Ven, vamos a hacer algo que te hará sentir mejor.
El rubio dejó a su amiga con Sebastian y se dirigió hacia un hombre que empujaba un carrito con sprays, compró uno y regresó otra vez con ella.
-Vamos a escribir el nombre de tu madre, ¿quieres? -dijo James, y le ofreció la pintura a Lucy. Ella la tomó con las manos temblorosas y luego de tomarse un tiempo deletreó el nombre de su madre sobre el muro.
«VIVIAN SCARLETT»
Sus amigos la observaban orgullosos de aquel homenaje que la castaña le hacía a su madre. Sabían cuánto le costaba tan sólo recordarla, así que comprendían perfectamente lo doloroso que era estar en un lugar que tenía sus huellas por doquier.
-Deberíamos inmortalizar este momento. -sugirió Katherine, y tomó el spray para dibujar los nombres de cada uno de ellos sobre el muro. Luego fue Layla quien lo tomó, y escribió una frase que los marcaría para siempre a todos.
«AQUÍ ESTUVO EL CLUB DE LOS MOSQUETEROS: TO INFINITY AND BEYOND»
Hola!!! En este capítulo quise hacer un pequeño homenaje a la Vivian real. Gracias, eres como una segunda madre para mí, porque nadie me ha dado mejores consejos que tú.
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