Metro.

Lunes por la mañana, invierno, hora pico en el metro de Tokio.

Una combinación idónea para que la oficinista Kagome Higurashi estuviera llegando tarde a su trabajo, y es que el frío la hacía renuente a salir de la cama mientras su reloj biológico todavía no regresaba al horario japonés. Aunque si apresuraraba el paso tal vez podría tomar el tren que la dejaría con tiempo justo para ingresar a la empresa.

Se aferró a la doble correa de su bolso, equilibrando sus pasos por la escalera mientras los bajaba de dos en dos, una interesante hazaña debido a los tacones de diez centímetros con los que solía ir a la oficina. Luchó contra reloj tanto como pudo, sin embargo los parlantes de la estación anunciaron "Puertas cerrándose"

Apretó los labios vislumbrado a escasos dos metros como las hojas metálicas se unían, estiró el brazo deseando poder alargarlo lo suficiente para detenerlas, sin embargo fué inútil. Hasta que ocurrió un milagro. O al menos eso parecía en su desesperada situación.

Una mano grande salió entre las puertas justo antes de cerrarse, gracias al obstáculo el circuito actuó automáticamente para reabrir el transporte. Con renovada energía se impulsó hasta quedar frente a la entrada. Donde para su sorpresa, el caballero que impidió el cierre se bajó dejándole su sitio en aquel apretado vagón. No esperó respuestas, el joven dió un paso hacia afuera impulsandole con suavidad hasta su antiguo puesto. Solo entonces las puertas completaron el sello hermético con ella dentro.

Observó la figura através de la ventana, distinguiendo una cabellera albina y larga, como la de un angel que vino en su rescate. Gracias a ese chico pudo evitar problemas en su ttrabajo

Por la noche, cuando volvió a casa, llevaba una gran carpeta de folios abrazada, debido a su estancia en Europa durante algunos meses, debía entregar reportes sobre el proyecto empresarial que fué a supervisar.

Observó el reloj de su celular anunciando cuatro para las once. El día se pasó volando; afortunadamente compró algo para la cena antes de ingresar al metro.

Debido a al afloje en el agarre de las hojas, estas se desacomodaron a punto de caer. Hizo algunos malabares para no tirar ni su celular o la carpeta, pero en medio de todo las correas de su bolso bajaron desde su hombro hasta el doblez de su brazo dificultando la tarea, cuando repentinamente alguien sujetó sus folios firmemente para dejarla reorganizar sus pertenencias. Afianzó los dedos alrededor de la correa e introdujo el móvil nuevamente a su abrigo.

Levantó la vista para agradecer a su salvador encontrándose otra vez con ese cabello platinado, además de unos irises ambares que rayaban lo dorado. Debía ser un verdadero angel, uno enviado para ayudarla hoy. Sonriendo pronunció un "Gracias" Muy quedito estirando las manos para tomar los papeles una vez más, sin embargo el muchacho de aspecto divino solo le señaló la manija danzante de arriba, invitándola claramente a sujetarse.

Para evitar la conmoción hizo caso a sus palabras, para cuando salieron del metro obtuvo sus cosas de vuelta mientras el desconocido se alejaba. Meditó por unos seguinos antes de ir tras él —Oye, gracias por lo de ahora y lo de la mañana— dijo poniéndose al corriente con sus pasos.

—No hay porqué— minimizó.

Kagome sonrió aún más —Si no has cenado y si te gusta el emparedado de ciabatta ¿Te molestaría si te invito?— él se detuvo, tal vez era una apresurada decisión, sin embargo no sabía si volvería a verlo. Encantada con su afirmativa se acompañaron hasta una tienda de conveniencia donde también ordenaron café.

Lo que nunca esperó, fue que el muchacho era su nuevo vecino y lo encontraría casi a diario en el metro.

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