Galleta.
—Muévete, niña fea de nombre extraño— Con esas palabras, Renkotsu empujó a una su compañera de curso en el pasillo. Los niños de primaria a veces eran demasiado honestos con sus pensamientos.
Kagome trastabilló apenas logrando no caerse. Recientemente se había mudado y era nueva en la escuela, extrañaba a sus amigos con los que solía almorzar y jugar durante el descanso, con los que podía hablar alegremente. En este sitio todos los niños eran demasiado apáticos ¿Por qué mamá la cambió? Podía vivir con Sango y sus padres, si la extrañaba mucho podía visitarla.
Ella no lo comprendía en absoluto.
Cuando se terminaron las clases, lo único que quería era volver cuanto antes a casa. Sin embargo, el mismo compañero fastidioso pasó a un lado cuando se dirigía a la salida, esta vez logrando derribarla. El impacto le provocó una raspada en las rodillas e inevitablemente rompió en llanto.
—¡Oye!— escuchó la voz de un niño detrás de ella, además de pasos veloces acercándose —¿Estás bien?— preguntó él agachandose a su altura. Era un pequeño de cabello blanco u ojos grandes, tan hermosos como el oro mismo —Dame la mano— le ofreció para ayudarle.
Conmovida por su amabilidad, Kagome se sujeto del niño para ponerse en pie. Observó sus rodillas manchadas de sangre queriendo llorar más. Su ayudante no supo cómo reaccionar a su llanto comenzando a sacudir las manos desesperadamente —No, no llores— incapaz de detener las lágrimas, buscó rápidamente en su mochila el empaque de galletas caseras que no terminó durante el almuerzo —Oye ¿No quieres una galleta?— ofreció. Su madre siempre lo hacía sentir mejor con una de estas cuando él estaba triste o le ponían las vacunas.
Al verlo con el postre en las manos, Kagome mermó lentamente sus sollozos. Aún conteniendo algunas lágrimas apretó los labios asistiendo con la cabeza. El niño sonrió ampliamente acercando el recipiente en su dirección para que tomara una —Por cierto eres nueva ¿Verdad? Nunca te había visto, me llamo Inuyasha— dijo convirtiendo sus ojos en dos lunas crecientes debido a la alegría de frenar sus lágrimas.
La pequeña sonrió de vuelta —Gracias, me llamó Kagome— respondió sujetando la galleta con ambas manos, posteriormente le dio una mordida encontrando un exquisito sabor a chocolate. Como parte de un entendimiento tácito ambos se encaminaron a la salida. No obstante, ella parecía tener problemas para andar normalmente.
—¿Te duele mucho?— cuestionó Inuyasha observando sus rodillas, ante su afirmación tomó la mochila de Kagome para llevarla él mismo—Acompañame con mi mamá, ella siempre trae benditas— dijo señalando la puerta, de esa manera ambos se volvieron amigos.
Kagome contempló el álbum fotográfico con diversión. Quién iba a saber que se enamoraría de ese niño por una inocente galleta. Mucho menos adivinar que estaba a punto de casarse con él veinte años después.
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