8. De vuelta a la acción

Las Damas Letales no eran lo que la gente pensaba, tampoco lo que ustedes habían creído, eran mucho más que eso. Las Damas Letales eran un peligro. Durante su juventud fueron agentes de C.O.M.B.A.T., una agencia secreta dedicada al servicio de la nación. Ellas eran las mejores en su clase, precisas en sus misiones y letales como el nombre que llevaban, de ahí que su propio jefe, Mister Fatality, las delegara como un grupo de élite al que se les asignaban las misiones más importantes.

Ahora, luego de muchos años inactivas, una nueva amenaza requería que el pensionado grupo volviera a la acción.

La Reina X y su red de secuestradores habían estado operando durante meses en Pizzalia, extorsionando familias y sembrando un temor violento en todos los habitantes. La ciudad nunca había tenido un panorama tan tétrico.

Aunque las Damas Letales se mantuvieron al margen todo ese tiempo, alejadas de las armas y el mundo del espionaje, eran conscientes del peligro que representaba el emerger de la siniestra banda. Chencha había iniciado un proceso de reconocimiento con el nuevo jefe detrás de C.O.M.B.A.T —Mister Brutality, hijo del también retirado Fatality—una vez Katherin le contó quiénes eran en realidad Isabel Cristina y Pablo Julio, pero ahora la situación requería medidas más directas.

—Esto es personal —declaró Chencha, cruzada de brazos frente a la pantalla.

Carmen había accedido a las cintas de seguridad de la casa, era la experta en sistemas dentro del grupo y por más que los años avanzaban ella no dejaba de sentirse una con las computadoras. Hacía mucho tiempo que Chencha había instalado cámaras por todos lados. A través de ellas fue que pudieron ver con claridad cómo ocurría el secuestro de su familia; su vecino Pablo era quien lideraba la banda, sus hombres amordazaban a Katherin y a los niños, mientras que Mongol arrojaba a Harrison adentro de la furgoneta.

—¿Cuál de esos desgraciados es tu vecino? —preguntó Carmen—. Para partirle la nariz cuando lo tenga en frente.

—Él. —Señaló—. Su nombre es Pablo Julio. Según me informó Mister Brutality, cuando accedió a su archivo personal pudo confirmar que es paisa de nacimiento, sin embargo, el maldito está limpio de antecedentes. Ahora, su mujer, no la veo en la grabación, pero no me cabe duda de que también esté involucrada en esto. Ella sí es una farsante, de acuerdo a Brutality, Isabel Cristina no existe. Su identidad es una mentira, construida a partir de documentos falsos. Los demás hombres son un misterio.

—¿Cuál es el plan? —preguntó Rita.

—No tenemos más pistas que el video, desconocemos su paradero, estamos en un callejón sin salida —dijo Margó.

—Cuando Katherin me contó lo que vio, dijo que estuvo en Basura Vill, ahí es donde deben llevar a las víctimas —respondió Chencha.

—Agh, ¿Basura Vill? —replicó Rita—. Con razón llevan meses en esto, es una pocilga plagada de delincuentes, sabes que ni la policía entra ahí.

—Eyy, cuida tus palabras —replicó Carmen—. Sabes que soy de Basura Vill, y como yo también debe haber gente buena.

—No te ofendas, Carmen, pero cuando eras niña Basura Vill no era entonces ni la mitad del basurero que es hoy día.

—Katherin de alguna manera se arriesgó y terminó descubriéndolo todo —siguió Chencha—. Pero me temo que no fue lo suficientemente cuidadosa, ahora toda nuestra familia está en peligro.

—En otra época podría hackear el sistema de vigilancia de la ciudad y seguir el recorrido del auto hasta su paradero en Basura Vill, pero hace años que no practico, estoy jodidamente oxidada —murmuró Carmen.

—A no ser que busquemos pistas por nuestra propia cuenta —comentó Chencha, con la vista puesta en la ventana.

—Lectura térmica nula —informó Margó, en sus manos apuntaba hacia la casa del frente con un aparato de luz roja en sus manos. Ella y Ben se habían estado encargado de inspeccionarla—. Despejado.

—La casa está vacía, podemos proceder —concluyó Ben.

—Damas Letales... y Ben, andando, tenemos una misión que cumplir. Por el bien de los Sierra Lapuerta, y por el bien de Pizzalia y todas sus familias.

Harrison recuperó la visión en cuanto Pablo le arrebató la bolsa de la cabeza, miró a los lados, desorientado: Katherin, Theo y Vivi An estaban en el mismo cuarto decadente, en condiciones igual de deporables a la suya: atados a una silla metálica y con una cinta cubriéndoles la boca.

El coloso que lo había sumido en la inconsciencia se encontraba parado frente a la única puerta aparente, inmutable cual autómata.

—Vaya, vaya —habló una mujer cuya voz conocían bien.

Pero esa vez, no sonaba como antes, se mostraba como era en realidad: gutural, con una ternura falsa e impostada. Era severa y a la vez distante y fría, una combinación mortal que les produjo un desasosiego intenso.

El golpeteo de los tacones retumbaron entre la oscuridad hasta que la luz tenue la definió: era Isabel, la temible Reina X.

—Pero si toda la familia está reunida. —En sus labios pintados de negró se formó una sonrisa—. ¿No es acaso nuestra idónea reunión de vecinos? Ahora, aprovechando que estamos juntos, preguntaré una sola vez. —Se cruzó de brazos, con la mirada puesta en la Agente Lapuerta.

Harrison se sacudió en su puesto cuando vio a Pablo acercarse a su mujer, él le arrebató la cinta con ferocidad, haciéndola lanzar un grito doloroso.

»Para quién trabajas.

—Ya no hablas paisa —reconoció Katherin—. ¿Eso también era una farsa?

Pablo desefundó su arma y le dio un golpe con la culata, voltéandole abruptamente el rostro a un lado. Harrison y Vivi An se movieron impetuosamente entre balbuceos.

—Esa no fue la pregunta.

La sangre empezó a gotearle por la frente. Isabel, mientras tanto, caminó hacia la mesa a un costado del salón, abrió una botella y se sirvió vino en una copa.

—Katherin, Katherin, ¿crees que volveré a tomarte como una tonta rubia artificial? —Dio un sorbo—. Sé sincera conmigo, querida, y posiblemente deje a tu dulce mami vivir —tentó.

—¡Ni se te ocurra hacerle daño, bruja desgraciada!

Pablo le apuntó a la frente. La amenaza se sentía más que real para la Agente Lapuerta, el corazón le latió al millón. Isabel volvió a sonreir ante el temor creciendo en su prisionera.

—Cuida tus palabras, querida. No hablas con Isabel tu vecina, hablas con la Reina X, ¡la soberana del bajo mundo en Pizzalia! —exclamó orgullosa con una mano tendida.

—¿Y quién se supone que es Pablo? ¿Tu perro faldero?

Pablo respondió golpéandola en el estómago. El aire en los pulmones de Katherin se vació al instante, lanzó un grito ahogado en un vano intento por recuperarlo. Theo dio un sobresaltó en la silla, el pequeño desbosbordaba un mar de lágrimas, mientras que su padre y su hermana hervían de la impotencia.

—Llámame Alfil, perra, mano derecha de la Reina.

—Querida, no hagas esto más difícil para ti ni para tu familia. ¿Quién te envió? —Hubo silencio, lo único que obtuvo de Isabel fue una mirada violenta—. ¡Responde! ¿El FBI? ¿La CIA? ¿MI6? ¿Interpol?

—Nadie, no me envió nadie —murmuró sin aliento.

—Mientes. —Le dio una bofetada—. ¿En serio piensas que me creeré que una ciudadana común y corriente montaría un sistema de inteligencia en nuestra contra? Muy innovadoras tus habilidades de camuflaje, querida, pero me temo que no fueron suficientes.

—Te digo la verdad. Nadie me envió.

—Descubrir el rastreador en mi auto fue toda una hazaña, ¿sabés? —habló Alfil—. Sos buena, Katherin Lapuerta, debo reconocerlo, aunque sinceramente fue decepcionante que no ofrecieras resistencia. Ahora estás aquí, resistiéndote a nosotros. ¿En dónde te entrenaron? ¿Siria? ¿Afganistán? ¿Rusia?

—Pizzalia, imbécil —contestó con un gruñido.

O.K. Si así es como quieres jugar —comentó la Reina X—, entonces hagámoslo... Mongol.

El guarda avanzó con el pecho en alto hasta Harrison, y, sumado en un silencio inquietante, hizo chillar la silla hacia lo oscuro. Harrison volvió a forcejear entre balbuceos.

—¡Nooo! ¡Déjalo, no le hagas daño, por favor! —suplicó con ojos llorosos.

—Debiste pensarlo antes de desafiarme, Katherin. Ahora tu marido y tu madre pagarán las consecuencias.

En cuanto el grupo atravesó la calle, la entrada a la casa de los vecinos no fue un problema, la cerradura cedió con un disparo láser del brazalete metálico de Ben. Chencha lanzó una patada y la puerta se abrió, sus músculos no dolieron tanto como pensó que lo harían, agradecía en lo profundo a su nalgón entrenador del Gatúbelas Ardientes Gym por mantenerla en forma. Con la casa a su disposición, Carmen arrojó una pequeña esfera al interior, se mantuvo en el aire y voló por toda la casa, en el trayecto liberaba una luz escaneadora.

—Despejado, no hay señales de trampas sorpresa —informó mientras chequeaba en la tableta el avanzar de la esfera.

Rita y Margó entraron con sus armas listas.

—Despejado —alertó Rita.

—La lectura térmica estaba en lo correcto, no hay nadie aquí —siguió Margó.

—Eso nos dará tiempo para buscar —habló Chencha—. Inspeccionénlo todo, busquen en cada rincón, cualquier pista, por mínima que sea, nos puede llevar con mi familia.

Los abuelos asintieron y se desplegaron por la casa, pasaron algunos minutos en la búsqueda cuando Carmen dio un aviso desde la biblioteca.

—¿Qué tipo de idiota le pone una cámara a una pizza? Dios, es tan obvio que está en la rodaja de peperoni.

Carmen arrojó el artículo mientras blanqueaba los ojos.

—Espera. —Margó lo atrapó a tiempo—. Si es una cámara, entonces podemos jaquear la grabación. Cualquier llamada, cualquier mensaje cifrado que escuchemos puede ser una pista.

—Oh, Katherin, eres una genio —contestó Chencha con una sonrisa que le iluminó el rostro derso, ganándose miradas confusas de sus compañeros—. Mi hija les obsequió la pizza como regalo de bienvenida, en realidad solo lo hizo para espiarlos.

—Por eso decía que quien puso la cámara en la pizza era un maldito genio —agregó Carmen.

—Está bien, no la juzgo, es principiante. El espionaje lo lleva en la sangre, y aunque mi babe no está enterada sobre qué me dedicaba en realidad, no puedo negar que algo debía heredar de su madre. Ahora, su idea será nuestro boleto de...

«All night I'll riot with you, I know you got my back and you know I got you. So, come on, come on, come on, let's get physical», sonó el celular de Chencha.

—¿Dua Lipa? ¿En serio? —cuestionó Margó—. ¿Por qué no me sorprende?

—Sí, sí, ya todos sabemos que para ti solo existe la única e inigualable Whitney Houston con su I Wanna Dance With Somebody —cantó Chencha en respuesta.

—¿Quién es? —quiso saber Ben—. Puede ser importante.

—Número privado —contestó con ligero asombro.

Rita le indicó con un movimiento de cabeza que contestara.

—Aquí nona.

Inocencia Lapuerta —habló una voz distorsionada—. Tenemos a tu familia.

—¡Oh, Dios, no! Por favor —fingió llorar mientras colocaba el altavoz. Hizo señas a Carmen, ella empezó a teclear en su tableta—, no les hagan daño, se lo suplico, les daré lo que quieran, solo dejen a mi familia tranquila, por favor.

Esta noche, a las nueve en el Banana Royal Club, durante la gala benéfica antisecuestros. Debes llevar 500 dólares.

—¿Quinientros dólares? —sollozó—. Es demasiado, solo soy una abuela vieja e indefensa.

500 dólares por cada miembro de tu familia que quieras tener devuelta.

—Clemencia, por favor, ¿de dónde podría sacar tanto dinero en tan solo unas horas?

Carmen alzó su tableta en dirección a Chencha, en la pantalla titilaba un punto verde en un mapa.

Ahora es tu problema. Tú decides quién vive y quién no.

¡Espera!, ¿y cómo sabré a quién debo darle el dinero?

Lo sabrás en su momento. Tic toc, abuela. —Colgó.

—Los tengo —confirmó Carmen con una sonrisa maliciosa.

—Margó, pediré prestado a tu marido, tenemos unas gala a la cual asistir. —Sonrió

—Es todo tuyo, amiga mía, solo recuerda devolvérmelo en una sola pieza —contestó Margó.

Chencha cruzó miradas con Ben y luego asintió.

—Las demás de ustedes, Damas...

—A por esos hijos de perra —contestó Carmen.

Minutos más tarde, el equipo se terminaba a arreglar en el armario secreto de Chencha.

—Yo me encargo del gigante —dijo Ben mientras guardaba dos cuchillos y una pistola en su cinturón. El abuelo ya vestía con un elegante traje negro tomado prestado del armario de Harrison Sierra. Sobre el chaleco táctico se colocó la camisa blanca y el saco.

—Eso estará por verse, querido, nada nos asegura que King kong asista a la gala.

Chencha enfundó un arma en la pistolera negra recién ajustada en su muslo derecho. Lo ocultó bajo la abertura en su brillante vestido largo carmesí y luego dio una vuelta frente al espejo, mientras cubría sus hombros con un suntuoso abrigo de plumas negras.

Finalmente, Rita, Margó y Carmen posaron al tiempo, las tres vestían un mismo traje: todo de negro y ajustado a su cuerpo, con chaquetas de cuero por encima, pero con ligeras diferencias entre ellas. Margó estaba equipada con bastones negros cruzados tras su espalda, Rita ocultaba dagas y cuchillos peligrosamente en los lugares menos esperados, Carmen sostenía una tablet y llevaba lentes tácticos en lugar de sus usuales gafas oscuras, aunque estaba perdiendo la visión, con ellas podía ver mejor que cualquiera.

El equipo de espías avanzó a paso lento.

—Demostrémosles que se metieron con la familia equivocada.

¡Tal como lo prometí! Doble actualización.

Este capítulo va dedicado a Zaidy1104 ;)

¡Nos leemos el finde con las dos últimas partes y el epílogo!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top