7. Una loba a punto de salir

El caminar de las Damas Letales fue lento y glamuroso. Chencha, Rita, Margó y Carmen se robaban las miradas en su trayecto al cine del Cherry Girls Centro Comercial. Una salida de su prestigioso grupo de élite requería que su vestir estuviera a la altura de su nombre, incluso Margó lo sabía, y por eso no tuvo reparo en usar un atuendo que la camuflara entre ellas, no quería verse como la abuela aburrida de suéter bordado a mano.

Y si bien estaban en sincronía, Chencha era quien resaltaba por su estilo único y energía vibrante.

No les importaban las miradas, eran las Damas Letales, y, juntas, eran imparables. El mundo de antes lo sabía muy bien, ahora era momento de continuar su legado marcando tendencia en el tiempo de los millennials.

—¡Abuelas, usen algo de su edad! —gritó un hombre de unos veinte años.

—Cierra la maldita boca —alegó Carmen, lo suficientemente fuerte para achantarlo—. Si ese fuera el caso, tú deberías llevar puesto el pañal sucio del kínder.

Carmen chasqueó el dedo con estilo y volvió al grupo, así caminaron hasta llegar al cine. No tuvieron que hacer fila, eran las Damas Letales, solo necesitaron mostrar sus tarjetas vip. Sorprendentemente, no las dejaban entrar, el vendedor alegaba que las películas eróticas no eran aptas para señoras de su edad, y todos sabemos muy bien cómo terminaría esa conversación...

—¿Disculpe? —cuestionó Chencha, indignada—. ¿A caso nos está tratando decir que estamos muy viejas para ver Las mil sombras de Sir Jerom?

—Que yo sepa leer, ahí dice más de dieciocho años, y le puedo asegurar, joven... Patrisky —leyó Margó de su uniforme—, que mis amigas y yo los cumplimos hace mucho tiempo.

—Señora, es que...

—Es que nada, muchacho —siguió Rita—. Pensé en darte mi número, pero ahora lo único que te has ganado, es que llame a tu superior.

—Así es —apoyó Carmen—. ¡Queremos hablar con el que está a cargo! Pondremos una queja.

El joven amplió los ojos con miedo, una gota de sudor comenzaba a bajar por los ligeros rastros de acné en su rostro. La mirada furiosa que le lanzaban las Damas Letales lo intimidaba por completo.

—Por favor, señoras, no es necesario que...

—¿Sabe quién soy? —inquirió Chencha con furor—. ¡¿Sabe cuántos seguidores tengo en Instagram, muchacho?! Estoy muy, MUY furiosa —enfatizó mientras sacaba su celular—. Y en este momento, ¡haré que los seguidores de este lugar empicen a bajar de mil en mil!

—Señora, le insisto, las normas...

—¡Hey, babes! —habló hacia su celular—. Aquí su nona Chencha...

—Damas, ¿sucede algo? —Llegó un hombre traje. Solo así Chencha bajó su arma más letal.

El vendedor intentó negar, su superior se le acercó con una sonrisa falsa mientras le apretaba el hombro como si quisiera estrangularlo.

—Sí —contestaron en coro con marcado disgusto.

—Este hombre, —Señaló Carmen—, se niega a vendernos las entradas porque dice que soy negra.

El apretón sobre su hombro fue más fuerte.

—Señor, le juro que yo...

—Y además, nos dijo que debíamos estar en un asilo y no aquí —agregó Rita.

—¡Se burló de mi blusa! —Margó dejó escapar lágrimas de cada ojo—. Y me dijo que su perro vestía mejor. —Sollozó.

Patrisky soltó un quejido por el dolor intensificándosele en el hombro, sentía los dedos de su jefe penetrarle sus músculos.

—¿Sabe quiénes son ellas, Patrisky?

—No, señor, pero en serio, yo solo...

—Pues deberías. —Rio, en serio que deseaba matarlo en ese momento—. Ella es Chencha, la nona más extraordinaria que alguna vez llegarás a ver en tu vida, y sus amigas, las inigualables Damas Letales. Entrégales sus entradas ahora mismo, Patrisky —ordenó.

Patrisky las vio sonreír con malicia; en secreto chocaban sus puños y luego los apartaban con las manos extendidas, victoriosas.

Anoten esto: nunca se metan con las Damas Letales.

—Sí, señor. —Las entregó.

El jefe les sonrió como si nada malo hubiera pasado.

—Que disfruten su película, señoritas —añadió con una sonrisa grande.

—Gracias, swetie, es usted un hombre muy razonable —dijo Chencha, extendiéndole la mano con elegancia—. Le aseguro una buena reseña en mis stories. —Le guiñó, luego dirigió una mirada pícara al vendedor—. Bye, bye, Patriskyyy.

Las Damas Letales batieron sus cabellos mientras les daban la espalda. Cuando estuvieron lejos de su vista, el superior de Patrisky le lanzó una última mirada mortal.

—Estoy despedido, ¿verdad? —preguntó en susurro.

Luego de comprar los combos más grandes de comida y ubicarse en sus asientos, un corto documental comenzó a proyectarse, las Damas Letales lo vieron con todo el respeto que lo triste del filme merecería, era la historia de vida de unas mujeres que habían sido secuestradas meses atrás en la ciudad. Había sido demasiado desalentador, el tratar de pensar en todo el sufrimiento que asolaba a aquellas familias les provacaba un desasoiego nefasto; para Chencha en especial, fue más bien un temor latente por el bienestar de su familia, por los costos que ocultar aquella información podría traer.

Luego lo gris del panorama quedó atrás, cuando siguieron los trailers ya las palomitas estaban por acabar.

—Que comience esto rápido —comentó Chencha—. Hay una loba en esta sala, y esta que muere por ver al galán de Sir Jerom en acción.

—Literal, mujer —contestó Carmen—. No me leí todos esos libros pornosos para nada. Espero que el final no decepcione porque entonces me voy a molestar demasiado.

—Por dos —siguió Margó—. El Sir Jerom de los libros tiene ese picante que tanto nos enloquece. Ayyy, ojalá mi Ben fuera como él.

—Por tres y al infinito y más allá —finalizó Rita—. Con solo verlo en el trailer ya se me está haciendo agua la boca.

Sí, las Damas Letales también decían literal, seguían el por y leían libros más dieciocho. Ya saben que son nonas modernas, espero que no los asombrara demasiado.

Avancemos a unas horas más tarde, Ben había pasado a recogerlas como acostumbraba, si bien era quien les acolitaba todos sus encuentros a las Damas Letales, prefería no interrumpir colándose en ellos, sabía que eran salidas de chicas, que no encajaría al cien, además, también sabía a la perfección que les faltaba un tornillo. Aun así, se prestaba para lo que quisieran, como cantar a todo pulmón mientras conducía a su segunda mujer después de Margó: Ruby, su convertible rojo.

—Ya viene, ya viene —avisó Rita, emocionada por completo.

—¡Pero hice toro ese llanto por nara! —corearon con poses de raperas—. ¡Ahora soy una chica mala! And now you kickin' and screamin', a big toddler. Don't try to get your friends to come holla, holla.

Y así siguieron hasta que...

—¡Pero si le ponen la canción, le da una depresión tonta!

El convertible rojo de Ben se estacionó frente a la casa de Chencha, los había invitado a quedarse un rato y comer algo, pero, en el momento en que bajaron, todas las risas se extinguieron cuando vieron la puerta derribada y notaron las marcas de neumático en todo el césped.

—Mi familia... —Chencha corrió al interior tan rápido como pudo.

Las Damas Letales cruzaron miradas cargadas de horror y le siguieron el paso.

Chencha retrocedió con la mano puesta en el corazón, habían señales de lucha en la casa. No le quedaba duda lo que sucedía.

—Mi familia... —murmuró atemorizada—. Se los llevaron...

Margó la sujetó poco antes de que Chencha se desplomara en el suelo, se aferró a ella con un apretón de manos.

—Se los llevaron, Margó... —Se soltó en llanto en el hombro de su amiga—. Esos infelices se llevaron a quienes más amo en este mundo.

—Ay, mi niña... Tranquila, Chencha —dijo mientras le sobaba la espalda—. Todo saldrá bien, los encontraremos.

—Tiene razón, sabes que no vamos a permitir que nada malo les pase. Estamos contigo, siempre, hasta el final —comentó Rita.

Chencha asintió en silencio. Retomó la compostura de poco en poco y limpió sus lágrimas, apartándose de Margó.

—¿Tienes idea de quién pudo haber hecho esto? —inquirió Rita—. Es claramente parte del modo de operar de los secuestradores en la ciudad, ¿pero tienes una pista?, ¿algo?

—Sí —contestó Chencha desde la puerta, lanzaba una mirada asesina hacia la casa del frente—. Los vecinos.

—¡Esos malditos hijos de perra! —bramó Carmen—. Van a pagar haber hecho esto. Sabrán por las malas que no somos de las que se arrodillan y lloran en televisión. Se metieron con las nonas equivocadas.

En ese instante Ben entró, sus dedos estaban pintados de carbón.

—El olor es fresco, la tinta aún se siente caliente... fue hace poco —informó.

—Solo hay algo que podemos hacer —habló Rita, cruzando asentamientos firmes con sus amigas.

Las Damas Letales tronaron sus tacones en su ascenso por las escaleras. Entraron a la juvenil habitación de Chencha, ella era quien coronaba la fila, Ben las seguía. Todo allí era de tonos rosa pastel y extramadamente acolchonado, desde la cama hasta los poofs. Siguieron más allá de la gigantesca peinadora con luces, hasta llegar a un espacioso clóset donde colgaban todos los atuendos, carteras y zapatos de la nona.

Chencha y su compañía se detuvieron en medio.

—Bíbidi Bábidi bu.

—Voz reconocida, Inocencia Lapuerta. Contraseña correcta, accediendo —retumbó por el clóset una voz computarizada.

De inmediato la pared del fondo empezó a separarse poco a poco. Mientras que puertas y ventanas se bloqueaban, el arsenal de armas y objetos de alta tecnología quedaban a la vista en el cuarto oculto, donde, entre otras cosas, resaltaba un cuadro de las Damas Letales en sus tiempos de juventud, vestidas con trajes tácticos ceñidos al cuerpo.

Las nonas y Ben se mantuvieron allí de pie, mirándose con una expresión decidida.

—Buscaron a la loba, ahora va a salir a cazarlos —habló Chencha—. Es tiempo de volver al trabajo.

¡Comienza la acción!

Aquí es donde les pregunto qué les pareció ese final. ¿Lo vieron venir? ¿Los tomó por sorpresa? Muajaja. Estaré leyendo sus reacciones. 

Este capítulo va dedicado para eliasevers. Se me están acabando las personas para dedicar, jajaja, quedan tres capítulos más y el epílogo. Si aún no te he dedicado uno y te gustaría, no dudes en pedirlo.

Y no piensen que los dejaré así en ascuas, en contados minutos viene otra actualización. El viernes tendremos dos más y el sábado concluiré con el epílogo. 

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