4. No te metas con un Sierra Lapuerta
Vivi An y Theo podrían tener sus diferencias y pelear entre ellos cada tanto, pero cuando más se necesitaban, estaban ahí el uno para el otro. De eso se trataba ser hermanos: saberse perdonar y continuar juntos como si nada hubiera sucedido. Meterse con un Sierra Lapuerta era peligroso, Terry Jackson y su grupo de bravucones lo aprendieron a las malas.
—¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea! —gritaban todo alrededor.
El patio de la escuela se encontraba abarrotado de estudiantes bulliciosos que sacudían sus puños al aire como en un estadio. El coro resonaba con potencia, mientras que un joven de cabellos rojos y sus tres amigos, quienes tanto habían estado molestando a Theo durante lo que iba del año escolar, se arrastraban con dolor por el suelo, con su ropa por poco calcinada y quemaduras en su piel.
Vivi An se encontraba de pie, victoriosa, señalándolos con su puño, era de ella de quien huían como gusanos. Tras ella se hallaba un reconfortado Theo orgulloso de su hermana.
—¡Y espero no vuelvan a meterse con mi hermano, malditos infelices, o la próxima vez les cortaré las pelotas!
Tremenda ruda resultó siendo Vivi An, ¿no es así? Yo sé que ustedes también son agentes de C.H.I.S.M.E.A.R. y en este momento se deben estar preguntando: ¿cómo fue que todo eso comenzó? Sencillo. Vamos unos minutos atrás, cuando la directora del colegio, Destructa Toro, acababa de sonar el timbre. Todos los estudiantes de la Escuela de Nuestra Señora del Sándwich recién salían al patio como una estampida.
Si bien en el campus la primaria y la secundaria estaban divididas, al momento del receso los estudiantes eran libres de andar por los jardines y mezclarse entre sí, siempre y cuando los más pequeños se mantuvieran todos cerca, lejos de problemas. Theo y Vivi An, por más que a ella le costara admitirlo, eran inseparables, y la mayor parte del tiempo se mantenían juntos; por eso, cuando el pequeño no iba en su búsqueda, solía escabullirse entre los grandes hasta encontrarla.
El único problema para el pequeño Theo eran Terry Jackson y su pequeño grupo de maleantes. Eran del mismo curso de Vivi An, y como con ella no podían meterse porque siempre les gritaba sus verdades en la cara o no le temblaba el puño para lanzarles un golpe, pagaban con el menor de los Sierra Lapuerta.
Y es que si su apellido completo no fuera ya suficiente burla, también era tartamudo. Desde pequeño que lo llevaban a terapia de lenguaje y, aunque demostraba avances, aún su problema no desaparecía del todo.
En serio, gente. Consejo del narrador: antes de casarse con el amor de su vida, por favor primero cerciórense de que sus apellidos no creen aberraciones vergonzosas como Sierra Lapuerta. ¿En qué estaban pensando Harrison y Katherin? ¿Alguien quiere pensar en los niños? El matoneo en la escuela podría evitarse.
—Vaya, vaya, pero miren quién está ahí —habló Terry Jackson, bloqueándole el paso al rubio al recostar su chaqueta negra contra la pared—, el pe-pe-pequeño The-theo —burló.
Sus otros tres amigos terminaron de rodear el círculo.
—¿Qué trajiste hoy para nosotros, The-the-Theo? Esos sándwiches que prepara tu madre son una deliciosa, me pregunto si así como cocina es igual de buena en la cama.
—Ohhh —gritaron los demás en celebración.
—¿La-la ca-cama? Mi mami duerme bien —respondió en susurro, tembloroso.
—Oh, pequeño e inocente Theo. —En su rostro se formó una sonrisa casi diabólica—. Algún día aprenderás... ¿Qué tienes en esa mochila?
Terry Jackson jaló el maletín del niño, pero él se aferró a él y no permitió que se lo quitaran.
—Na-nada. Es mi-mi-mío. De-de-deja mi bo-bo-bolso.
—Suéltalo o eres hombre muerto, pequeña garrapata. Muero de hambre. —Siguió jalando hasta arrebatárselo—. A ver qué tienes aquí... ¿una manzana? ¿En serio? ¡Esto es basura!
Terry Jackson arrojó la fruta al suelo y la hundió en la tierra con la suela de su bota.
—Mi-mi-mi ma-mi me la empacó.
Las facciones en su rostro comenzaban a plegarse, sus ojos ya estaban aguados.
—¡Tu mami es una idiota! Y ahora te enseñaré a traerme mejores cosas que una maldita manzana, pequeño baboso.
El corazón de Theo latió al mil cuando los cuatro adolescentes se acercaron. Trató de ser fuerte, trató de resistir, pero entonces el temor fue mayor, y Theo lloró, lloró como siempre lo hacía después de que Terry Jackson y su grupo lo insultaban y le quitaban la merienda.
—Vivi An —llamó Lu Mary, la mejor amiga afro de Vivi An—. ¿Ese no es Theo? ¡Y está llorando! Son los malditos Terry Jackson y su grupo. Tienes que hacer algo, creo que lo van a golpear.
—Oh, no. No lo harán. —Comenzó a buscar en su bolso hasta tomar un bolígrafo—. Le voy a sacar la mierda a esos infelices.
Vivi An dejó su morral en la mesa y corrió directo al rincón donde los brabucones habían emboscado a su hermano. Aunque no se lo demostrara seguido, ella lo amaba, y daría la vida por él de ser necesario.
—¡Oigan, escorias, métanse con alguien de su tamaño! —gritó tras ellos.
—¡Vivi An! —Theo corrió hacia ella y se refugió detrás.
—Oh, pero si llegó la hermana gruñona al rescate del mocoso. —Vivi An empuñaba el lapicero con impotencia—. ¿Qué piensas hacer al respecto, Sierra Lapuerta? La puerta está por allá, puedes ir a cerrarla de una maldita vez a ver si al abrirla tienes un apellido menos estúpido. ¡Abre Lapuerta! —Rio como si el infeliz tuviera mucha gracia, solo tontos con dos dedos de frente como sus amigos podían reírse ante eso—. ¿Escucharon? ¡Abre Lapuerta! —Siguió riendo.
—Lo único que vas a desear que cierre es este lapicero una vez acabe contigo.
Vivi An apuntó el bolígrafo hacia Terry Jackson y presionó el botón superior. Al instante de él salió disparado un voluminoso láser que impactó en la pierna del pelirrojo. Terry Jackson lanzó un grito al cielo, su jean se quemaba; bajo él, su piel ardía como si recibiera un castigo ígneo del mismo Infierno.
—¡Sí, Vivi An! Ataca a los malos —celebró Theo, tan feliz de ver a su hermana defendiéndolo que esa vez una tartamudeó.
—¡Terry! —gritó Pirry Jey uno de sus amigos—. ¿Estás loca, perra? ¡Mira lo que le hiciste!
—¡Aquí las únicas perras son ustedes!
Vivi An disparó al brazo del moreno, también su buzo y su piel se calcinaron. Perry Jey gritó tan fuerte como Terry, y mayor fue su dolor cuando más disparos le llovieron, a él, a sus amigos y a Terry Jackson en especial. No tardaron en arrastrarse entre lágrimas en un intento por huir de ella, pero más caían en ellos como flechas de fuego.
—¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea!
Lección aprendida para Terry Jackson y su pandilla: no te metas con los Sierra Lapuerta.
El espectáculo había llamado la atención, todos los estudiantes rodeaban a los hermanos Sierra Lapuerta.
—¿Qué está pasando aquí? —inquirió una voz severa que los calló en un instante—. ¡Dios mío!
Destructa Toro llevó las manos al rostro, aterrada de las quemaduras en sus estudiantes. Lo imponente de su figura pesada y su rostro era suficiente para sumir todo el campus en un silencio mortal. La temible y amargada directora se había ganado su apodo y su estatus luego de que uno de los toros de la finca frente a Nuestra Señora del Sándwich saliera del rebaño y entrara a la escuela. Ese día la misma directora fue quien se enfrentó cara a cara con el animal, lo venció cuando se le lanzó encima; lo sujetó de los cuernos, y como si fuera de papel, lo embistió de cara contra el césped. Para cuando llegaron los ganaderos por él, ya el toro huía despavorido de ella. Desde ese día, todos la conocían por su alias: Destructa Toro.
—Tú y tú. —Señaló a los hermanos—. ¡A mi oficina!
—Vivi An... ¿es-ta-tamos en pro-pro-blemas? —musitó Theo.
—Quédate conmigo y no digas nada, pequeño. Yo me encargo de la amargada.
Gary el vigilante había abandonado su puesto. Iba y venía una y otra vez de lado a lado afuera de la oficina de Harrison Sierra. En las ojeras de su rostro demostraba que la noche anterior no había dormido nada bien. Más allá de su mirada perdida se debatía a sí mismo si entrar o no. Y cuando finalmente tomó la determinación de girar el picaporte y avanzar, el celular de Harrison sonó.
—¡¿Qué?! ¡¿Un láser?! Ya mismo voy para allá. —Colgó—. Oh, Gary, ¿qué haces aquí? —preguntó mientras se levantaba y tomaba su chaleco.
—Yo... yo.
—Escucha, lo que tengas para decirme, ¿podría esperar? Surgió una emergencia en la escuela y debo irme.
Gary no respondió, solo asintió con desilusión y lo vio irse sin más. El pobre hombre lo había pensando toda la noche y toda la mañana, y justo cuando se convenció de contarle a su jefe lo que lo atormentaba, se iba. ¿Se podía tener más mala suerte que la de Gary Doxon?
Harrison subió a su auto y arrancó. En pocos minutos ya estaba en la Escuela Nuestra Señora del Sándwich, sentado al lado de Katherin y sus dos hijos, frente a la temida directora Destructa Toro.
—¡Esto merece una detención! ¡Suspensión! ¡Expulsión! ¡Encarcelación! ¡Extradición!
—¿Encarcelación? ¿Extradición? —respondió Katherin—. ¿No es eso muy extremo?
—¡Silenciación! —ordenó golpeando la mesa con sus puños. La familia se sobresaltó—. ¿Tiene idea de lo que hicieron sus hijos, señora Lapuerta?
—Señora directora, por favor, no sea tan dura con nuestros hijos —defendió Katherin—. Envíelos a detención si lo considera necesario, ¿pero una expulsión? Son solo unos niños inocentes.
Vivi An y Theo permanecían en silencio, cruzados de brazos.
—¿Niños? —cuestionó—. Tengo cuatro estudiantes con quemaduras camino al hospital, señora Lapuerta, dígame si eso no es grave.
—Pero no entiendo —intervino Harrison—. ¿Cómo unos niños podrían hacer semejante daño con un láser de juguete?
—¿Juguete? —Destructa Toro presionó el botón, y un rayo explotó el globo terráqueo de su escritorio, sobresaltándolos—. Ahora dígame si todavía le sigue pareciendo un juguete, señor Sierra. ¿Cómo permiten que sus hijos tengas estas cosas? ¿Qué clase de padres son tan irresponsables?
—Lo sentimos, señora directora, de verdad. Lamentamos la molestia que los niños hayan causado, y le aseguro que tendrán su castigo.
—¿Castigo? ¿Otra vez? —cuestionó Vivi An, levantándose de su silla—. ¡No! ¡Esto es injusto! ¿Por qué si yo lo único que hice fue defender a mi hermano de esos bravucones? ¡Algo que usted debió haber hecho hace mucho tiempo, Destructa Toro!
—¿Cómo me llamaste, jovencita? ¡No toleraré tal falta de respeto, sin duda estás expulsada de esta prestigiosa escuela! ¡Nuestra Señora del Sándwich quiere estudiantes de calidad!
—¡Expúlseme si quiere! Pero no iba a permitir que Theo siguiera siendo víctima de Terry y su combo de desadaptados. Algo que usted ya sabía y no hacía mayor cosa con esos cuatro que enviarlos a detención. ¿Sabe cuántas veces tuve que verlo llorar? ¿Sabe cuántas veces tuve que dejar de comer para dárselo a Theo porque ellos se lo quitaban todo? ¿Quería que me quedara cruzada de brazos? Pues no, y sin duda lo haría tantas veces como sea posible si Theo estuviera en peligro.
—Suficiente, Vivi An —intervino Harrison, firme en su temple—. Esa no es forma de hablarle a la directora.
Aunque Vivi An obedeció guardando silencio, en su mirada la trataba mucho peor.
—Escúcheme, señora directora, se lo suplico, no expulse a nuestros hijos —pidió Katherin—. Vivi An tiene razón, he visto a Theo llegar muchas veces triste a casa, ella solo estaba haciendo lo que una hermana mayor debe hacer para proteger al más pequeño. A quienes debería expulsar es a esos cuatros maleantes. ¿Qué clase de criminales están formando aquí? ¿Son a caso esos los valores de la Señora del Sándwich?
—Entiendo su punto, señora Lapuerta —contestó más calmada—, y le aseguro que tomaré medidas contra ellos, pero no puedo permitir este tipo de comportamientos como el de su hija.
—Y yo no puedo permitir que mi hijo siga siendo víctima de matoneo escolar. Recuerde quién es mi madre. Estoy segura de que ella estaría muy dispuesta a denunciar ante sus millones de seguidores en instagram los comportamientos que permiten aquí.
—No es necesario llegar a esos extremos, señora Lapuerta —respondió con una sonrisa falsa, a lo que Katherin respondió con una sonrisa que rozaba lo amenazante—. Escuche, no los expulsaré, pero quedan suspendidos por el resto de la semana. Eso, y creo que merezco una disculpa de parte de su hija.
¿Ven? Ventajas de que la nona sea influencer. Nunca cuestionen el poder de una abuela furiosa en redes sociales. Todos en Pizzalia sabían que nona había hecho cerrar McHotdognal luego de que el vendedor se comportara de forma irrespetuosa y altanera con ella y las Damas Letales.
—Vivi An, discúlpate con la señora directora por llamarla Destructa Toro —ordenó Harrison.
Ella suspiró de mala gana.
—Perdón, señora directora.
—Otra vez, quiero escucharte decirlo con sinceridad —contestó ella con una sonrisa vengativa.
—Lo dije una vez y con eso fue suficiente. ¿Podemos irnos ya?
—Vivi An... —llamó Harrison.
—Lo siento, señora directora —volvió a decir, esa vez sonando convincente, pero con una sonrisa falsa al final.
—Así me gusta. Ahora, pueden irse.
—Gracias, directora —habló Katherin, levantándose de la silla junto a su esposo—. Hablaremos sobre esto más tarde —le susurró a su hija.
Cuando el auto se estacionó frente a la casa, después del sermón de quince minutos de Katherin a su hija, Harrison no pudo evitar lanzar la pregunta que tanto eco le hacía en su mente.
—¿De dónde demonios sacaste ese láser?
—De la habitación de la nona. Lo encontré anoche y lo guardé, estaba harta de que se metieran con Theo.
—Escucha, hija, a pesar de todo, quiero que sepas que estoy orgulloso por como defendiste a tu hermano —reconoció Harrison, haciendo que en su hija brotara una sonrisa—. Bien hecho. —Katherin le lanzó una mirada asesina—. ¿Qué? Sabes que tengo razón.
—Llegó otro auto —informó Katherin de repente—. Esa es... ¿mamá?
Chencha tambaleaba de un lado a otro, muerta de la risa. Había conseguido el número del taxista de treinta y cinco años que la transportó, y sin siquiera tener todos sus sentidos en regla.
La familia Sierra Lapuerta bajó del vehículo.
—Niñooos —saludó nona con una sonrisa, a lo que ellos corrieron a abrazarla—. Babe, Harry —dijo para los padres.
—Estás... ¿estás ebria? —replicó su hija.
—Sip. —Rio.
—Pues dígame entonces, nona ebria, ¿por qué tiene un láser en su habitación? Es más, ¿de dónde saca una mujer de tu edad un láser?
—Pizzalia ha estado peligrosa últimamente, querida —se defendió—. Con todo eso de los secuestros, una nunca sabe cuándo llegue a necesitar defenderse.
—¡Pues Vivi An lo llevó a la escuela y lastimó a cuatro bravucones! ¡Están camino al hospital ahora mismo, mamá!
—Cariño, estoy orgullosa de ti. —habló hacia su nieta, luego volvió a reír—. Me alegra que les dieras finalmente su merecido.
—¡Espera!, ¿lo sabías?
Chencha no paraba de reír.
—Bueno, ya sabes lo que dicen, un borracho nunca miente.
¡Así es, lección aprendida! Un Sierra Lapuerta se respeta. 😎
Lamento no haber actualizado ayer, me dio un dolor de cabeza que me impidió entrar por acá. Ya todo ok, pero igual quería hacerles saber.
Esta vez el capítulo va dedicado a la Reina del Humor en Wattpad: Arassha. Gracias por tu apoyo a esta historia, me alegra que la estés disfrutando, un abrazo. ♥
¡Nos leemos pronto!
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