3. Las Damas Letales

Seguro ya se dieron cuenta del tipo de abuela que era Chencha Lapuerta, no era una abuela cualquiera. Ella era una nona, y una muy joven en su clase. Pero si creían conocerla por completo, entonces están muy equivocados.

Chencha descendió por las escaleras con suma elegancia, tronando sus altos tacones con cada paso; en sus oídos retumbaba una melodía que la hacía sentir dentro de un video musical: Bang Bang, de Jessie J., Ariana Grande y Nicki Minaj.

Katherin abrió su boca con sorpresa al verla, su madre vestía bajo un tono rosa pastel, compuesto por crop top de tiras, un chaleco por encima y pantalones bota campana, pero, sin duda, lo que más llamó la atención fue su collar extravagante, sus aretes con forma de rosa y sus enormes lentes de sol, todo a juego un bolso coqueto.

—¿A dónde crees que vas así? —La observó de pies a cabeza una y otra vez.

—Tengo encuentro de Ladies —confesó, sofisticada.

—Que te diviertas, quinceañera.

—Siempre lo hago, cuarentona.

Katherin se ofendió por la respuesta.

—Sabes que tengo treinta y dos.

—Y aún así sabes que soy más joven que tú, querida. Así que no hagas enfadar a tu madre.

Chencha le lanzó un beso y cerró con suavidad.

Al momento en que se subió al taxi, Katherin observó a través de la ventana que Isabel regresaba a casa luego de trotar, así que procedió a grabarlo en su micrófono; Pablo había salido desde temprano y no aparecía desde entonces.

—Bueno —comentó para sí misma—... los niños están en el colegio, Harrison en el trabajo y mamá salió a hacer quién sabe qué con las Damas Letales... hora de saber quién es en realidad Isabel Cristina.

Katherin caminó hacia el gigantesco cuadro de la sala, bastó con que jalara un aro oculto tras el cuadro de la mitad, y todo un tablero se desplegó, en él había fotos y notas conectadas por hilos rojos.

Les dije, la Agente Lapuerta se tomaba en serio su trabajo.

Repasó los últimos apuntes. Era momento de seguir con el plan en el que estuvo pensando toda la noche. Tomó la bandeja de galletas que horneó desde que se fueron los niños, cruzó la calle y se paró justo frente a la puerta de Isabel.

«Aquí vamos».

Con tres golpes fuertes y pausados fue suficiente, Isabel abrió.

—¡Hola! —saludó Katherin con una sonrisa amable—. Traje galletas.

—Katherin... —susurró, y cerró de un portazo, dejando a la rubia en shock.

—Wow.

Suspiró, tan molesta como sorprendida. Isabel se había mostrado amistosa cuando la conoció, en ningún momento llegó a creer que fuera así de grosera. Cuando estuvo a punto de dar media vuelta e irse, la puerta volvió a abrirse.

—¡Katherin! —llamó—. Ve, disculpame, ome, qué pena con vos, pero es que había un desorden en el mueble ni la berraquera. Pasá, pasá. —Abrió la puerta y la invitó a seguir.

Katherin sonrió con incomodidad y se internó en la vivienda de poco en poco, aún achantada, pero no por ello iba a dejar atrás su investigación. Llegaría al fondo del asunto. Ella no era de las que dejaban atrás las misiones. Estaba decidido. No se iría sin descubrir quién era en realidad Isabel Cristina.

Chencha se abrió paso por la calle sobre la que le llovían miradas. No era normal encontrar a una mujer de su tipo, vestida de esa forma, ni con tanta vitalidad. Para ella eran miradas de fama y aclamación, nuevos fans a quienes debía conquistar y terminar provocando que la siguieran en instagram, así que comenzó a caminar como si modelara por una pasarela de Victoria Secret, lenta y sensualmente. Ella era el ángel más caliente de todo Pizzalia. La canción Run the world (girls) sonando en ese momento en sus airphones caía como anillo al dedo.

Movía un pie sobre otro, sacudía su cabello hacia los hombres más jóvenes y plegaba los labios como si lanzara besos. Sus brazos iban en coordinación con su movimiento. Al llegar a la esquina se detuvo, llevó las manos a la cadera para apoyar su pose. Puso la frente en alto y continuó.

Mas la elegancia duró poco. Toda la atención que llamó la convirtió en el foco de todo tipo de personas, como el hombre que corrió tras ella y le arrebató el bolso con su paso abrupto.

—¡Mi bolso! —gritó, captando la atención de todos.

El delincuente huía a todo gas. De seguro esa referencia es de su talla.

—¡Ladrón, ladrón! —comenzó a gritar la multitud—. ¡Atrápenlo!

Pero Chencha no se limitó a quejarse, mucho menos a esperar que un príncipe azul cabalgara en su rescate. Ella no lo necesitaba, era su propia heroína. La extravagante nona tomó uno de sus tacones y, tras fijar el objetivo, esperó. No fue hasta que sonó el coro «who run the world» que lo arrojó.

Sorprendentemente el zapato cortó el aire y dio en el blanco: la cabeza del ladrón.

Girls.

El hombre cayó por el impacto, y de inmediato fue rodeado por quienes circulaban el sector. Chencha dio pasos rápidos y seguros hacia él. Justo cuando empezaba a levantarse, le asestó una fuerte patada en el rostro, embistiéndole la cabeza una vez más contra el suelo.

—Eso te enseñará a respetar a las mujeres, escoria —le susurró al tiempo en que se inclinaba a recoger su bolso y su tacón.

—¿Qué sucedió aquí? —inquirió un uniformado recién sumado al tumulto.

—¡Fue increíble! —comentó alguien desde atrás—. El ladrón le robó el bolso, y la anciana le dio un zapatillazo, ¡justo en la cabeza!

—¿Anciana? —cuestionó—. Tengo más energías que tú, my friend.

—¿Todo por un bolso? ¡Casi lo mata de un zapatazo! —replicó alguien entre la multitud.

—¿A caso nunca ha visto Dónde están las rubias? No es solo un bolso, es mi vida.

La multitud celebró la referencia con algarabía.

—Disculpe, señora —intervino el oficial que recién llegaba—. ¿Desea poner el denuncio?

—No, voy tarde a mi reunión de chicas. —Sacudió su cabellera blanca—. Además, el hombre ya está sumido en su propia miseria. Lléveselo y que pase la noche en la celda, eso le enseñará que nadie se mete con una Dama Letal.

El oficial asintió, confuso, y esposó al hombre. Chencha siguió su rumbo, de regreso a la pasarela de ángel. El show debía continuar.

Luego de entrar a la casa, Katherin divagó su mirada por todo el lugar en busca de algo sospechoso. La vivienda era tan amplia como la suya, pero se hallaba decorada con muebles muchísimo más lujosos y reliquias antiguas, desde una colección de relojes hasta la armadura de un caballero a un lado de la chimenea, para Katherin fue tan sorprendente que dejó escapar un ligero ¡Wow!

—Tienes una casa muy bonita —comentó mientras tomaba asiento.

—Gracias, entre Pablo y yo estuvimos desempacando y decorando todo... terminamos molidos.

—Pues les quedó muy bien... y hablando de Pablo, cuéntame, ¿dónde está el ahora? —se esmeró en no sonar entrometida.

—En el trabajo, para la mudanza tuvo que pedir el día libre, y pues hoy le tocó recuperarlo camellando el doble. —Katherin tomó una de las galletas y comenzó a comerla—. Ay, qué pena con vos, qué mala atención la mía, esperate y traigo algo para tomar.

Tan pronto como Isabel se fue a la cocina, Katherin aprovechó el momento. Ojeó con más detalle a su alrededor. Todo parecía normal, hasta que pasó la vista al sofá y notó algo negro dentro de los cojines, un minúsculo resplandor que pasaría desapercibido ante los ojos de cualquiera, pero no de la Agente Lapuerta.

Se aseguró de que Isabel aún no se acercara e introdujo la mano en él.

Cuando palpó algo duro, lo extrajo. Abrió los ojos con horror al mirarlo. Era negro y alargado, demasiado alargado. Profundamente sorprendida, dejó el dildo allí de nuevo con asco. Para empeorar la situación, Isabel regresaba con una bandeja pequeña en la que traía dos tazas. Tuvo que maquillar su impresión y temor con una sonrisa fingida. Por un instante creyó que el motivo por el que Isabel le cerró de un portazo en primer momento era porque jugaba con él en el mueble. La idea la asqueó aún más, limpió su mano con su jean como si se rascara la rodilla.

Isabel había traído leche, era perfecta para acompañarla con las galletas.

—Mirá, ahora sí —dijo la mujer de cabellos negros—. Las galletas con leche son las berraquera.

Ambas tomaron las tazas y bebieron.

—Sí, quedan deliciosas. —Sonrió en medio de un silencio incómodo, hasta que fue ella misma quien lo rompió—. ¿Y a qué se dedican?

—Pablo es... —Observó hacia el cojín, y notó que había sido movido. Amplió los ojos en disimulo—. Ay, es que a él no le gusta que cuente porque es un poco vergonzoso, pero bueno, con vos no hay problema, somos vecinas y al fin y al cabo algún día te ibas a enterar... Pablo es proveedor de juguetes sexuales.

—Oh... eso es... extraño y jodidamente interesante. —Amplió una sonrisa gigantesca—. De seguro la acción entre ambos debe ser como en esas películas... —Movió la cabeza, esperando que entendiera.

—¿Porno?

—Nooo. —Rio—. Eróticas, quería decir, ya sabes, Pablo el Señor Grey y tú Anastasia... aunque sí, puede que porno también.

Isabel rio por lo bajo con un poco de vergüenza.

—Bueno, sí... hay acción interesante entre ambos —respondió con una sonrisa maliciosa—. Y qué hay de ti y Harrison, ¿también hacen cosas... sucias?

—No mucho en realidad —contestó con ligero desánimo—. Creo que mamá tiene más sexo que nosotros. Nuestras relaciones están un poco muertas. Desde que nacieron los niños le bajamos a la acción, a veces lo hacemos rápido temiendo que despierten.

—Eso es un poco deprimente —reconoció—. Si algún día deciden volver subirle a la adrenalina, a Pablo le llegaron unos látigos. —Guiñó.

Katherin rio por lo bajo.

—¿Y tú? ¿A qué te dedicas?

—No, nada. A mí él me tiene como una reina, solo cuido la casa y ya. ¿Y qué hay de vos?

—También me quedo en casa.

Por supuesto que no le iba a confesar su secreto. Su trabajo en C.H.I.S.M.E.A.R. requería absoluta confidencialidad. Además, ¿qué le iba a decir?

«Hola, soy un agente secreto y tú eres mi objetivo principal».

No. Claro que no.

—Ah, excelente, así nos queda tiempo para hacernos más amigas. Ay, mirá.

 Suficiente de Katherin Lapuerta y sus lamentables experiencias sexuales, vamos con las Damas Letales, porque si no, entonces el título de este capítulo no tiene sentido. No me pregunten ahora por qué se llaman así, eso lo averiguarán en otro momento.

El sonido producido por el timbre se propagó por toda la casa; un anciano de cabello blanco y suéter fue quien recibió a Chencha en la puerta.

—¡Ben! —saludó la extravagante nona, y le dio un beso en la mejilla.

—¡Holaaa, Chencha!

Ben siempre gritaba al hablar, a veces demasiado. Tenía una sonrisa tan grande como cada vez que la sensual Chencha llegaba a su puerta. Era el esposo de Margó, una de sus mejores amigas, y siempre prestaba su casa para todos los encuentros de las Damas Letales.

—¿Dónde están las chicas?

Ben le expresó su incomprensión con un gesto confuso.

—¡Háblame duro que no te escucho! —Señaló su oreja—. ¡Tú sabes que ya me falla el oído!

—¡Que dónde están las chicas! —le gritó.

Lastimosamente con Ben siempre era así. Hacía años que su sentido auditivo había comenzado a desgastarse, secuelas de la edad con las que Chencha estaba negada a dejarse vencer.

—¡En el comedor, te están esperando! —respondió mientras cerraba la puerta—. ¡Pasa, pasa!

—Claro, querido, pero no sin antes lo nuestro. —Sonrió.

—¡Muy bien, aquí vamos! —correspondió con otra igual de pícara—. ¡Tengo la perfecta para ti!

Ben sacó su celular del bolsillo del suéter y presionó en reproducir. La música de Crazy in love comenzó a retumbar por toda la sala. Solo así, Chencha se abrió paso al ritmo del ¡Yes! So crazy right now. ¿Qué esperaban? ¿Cosas sucias? ¡Por favor, es el esposo de su amiga! Además, Chencha prefería el colágeno, o si no, sus exconquistas no serían el abogado de Helado Buffet ni ese doctor del Hospital Burger Center.

Chencha se internó en la casa a paso elegante, meneaba la mano de un lado a otro en su modelar. Cuando llegó al comedor, permaneció en el marco unos segundos, de inmediato las tres mujeres en el comedor se giraron con una ligera sonrisa. Ella les devolvió otra igual de grande. Así había sido siempre. Las Damas Letales eran amigas desde jóvenes. Se conocieron en el trabajo, donde adquirieron tan prestigioso nombre. Desde entonces, incluso luego de pensionadas, en ningún momento de su vida se habían separado.

La primera que Chencha reconoció fue una mujer negra un tanto regordeta, era la única en la sala con el cabello blanco tan largo. Las gafas oscuras las usaba porque estaba perdiendo la vista. Otra de las secuelas de la edad enemigas de Chencha.

—Oh, perra presumida, tú siempre haciendo una entrada —saludó Carmen.

Chencha rio con gracia, Carmen siempre había sido así de grosera. Era la Carmen de la cuadra. Creció en un barrio peligroso, donde fácilmente pudo resultar siendo una ladrona, pero ella prefirió callar bocas como una mujer trabajadora. Gracias a su esfuerzo pasó de tener poco a mucho, aunque no era de vestir de joyas sino ropa modesta. Y no importaba a dónde fuera, ella siempre sabía de dónde venía.

—Tú y esa boquita —reprendió Margó, sin apartar la vista del tejido entre sus manos—. Pasa, querida, te estábamos esperando.

De todas, Margó era la que más se comportaba como una señora acorde a su edad, lo demostraba desde lo tradicional de su vestir hasta su postura y comportamiento.

—¿Trajiste el encargo? —preguntó Rita, su cabello canoso aún conservaba destellos de una pasada cabellera rubia—. ¿Por qué tardaste tanto, mujer? Ya íbamos a comenzar la partida de parqués sin ti.

Rita era la más parecida a Chencha en actitud, con la diferencia que si a ella le gustaba el colágeno, a Rita le encantaba en exceso y los buscaba mucho más jóvenes que los ex de Chencha.

La nona Lapuerta se terminó de acoplar en su asiento mientras abría su bolso.

—Oh, por supuesto, querida. Tuve un percance, antes de llegar aquí un idiota trató de robar mi bolso, pésimo intento, por cierto. Por suerte, a este muchacho no le pasó nada.

Chencha alzó la botella de aguardiente y las Damas Letales celebraron con un grito entusiasta.

¿Qué creyeron? ¿Que serían abuelas aburridas que solo jugaban parqués y bingo? No. Las Damas Letales eran tan geniales como Chencha.

Tan pronto como comenzó la partida, también lo hicieron las amenazas de muerte, las victorias y las sonrisas. Las reglas del juego eran claras:

Un shot si sacabas par.

Un shot para las demás menos para ti se te mataban una ficha.

Un shot cada vez que coronaras la cima.

Y así, la botella se fue vaciando hasta que la partida terminó. Pero ahí no acababa la diversión para las Damas Letales, había otra regla: si aún había licor en la botella luego de terminar la partida, debían acabarla con un juego de Cuando joven, yo hubiese.

—Cuando joven, yo hubiese ido a una playa nudista —dijo Margó.

Chencha, Rita y Carmen tomaron el shot. El juego consistía decir algo que les hubiera gustado hacer en la juventud, quienes lo hicieron debían beber.

—Era obvio que nunca hiciste eso en tu vida, siempre fuiste demasiado santurrona, mujer —burló Carmen.

—Mi turno —se adelantó Rita—. Cuando joven, yo me hubiese enrollado con alguien mayor que yo.

La única que tomó fue Margó.

—¿Qué decías? —preguntó divertida, ajustando sus lentes.

—Quien te conociera en realidad, Margó —reconoció Chencha con picardía—. Vengo yo. Cuando joven, yo hubiese...

¡Llegan mis poderosísimas Damas Letales!

Porque si Chencha era moderna y juvenil, su grupo de amigas no se podía quedar atrás. Esta vez el capítulo va dedicado a IamBeaWheels, porque amo todos los comentarios que me deja. Responderles a ustedes me alegra el día, jaja.

Nos leemos el viernes ;)

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