Milla Michico
A mis pies se repartía una gran explosión de colores diversos que se extendía hasta el horizonte de un cielo con tonalidades naranjas y rosadas. La familiaridad de este lugar me confundía, me daba la sensación de que estaba pasando por un déjà vu gracias a los flashbacks que pasaban por mi mente una centésima de segundo, casi como la luz de un relámpago que se desvanece antes del estruendo.
Hasta que un olor a lavanda volvió a invadir mis sentidos. Esto no sólo es un simple déjà vu.
—Tommy —Me sobresalté cuando escuché la voz de Newt a mi lado, casi suelto una sarta de maldiciones que le divertiría más de lo que ya se ve que le divierte la situación—. ¿Qué te pasa, larcho? ¿Te comió la lengua el ratón?
—Newt —Sonreí al verlo tan natural, con una sonrisa burlona y cruzado de brazos mirándome. En ese momento podía sentir que su presencia era tan genuina que podía estirar un poco más mi brazo para tocar su sedoso cabello que se agitaba por el viento—. ¿Eres real?
Él se carcajeó como si le hubiera contado un chiste, su risa era tan jocosa que no me importaba que se estuviera mofando de mí, simplemente me uní a él, sintiendo cómo una descarga eléctrica caía sobre mis hombros y dejaban estática por todo mi cuerpo. Me sentía tan bien, siempre estaba bien si me encontraba junto a Newt.
—Eres tan gracioso, Tommy. Mejor ven, sígueme —Se apresuró a emprender el camino, yo intenté seguirlo pero mis pies no podían moverse. Newt volteó a verme un poco exasperado—. ¿Qué esperas? El tiempo es oro.
—No puedo caminar —Bajé mi mirada y pude ver que estaba sumergido en una especie de fango y maleza enredada en mis tobillos. El lodo era tan chicloso que no podía alzar mi pie ni un sólo milímetro—. Ayúdame, Newt.
De inmediato él corrió a ayudarme, me tomó de las manos y pude sentir un estremecimiento a lo largo de toda mi columna vertebral cuando su calidez se cruzó con la mía. Tiró de mí hacia su cuerpo, pero todo esfuerzo parecía ser en vano pues cada vez iba hundiéndome aún más en el barro -podía sentir cómo deglutía mis pantorrillas-. Newt se resignó con un pesado suspiro y sus ojos marrón me miraron con tristeza.
—Búscame en el lago, Tommy.
—¿Qué dices? —Balbuceé, aún resistiéndome a que el suelo me tragara, ya estaba a la mitad de mi muslo.
—Lo que escuchaste —repitió con urgencia y algo irritado de mi lentitud—. Búscame en el condenado lago. Te voy a esperar, así que no me dejes plantado.
No me quedó más que asentir, aún sin entender a qué se refería con buscarlo en el lago. Es más, ni siquiera sigo sin procesar qué hago aquí, pero todo se desvaneció cuando la tierra me succionó por completo y sentí un golpe seco en mi sien izquierda.
Solté un quejido por el dolor y las pequeñas centellas que aparecieron en mi visión me aturdieron de donde me encontraba. Segundos después, pude reparar que me encontraba en el suelo de la choza que compartía con Minho, al parecer me había caído del catre entre sueños. ¿Eso quería decir que soñé a Newt?
—Shuck, Thomas. Ni en sueños puedes mantenerte quieto —gruñó Minho adormilado, cambiando de posición para dirigirse a mí—. ¿Soñabas que corrías en el laberinto? Tus patas no dejaban de moverse.
Me ruboricé. Después me enderecé, el piso no estaba bien nivelado y era incómodo para recostarse.
—Soñé a Newt, Minho. Te juro que lo soñé y parecía tan real.
—Sí bueno, yo también lo sueño. Pareciera que fuera mi gurú porque me regaña del desorden de mis zapatos, güey. Llega a ser agotador que me regañe.
No sabía si me estaba tomando el pelo, pero si era real, tendría que haber una explicación lógica de por qué los dos estamos soñando a Newt.
—Hablo en serio, Minho. Si me hubiera atrevido a tocar su cabello, se hubiera sentido real.
Minho alzó la cabeza un poco. A pesar de la oscuridad, pude ver que no le sorprendía lo que le acabo de describir. Casi como si le estuviera mencionando lo obvio.
—Yo también hablo en serio, Thomas. Siempre me hace que hable con él y me pide que intente comprender cómo te sientes. Sólo que no puedo moverme, y cuando intento hacerlo, despierto.
—Eso me ha pasado a mí —Hago una pausa y repaso el sueño que tuve—. ¿Desde hace cuánto?
—No sé, unas tres semanas, creo. Tampoco es que lo sueñe muy seguido, sólo cuando estoy muy abrumado y siento que no puedo con la presión —Ríe, con un poco de nostalgia y la mirada perdida—. Entonces él viene y me dice que deje de llorar como un bebé, que no es propio de mí el rendirme y que no debería hacerlo a estas alturas del destino... Sé que todo es parte de mi subconsciente, pero quiero pensar que de verdad es Newt y que sabe que lo echo de menos.
No sabía que Minho estaba pasando por esa situación emocional, siempre creí que era un chico que desde un principio supo acoplarse a su nueva vida y se veía que el lugar le sentaba de maravilla. Al menos me lo imaginaba hasta que se derrumbó por creerme perdido.
Sin duda fui un tonto, claro que mi amigo está lidiando con sus propios demonios y no fui capaz de verlo por sumergirme en mi dolor. Él era el fuerte entre nosotros dos y quizá yo no estaba ayudando en que se mantuviera de pie. Por eso vino Newt. No es producto de nuestra imaginación.
—Entonces no es un simple sueño —musité para mí mismo—, él vino a ayudarnos.
Él es real. Él es jodidamente real. Siempre lo insistió y nunca le hice caso.
—¿De qué hablas, garlopo?
Rápidamente busqué mis zapatos y me los puse. Newt me dijo que me esperaría en el lago y no iba a permitirme que se quedara esperando. Voy a ir y lo voy a besar, tomaré su sedoso cabello entre mis dedos y fundiré mis labios contra los suyos para repetirle cuánto lo amo.
—¡Minho! Tengo que visitar a alguien —exclamé antes de salir de ahí.
Corrí, corrí tan rápido como mis pies podían. Mis pulmones ardían por la falta de aire, pero les prometí que llegaríamos pronto y que el oxígeno no me sería necesario cuando llegara a él. La misma sensación de electricidad que sentí en mi sueño inundó mis entrañas y no pude evitar gritar entusiasmado mientras mi corazón cantaba a gritos un sólo nombre: Newt.
—¡Newt! —llamé cuando estaba a unos pasos del cuerpo de agua—. Newt, aquí estoy.
Escuché movimiento en las ramas de los árboles y me sobresalté cuando el ave blanca ya estaba ahí, mirándome con curiosidad. Era raro, por lo regular siempre llega a este lugar cuando estoy aquí, no antes...
Ella comenzó a cantar, siempre canta hermoso pero esta vez sus gorjeos contenían una pizca de gozo. Y de ahí, de su belleza, sentí cómo una oleada de confort me abofeteó en la cara, como si todo lo bueno volviera a resurgir dentro de mí.
—Newt, ¿dónde estás?
Casi como respuesta a lo que dije, una brillante luciérnaga empezó a revolotear a centímetros de mi nariz, su zumbido era tan molesto que me hice un paso atrás, lo cual fue fallido ya que el insecto volvió a volar hacia mí. Se quedó unos segundos así antes de bailotear de un lado a otro, haciéndome sonreír. Tenía un gran parecido a Solecito, sólo que con ese molesto ruido.
Me giré para ver al ave, pero mi gran sorpresa es que ya no estaba en esa rama donde siempre suele acompañarme, sino que se fue volando cruzando la longitud del río y desapareciendo dentro de la espesa vegetación de los árboles. Del pájaro solamente quedó una pequeña pluma descendiendo por el aire y que, al momento de tocar el agua del lago, se convirtió en una sustancia líquida dorada que de inmediato se disolvió en el fluido cristalino.
¿En qué me estaba metiendo?
Mis sospechas se confirmaron cuando la luciérnaga se dirigió a la lagunilla y se sumergió en ella, uno diría que el brillo del insecto se habría apagado -por no decir cosa peor-, pero seguí viendo cómo el reluciente punto aún se hundía en la profundidad. Shuck, ¿se supone que tengo que meterme ahí? Voy a morir.
—Lo siento mucho, Minho —dije antes de tomar una buena bocanada de aire para tirarme al agua de un clavado.
Abrí mis ojos y tardé un poco en acostumbrarme al ardor que sentía, después centré mi vista en el foco de luz que iluminaba mi camino hasta el fondo. Expulsé algo de aire por la nariz y vi cómo las burbujas emergían hasta la superficie, me pregunté cuántos minutos me quedarían de vida y también consideré si sería buena idea ir por Newt con tal de abandonar a Minho, lidiando con la muerte de sus dos mejores amigos.
«Tommy, ven. No tengas miedo», lo escuché. Esta vez sí era su voz resonando como eco en toda mi cabeza. Era él, era Newt.
Me sumergí aún más en el lago, tratando de alcanzar eso que brillaba debajo del agua. Sentía cómo había más presión en mis sienes conforme más bajaba, pero no me importaba si la distancia era menor para poder ver a Newt. Él me dijo que no tuviera miedo.
Llegué lo suficientemente cerca para que los deslumbrantes rayos de luz me lastimaran los ojos, pero ya no me quedaba suficiente aire y ya no podía acobardarme a estas alturas, así que metí mi mano en esa extraña abertura y rogué al cielo que pasara lo que tuviera que pasar. Y así fue, pues fui perdiendo la consciencia.
Lo siento, Minho, de verdad lo siento.
『✧』
Otra vez ese dulce aroma a lavanda volvió a inundarme, una tibia ráfaga de aire golpeó mis mejillas y despeinó mi cabello. Me sentía cómodo, sentía cómo una mano rasposa acariciaba mis mejillas y mi pecho no estaba lleno de otra cosa que no fuera tranquilidad.
Abrí mis ojos y lo vi mirándome con atención, ni siquiera la importaba que lo hubiera pillado observándome, hasta parecía que anhelaba el momento porque me sonrió como niño travieso. Dios, ¿por qué Newt era tan jodidamente glorioso? Su sonrisa podía llevarme al cielo y al infierno en menos de un segundo si así quería hacerlo.
Pero ahora, ahora estaba en el cielo. Los rayos de Sol no quemaban como en el desierto, más bien parecían como un abrazo directo al alma. Aunque no me importaba, porque el largo cabello de Newt brillaba y se revoloteaba con el viento; para mí, era una visión celestial.
Me enderecé un poco, y me lamenté el hacerlo porque él se apartó un poco de mí -no lo suficiente para añorar su contacto, pero ya no sentía su calor- para verme con una sonrisa serena. Yo sólo baje la mirada.
—Hola Tommy —Su voz con acento, tan malditamente hermosa e inigualable. Yo me derretí—. Me alegra ver--
Lo interrumpí porque no pude resistirme tomarlo de la nuca y besarlo, besarlo hasta grabarme la sensación de sus labios en mi memoria como una fotografía. Su beso sabía a nubes y polvo de estrellas, algo tan inefable y glorioso que el cosquilleo en mi estómago no era nada comparado a la electricidad que desprendía mi cuerpo.
—Te amo. Te amo tanto, Newt —dije entre jadeos, a unos centímetros de su cara—. Te amo y ningún neutralizador pudo borrar lo que siento por ti.
Lo vi sonreír, y me habría detenido para contemplar su belleza de no ser que el mismo Newt me jaló hacia él para volverme a besar y hacerme viajar por el infinito.
Dios, lo amo tanto. ¿Por qué decidiste quitármelo?
***
Milla Michico: oro debajo del agua.
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